sábado, 10 de febrero de 2018

El Zero y el pibe de las rastas (cuento) - Martín Rabezzana



   A quien tiene la envidiable habilidad de adaptarse a todo (contextos, situaciones y personas), se lo denomina comúnmente: todoterreno, de ahí que a quien no se adapta a nada y se siente de más en todas partes se lo pueda denominar: ceroterreno, y así era él definible, de ahí su apodo tomado del número alusivo a la nulidad: cero (pero eligió escribirlo con Z), ya que no se adaptaba a nada, lo cual se supone que denota negatividad a nivel personal, pero… ¿es realmente así esto?... Si convenimos en que las cosas en el mundo están mal, sólo quien no se adapta a ellas puede estar bien, no obstante, admito que no toda persona inadaptada está bien, pero sí que todo aquel que está bien es necesariamente un inadaptado.

   Zero trabajaba en un vivero allá por principios de los años 2000; el sueldo era bueno ya que le pagaban en negro (aun quienes estaban en blanco solían cobrar en negro); en tiempos de crisis económica ésa es casi la única manera de tener un trabajo no profesional bien remunerado (menos mal que todo cambió desde entonces y ahora está todo re bien laboralmente) (y sí, fue un chiste).
    Todos los días pasaba frente al vivero un fana de Bob Marley; aun sin la remera del cantante se lo reconocía como tal por las rastas, la barba y el gorrito característico de los aficionados al reggae; la primera vez que vio a Zero le dijo:
   -Hola.
   -Hola.
   -¿Acá venden plantas fumables?
   -No, todo lo de acá es legal (menos el sueldo que nos lo pagan en negro).
   -Ah. Bueno, chau.
   -Chau.
   Al otro día volvió a pasar y a preguntar lo mismo y lo mismo se le respondió; a los pocos días volvió a preguntar lo mismo y obtuvo la misma respuesta; días después volvió y preguntó lo mismo, y presintiendo que la negativa no sería por él aceptada (ya sea por falta de lucidez debido a su alto consumo de humo o simplemente porque no se convencía de que fuera cierto lo que se le respondía), ante la pregunta consabida, Zero le dijo:
   -Mirá: en la plaza de enfrente hay plantas de "…"; las de hojas blanquitas se llaman "…" y las de hojas amarillitas se llaman "…"; podés hacer infusiones con esas hojas y tomarlas.
   El joven de las rastas muy animadamente dijo:
   -Y… ¿pegan?
   -Re… pegan. Eso sí: una clase de hojas es tan tóxica que si la tomás, te morís, la otra no; la tomás y no te morís, y lo bueno es que son legales y gratis.
   -Ajá. ¿Y cuál es la que te mata y cuál la que no?
   -Aaahh, eso no lo sé; decímelo vos.
   El joven de las rastas asintió en silencio y sonriendo dijo:
   -¡Gracias, che!
   Y se fue a la plaza a recolectar las hojas.
   Desde la distancia Zero lo miraba junto a un compañero de trabajo que había escuchado la conversación y le dijo:
   -Bueh… por lo menos por un tiempo este no jode más.
   Pasaron los días y el pibe de las rastas no volvía a pasar por el vivero, por lo que el compañero de trabajo de Zero ya mencionado, le dijo:
   -Che, me parece que se tomó las hojas más tóxicas el pibe, por eso no pasa más por acá… Para mí que lo mataste.
   -Naaa… ¡Si fue un chiste! ¿Cómo te vas a morir por tomarte esas plantas?
   Y en parte por sed, en parte por cambiar de tema, Zero dijo:
   -¿Hay algo de tomar?
   Su compañero le señaló un rincón en que había una botella de licor Legui, a lo que Zero dijo:
   -¡Hace calor! ¿No hay birra fría?
   -No, pero hay agua en la heladera.
   Zero no lo dudó y agarró la botella de Legui; decidió dejar el agua para cuando el licor se acabara; mientras tomaba de la botella pensaba: "¿Y si lo maté al pibe?... ¡Nooooo!... Tenía buena onda aunque fuera bastante rompepelotas, pero nadie se muere por tomarse una infusión de… ¿O sí?"
   Pasaron varios días más y el joven de las rastas seguía sin pasar por el vivero, por lo que el compañero de Zero, que ya le había comentado (buchoneado, mejor dicho) al otro empleado lo que al joven de las rastas Zero le había recomendado tomar, con indignación le dijo:
   -Me parece que sí lo mataste con lo que le dijiste que tomara… ¿Me podés decir qué te hizo el pobre pibe?
   -Nada, y no lo maté.
   El otro empleado dijo:
   -¿Y entonces por qué no volvió a pasar por acá? Pasaba TODOS LOS DÍAS aun antes de que vos entraras a trabajar acá.
   Zero, nervioso dijo:
   -Y… lo que pasa es que… seguramente no vuelve a pasar por acá porque... -entonces se quebró y agarrando con una y otra mano a sus compañeros de las remeras, sollozando dijo:
   -¡Tienen razón! Lo maté, lo maté… ¡LO MATEEEEÉ! ¡Pero fue sin querer!;… Me caía bien el pobre pibe; yo no quería matarlo, pero lo hice… …¡Soy un hijo de puta, soy un hijo de puta… SOY UN HIJO DE P…!
   Y en ese momento fue interrumpido por la bocina de una bicicleta. Tilín-tilín; era el pibe de las rastas que pasaba saludando efusivamente con la mano y diciendo:
   -Hoolaaa chicos. Chaaauuu.
   Zero lo vio y se re alegró; se puso en medio de la calle y mientras lo veía irse, le devolvió el saludo agitando enérgicamente las manos y diciendo:
   -¡Chaaauu piiibeeee!
   Después, con enorme y visible felicidad, empezó a decir a alto volumen con melodía musical y acompañando sus palabras con pasos de baile:
   -¡No lo maté. No lo maté, no… lo… mateeeé!
   Y no lo había matado.
   El motivo por el cual el pibe de las rastas había dejado un tiempo de pasar frente al vivero fue que se había ido unos días de vacaciones a la costa.
   Menos mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario