jueves, 21 de agosto de 2025

Manifestaciones del misterio (cuento) - Martín Rabezzana

(El final de: "Corré, Daniela, ¡CORRÉ!", está en este cuento)

-Palabras: 4.725-

Magdalena del Buen Ayre; tarde soleada

   Me levanté de una siesta y salí a caminar sin rumbo por la calle. No suelo dormir siesta pero ese día, dormí una siesta; transité por la calle Almirante Brown de Ciudad de Quilmes, y cuando estuve por llegar a la altura 803 (o sea, a la esquina de Brown y Olavarría), vi sentada a una mesa del bar CLÉ, a esa ex compañera de aquel recinto escolar con la que no tuve siquiera una conversación en los varios años de asistencia al mismo lugar, y que, por intermedio de sueños, interpretando un papel, alguna vez, se me presentó, haciendo esto, de tal persona, una manifestación del misterio; posteriormente, personalmente la contacté, y ya sí, intercambiamos palabras habladas, menores, y… en fin;… a esa mujer, de pelo largo, lacio, negro, de estética gótica (que en nada disminuyó en todos estos años), la vi sentada a una mesa del ya referido bar, situada sobre la vereda; creí reconocerla, pero nada le dije, igual, no hizo falta porque ella, al verme pasar, pronunció mi nombre y después dijo:
   -¡Hola! ¿Qué tal?… Sentate.
   Entonces, en la silla opuesta a la de ella, me senté; tras ver que había una infusión emitiendo vapor frente a mí, y algunos productos dulces de panadería, le dije:
   -Esperás a alguien.
   -Sí; a vos te esperaba.
   Lo que me respondió, gratamente me sorprendió, y aunque conciencié lo extraño de la situación, decidí no preguntarle nada. 
   La mujer comió un poco de uno de los productos dulces y me incitó a hacer lo mismo; yo agarré uno, comí un poco, y ella me preguntó:
   -¿Está rico?
   -¡Sí! Está buenísimo -dije yo, y tomé un poco de la infusión que también estaba muy rica.
   Ella me dijo:
   -Vos no me viste, pero el otro día, yo te vi cuando dejaste escapar a esos dos chicos.
   Contextualización necesaria: dos pibes muy chicos, habían sustraído pertenencias de alguien en un bar y habían salido corriendo; tras ellos, fueron algunas personas con el objetivo de detenerlos y tal vez, hasta de agredirlos físicamente; yo “accidentalmente” choqué con ellas y permití así, que pudieran escapar.  
   Yo dije:
   -Si bien no está bien que nadie sustraiga nada de nadie, cuando quien lo hace es alguien que se encuentra en una situación de extrema vulnerabilidad, me causa empatía y hasta simpatía (pero solamente si actúa sin violencia), porque además de entender el por qué de su accionar, ese tipo de personas equivalen a alarmas que en una sociedad, se encienden, que deberían llevar a la gente a replantearse la validez del sistema social en su totalidad, ya que no salen de la nada, sino de un contexto social nacional, americano y mundial, en el cual, está todo hecho para que unos pocos acaparen casi todo lo valioso, dejando así, a la mayoría, en la necesidad… no obstante, no todos se lo replantean; hay muchos fachos que, para quienes en dichos actos incurren, aun sabiendo que están en la necesidad más extrema, piden “mano dura”, que muy seguido implica hasta el pedido de pena de muerte, y en ningún momento se plantean qué contexto social lleva a esas personas a conducirse del modo en que lo hacen; la sociogénesis de los delitos menores, para ellos, no existe, dado que quienes los cometen, lo hacen porque (según ellos), básicamente están biológicamente determinados para eso;… y hay quienes no son fachos, pero se ponen fachos, y en alguna medida, del mismo modo piensan;... Si uno no quiere ser un facho, debe considerar que las personas que incurren en dichas faltas, como ya dije, son alarmas que se encienden que nos indican que algo anda mal y hay que arreglarlo; los derechistas que piden mano dura, lejos de considerar que si en sus casas suenan las alarmas contra incendios, y que, por consiguiente, en las mismas hay un fuego que apagar (constituyendo entonces, el fuego, un GRAVÍSIMO problema), consideran que el problema son las alarmas y proceden a apagarlas, pero en ningún momento consideran apagar al fuego que las hizo sonar; los delincuentes menores, no son el fuego, son las alarmas, por lo que a quienes habría que apagar, son a las causas que los hacen sonar; el problema es que, de un modo u otro, la sociedad mundial es muuuy de derecha, incluso la mayoría de sus integrantes que se dicen de izquierda; esto queda claro en el hecho de que incluso estos últimos, dan por válido a un sistema médico basado en la provisión de substancias tóxicas (no siendo la nefasta psiquiatría -a través de la cual, se priva de la libertad ambulatoria y de la libertad a decidir sobre sus propios cuerpos, al imponerles drogadicción, a las personas, sin necesidad de que hayan cometido delitos ni de que hayan sido siquiera acusadas de haberlos cometido, y todo esto, sin un debido proceso previo-, más que la punta de un iceberg);... Con lo de “substancias tóxicas”, me refiero, por supuesto, a los medicamentos farmacológicos, que muy rara vez hacen otra cosa que tratar síntomas, y no así, causas, y