Un grupo de
individuos participaba de una reunión que habitualmente hacían en un bar; uno
de sus participantes expuso una conducta errada del mismo y otro de ellos dijo:
-Y sí… nos la
pasamos criticando, hablando mal de los demás; estamos pendientes del error
ajeno para remarcarlo con palabras hirientes y así sentirnos virtuosos, superiores
y justicieros, y no te niego que hemos llegado al punto en que casi no hacemos
otra cosa, pero hay algo que vos no tenés en cuenta al hacernos notar lo
vicioso de nuestra profunda y sostenida maledicencia, y es algo que nos
justifica totalmente.
El individuo
miró con desgano a su interlocutor y dijo:
-¿Qué es?
-Y… el hecho de
que somos unos fracasados de mierda y por eso nuestra única diversión posible
consiste en defenestrar moralmente a los demás.
Ante tal
declaración, se hizo en el grupo un solemne silencio y se generalizó una leve
expresión de sorpresa ya que la honestidad autoacusatoria de lo dicho es
inusitada en alguien que hace de la crítica a los demás, un modo de vida.
Ninguno
consideró siquiera objetar lo expuesto por evidentemente aceptarlo como una verdad incuestionable, por lo que el silencio se prolongó por
varios segundos, tras lo cual, los asistentes a la reunión retomaron su
acostumbrada conversación atestada de cobardes reprobaciones morales,
descalificaciones e insultos a personas ausentes.
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