lunes, 15 de agosto de 2016

Luz de luna (cuento) - Martín Rabezzana

    El recorrer las distancias soportando un clima hostil hace de cada segundo un suplicio; cada paso sobre la nieve es un lento y pesado avance hacia un destino difuso.
   La llamada realidad está compuesta de una serie de signos que al ser para alguien indescifrables lo vuelven deseoso de alcanzar lo abstracto.
   Uno entra en un estado de conciencia distinto tras consumir ciertos vegetales, luego vuelve al ordinario y se da cuenta de lo limitado del mismo, entonces vuelve a añadir la infusión de “...” al agua dispuesta convenientemente en el mate que tiene como objeto hacer menos desagradable el gusto de una planta intomable; tras varias vueltas el cuarto ya no es el cuarto y el hastío ya no es hastío, sino un sentir agradable y maravillado ante imágenes de dulcísima luminosidad. Sin embargo a veces se entra por la puerta equivocada y uno se ve en un lugar de soledad y condiciones climáticas desagradables; una vez me vi en un lugar cubierto de nieve y azotado por el viento. Si bien pasaron solo minutos escasos en mi habitación, debo haber pasado en ese lugar varios meses; una mañana me acerqué a una fogata, miré hacia todos lados buscando a alguna persona y no la encontré, entonces alguien tocó mi hombro y al darme vuelta una pelirroja de pelo corto se encontraba ante mí; estaba seguro de haberla visto antes, entonces le dije:
   -Yo a vos te vi en un sueño... ¿Te acordás de mí?
   Ella me dijo que no con la cabeza.
   -¿En dónde estamos?  -le pregunté.
   -En un estado de conciencia entre la vida y la muerte. Yo estoy en coma, vos estás drogado.
   -¿Qué te paso?
   -Me quise suicidar tomando pastillas.
   Le miré la muñeca izquierda y ella al darse cuenta la levantó y me dijo:
   -Esto es de un intento previo... no funcionó obviamente.
   -¿Hace cuánto estás acá?
   -No sé... el tiempo no existe acá.
   Me pregunté si existía realmente o si era producto de ese estado de conciencia, entonces le dije:
   -¿Vos existís de verdad?
   Sí, existo -me contestó muy tranquilamente y tras unos segundos en silencio me dijo:
   -Quiero pedirte que cuando vuelvas le digas a cierta persona que no quise lastimarla, pero no pude soportar más... la vida no es para cualquiera. Para algunos es agradable, pero para otros cada segundo es insoportable.
   La miré pensando que no se veía tan castigada por una vida miserable.
   -No te ves tan triste.
   -No, acá se está mucho mejor -me dijo y me sonrió.
   -Hay un lugar de miseria ausente y de visiones agradables al que quiero llegar... ¿por qué no venís conmigo? -le dije.
-No puedo, la planta te lleva hasta ahí, vos la tomaste, pero para mí ya es tarde, ya estoy medio muerta.
   -¿Por qué entonces estamos en el mismo lugar?
   -Porque para vos lo peor no es la infelicidad, sino el sentirte inútil; la planta te lleva adonde quieras ir y vos quisiste inconscientemente llegar adonde tu ayuda fuera necesaria, por eso estás acá... Cuando vuelvas le vas a decir a cierta persona que el hecho de que me deseara la muerte no hizo que yo quisiera morir... no se tiene que sentir mal por eso, yo la perdono, quiero que ella me perdone a mí y quiero que sepa que siempre la quise y la voy a querer... le vas a hablar de la promesa de la cual juramos no hablar nunca con nadie, entonces te va a creer.
   La miré muy atentamente por lo que ella supo que no había necesidad de repetirme lo que había dicho.
   -Ya tenés que irte.
   Yo quería quedarme más tiempo con ella.
   -¿Por qué no venís conmigo?
   -No puedo.
   Me contó la promesa ya mencionada, me dio un beso y caminé de vuelta hacia este estado de conciencia.
   De vuelta acá me di cuenta de que sabía de ella no sólo lo que me había dicho, sino además todo tipo de otras cosas. Hechos de su vida y el sentir sufriente de su vida entera; llamé por teléfono a la persona con la que tenía que hablar y se sintió mejor al escuchar el mensaje de esa chica a través mío.
   Después de unos días de vuelta en la llamada realidad me doy cuenta de que la misma está sobreestimada y no entiendo cómo alguien podría querer vivir en ella; todo esto es muy pobre, miserable, descolorido. El amor no vale nada, la compasión te hace infeliz y (como dijo Discépolo) la infamia da el sendero.
   Quiero irme, quiero estar en donde el sentido parezca ser algo existente y en donde de nadie necesite; quiero que este mundo y toda esta vida no sean para mí más que recuerdos inofensivos de un pasado lejano; hay una sola manera, no hay absolutamente ninguna otra para alguien para quien la vida no es más que un castigo cruel de lograr salir de todo esto: la muerte en otro estado de conciencia.
   Querría tener a toda la vegetación de América fluyendo en mis venas, pero tengo que conformarme con lo que está a mi alcance: la planta ya mencionada y la yerba mate.
  Veo colores por todas partes, las nubes me rodean y el azul del firmamento oscurece al día convirtiéndolo en noche; el sonido es tan indescriptible como agradable. La visión de todo lo existente acá es cualquier cosa menos lastimante.
   Siempre quise morir y llevarme a todos conmigo, ahora no quiero nada de nadie. Me importan tanto los demás como yo le importo a ellos: absolutamente nada.
   Nadie puede ya lastimarme con su presencia o ausencia, no necesito a nadie.
   Ya no me importa el dolor de los demás, el sinsentido de las cosas, la felicidad, ni lo que sea que pueda pasar; siento hacia todo lo existente lo que todo lo existente sintió siempre hacia mí: absoluta indiferencia.
   El mundo puede seguir su curso, estallar en mil pedazos, la humanidad puede emigrar de la tierra, morir con ella, seguir igual o cambiar su naturaleza que a mí no me importa; estoy más allá de todo, nada me alcanza. Soy la criatura más insensible alguna vez existida en el universo; ya no tengo ganas de matar ni necesidad de amar.

   ¿Quién podría haber tenido como sueño cosa semejante?... Yo.

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