lunes, 2 de diciembre de 2019

Cine/teatro Magda Buen Ayre (cuento) – Martín Rabezzana



   Cualquier viernes a la noche en que uno se quede en su casa, tiene gusto a fracaso (al menos durante la primera juventud o al comienzo de la segunda), por lo que decidí salir aunque esa vez no tuviera a nadie que me acompañara.
   Eran tipo las diez y el clima era el esperado para una noche de primavera, o sea, fresco pero no frío; un clima ideal (por lo menos para mi gusto).
   Tras caminar un largo rato sin rumbo por las calles de Magdalena del Buen Ayre, entré a uno de esos restaurantes de comida saludable que por suerte están en expansión, no obstante, compensé lo hipotóxico de la comida vegetal que consumí con el alcohol de la bebida que tomé; tras terminar de comer volví a la calle en donde seguí vagando con la esperanza de que algo (¡lo que fuera!) pasara, pero nada ocurría. Mientras tanto pensaba en que mi habilidad para escribir me sirve tanto en este mundo como a Diógenes "el cínico" le sirvió la que (irónicamente, sin duda) manifestó tener al ser tomado como esclavo, ya que la leyenda cuenta que en tal circunstancia, su esclavista le preguntó qué sabía hacer, a lo que Diógenes le respondió: "mandar".
   En fin… seguí caminando y me llamó la atención un cine/teatro que con grandes letras luminosas se presentaba como: Magda Buen Ayre; no dudé un segundo en entrar, y no sólo por no tener nada que hacer, sino además por las ganas que tenía de ver por dentro ese lugar cuya fachada era hermosa y que yo nunca había visto antes, ya que a pesar de pasar por esa calle seguido, no recordaba haberlo visto, por lo que asumí que era nuevo.
   Entre al cine/teatro y me puse en la cola de la boletería para sacar una entrada y ver cualquier película; tras unas quince personas haber comprado sus entradas, llegó mi turno; la persona empleada en la boletería era una mujer negra (muy atractiva) que lucía una vestimenta algo exótica; yo, señalándole un afiche de una película que estaba anunciada para ser exhibida en algunos minutos, le dije:
   -Una para esa, por favor –y le extendí la plata.
   Tuve que señalarle el afiche en vez de nombrarle la película ya que en el mismo no había ningún título. Había solamente una imagen abstracta; la mujer, sonriendo me dio la entrada y el acomodador me dijo que me apurara ya que la película estaba por empezar, entonces entré rápidamente a la sala y me acomodé en una butaca; lo primero que noté fue que en la sala estaba yo solo a pesar de haber estado muy concurrida la cola para sacar entradas, por lo que habiendo varias salas, supuse que las demás personas habían entrado a alguna de las otras.
   La sala era de tamaño medio y estaba impecable; evidentemente el cine/teatro en su totalidad era una obra de arte arquitectónica extraordinaria; a los pocos segundos de haberme sentado, se apagaron las luces y me dispuse a ver la película, pero en la pantalla no apareció ningún filme, sino una serie de luces intermitentes a las que (posteriormente) relacioné con el elemento diseñado para alterar la percepción sin drogas llamado: "Dream machine"; pensé que se trataba de un error técnico que sería pronto subsanado, pero los minutos pasaron y tal cosa no ocurrió, por lo que me levanté de mi asiento y salí de la sala con la intención de contarle la situación a algún empleado del lugar, pero una vez fuera de la misma, me encontré con que el edificio parecía abandonado desde décadas atrás, ya que las paredes estaban cubiertas de humedad. El piso de madera, que hasta hacía apenas minutos estaba reluciente, lucía entonces opaco, agrietado y cubierto de tierra, y el cielo raso estaba lleno de telarañas;… Todo era muuuy raro, pero igual pude mantener la calma y empecé a llamar a media voz a algún empleado; dije:
   -Hooolaaaa… ¿Hay algún empleado del lugar presente?
   Nadie respondió, por lo que decidí ingresar nuevamente a la sala pero no pude porque encontré a su puerta cerrada con cadena y candados.
   Salí del cine/teatro y miré hacia arriba, entonces vi a las nubes desplazarse muy rápido como si el tiempo estuviera pasando a gran velocidad, y seguramente así era ya que tras menos de un minuto, el sol salió y me encontré repentinamente a plena luz del día.
