viernes, 25 de octubre de 2024

María Clara y compañía: fuego proletario (cuento) (capítulo 14) - Martín Rabezzana


Los primeros 13 capítulos de mi serie: “María Clara”, se encuentran en mis libros: “MATAR MORIR VIVIR” (los 6 primeros) y “Ni olvido ni perdón. REVANCHA” (los siguientes 7); el capítulo que sigue, será parte de mi próximo libro de cuentos. 

-Palabras: 2.434-


Nivelación de implicancias discutibles

   Cuando los militantes políticos de izquierda y anarquistas (en cuyas bases ideológicas está, por supuesto, la reivindicación de los sectores sociales más humildes), tienen un buen pasar económico, el mismo les suele ser recriminado y se los acusa de ser hipócritas, asumiéndose así, que para que uno actúe en favor de los pobres, también debe ser pobre, lo cual es totalmente absurdo y equivale a pretender que a alguien que en el mar, se está ahogando, lo ayude otra persona que también se esté ahogando, en vez de pretenderlo de una persona que, viajando cómodamente en un barco, por el lugar, pase, y vea la situación, cuando es justamente ésta última la que está en condiciones de tirarle al bañista en apuros, un salvavidas, y no así, la primera, y a nivel social, lo mismo pasa; es lógico que se interesen en mejorar el nivel de vida de quienes peor económicamente están, quienes en ese sentido, están bien, pero como ya dije… cuando esto ocurre, se da hacia ellos, una reprobación que, lejos de ser rechazada por la conducción de Montoneros (cuyos miembros, así como gran parte de los militantes de dicha organización, procedían de un sector socioeconómico medio), fue considerada válida, y fue por eso que la misma dispuso la “proletarización” de sus integrantes que resultó en que los mismos debieran buscar trabajos en fábricas y renunciar (de tenerlos), no sólo a trabajos bien remunerados, sino también, a sus vocaciones, ya que muchos de quienes habían estudiado una carrera y habían logrado así, acceder a trabajos bien pagos, lo habían hecho justamente por vocación.
   Si uno se considera igualitarista y pretende por eso, que exista una sociedad sin clases económicas, debería pretender que quien está arriba, descienda, que quien está abajo, ascienda, y que quien está en el medio, SE QUEDE AHÍ, sin embargo, los jefes montoneros, al imponer la “proletarización” de todos los integrantes de su organización, pretendieron hacer descender a quienes eran de clase media, constituyendo dicha (absurda) medida, una nivelación hacia abajo… No obstante lo dicho, algo bueno resultaría de esta medida que llevó a que María Clara (anarquista que, por sobrevivir, se sumó a Montoneros) y dos de sus compañeros, ingresaran como empleados de mantenimiento a la planta de Mercedes Benz, ubicada en Sargento Cabral 3770, de la ciudad de Munro (partido de Vicente López, provincia de Buenos Aires, Argentina, América, planeta tierra)… al menos, “bueno”, según el criterio contrarrepresor/revanchista, que probablemente sea el de aquel que este texto, en este momento, está leyendo (¿Me equivoco?).

Proletarios provisoriamente “pacíficos” || Marzo de 1977

   Tras poco menos de dos semanas de María Clara y dos compañeros guerrilleros, haber ingresado (presentando documentos de identidad, falsos) como empleados de mantenimiento a la planta automotriz ya mencionada, mientras los tres se encontraban en los alrededores de la oficina de la gerencia (los varones, barriendo, y María Clara, limpiando una ventana), escucharon parte de una conversación que varios obreros que trabajaban en la sección “pintura”, tuvieron con el gerente.
   Por carecer de la indumentaria protectora adecuada al estar en contacto con los químicos en los que son sumergidas las carrocerías de los vehículos previo a ser pintadas, varios empleados se habían enfermado gravemente, de ahí que unos 15 obreros se hubieran acercado hasta la oficina ya mencionada, para pedir que, cuanto antes, les fuera brindada la protección necesaria para la realización de sus trabajos; ese mismo pedido, el gerente, semanas atrás, había prometido complacer, pero como no había cumplido, los trabajadores habían tenido que insistir, pese al miedo que pedirle algo a esa persona, les generaba.
   El gerente en cuestión, era un alemán que había entregado a empleados desobedientes de una planta de Mercedes Benz en Sindelfingen, Alemania, de la cual, en los años ‘40, también había sido gerente, a la represión nazi; en 1944, consciente de que la derrota bélica de Alemania era inminente y de que los empleados a su cargo, denunciarían su accionar ante las nuevas autoridades, pidió ser transferido a la Argentina en pos de ganar impunidad; ya en una sucursal local de Mercedes Benz, entre otras cosas, había estado a cargo de ubicar laboralmente a la porquería de Adolf Eichmann en alguna sección de dicha empresa cuando éste, se refugió en el país; para 1977 (y ya desde mucho antes), el alemán estaba en edad de jubilarse, y casi lo hace en el año ‘73, dado que durante la “primavera camporista”, las autoridades, por orden presidencial, debieron suspender sus acciones represivas más extremas, cosa que a él, no le gustó en absoluto, de ahí su consideración de jubilarse, pero como el periodo izquierdista solamente duró 49 días, tras los cuales, Perón derechizó su política, decidió seguir en su puesto, esperanzado de que el gobierno se derechizara más y más, lo cual, lamentablemente ocurrió; así fue que el periodo posterior al de Cámpora, que fue el del presidente provisional, Lastiri, fue uno en el que la represión ilegal perpetrada por las autoridades, aumentó; tras el mismo, siguió aumentando durante la presidencia de Perón; también aumentó tras asumir la presidencia, la previamente vicepresidente: María Estela Martínez, y aumentó todavía más, tras el golpe militar de marzo del 76; al gerente alemán en cuestión, todo esto lo hacía sentir que su poder sobre la vida y la muerte de sus empleados, empezaba a ser total, y eso le encantaba; lo hacía sentirse joven otra vez, como si estuviera de nuevo en el nefasto (y para él, glorioso) periodo de su juventud, en el que, en su país natal, gobernaba Adolf Hitler. Fue por todo esto que decidió seguir “trabajando”, pese a su avanzada edad.
   El tipo era sin dudas, temible, de ahí que ninguno de los obreros (que algo de todo lo dicho, sobre él, habían escuchado) dudara de que hablara en serio cuando éste, tras ellos insistirle con que se les proporcionara la indumentaria de seguridad necesaria, les dijo:
   -¡Zurdos desagradecidos!;… Ninguno está obligado a quedarse, por eso es que, a quien no le guste ser parte de esta fábrica, le informo que puede irse cuando quiera, y quien no obstante su desagrado por las condiciones de trabajo, decida quedarse, va a ser mejor que se deje de joder con los reclamos, porque… -y señaló un teléfono -yo no tengo más que llamar al Comando Zona de Defensa 4, y de inmediato a ustedes los hacen DE-SA-PA-RE-CER -seguidamente señaló la puerta de salida de su oficina y de modo tan agresivo como acababa de expresarse, dijo: -¡Retírense ya mismo!
   Totalmente apesadumbrados, sin discutir, los obreros se retiraron.
   Horas después, durante un descanso, mientras María Clara se encontraba en un patio de la fábrica junto a sus compañeros combatientes cuyos apodos eran: Aldo y Salazar (éste último era un chileno procedente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que entonces se encontraba en las filas de Montoneros), la joven les dijo:
   -Del nazi ese que está de gerente, tenemos que encargarnos cuanto antes.
   Aldo dijo:
   -Hoy mismo me voy a comunicar con Fernando -que era un superior-, le comunico todo esto y...
   María Clara lo interrumpió.
   -No no no… va a tomar mucho tiempo y además, mirá si nos niegan la realización de la operación.
   Salazar dijo:
   -Es verdad; lo más probable es que no la aprueben, porque la conducción planea reservar las fuerzas para hechos más grandes que el ajusticiamiento de un gerente. Además, no hace falta que nos manden combatientes; con nosotros tres, basta y sobra, ¿o no?
   -¿Cuántos son los que custodian al nazi? -preguntó Aldo.
   María Clara dijo:
   -Solamente dos; uno va con él en calidad de chofer en un Mercedes, y otro va detrás en un FIAT 125.
   Aldo dijo:
   -Entonces es cuestión de que los embosquemos en cuanto salgan de acá.
   María Clara, tras negar con la cabeza, dijo:
   -No, por los alrededores de la fábrica deben haber varios policías de civil; mejor va a ser que lo hagamos cerca de su casa, cuando el tipo vuelva del trabajo.
  -Hay que averiguar en dónde vive -dijo Aldo.
   Salazar dijo:
   -Muchos obreros que están desde hace años acá, se la quieren dar al hijo de puta ese;… Yo entré en confianza con varios de ellos; seguramente saben en dónde vive.
   María Clara dijo:
   -Buenísimo… entonces, vos encargate de averiguar su dirección, y tras terminar la jornada, empezamos a planear la operación.
   La jornada laboral concluyó, y ya en la calle, a varias cuadras de la fábrica, tras asegurarse de que nadie cerca hubiera que pudiera escuchar lo que decía, tras sacar de un bolsillo un papel y exhibirlo a sus compañeros, el combatiente Salazar, dijo:
   -Conseguí la dirección: Mariano Pelliza 602, Olivos. Además, un compañero que varias veces fue llevado por el gerente, a realizar reparaciones en su casa, me llegó a decir cuál es el recorrido que el tipo hace, al volver a su domicilio.
   Tras escuchar esto, sus dos compañeros lo palmearon en un hombro y María Clara le dijo:
   -¡Grande Sala’!

