lunes, 27 de noviembre de 2017

Cuchillerismo en Barracas al Sud (cuento) - Martín Rabezzana



   No valía clavar, sólo cortar, y sólo el rostro y las manos; el duelo era ganado por el mejor de tres cruces y de tres fases, es decir, cuando un cuchillero hería dos veces a su rival, ganaba la primera fase, después venía la segunda, la cual tenía las mismas reglas que la primera, y quien ganara dos fases, era ganador del combate.
   El cuchillerismo, que había empezado como un medio para dirimir problemas personales, terminó siendo además una práctica deportiva que en el Buenos Aires de principios del 1900, era aun más popular que el boxeo.
   Los cuchilleros se iniciaban en algún café marginal al que asistían personas de clase media baja y baja, que además de contemplar el espectáculo, solían apostar por uno de los deportistas.
   Era tanta la gente que se reunía en los cafés para ver a los cuchilleros afamados, que tales establecimientos les solían quedar chicos, entonces eran contratados por boites que les pagaban una buena suma de dinero por cada encuentro, y cuando los cuchilleros convocaban gente al punto que hasta las boites les quedaban chicas, eran contratados por empresarios importantes y hasta por mafiosos para amenizar sus fiestas privadas; este fue el caso de Valentín Alberti de veinte años, que tras ganar numerosos combates a cuchillo realizados en cafés y boites, fue contratado por un tal Juan Ruggiero (más conocido como Ruggierito) para batirse en una quinta de su jefe Barceló, quien era intendente de Avellaneda, ciudad que, no obstante llamarse oficialmente así desde principios del siglo veinte, todavía seguía siendo llamada popularmente por su antiguo y romántico nombre de Barracas al Sud.
   El nombre Ruggierito actualmente a la mayoría no le dice nada, pero en aquella época su sola mención infundía miedo ya que le correspondía a un temible hombre del hampa y la política.
   La noche del combate, Ruggierito mandó a un chofer a buscar a Valentín Alberti en un auto lujoso a su humilde casa; el cuchillero subió a la parte trasera del mismo en que una mujer muy bonita y elegantemente vestida (una milonga fina), lo esperaba con una sonrisa; Valentín ya se sentía campeón mundial.
   Al llegar a la quinta del intendente Barceló en Barracas al Sud, él mismo recibió al cuchillero muy cordialmente y le dijo que se sintiera como en su casa, lo cual no le sería posible ya que su modesto hogar arrabalero se constituía por una familia obrera que nada tenía que ver con el lujo allí ostentado, sin embargo, ya empezaba a sentir que a ese mundo de glamur al que por primera vez accedía, estaba destinado a pertenecer.
   En la quinta de Barceló se realizaban fiestas en las que abundaba el juego, la prostitución, las drogas, el tango y el champagne, y él, imaginándose ya vencedor de numerosas contiendas a cuchillo por venir, estaba seguro de que sería el rey del lugar todas y cada una de las noches en que combatiera.
   Ruggierito se le acercó y lo saludó muy efusivamente.
   -¡¿Qué hacés pibe?! ¡No sabés las ganas que tengo de ver tu pelea!
   A lo que Valentín dijo:
   -¡Gracias! Estoy muy contento de estar acá -y al ver en una pared una foto de Gardel con el intendente, le preguntó emocionado:- ¿Va a venir el morocho hoy?
   -Noooo… hoy no, pero si te seguís luciendo en tus combates como yo ya te vi lucirte, seguro que va a venir a verte.
   -¿En serio?
   -Por supuesto que sí; Carlitos es amigo mío, lo conozco bien y sé que le encantaría verte pelear… Bueno, te dejo por ahora; tomá unos tragos y divertite con las minas que falta un rato largo para la pelea; ¡chau!
   Valentín le hizo caso y fue a sentarse a una mesa junto a la mina con la que había llegado; ella le ofreció una copa de champagne y él la tomó; después la mujer le ofreció un cigarrillo que él creyó de tabaco y lo fumó;… no era de tabaco;… le gustó; sintiéndose ya desinhibido, lentamente se acercó a ella y la besó en la boca.
   En la mesa de al lado había otra flor de noche empleada del lugar; era una negra hermosa de esas descendientes de esclavos que abundaban en este país hasta principios de la primera década del siglo veinte cuando grupos de derecha cobardemente diezmaron de forma sangrienta a dicha población argentina; una mujer así, quedando ya pocas allá por los años veinte, era una joya que, por rara, era más preciada que nunca.