   Tras mirar con gran sorpresa en todas las direcciones, resolví caminar hasta la plaza más cercana con la esperanza de encontrar a alguien a quien preguntarle dónde me encontraba, y creí que en una plaza podría llegar a encontrar a alguien, lo cual no parecía factible en la calle, ya que parecía ser yo el único transeúnte, y mientras más caminaba, más confirmaba que la ciudad de Magdalena del Buen Ayre en que me encontraba, se había vuelto una "ciudad fantasma", pero lejos de sentir miedo, lo que sentí fue una inmensa paz como si la quietud del exterior se hubiera infiltrado en mi interior; llegué a una esquina y vi a lo lejos a la morocha empleada del cine/teatro; con una seña de la mano me pidió que me le acercara, entonces empecé a caminar hacia ella pero ella se alejó, entonces detuve mi marcha y ella al notarlo volvió a indicarme que la siguiera, entonces volví a caminar hacia ella; tras transitar menos de una cuadra las construcciones de la ciudad empezaron a mutar hacia un estilo arquitectónico medievalesco, y como poco tiempo atrás había visto en la televisión un informe sobre "Campanópolis", pensé: "Esto se parece a Campanópolis", y tras algunos segundos, con convicción agregué: "No se parece: es".
   Caminé por el lugar y advertí que el mismo estaba habitado por muchas personas, ya que algún ser bondadoso parecía haberlo expropiado para ponerlo a disposición de todos los ciudadanos que, con la debida organización previa, podían postularse para pasar ahí unos días de esparcimiento con comida y alojamiento gratuitos (todo esto lo asimilé en ese momento de modo emocional sin necesidad de que me fuera explicado).
   La gente del lugar era de lo más variada, ya que no sólo había de todos los diferentes grupos estéticos por mí ya conocidos (es decir, los denominados común e incorrectamente: "razas"), sino también de otros que jamás había visto, entonces comprendí que los filósofos pitagóricos tenían razón al considerar que el interior de la tierra está habitado por seres inteligentes, ya que varios de ellos estaban entonces viviendo en la superficie y pasaban a mi lado. La cuestión es que más allá del asombro positivo que me causaba estar donde estaba y experimentar lo que experimentaba, no olvidaba que la empleada del cine me había pedido que la siguiera, pero la había perdido de vista, por lo que caminé durante casi una hora por Campanópolis (que en realidad en ese espacio temporal no se llamaba así, dado que tras su expropiación pasó a carecer de todo nombre) tratando de encontrarla, pero no lo logré, por lo que me resigné a no volver a verla y sentí malestar por primera vez en muchas horas ya que desde que había entrado al cine/teatro, mi sentir era de gran positividad; me senté a descansar en un banco público y tras un rato, me puse de nuevo en marcha; tras doblar una esquina el lugar volvió a convertirse en las inmediaciones del cine/teatro de Magdalena del Buen Ayre en el cual estaba horas antes, y si bien la urbanización correspondía a la de la realidad ordinaria y esta vez sí había gente en la calle, a lo lejos vi un mar cuyas aguas cambiaban regularmente de color, que antes no estaba; caminé hacia su playa y permanecí de pie mirando la puesta del sol (que seguramente era una de las tantas del día porque en ese lugar, así como repentinamente el sol salía, se iba) y entonces, cuando ya no lo esperaba, apareció la empleada del cine/teatro y me tomó de las manos, las llevó a sus hermosos labios, y las besó; quise decirle algo pero no pude. Ella tampoco me dijo nada y no parecía siquiera pretender hablarme, entonces entendí que es correcta la idea filosófica según la cual toda denominación que hagamos de un objeto o de un ser, constituye un reduccionismo limitante que nos impide entenderlo no sólo en su totalidad, sino también parcialmente, ya que a partir de las palabras aplicadas a ellos, vemos a las características estáticas que creímos percibir al darles nombres y dejamos así de advertir que están en permanente cambio, por lo cual el vocabulario es un impedimento para la comprensión de la esencia de todo lo existente, pero para mí había dejado de serlo ya que desde el primer contacto que las manos de la mujer hicieron con las mías, sin necesidad de palabras, entendí TODO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario