domingo, 14 de agosto de 2016

Ciento un besos antes de dormir (cuento) - Martín Rabezzana

   Hay ciertas expresiones que de tan positivas, personales y sentidas, son como regalos, y el mismo regalo no se puede dar dos veces a la misma persona; tampoco se le puede dar como algo especial a alguien determinado un regalo que tenía por destinataria a otra persona.
   Cuando la palabra positiva es correspondida, la capacidad en su creador de producir otras, se renueva, pero, ¿qué ocurre cuando uno le da toda su positividad a diversas personas en forma de palabras y no son correspondidas? Se va quedando sin palabras positivas y van quedando las negativas; de uno negarse a emplear éstas últimas, queda condenado al mutismo.
   Se dice que las personas que dan todas sus palabras positivas en una vida y no son correspondidas, de negarse a usar las negativas, nacen en su siguiente vida con limitaciones en la palabra hablada o escrita; dado que el negarse a emplear palabras negativas es una gran virtud, tales limitaciones exponen en aquellos que las tienen una gran positividad interior.

   Una vez una mujer que padecía de limitaciones en la expresión vocal sintió atracción sentimental por un individuo y tenía razones para creer que él sentía lo mismo por ella; le quiso decir que le gustaba pero no pudo porque eso ya se lo había dicho muchas veces en su vida anterior a muchas personas sin ser correspondida; le quiso decir que lo necesitaba pero tampoco pudo porque eso también ya se lo había dicho muchas veces en su vida anterior a muchas personas sin ser correspondida; le quiso decir que lo quería pero tampoco pudo por el mismo motivo.
   Su incapacidad de expresar positividad con palabras habladas la llevó a expresarle a través de una carta lo que por él sentía, y al saberse incapaz de expresar positividad con palabras pronunciadas, y por consiguiente, de sostener una conversación positiva, le pidió que no le respondiera en persona si sentía lo mismo por ella, sino también por escrito; él dudó un poco en responderle de esa forma pero finalmente accedió y le hizo llegar por intermedio de una amiga común una carta en que habían dibujos lindos y las siguientes palabras: “Svo bienamt em gtsuas mia”; ella pensó que era una broma y que se lo aclararía cuando se vieran, pero cuando se encontraron en el trabajo sólo hubo incomodidad en ambas partes y reinó entre ellos el silencio, por lo cual ella sintió que él se había burlado de ella.
   Pasaron las semanas y ella empezó a resentirse por el silencio del individuo al que interpretaba como desprecio, por lo que lo llegó a odiar, lo cual no es de extrañar ya que es cierto muchas veces eso de que detrás del odio hay amor; lo fue a buscar y como su limitación en el habla no se daba con las palabras negativas, pudo expresarle elocuentemente todo el resentimiento que la embargaba; le remarcó sus defectos con las palabras más hirientes, lo denostó, lo maldijo, lo insultó… tras lo cual se esperaba de él una respuesta igual, pero él nada dijo y se fue.
   Arriesgándose a perder el trabajo faltó al mismo varios días para no verla, pero finalmente volvió; a la hora del almuerzo se acercó a ella que ante su llegada bajó la mirada y pudo sentir en su expresión el odio y el dolor presentes inevitablemente en quien se siente poseedor de un amor no correspondido; se quedó mirándola unos segundos en silencio tras lo cual le extendió una mano que sostenía una flor; ella la vio y su expresión de dolor y resentimiento se transformó en una de gran bienestar; tomó la flor y al hacerlo tocó la mano del individuo y tuvo en ese momento una serie de visiones en su mente de él siendo chico, estando en la escuela y no pudiendo entender; entonces supo que él tenía limitaciones en la palabra escrita, de ahí la carta de palabras incomprendidas que le envió; inmediatamente volvió a sentirse mal pensando en todo lo negativo que le había dicho.
   Se miraron a los ojos y además de sentirse mal por recordar lo lastimante que le había dicho, se sintió mal por pensar que aún de él quererla, tal vez no la querría tanto como ella a él, entonces volvió a tener una visión en su mente de él enviándole con la mano ciento un besos antes de dormirse todas las noches desde el día en que ella le había dado la carta y entendió que él la quería aún más que ella a él porque eran el uno para el otro y eso los llevaba a amarse al máximo, y al un hombre y una mujer quererse al máximo, el que más quiere es el hombre ya que se requiere necesariamente de un mínimo de atracción sexual para que haya atracción sentimental; el amor sentimental es necesariamente sexual, y como la producción de testosterona es mayor en el hombre que en la mujer y está directamente relacionada con la libido, ese mayor deseo sexual conlleva necesariamente una mayor capacidad de sentir atracción sentimental, por eso, contrariamente a la creencia de muchas mujeres, el hombre por biología tiene mayor capacidad de sentir amor sentimental que la mujer.
   Empezaron a hablar y ella se dio cuenta de que por primera vez podía pronunciar palabras positivas; él al escribir se dio cuenta de que ya no tenía dificultades; su amor correspondido los había curado mutuamente.



   La carta que él le había enviado decía lo siguiente: “Vos también me gustás a mí”.

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