   La llamó con una seña y ella sonriendo se acercó hasta su mesa y se sentó a su lado; sin decirse nada, se besaron, y ese beso de lengua que lo hizo sentirse el hombre más afortunado del mundo, decidió interrumpirlo para iniciar otro con la anterior mujer; a su vez interrumpió ese beso con la mujer blanca castaña para volver a besar a la mujer negra; alternó entre los besos de ambas mujeres durante un rato y a los mismos a su vez los alternaba con tragos de champagne y humo de marihuana, y si bien las mujeres lo invitaron a ir a otro lugar de la residencia para intimar, decidió dejar el acto sexual con ellas para después del combate por presentir que el mismo le restaría energía.
    Tras muchos besos, muchas copas de champagne, muchos fasos, muchas risas y muchos malos pasos de tango dados en compañía de ambas mujeres delante de los músicos que ante ellos tocaban, llegó la hora de la contienda.
   Valentín Alberti fue conducido hasta un extremo del salón en donde se realizaría el combate y le fueron dados un cuchillo y una bufanda. Ésta última para que se enrollara en un antebrazo y pudiera con ella neutralizar ataques del otro cuchillero, a quien también le fueron dados los mismos elementos, entonces su rival se puso en guardia frente a él esperando que el árbitro anunciara el comienzo de las hostilidades.
   Por haber festejado anticipadamente una victoria aún no obtenida, Valentín estaba mareado, su rival, en cambio, estaba en perfecto estado, por lo que cuando la pelea se inició, éste último lo hirió en la mano sin dificultad; el árbitro los separó, los instó a ponerse nuevamente en guardia (como dictaban las reglas que debía hacerse tras cada hachazo) y ordenó que se reanudara la contienda; el resultado del segundo cruce fue el mismo, pero esta vez Valentín fue herido en el rostro, tras lo cual se sintió más herido en su interior que en su desangrante exterior ya que su récord de invicto estaba en peligro; por suerte había sido sólo la primera fase y la pelea la ganaría el mejor de tres; tras el descanso de un minuto vendría la segunda fase y tendría la oportunidad de ganar, y, de lograrlo, accedería a una tercera fase de desempate.
   Durante el descanso Ruggierito se acercó a Valentín y le dijo:
   -¿Qué pasa pibe? ¡No me decepcionés!
   -¡No no! La segunda fase la gano seguro.
   -¡Así me gusta! ¡Dale que vos podés!
Carlos Gardel y Juan Ruggiero (Ruggierito)
   La segunda fase del combate se inició y Valentín logró infligirle un hachazo en la mano a su rival, ante lo cual Ruggierito gritó:
   -¡Vaaamooo piiiibeee!
   Sin embargo, tras Valentín neutralizar varios ataques de su rival con su bufanda y su rival hacer lo propio, éste último volvió a cortarlo en la mano y en el siguiente cruce, de nuevo en el rostro, lo cual lo convirtió en ganador del combate.
    Fue tal la humillación sentida por Valentín Alberti y la frustración por la certeza de haber perdido, además de la pelea, su lugar en ese paraíso ficticio, que al ver a su rival festejando la victoria, lo embistió por detrás y trató de golpearlo, por lo cual varios empleados de seguridad del lugar lo golpearon a él muy violentamente dejándolo inconsciente.
   Ruggierito se le acercó y con lástima le dijo:
   -¿Qué hiciste pibe?
   Tras lo cual le ordenó a los de seguridad que se lo llevaran y le prohibieran en el futuro el acceso al lugar.
   Valentín había sido desterrado del paraíso de utilería al que había deseado pertenecer.
   Los matones del intendente lo subieron a un auto y lo dejaron tirado en medio de una calle desolada; afortunadamente en aquellos años veinte la cantidad de autos era muy escasa por lo que pudo permanecer en el suelo varias horas sin ser atropellado; después logró levantarse y, todo roto, cortado y humillado, caminó lentamente hacia su casa; una vez en la misma, su familia (padres, hermanos y hermanas) lo cuidó con el mayor de los afectos, entonces se dio cuenta de que ése era el paraíso verdadero del que nunca querría salir y al que no estaría reconociendo como tal de haber ganado la pelea, y ya no lamentó haberla perdido.

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