Proletariado en armas

   Al día siguiente, en horas de la tarde, tras salir de la fábrica, el gerente subió al asiento del acompañante delantero de su Mercedes y en compañía de uno de sus custodios, que también era su chofer, emprendió el regreso a su casa; detrás de él, en un FIAT 125, iba otro custodio; a todo esto, en un Renault 6, María Clara y Aldo, se dirigieron rápidamente hacia el domicilio del sudopa (1) explotador, por un camino distinto a aquel por el cual, él transitaba; lo mismo hizo el chileno Salazar, que no tenía el objetivo de llegar hasta la vivienda de la persona por ajusticiar, sino de quedarse a la vuelta de la misma, en pos de ocuparse del custodio del FIAT 125, fue así que en la calle Francisco Borges al 600, casi esquina Leonardo Rosales, estacionó su Torino; por esta última calle, menos de dos minutos después, vio pasar al Mercedes Benz del gerente, entonces encendió su vehículo y cuando a los pocos segundos vio acercarse al FIAT del custodio, arrancó, y a toda velocidad, lo embistió; el choque no dejó lesionado a Salazar, por él haberse previamente puesto el cinturón de seguridad que, tras el impacto, se desabrochó, para seguidamente empuñar un revólver de alto calibre, salir del vehículo en dirección al FIAT, y tras acercarse a la puerta del conductor (cuya ventanilla estaba bajada), disparar repetidamente contra el custodio (que se encontraba semiinconsciente), causándole con los disparos, la muerte. A todo esto, los otros dos combatientes habían estacionado su auto en la calle Mariano Pelliza, a la altura aproximada de 620, es decir, no muy lejos de la casa del gerente; habían bajado del mismo y se habían quedado vagando por el lugar; Aldo caminó por la vereda de la casa del alemán y la pasó de largo por unos cuantos metros, mientras tanto, María Clara se mantuvo en la dirección opuesta, ya que la idea era que cuando el auto del facho sudopa, estacionara frente a su casa y sus ocupantes, descendieran, ambos combatientes pudieran atacarlos desde distintas posiciones, y así ocurrió; segundos antes de que Salazar disparara contra el custodio del FIAT 125, el chofer/custodio del gerente, estacionó frente a la vivienda de su jefe, apagó el motor, y ambos procedieron a abrir sus respectivas puertas, fue entonces que María Clara salió de detrás de un árbol, se acercó a la puerta del conductor, y contra el custodio, disparó con una pistola, repetidas veces, hiriéndolo en el cuello y en el hombro izquierdo, lo cual, llevó al herido (que no había alcanzado a bajar del auto) a cerrar de inmediato la puerta y a trabarla; mientras tanto, del otro lado, Aldo disparó su pistola contra el gerente, pero éste, a través de un espejo retrovisor, había logrado advertir la llegada de su ultimador a tiempo, por lo que había cerrado velozmente la puerta y había evitado así, ser impactado por las balas que le fueron dirigidas, ya que el vehículo era blindado; el alemán, tras trabar su puerta, con desesperación, le dijo al chofer:
   -¡Arrancá arrancá!
   Pero el tipo, producto de las heridas, estaba ya más muerto que vivo; al advertirlo, el gerente intentó desplazarlo para situarse él frente al volante y escapar del lugar, pero no pudo hacerlo porque el custodio era muy pesado y además, él tenía la debilidad propia de su avanzada edad; a todo esto, tanto María Clara como Aldo, dispararon varias veces contra el Mercedes que, como ya dije, era blindado; tras advertirlo, María Clara fue corriendo hacia el Renault 6 en el que había llegado, abrió el baúl, y del mismo sacó un lanzallamas cuyo tanque, a modo de mochila, de inmediato puso sobre su espalda, después, rápidamente se acercó al Mercedes Benz y tras gritarle a Aldo que se alejara y él, hacerlo, mientras con ambas manos sostenía el cañón del arma incendiaria, dirigió una tremenda llamarada hacia la parte inferior del vehículo, que resultó en que el fuego ascendiera rápidamente y el alemán, entrara en un pánico total al ver (y sentir) a las llamas subir a su alrededor; esto lo llevó a decidir salir, pero previo a hacerlo, empuñó la pistola que siempre portaba, le sacó el seguro y la amartilló; seguidamente salió del auto y fue de inmediato ultimado por varios disparos efectuados por Aldo; mientras tanto, Salazar se había acercado al lugar de éste último hecho, con su Torino por la calle Rosales; una vez casi en la esquina con Pelliza, frenó el auto, del mismo bajó, y miró hacia ambos lados en pos de divisar a un posible vehículo de las autoridades, acercarse; cuando miró hacia su izquierda, vio a lo lejos a un patrullero aproximarse a toda velocidad, fue entonces que volvió rápidamente a su vehículo, agarró un Fusil Automático Pesado (2), le dispuso una granada en el cañón, que apuntó en dirección al espacio debajo del rodado entre ambas ruedas delanteras, y disparó; al estallar la granada bajo el auto policial, el mismo volcó, y tras esto ocurrir, tanto Salazar como Aldo, se acercaron al patrullero y remataron a sus dos ocupantes con una enorme cantidad de disparos. Seguidamente, Salazar volvió al Torino y María Clara y Aldo, al Renault 6.
   Los tres combatientes escaparon exitosamente del lugar.


(1) Me referí como "sudopa", a alguien procedente de un país que dicen, está ubicado en el centro de las Europas, y a quienes son del centro, yo también, por odio, tengo derecho a considerarlos del siempre despreciado, sur.

(2) Fusil Automático Pesado (FAP); esta arma no sólo dispara balas, sino también, granadas.

jueves, 19 de septiembre de 2024

(Serie: M & L; cap. 3) Hechicera americana (cuento) - Martín Rabezzana

(Este capítulo tiene un bis; se encuentra en la serie de "María Clara Combatiente", y se llama: "María Clara: ex combatiente"; en el mismo, que es el tercero de esa serie (publicado en mi libro: "MATAR MORIR VIVIR"), aparecen Mora y Leandro, y se presenta el encuentro al que en este capítulo, solamente se alude).

-Palabras: 3.306-


Nueva senda

   Mora me había encontrado, y lo había hecho del modo más extraño imaginable, lo cual coincide con la búsqueda previa que de mi persona, ella había hecho, la cual, tampoco tenía nada de ordinario, como no lo tuvo tampoco, lo que vivimos durante el encuentro, ya que el mismo tuvo similitudes con experiencias de tipo metafísico.
   El encuentro no se había dado por casualidad, dado que ella me había buscado, y tampoco la búsqueda había sido común, como prácticamente nada lo era ante la presencia de esa chica que parecía (y lo era) ser capaz de subvertir el orden racional y reconfigurarlo de un modo acorde con el de las necesidades experimentadas por espíritus de los más sufrientes, entre los que estaba, el mío.
   De la senda de lo ordinario, de la mano de Mora, yo me había empezado a desviar, y esa senda era una de aburrimiento, frustración e infelicidad, casi permanentes; la de lo extraordinario, era de total diversión, realización y felicidad, de ahí que en ningún momento haya dudado de que con esa mujer, debía ir literalmente A DÓNDE FUERA que ella quisiera llevarme.

Cierta mañana del año 2004

   Estábamos entonces viviendo en la casa que un familiar de Mora le había prestado, en la calle Matienzo al 30 (altura aproximada), de la ciudad de Quilmes (Buenos Aires, Argentina, AMÉRICA, planeta tierra); una mañana, cerca del mediodía, Mora, que hacía un rato había salido, volvió, abrió un cajón del cual, sacó un sobre que guardó en un bolsillo, me tomó de una mano y al tiempo que casi me arrastraba y me decía: “¡Vení vení vení!”, me llevó casi al trote hasta una calle a la vuelta de donde estábamos; antes de llegar a la esquina con Yrigoyen, le pregunté adónde íbamos, pero no respondió, simplemente me dijo: “Ya vas a ver”; transitamos una cuadra y al llegar a la esquina con Ortiz de Ocampo, doblamos a la derecha; una vez en esta última calle, a la altura 28 (aproximadamente), nos detuvimos y Mora dijo:
   -Llegamos -y señalando un Renault 4 modelo ‘74, estacionado sobre la vereda, en cuyo techo había una lata de aceite, lo cual, por supuesto, indicaba que el vehículo estaba en venta, me dijo: -Este es el auto que me voy a comprar. ¿Te gusta?
   Yo dije:
   -Sí… está bien; tiene sus años ya, pero... es un autito lindo;… -después le dije: -Si querés, con algunos ahorros que tengo, más algunas cosas que podría vender, pongo plata y comprás un auto un poco más actual.
   -¡Nooo! -dijo Mora -Tiene que ser ÉSTE.
   -¿Por qué, éste?
   -Ya lo vas a saber.
   Seguidamente un señor mayor que, tras ver a Mora por la ventana, con quien un rato antes había hablado, abrió la puerta, alegremente nos saludó, y ella dijo:
   -Hooolaaa; venimos por el auto.
   El señor nos hizo pasar, Mora le entregó un sobre con plata, firmaron algunos papeles, y él dijo:
   -Bueh… ¡Menos mal! Creí que a ese auto no lo iba a vender más.
   Entonces Mora dijo:
   -Y menos mal que usted nos lo vendió, porque para nosotros, tiene un valor inconmensurable.
   -¿Por que? -preguntó el señor.
   Mora guardó silencio mientras sonreía, entonces, pensando rápido, yo dije:
   -Es que… los padres de ella tenían un Renault 4, y los míos también; por eso para nosotros es muy especial; es mucho más que un auto.
   El señor dijo:
   -Ah, bueno… ahora entiendo, y me alegro de que el auto vaya a parar a manos de gente que lo aprecia tanto; para mí fue siempre un simple medio de transporte; lo compré usado en 1986, y cuando a principios de los 90, me gané una camioneta en un sorteo, lo quise vender, pero era tan irrisorio lo que me ofrecían, que lo guardé y sólo cada tanto lo usé en los últimos muchos años, por eso no tiene tantos kilómetros encima como tendría, si lo hubiera seguido usando diariamente, y recién el mes pasado se me ocurrió volver a ponerlo en venta, y esta vez, decidí venderlo por lo que el primer comprador me ofreciera, que asumí, sería muy poco, pero esta señorita me ofreció bastante, aunque yo le dijera que por mucho menos, se lo vendía.
   -Es que el que usted lo haya guardado, no fue por casualidad; el destino quiso que lo conservara para nosotros, y eso merece su recompensa -dijo Mora.
   El señor, sonriendo dijo:
   -Parece que así fue;… ...En fin; un gusto haber tratado con ustedes.
   -Igualmente -le dije.
   Seguidamente, Mora y yo, le estrechamos la mano, y nos retiramos en el viejo Renault, que ella condujo.
   Una vez en el mismo, nada raro sentí, pero como a las tres cuadras, empecé a tener reminiscencias de mí mismo, viajando junto a Ulises y María Clara; yo era Elena; inmediatamente me emocioné hasta las lágrimas y Mora, sonriendo me extendió una mano que, yo besé; nada al respecto le dije y nada al respecto, Mora me preguntó; ninguna falta hacía, ya que ella, evidentemente sabía el por qué de mi emoción, y fue un caso más de una comunicación sin palabras entre nosotros, que daba cuenta de que nuestra comunión espiritual, era muuuy fuerte, y todo indicaba que la misma, lejos de disminuir en intensidad, continuaría aumentando.

Hechizo que día a día, se fortalece

   Yo creía que el amor romántico era una especie de espejismo, o sea, algo que vemos a lo lejos y nunca alcanzamos, y que cuando creemos haberlo alcanzado, lo que en realidad alcanzamos, no es una realidad, sino una ficción, y es cuestión de tiempo para que se nos descubra en su condición de tal; también creía que, del amor romántico, verdaderamente existir, el mismo implicaba no tocar a la persona a la que se ama, ya que al tocarla, dicho sentimiento se empezaría a descubrir en su carácter no fáctico; básicamente, creía que al tocar a lo amado, el hechizo se rompería.
    No obstante mi juventud, yo sabía que la atracción sexual, crea una ilusión de amor que, tras no mucho tiempo de estar con la persona por la cual, la misma experimentamos, se diluye y se desvanece por completo, quedando entonces en evidencia que el amor, no era real, sino ilusorio, y por supuesto que existen casos en que el mismo no es ilusorio, sino verdadero, se mantiene y termina durando toda la vida, pero son los menos, no los más, y por más que en dichos casos, el amor se mantenga, lo que no se mantiene por siempre, es la pasión, pero en el caso de Mora y mío, ambas cosas se mantendrían y aumentarían; de eso puedo dar perfecta cuenta porque más de veinte años pasaron desde que la conocí, y el sentir que Mora me produjo en esos tiempos, es el mismo que me produce hoy, y aun ante los hechos cotidianos más ordinarios, no sólo cuando se acuesta sobre mí, me cubre con su largo y americanísimo, pelo negro, me mete la lengua en la boca, lleva una de mis manos a su entrepierna y me dice que necesita ahí, mi lengua; ni sólo cuando me practica sexo oral, ni sólo cuando me pide que la penetre vaginal y analmente…
   Yo creía... y en las cosas mencionadas en que creía, gracias a Mora, no creo más.

Cierta noche

   Una noche, tras un encuentro de amor sexual, ideal, como con ella no podía no ser, Mora se acercó a un aparato cubierto con una sabana, lo descubrió y me dijo:
   -¿Querés ver una película?
   -Dale.
   Entonces me acerqué al aparato, que era un proyector antiguo, tanto, que dudé sobre si podría funcionar, por eso pregunté:
   -¿Anda, esto?
   Mora dijo:
   -Espero que sí -y agarró una lata de película; después dijo:-, porque esta película, la TENEMOS que ver; es muuuuy importante para nosotros.
   -¿Qué película es?
   -Es una parte del documental: “Cazadores de utopías”; es sobre Montoneros.
   -Ah, sí; ya lo vi ese documental, pero igual, lo puedo ver de nuevo.
    -No -dijo Mora -; esto no lo viste porque esta cinta es inédita; es un testimonio que quedó fuera del corte final que el director hizo del documental; me la dio una asistente de su producción, cuando supo del interés que yo tengo por ese tema; yo tampoco la vi todavía.
    -¡Buenísmo! Veámoslá.
   Entonces Mora puso la película en el proyector, apagó la luz, y se sentó a mi lado en un sillón.
   En el filme, había unos 35 minutos de testimonio de una anarquista que, por sobrevivir, en 1974 se había hecho combatiente montonera; al verla, inmediatamente dije:
   -María Clara…
   Y Mora me apretó una mano.
   Yo estaba totalmente sorprendido, porque era la primera vez que veía a esa mujer, no obstante, sentí que la conocía de alguna parte, pero… ¿de dónde? Y como si me hubiera leído el pensamiento, Mora dijo:
   -De nuestra vida anterior.

Década de 1990.

   El director dijo:
    -Acción.
    Entonces María Clara empezó a hablar.
    -Tras el derrocamiento de Perón en 1955, los militantes que se organizaron para resistir a la dictadura, lo hicieron por cuenta propia, de ahí que Perón fuera para ellos, un líder más simbólico que concreto, ya que el liderazgo real, era el de los militantes barriales y sindicales, destacados, pero incluso ese liderazgo, era relativo, porque todo lo hecho por los grupos que conformaban la resistencia peronista, se decidía por medio de la democracia directa, es decir, tendían a la autogestión; así fue que a fines de los 60, cuando, producto de insurrecciones masivas en todo el país contra la dictadura de Onganía y de los actos de contrarrepresión realizados por organizaciones guerrilleras contra empresarios explotadores y de las Fuerzas Armadas y de “seguridad”, el gobierno de facto fue desestabilizado y el empresariado que lo había financiado, vio que sus privilegios no estaban siendo bien protegidos por el mismo, se habilitó la democracia representativa y se levantó la proscripción al peronismo, así fue que el representante de Perón, Héctor Cámpora, llegó a la presidencia, y, como ya expuse, cuando volvió el peronismo al poder, las organizaciones peronistas que se habían conformado con Perón en el extranjero, tenían autonomía, y por esa autonomía, ningún problema tenían en desobedecer a Perón, cuando lo que él disponía, no era considerado por ellos, correcto, lo cual se vio expuesto en el desacato masivo al “Pacto social”, implementado por Perón a través de Cámpora; el mismo tenía como objetivo, conciliar a la clase trabajadora con la empresarial, e implicaba, entre muchas otras cosas, congelar precios y aumentar progresivamente, mes a mes, durante años, los sueldos de los trabajadores, mientras que a la clase empresarial, se la buscaba complacer, suspendiendo la negociación de sueldos durante dos años; este “pacto”, que en un principio fue exitoso, fue rápidamente roto tanto por la clase empresarial, que aumentó los precios, como por los trabajadores, que reclamaron mayores aumentos de sueldos; la izquierda peronista, que tenía por representantes principales a Montoneros y a la Juventud Peronista, abiertamente llamó a romper el pacto, que no era otra cosa que romper con Perón, por más que sus integrantes siguieran llamándose “peronistas” y manifestaran que ser leales a Perón, no tenía por qué implicar, no disentir con él; la cuestión es que, cuando Perón se dio cuenta de que al sector revolucionario izquierdista de su movimiento, no lograba subordinarlo, le dio luz verde al sector derechista para reprimirlo; fue ése el motivo principal por el que Perón habilitó lo que ahora llamamos: “terrorismo de estado”, y no así, su intención de aniquilar guerrilleros, que, en el caso de los de corte peronista, habían suspendido sus acciones tanto durante el gobierno de Cámpora, como durante el de Perón;… El ataque en 1974 del grupo marxista ERP, al cuartel de Azul, le dio a Perón la excusa perfecta para intensificar el exterminio de los “psicópatas” (así llamó a los guerrilleros) que públicamente manifestó, que debía hacerse, pero insisto con que no fue ése el motivo de la represión a gran escala que ya en el 73, a través de la Triple A, contra los militantes de izquierda y del anarquismo, se había iniciado, y así fue que fueron perseguidos, secuestrados, torturados, muertos, y en algunos casos, hechos desaparecer, no sólo guerrilleros, sino también, militantes sociales desarmados que, al concienciar que el hecho de no haber tenido participación en la lucha armada, no les aseguraba en absoluto quedar fuera de las listas de objetivos a reprimir de las organizaciones de sicarios de la derecha, decidieron empuñarlas, y ya no en un intento de construir una “patria socialista”, sino de sobrevivir; este fue mi caso;… yo nunca fui peronista; mi ideología siempre fue anarquista y hasta era pacifista, hasta que en el año ‘74, allá en Rosario, de donde soy oriunda, una patota de la Triple A, me intentó secuestrar, hecho que fue frustrado por dos montoneros que me propusieron unirme a ellos, cosa que hice, e insisto con esto, porque me gustaría que quedara bien claro, ya que no se trata sólo de mi caso, sino también, del de muchos otros: yo nunca agarré armas por convicción política, sino por sobrevivir.
    El testimonio de María Clara Tauber (del que en este texto se presenta sólo un extracto), fue muy extenso, y mientras lo escuchábamos, tanto Mora como yo, estábamos como hipnotizados, ya que quien lo realizaba, era sin dudas, una persona muy querida por ambos.
    Al testimonio de María Clara, el director de “Cazadores de utopías” (documental estrenado en 1996), David Blaustein (su director) decidió no incluirlo; ante esto, la gran pregunta es: ¿por qué? Y se la formulé a Mora, que me respondió:
    -No lo sé, pero yo creo que fue porque el director quiso mostrar un compromiso total por parte de los militantes de la izquierda peronista, con la causa de la justicia social, y lo dicho por María Clara, no iba precisamente en ese sentido.
    Eso fue lo mismo que la propia María Clara había pensado, cuando, una década después de su realización, vio el documental en televisión y notó que su testimonio no había sido incluido, lo cual, no la sorprendió en absoluto y hasta consideró mejor que así fuera, y no porque hubiera cambiado de opinión respecto de lo que en el mismo, manifestó, sino porque su inclusión, tal vez le habría hecho ganar una notoriedad que, por ella ser de perfil bajo, prefería no tener.
    Mora, con mucho énfasis, dijo:
    -Tenemos que ir a verla a María Clara, por nosotros y también por ella.
    -¿Por qué, por ella?
    -Porque a ella le va a hacer bien reencontrarse con viejos amigos a los que creía perdidos para siempre.
    -¿Sabés en dónde vive?
    -Sí, en Rosario.
    Y sin dudarlo un instante, dije:
    -Mañana mismo vamos.
    Mora, sonriendo asintió.

A la mañana siguiente

    En el Renault 4 de Mora, fuimos a Rosario; una vez ahí, nos dirigimos a la Facultad de Humanidades y Artes, de la Universidad Nacional de la ciudad mencionada, en la cual, María Clara era profesora de letras, y con ella nos encontramos; el encuentro fue extremadamente emocionante para los tres, y ante lo que ella contó, mi visión de todo, se amplió, y sentí estar concienciando (aun más de lo que ya lo venía haciendo) que este plano, es tan sólo uno de muchos otros, sin embargo, nada que ver con lo metafísico, tuvo, lo que María Clara, nos contó, ya que si bien, por ser lo por ella contado, vivencias de personas que al límite, habían pasado por este mundo, por consiguiente, lo que escuchamos, muy lejos estaba de ser ordinario, lo más extraordinario para nosotros fue el hecho de que nuestro sentir nos confirmara lo que ya sospechábamos, y esto es que, Mora y yo, éramos reencarnaciones de Ulises y Elena, que fueron los combatientes que a María Clara salvaron de una patota de la Triple A y la invitaron a unirse a Montoneros; esto, nosotros ya lo sabíamos por las reminiscencias que habíamos tenido, sin embargo, María Clara, al contarnos historias vividas con Ulises y Elena (que coincidían con nuestras reminiscencias), nos lo terminó de confirmar, y fue así que la mínima duda que a ese respecto, pudiéramos llegar a tener, se deshizo totalmente; la mayor confirmación de que en nuestras vidas anteriores, habíamos sido compañeros de María Clara, se dio cuando ella, al vernos por primera vez en nuestras presentes formas materiales, se refirió a nosotros como “Ulises” y “Elena”, de ahí que ninguna duda hubiera en mi persona a esa altura, de que lo que denominamos: “vidas pasadas”, son capítulos anteriores de la misma novela interminable en la que se desarrollan nuestras existencias actuales, y el hecho de que por algún motivo se nos hubiera revelado lo ocurrido en el capítulo anterior de nuestra novela, claramente tenía que ver con que alguna fuerza nos estaba indicando que debíamos darle continuidad al capítulo anterior.
    Tras el encuentro que se extendió por varias horas con nuestra queridísima María Clara, volvimos a subir al auto y a emprender la ruta.

Deber insurreccional

    La ley no es otra cosa que la voluntad de quien la hace, impuesta sobre los demás, y la misma… ¿cómo se hace cumplir? Con amenazas de penas y ejecución efectiva de las mismas, que gente armada, impone; DETRÁS DE LA LEGISLACIÓN DE TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO, ESTÁN LAS ARMAS, de ahí lo absurdo de que haya personas a favor de la existencia misma del estado y que, por considerarse “pacifistas”, condenen a quienes usan o reivindican el uso de la violencia, asumiendo que ellas mismas, no lo hacen, cuando en realidad, con su aceptación de la validez de cualquier estado (sea cual sea la forma de gobierno que lo comande), están apoyando a un sistema que se basa totalmente en la violencia.
    A las leyes no las hace quien quiere, sino quien puede; el que se puede imponer a otro, se da la legitimidad a sí mismo, de ahí que TODA LEY SEA DEL MÁS FUERTE; el que no tiene la fuerza para imponerse a grandes sectores de la sociedad, no hace las leyes, de ahí que la ley sería válida, únicamente si el derecho fuera la fuerza, de no serlo, las leyes carecen de toda validez, pero supongamos que el derecho es la fuerza… ¿cuál es la diferencia entre quien, desde una estructura estatal, usa la fuerza para que su voluntad, se haga, y alguien que la usa con el mismo objetivo, fuera de dicha estructura? NINGUNA; la diferencia está en la percepción que se suele tener, de uno y otro, dado que en realidad, ambos son iguales.
    Como supuestamente las leyes se basan en la ética de quienes las hacen, respetar leyes hechas por otros, implica resignar a la propia ética, y las leyes muchas veces son contrarias a la consideración de qué es ético, de los propios legisladores que las hacen, ya que los mismos comúnmente presentan proyectos de leyes, o votan por los de otros, por motivos de conveniencia política del momento, económica, u otros, y no por considerarlos éticos, de ahí que, según mi criterio, lo lógico por hacer, JAMÁS sea actuar de acuerdo con lo que dicten las leyes, sino de acuerdo con lo que uno sienta correcto, SEA LO QUE SEA, y si lo que uno considera correcto, coincide con lo que dictan las leyes, bien, y si no… lo que corresponde, es transgredirlas.

    Si bien todo esto lo racionalicé posteriormente, lo sentí en el momento en que Mora, apuntó con un revólver a ese integrante (en ese momento, desuniformado) de una fuerza de “seguridad”, que había sacado su arma con la intención de dispararme, tras yo haber derribado de un golpe a su cómplice, también perteneciente a una fuerza represiva del estado, en circunstancias en que ambos se conducían de un modo no precisamente, legal… lo que siguió fue...

Hermanos alados (cuento) - Martín Rabezzana

(Cuento publicado en mi libro número 17: "Llamamiento a la violencia").

-Palabras: 2.408-

  En la ciudad de La Plata, en algún momento del año 2033, en la casa del joven partisano Eliseo Reyna, en la cual, varios compañeros suyos de sacros hechos ilícitos, se encontraban (hombres y mujeres), irrumpieron muchos uniformados que, a los gritos y mientras los apuntaban con armas, les ordenaron que se tiraran al piso; tras ellos acatar la orden, fueron detenidos; detenciones similares se dieron al poco tiempo en distintos lugares del país de personas pertenecientes a la misma agrupación armada cuyo nombre era: “Defensores de América”.
   Tras estar detenidos toda una noche, los jóvenes fueron llevados a un juzgado en el que se les tomó declaración indagatoria; todos ellos habían acordado previamente que, de a esa instancia llegar, dirían la verdad, ya que consideraban que lo por ellos realizado, había sido correcto y además, que la difusión de sus acciones sería benéfica para su causa ya que engendraría continuadores.
   Una vez frente al juez, a Eliseo se le informó de qué se lo acusaba y además, que si lo deseaba, podía declarar o abstenerse de hacerlo sin que esto último pudiera ser usado en su contra; el partisano, tras manifestar que quería declarar y que en caso de haber preguntas, las contestaría, refiriéndose a por qué había realizado los actos por los cuales, estaba imputado, dijo:
   -Como puede observarse en videos de internet: cuando pasan los aviones fumigadores esparciendo sus venenos, es cuestión de pocos segundos para que desde el cielo empiecen a caer pájaros y en la tierra, se empiecen a tambalear, perros, gatos, gallinas, y otros animales no humanos, que, poco después, también caen al piso para seguidamente, morir; la gente aguanta más, pero también termina corriendo la misma suerte y con la trágica particularidad de que es justamente esa resistencia mayor que tiene respecto a muchos animales no humanos, lo que la hace tener una agonía mucho más larga y dolorosa;… Por todo esto es que yo formulo la siguiente pregunta retórica: ¿por qué el agredir a quienes están a cargo de esparcir pesticidas, así como a quienes les han pagado para hacerlo, y a quienes han aprobado legalmente que lo hicieran, no constituye un acto de defensa legítima?… Yo asumo que ustedes nos ven como extremistas que no creen más que en la violencia como medio para resolver conflictos, y en este caso, yo no niego que sea así, ya que por la vía legal, este tema es IRRESOLUBLE; no hay manera de que las autoridades prohíban estos envenenamientos, y aun si yo me equivocara y el uso de agrotóxicos fuera a ser prohibido en algún momento… ¿cuándo ocurriría?… ¿Alguien tiene la respuesta?.. ¿En veinte años? ¿En diez años? ¿En un año?…  Aun si por la vía legal la resolución a esta problemática fuera posible mañana mismo, la solución la necesitamos hoy. YA, no en veinte años, ni en diez años, ni en un año ni mañana, sino AHORA MISMO; de todas formas, como todos saben, si la solución a este tema fuera a llegar por el camino legal, no sería pronto, entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿Nos quejamos?, ¿nos resignamos?, ¿o miramos para otro lado y hacemos como que no pasa nada? (y esto es lo que hace la mayoría de la gente), ¿o nos organizamos para contraatacar a quienes sistemáticamente realizan envenenamientos masivos?… -y señalando con el dedo al juez y al fiscal, dijo: -Ustedes, que a nosotros nos van a castigar, ante la masacre sistematizada en curso, decidieron quejarse, o resignarse, o hacerse los distraídos. Nosotros decidimos oponernos, y por esa oposición, deberemos pagar, pero debido a que nosotros agredimos a quienes literalmente envenenan el aire que respiramos, estamos tranquilos con nuestras conciencias, ya que sabemos que nuestra agresión, fue defensiva… ...El sistema sigue intacto, pero a pesar de nosotros… y gracias a ustedes.
   Poco después, el fiscal le preguntó respecto a los primeros hechos realizados por la agrupación a la que pertenecía, a lo que el joven respondió:
   -En primer lugar, decidimos no atacar personas, sino destruir maquinarias, de ahí que en un principio hayamos ingresado en los garages en que se encontraban aviones fumigadores tras haber reducido al personal de seguridad, y los hayamos destruido.
   -¿Cómo los destruyeron?
   -Con fuego.
   -¿Lastimaron a alguien en el proceso?
   -La idea era no lastimar a nadie, por eso en estos hechos íbamos en grupos de unas 20 personas, casi todas portando armas de fogueo, dado que, como ya dije, no queríamos lastimar a nadie.
   -“Casi todas”, dijo.
   -Sí, ya que había dos de ellas, que eran expertas en disparos a larga distancia, que sí portaban armas de fuego y se mantenían escondidas, lejos de la escena, y teníamos acordado que de darse la llegada de la policía o si pasaba que algún custodio sacara un arma, procederían a disparar intentando siempre herir en una zona no vital, pero los disparos eran siempre el último recurso.
   -¿Y alguna vez llegaron a eso?
   -Lamentablemente sí, y así fue que una vez matamos a un policía y herimos a otro, tras ellos haber llegado a la escena y haber efectuado disparos contra nosotros, entonces, nuestros francotiradores actuaron e hirieron a ambos en las piernas; uno de ellos quedó fuera de combate, pero el otro, desde el suelo seguía efectuando disparos, por eso nuestros francotiradores debieron matarlo, lo cual no deseábamos, aun sabiendo que los policías llegaban para defender a una propiedad privada que era usada por envenenadores de las masas;… Fueron hechos lamentables pero necesarios porque la opción era dejar que los envenenamientos, continuaran. Ah, y también matamos a varios empresarios financiadores de las fumigaciones, porque previamente les habíamos advertido en repetidas oportunidades que si no dejaban de envenenarnos, no nos dejarían más opción que la de ir en contra de sus vidas; evidentemente no se atemorizaron mucho que digamos, y procedimos a matarlos. También hicimos eso con algunos diputados que aprobaron dichas fumigaciones y se negaron a rever su posición, al nosotros pedirles que lo hicieran.
   Tras un breve silencio, el fiscal le preguntó:
   -¿A cuántos empresarios mataron?
   -Solamente a tres.
   -¿Y a cuántos diputados?
   -A dos. Y a este respecto quiero decir algo: yo no soy de esos que minimizan ningún asesinato; sé perfectamente que al matar a alguien (y no sólo a personas), se genera una onda expansiva de negatividad, que no se sabe en dónde termina; soy consciente de que hay casos probados en que personas manifiestan secuelas físicas y emocionales correspondientes a hechos negativos sufridos por sus ancestros, aun en casos en que no los han siquiera conocido; para explicar esto hay que entrar en el plano metafísico, lo cual, no voy a hacer, pero con la exposición de mi consideración a este respecto, quiero que quede claro que el mal que hicimos, fue el que consideramos absolutamente necesario en pos de detener a los mayores males en curso, y el cambio en lo legal que pretendemos, que resultaría en la prohibición total del uso de agrotóxicos, sólo podrá darse, cuando se meta mucha presión al estado, por vía ilegal;... es paradójico y parece contradictorio, pero es así: en casos como éste, para lograr un cambio en lo legal, hay que presionar por vía ILEGAL; nosotros hicimos justamente eso, y yo NO ME ARREPIENTO.
   Tras esto último, la declaración indagatoria siguió durante un rato más, sin que hubiera nada destacable por mencionar. Después, el detenido fue llevado hasta una celda.

   La noche posterior a la declaración indagatoria, el partisano durmió durante varias horas hasta que una luz muy brillante, lo despertó; la misma impregnaba el techo y las paredes a su alrededor; pensó en llamar a los guardias, pero al notar que la luz mencionada, no parecía proceder de una fuente material, dudó de sus propios sentidos y consideró la posibilidad de estar alucinando; tras esta consideración, con bastante temor, se decidió a tocar las paredes que ya no eran sólidas, dado que al tacto se sentían líquidas, sin embargo, tras tocarlas y mirar sus manos, advirtió que no estaban mojadas; durante un rato el joven dudó en si intentar trasponer las paredes luminosas o no; finalmente se decidió a hacerlo; sin ninguna dificultad, las atravesó y se vio de pronto en un bosque iluminado por millones de luciérnagas; los árboles eran altísimos y el viento, que era en ese lugar, visible, agitaba sus hojas creando un sonido mil veces más agradable que el de la más hermosa melodía ejecutada con instrumentos humanos; la temperatura era moderada y una brisa fresca, cada tanto le acariciaba el rostro; la belleza y paz absolutas que en ese lugar, había, lo llevaron a considerar que tal vez su vida material hubiera terminado y que se encontraba en el paraíso.
   Tras varios minutos de caminar, escuchó a un arroyo correr a un costado de donde estaba, y al mismo se acercó; se agachó, y tras juntar agua en sus manos, la tomó; en ese momento escuchó el aleteo de una bandada de pájaros, y si bien a dichas aves, Eliseo pudo reconocerlas como gorriones, sus dimensiones no eran como las de aquellas que hasta ese momento había visto; estos pájaros eran enormes y parecían ir directamente hacia él, entonces sintió miedo; pensó en correr pero no lo hizo, por presentir que de nada serviría, ya que las alas de los gorriones eran sin duda, mucho más veloces que sus piernas, de ahí que concluyera que si querían atraparlo, nada podría hacer para evitarlo, pero ocurrió que tras los pájaros aterrizar a pocos metros del joven y rodearlo, uno de ellos (que era una hembra), a modo de saludo, le extendió un ala y le dijo:
   -Hola querido amigo. Me llamo Valentina.
   Entonces el joven sonrió, y sin poder creer lo que veía y acababa de oír, le extendió una mano y le respondió:
   -¡Hola! Yo me llamo Eliseo.
   -¡Hooolaaaa! -todos los demás gorriones dijeron ante la sorpresa total del recién llegado.
   El ave que tenía delante, que, como todas las demás ahí presentes, mediría unos dos metros, le dijo:
   -Bienvenido a nuestro mundo; te hemos invitado a venir, y por suerte has aceptado la invitación. 
   El joven sonrió; Valentina, con tono de preocupación, dijo: 
   -Debo confesarte, Eliseo, que no te hemos convocado desinteresadamente, sino porque tenemos un problema muy grave que no podemos solucionar y necesitamos tu ayuda.
   Eliseo preguntó:
   -¿De qué se trata?
   -Los fumigadores están haciendo desastres con nuestros familiares en tu mundo, y no sólo los afecta a ellos, ya que la fumigación atenta contra la vida de tu planeta en todas sus formas.
   El partisano dijo:
   -¡Es verdad! Yo hice lo que pude en contra de eso, pero las autoridades me detuvieron y también detuvieron a casi todos mis compañeros, por eso es que no podemos seguir combatiendo a los envenenadores.
   Entonces el ave dijo:
   -Si te ayudáramos a escapar de prisión, ¿continuarías con tu tarea?
   Sin dudarlo, el joven respondió:
   -¡Por supuesto que sí!
    El ave dijo:
   -Ninguno de nosotros puede ingresar a tu mundo sin que uno de sus habitantes le conceda primero el permiso, por eso es que debo preguntarte: ¿le das permiso a uno de los nuestros para entrar a tu mundo y ayudarte a escapar de la cárcel?
   Eliseo dijo:
   -¡Claro que sí!
   Tras lo cual, otro gorrión se le acercó y le dijo:
   -Me llamo Humberto. ¿Puedo ser yo el que te ayude?
   -¡Por supuesto! Será un honor recibir tu ayuda, amigo.
   Entonces, como despertando de un sueño, Eliseo abrió los ojos, se vio de nuevo en su celda, tomó conciencia de cuál era su situación, y se sintió totalmente desanimado.
   Esa misma mañana, tras el desayuno, junto a otros detenidos, el joven fue llevado a pasar un rato en el patio del recinto de reclusión; una vez en el mismo, caminó desganado pensando en el extraño y hermoso “sueño” que había tenido y deseando con todas sus fuerzas volver a soñar algo parecido, ya que asumía que para él, la vigilia sería durante largos años de su vida, la prisión, y solamente durante el sueño podría reencontrase con su tan preciada libertad.
   Mientras con tristeza el joven mantenía su vista dirigida al piso, escuchó un aleteo como el que en su sueño había precedido al aterrizaje de gorriones gigantes, entonces miró esperanzado al cielo pero nada extraño vio, y resolvió que el sonido había sido producto de su imaginación, sin embargo, segundos después, otros detenidos, mientras señalaban al firmamento, gritando dijeron:
   -¡Miren eso!
   -¡Viene para acá!
   Y todos corrieron hacia los costados del patio en un intento de escapar a lo que (erróneamente) suponían un ataque inminente a ellos del pájaro gigante. En realidad, todos menos uno (Eliseo, obviamente), que, al ver a su amigo alado surcando el viento americano en dirección a dónde él estaba, fue hasta el centro del patio y con una enorme sonrisa y una felicidad, total, levantó sus brazos y gritó:
   -¡Acá estoy amiiigooo!
   Y fue tomado por los hombros por el gorrión que con sus patas, lo sujetó firmemente y se lo llevó con él en el aire a toda velocidad, ante el asombro absoluto de prisioneros y guardias.
   En pleno vuelo y ya a cierta distancia del lugar de detención, Eliseo le dijo al gorrión:
   -¡Qué bueno que viniste, Humberto! Pensé que todo había sido un sueño.
   El pájaro le dijo:
   -No, no fue un sueño. Estuviste en nuestro mundo, y esta libertad que volvés a tener, tampoco la estás soñando.
   Tras un rato de viaje, al aproximarse al Parque Pereyra Iraola, Humberto le dijo:
   -Bajamos acá.
   Y tras aterrizar, totalmente emocionado, Eliseo le dijo al plumífero:
   -¡Gracias por el viaje, hermano alado! ¡Me encantó! Ah, y gracias también por la libertad que me devolviste -y le dio un abrazo.
   El pájaro le dijo:
   -De nada, y gracias a vos por la tarea que realizaste y que seguirás realizando.
   El joven le preguntó:
   -Y yo ahora, ¿qué tengo que hacer?
   -Esperar a que lleguen los otros -y le extendió un ala que Eliseo estrechó, tras lo cual, le dijo: -¡Hasta pronto amigo Eliseo!
   Y se fue volando mientras el joven lo saludaba con la mano y le decía:
   -¡Chaaauu Humbertooo!
   Menos de un minuto después, con gran alegría el partisano vio llegar volando a una bandada de pájaros gigantes llevando en sus patas a los doce compañeros que junto a él, habían sido detenidos; casi simultáneamente, en otras provincias del país, lo mismo ocurría con otros partisanos de la agrupación Defensores de América.

(Serie: M & L; cap. 2) Mora (cuento) - Martín Rabezzana

(“Mora” -cuento publicado en mi libro número 17: "Llamamiento a la violencia"-, es la continuación de mi cuento: “Casa montonera”, publicado en mi libro número 12: “Material subversivo”).

-Palabras: 2.414-


   Recuerdo que cuando era chico, a veces dudaba de si lo que veía estando despierto, era realmente parte de la vigilia, y no porque viera cosas extrañas, ya que no era así, sino por saber que durante el sueño, generalmente consideramos que estamos despiertos, de ahí que sea lógico formularse la pregunta de si cuando creemos estar despiertos, lo estamos realmente, y dado que lo que acabo de decir, asumo que nos ha pasado a todos, asumo también que a (casi) todos nos pasa el dejar de hacernos esa pregunta al llegar a la adolescencia o a la adultez, y en mi caso, así había sido hasta que conocí a Mora, a quien, previo a encontrar en la vigilia una noche de cierto año de la década del 2000, había visto en un sueño.
   Inmediatamente después de ver a dicha chica en la vigilia por vez primera (Mora me había contactado en un bar), fui por ella conducido hasta cierta casa, situada en la ciudad de Magdalena del Buen Ayre, llamada: Quilmes, en donde, tras una breve conversación, me tomó de las manos y experimenté algo denominable: “desdoblamiento astral”; tal extraña y en extremo positiva, experiencia, me hizo dudar de si lo por mí, esa noche vivido, había sido un sueño o no; me costó definirlo, al punto que, tras varios días, consideré que sí lo había sido, pero después pensé que, del encuentro haber realmente ocurrido, en el bar en el que ella me había contactado, alguien debería haberla visto, por lo cual, al mismo me dirigí y una vez ahí, uno de los empleados, tras yo preguntarle si recordaba haberme visto el pasado viernes con una chica que me sacó del lugar casi arrastrándome, me respondió afirmativamente. Eso me llenó de alegría porque era la prueba de que Mora tenía existencia verdadera, si bien lo que siguió, fue decepción, ya que al preguntarle si tenía idea de en dónde podría encontrarla, me respondió que no, que ésa había sido la única vez que la había visto.
   El desdoblamiento astral al cual, Mora me había inducido, resultó en que, de un momento a otro, yo dejara de estar en la casa en la cual, con ella estaba, y apareciera solo en medio de la calle en un barrio que parecía ser el mío, pero en una frecuencia distinta, dado que parecía deshabitado y muchas casas estaban ausentes, además, a un costado tenía un bosque inexistente en la “realidad”, al cual atravesé, y tras salir del mismo me encontré con la casa a la que Mora me había llevado, envuelta en neblina; tras yo entrar a la misma, vi a un grupo de montoneros (hombres y mujeres) pasar un rato agradable previo a que irrumpieran represores de Grupos de Tareas y mataran a algunos y se llevaran por la fuerza a los demás; entre esos combatientes que terminarían desaparecidos, vi a un hombre y una mujer; al volver al estado de conciencia ordinario, Mora me dijo que ellos éramos nosotros.
   Tras decirme esto último, Mora (que recién al despedirse de mí, me había dicho su nombre) se fue; antes de irse, me prometió que volvería a buscarme, y durante mucho tiempo pensé que había mentido, ya que durante casi dos años, no la volví a ver en la vigilia ni tampoco, en sueños, hasta que finalmente, Mora volvió a buscarme una levemente fría, tarde-noche de sábado, en que en soledad me encontraba caminando por la ciudad de Quilmes en dirección a un bar; yo iba por la vereda de la Plaza del Bicentenario de la calle Colón y cuando me disponía a doblar a la derecha y agarrar por Moreno, Mora, desde atrás me chistó, yo detuve mi marcha, miré hacia atrás y la vi; se veía bastante distinta a la noche en que la conocí, ya que entonces, vestía ropa informal; esta vez estaba arreglada como para una salida nocturna; llevaba un vestido ajustado que hacía resaltar su atractiva figura, sin embargo, la reconocí inmediatamente por su pelo negro brillante, lacio y abundante, que enmarcaba su hermoso y americanísimo rostro de tonalidad oscura; al verla sentí un desconcierto y una emoción, enormes, propios de quien consigue algo que por mucho tiempo, anheló; “Mora...”, dije larga y pausadamente, entonces ella, dirigiéndome una amplia y hermosa sonrisa, dijo mi nombre con la misma entonación que yo había usado para nombrarla a ella; me dio un beso y, mientras lo señalaba, le dije que me dirigía a un bar (*), que está situado en la calle Moreno, casi esquina Conesa. “¿Querés venir?”, le pregunté: “¡Claro que quiero!”, me respondió.
   Tras haber entrado al bar, nos dirigimos a la planta superior en donde hay una vista muy linda a la Plaza del Bicentenario; nos sentamos a una mesa y cuando nos atendieron, le pregunté a Mora qué quería comer y tomar. “Tarta de manzana y café”, respondió. Yo dije que quería lo mismo.
   Tras hablar de cualquier cosa durante unos minutos, le pregunté algo que necesitaba saber:
   -¿Me encontraste por casualidad?
   Ella negó con la cabeza y sonriendo dijo:
   -No; te busqué… -y tras agarrarme una mano, agregó: -¡y te encontreeeé!
   Durante ese contacto físico que Mora hizo conmigo, además de sentirme aún más infundido de bienestar de lo que ya estaba, me sentí invadido por imágenes retrospectivas setentistas que claramente correspondían a nuestras vidas inmediatamente anteriores a las entonces en curso; nos vi conocernos en la escuela; nos vi besarnos, abrazarnos, entremezclarnos; nos vi participar en manifestaciones. Nos vi militar socialmente. Nos vi empuñar armas. Nos vi disparándolas... nos vi (y nos sentí) interdependientes; inseparables... indivisibles;... tras algunos segundos me soltó y volví al presente; nada le dije a este respecto ya que asumí que no hacía falta, por intuir que ella ya sabía lo que en mí, había causado.
   Si bien sabía que la siguiente pregunta podría parecer una recriminación (y no lo era), no pude evitar formulársela:
   -¿Por qué no viniste antes a buscarme?
   Entonces Mora, con un tono muy calmo, me dijo:
   -Vine por vos cuando tenía que venir; ni antes ni después.
   Tal misteriosa respuesta, aumentó sobremanera la atracción que por ella, yo ya sentía.

   … … …

   Mora y yo estuvimos hablando en ese bar, casi dos horas; el encuentro era para mí, un sueño hecho realidad, o tal vez, una realidad hecha sueño, y en ese sueño/realidad, realidad/sueño, lo hablado, lejos estaba de ser lo que comúnmente la gente habla en la vida real, pero esto era la vida real (¿o no?); ella era real, yo también, pero me sentía como invadido por una positividad que me parecía más propia de la irrealidad que de la realidad, de ahí que yo me preguntara a mí mismo (otra vez) si me encontraba despierto o soñando, y como tras analizar mi anterior encuentro con ella, había resuelto que de uno cuestionarse cosa tal, es porque se encuentra en un nivel de conciencia superior tanto al del sueño como al de la vigilia, cuyo nombre para mí no puede ser otro que alguno que derive del nombre: “Mora”, la respuesta era la siguiente: no estaba despierto ni dormido.

… … …

   Tras Mora preguntarme sobre qué importaba más para mí, si el espíritu o la materia, le dije:
   -Yo soy bastante maniqueísta; me cuesta no sentir que la materia es negativa, y como todo tiene una contraparte, me cuesta no sentir que lo positivo, es el espíritu.
   Ella dijo:
   -Pero… ¿no considerás que lo material y lo espiritual, son opuestos complementarios e interdependientes y que, por lo tanto, para que exista uno, tiene que existir el otro?
   -Sí -le respondí.
   -Entonces, de ser así, los opuestos conforman una unidad cuyas partes hay que tratar de conciliar por ser igualmente importantes y necesarias. Es decir, conviene apreciar tanto a la materia como al espíritu.
   Yo le dije:
   -Puede ser, pero el desprecio por lo material, tiene su positividad.
   Visiblemente desconcertada, Mora me preguntó:
   -Y… ¿en qué consistiría?
   -En que el desprecio por la materia tiene como contraparte necesaria, el aprecio por el alma, de ahí que, por ejemplo, cosas problemáticas como el racismo, serían superadas si cultiváramos el desprecio por la materia, ya que eso llevaría a apreciar al alma de los seres, o sea, a su esencia, independientemente de la forma material que la contenga.
   Ella lo pensó unos segundos, y me dijo:
   -Puede ser que tengas razón, pero puede ser también que, aunque ése sea un camino conducente al desarrollo de la capacidad de apreciar al contenido de las cosas y los seres, independientemente de sus formas, no sea el único. Yo creo que hay otros.
   -¿Por ejemplo? -le pregunté, y ella respondió:
   -Yo creo que lo físico puede ser la puerta de entrada a lo álmico;… A mí me parece que en muchos casos, el aprecio por la forma es conducente a la búsqueda y aprecio de su contenido, de ahí que el aprecio por la materia sea muchas veces necesario para entrar en contacto con el espíritu, y de ahí a su vez, que la atracción física hacia los demás, lejos de merecer ser menospreciada por “superficial”, merezca ser valorada por ser potencialmente conducente a lo profundo de los seres.
   Yo le dije:
   -Puede ser, pero... ¿qué pasa cuándo no apreciamos a la forma del otro?... Cuando la forma de algo o alguien, nos disgusta, solemos ni querer conocer su contenido.
   Ella dijo:
   -En tal caso, sí conviene despreciar a la materia en pos de poder apreciar a la esencia, pero… ¿qué pasa cuando sí apreciamos del otro, a su forma material?… ahí no nos es necesario despreciar a la materia y hasta nos conviene apreciarla porque, como ya expresé: es justamente ese aprecio por la forma lo que nos va a llevar a buscar su contenido, de ahí que el aprecio por la forma, que entre las personas tiene por expresión máxima, la atracción físico-sexual, nos lleve a desear fundirnos con ellas, y esa unión material, es un medio para trascender la materia y alcanzar la plenitud espiritual.
   Tras algunos segundos, yo dije:
   -O sea: como según tu criterio, conviene no darle importancia a la materia pero solamente cuando la misma no nos gusta, vos proponés practicar un rechazo por la materia, pero no absoluto, sino selectivo.
   Ella asintió en silencio con la cabeza. Yo dije:
   -Por ahí tenés razón -e inmediatamente me dijo:
   -Claro que tengo razón, y te voy a probar que lo físico, lejos de alejarnos de lo álmico, puede llevar a dos seres, a unirse espiritualmente.
   Entonces Mora, que estaba sentada delante de mí, se levantó de su asiento, se sentó a mi lado y me besó en los labios; durante los primeros segundos, el beso fue “apto para todo público”, pero después me metió la lengua y ya no lo fue más, y menos aún lo fue, lo que hizo después, que fue agarrarme de las manos y ponerlas sobre sus pechos. Seguidamente se levantó el vestido y me hizo tocar su entrepierna mientras en voz baja y en extremo seductora, me decía que la tenía recontra peluda, “como a vos te gusta, ¿o no?”, yo le dije que sí; a los pocos segundos, muy amablemente un empleado del bar nos pidió que nos retiráramos (no nos importó porque igual, no teníamos pensado quedarnos mucho más tiempo en ese lugar), así que pagué, y salimos a la calle; una vez en la misma, Mora me abrazó fuertemente desde un costado y me dijo que fuéramos hasta cierto negocio de ropa femenina en el que estaba trabajando, del cual, ella tenía llave y a esa hora ya estaba cerrado. Llegamos al negocio, situado en la calle Alsina, tras caminar por Moreno las poco más de cuatro cuadras que del bar nos separaban, y una vez dentro del mismo, volvimos a besarnos apasionadamente; yo le dije:
   -Te pensé y te soñé durante años, Mora.
   Ella me dijo:
   -Yo también a vos.
   Seguidamente volvió agarrarme de una mano, a llevarla hacia su entrepierna y me pidió que por ahí le pasara la lengua, entonces la alcé en brazos y la conduje a un sillón de tres cuerpos que cerca de nosotros se encontraba, en el cual, suavemente la deposité, después le saqué los zapatos y la bombacha, le levanté el vestido, ella abrió las piernas y le pasé la lengua por la concha durante un buen rato. Después ella se levantó, me bajó el cierre del pantalón, yo me lo desabroché, y me practicó sexo oral. Posteriormente me pidió que la penetrara, lo cual, hice; tras amarnos en distintas posiciones, se dio vuelta y volvió a pedirme que la penetrara, pero esta vez, analmente, lo cual, también hice, y en esa unión material con Mora, sentí alcanzar la plenitud espiritual de la cual, minutos atrás, ella me había hablado, y ese hablarme a ese respecto, constituyó prácticamente una promesa suya de plenitud para mi persona, que cumplió en su totalidad, ya que la misma, no terminó para mí, nunca, dado que en mi interior, está, y emerge cada vez que recuerdo esos momentos (y otros por venir) en que dentro de ella, estuve, tanto en lo físico como en lo álmico.
   Tras hacer el amor, mientras estábamos abrazados en el sillón, Mora me dijo que en esta vida estábamos destinados a volver a encontrarnos para concluir lo que en la anterior, dejamos inconcluso; yo sonreí y pensé que se refería a nuestra relación, pero ella, además de a eso, se refería a algo que no me manifestó en ese momento con palabras, sino con una acción bastante elocuente que consistió en acercarse a un mueble, sacar del mismo un revólver y apuntarlo hacia un maniquí, mientras con su voz, recreaba el sonido de disparos.
   Yo, al verla haciendo eso, me levanté, caminé hacia ella, la abracé por detrás, y le dije:
   -Mora: yo te sigo en la vida y en la muerte.


(*) El resto-bar se llama: “La Chocolatta Green”; según algunos, dicho negocio, que es una sucursal de otra “Chocolatta”, situada en la calle Lavalle, no existía en los primeros años de la década del 2000 en que la historia transcurre, ya que habría sido inaugurado varios años después, lo cual, no me consta, pero admito que podría ser cierto, pero también es cierto que las leyes del tiempo y el espacio eran transgredidas a voluntad por Mora, haciendo esto posible que tanto ella como su acompañante, hayan estado en tal lugar en esos años.