como los síntomas son las alarmas que el cuerpo enciende para que una persona conciencie que algo anda mal en su organismo, producto en la mayoría de los casos, de hábitos (generalmente alimentarios) incorrectos, lo cual, debería llevarla a cambiarlos, cuando los síntomas son suprimidos, el problema orgánico, lejos de disminuir, avanza, por no haber sido tratadas sus causas y además, por haber sido agravado por el consumo de fármacos, de ahí que el perverso sistema médico imperante, sea la extrema derecha de la salud, y como no hay un rechazo general al mismo, ya que quienes lo rechazamos, por más que seamos cada vez más, conformamos una minoría, podemos decir que la inmensa mayoría de la gente, de una u otra forma, como ya dije, es muuuuy de derecha, por eso, cuando les suenan las alarmas contra incendios, lejos de apagar el fuego, apagan las alarmas y se van a dormir tranquilos mientras sus casas se queman.
   Ella dijo:
   -Cierto escritor (que fue tan coherente con lo que ahora voy a decir, que hasta llegó a ser combatiente montonero) alguna vez dijo, más o menos, que siempre le interesó el delito porque los delincuentes fueron los primeros que se opusieron a la propiedad privada.
   Yo dije:
   -Sí; a mí también me resulta interesante por los planteos a los que da lugar, y más allá del hecho de que haya propiedad privada problemática a nivel social (grandes extensiones de tierra y medios de producción), y otra que no lo es (objetos menores y viviendas), y ésta última, casi todos pensamos que es positivo respetarla, aun ante un caso de irrespetuosidad hacia la propiedad privada ajena que consideramos respetable, nos vemos incitados a reconsiderar qué implica la propiedad privada y qué lleva a unos a no respetar la de otros, y esto, como ya expresé, me parece bastante interesante y necesario, sobretodo en tiempos en que una mayoría da por hecho que la propiedad privada problemática y criminal, constitutiva de capitalismo, es una especie de fenómeno natural cuya existencia el ser humano debe aceptar, por estar fuera de su control, cuando todo indica que el mismo es una construcción humana que así como por el ser humano, fue hecha, puede ser por él, deshecha.
   Cambiando de tema, la mujer me dijo:
   -Hay un bar temático sobre Julio Cortázar en Palermo;… ¿te gusta Cortázar?
   -No.
   -Yo estuve en ese bar.
   -¿Está bueno?
   -La verdad que… no mucho; como cosa notable, no hay más que fotos de él, en las paredes -después agregó -Un bar temático tuyo, podría estar mejor.
   Yo le dije:
   -Si fuera temático sobre mí, no sería mejor que el de Cortázar. Sería PEOR, pero… si no fuera principalmente sobre mí, sino sobre mis personajes, ahí sí que podría estar muy bueno, sobretodo si mis personajes literarios tuvieran adaptaciones audiovisuales; si esto así fuera, en el bar podrían haber, además de imágenes de mis personajes, actores representándolos, caracterizados como aquellos que en las obras audiovisuales, los hubieran interpretado;... Estaría buenísimo que los clientes (y entre ellos, yo mismo) pudieran interactuar con ellos, pero esas obras nunca se van a hacer… si se hicieran, seguramente serían exitosas y habría entonces, demanda del público, de mis obras literarias, haciendo a estas últimas, también exitosas, pero, como ya dije, nada de eso va a ocurrir, porque el éxito no está en mi camino.
   Entonces la mujer, tras extender hacia mí, una mano en la que sostenía un teléfono celular, en el que un video con diversas imágenes de personajes que parecían ser míos, se reproducía, me dijo:
   -Esas obras ya están hechas.
   Yo, al ver el video en que se veían escenas de películas y series, basadas en mis obras, maravillado, dije:
   -Ania… María Clara… Daniela… Gloria… y tras ver a Mora en la pantalla, nada dije, porque instantes después, por la calle Almirante Brown, vi acercarse un Renault 4 (que parecía recién salido de fábrica) el cual, en la vereda frente a nosotros, estacionó; una mujer de americanísimo rostro y anochecidísimo pelo, del mismo, descendió; yo, aún más maravillado de lo que ya estaba, dije: 
      -Mora…
   La joven, que en esta oportunidad, vestía un pantalón ajustado que destacaba sus impresionantes piernas, tenía los extremos de su negrísimo y lacio pelo, ondulados, y un flequillo que destacaba su hermoso rostro, sonriendo cruzó la calle, se acercó a mí, y me dijo:
   -¡Hola!
   -Hola -respondí yo, en voz muy baja.
   Ella me puso una mano sobre un brazo, pidiéndome así, que me parara, y cuando lo hice, me abrazó; nos abrazamos; una vez el abrazo concluido, dejó las llaves del auto sobre la mesa, y se fue caminando hacia el interior del bar, mientras con una mano, me saludaba y yo, a ella.
   Quise seguirla, pero la conmoción del encuentro había ralentizado mis reflejos, por lo que no pude hacerlo, y si hubiera podido, no habría correspondido que dejara a mi ex compañera de escuela, sola, aparte, no solamente no habría correspondido, sino que no sabía si quería alejarme de ella porque, así como Mora, muchísimo me atraía, también ella, muchísimo me atraía.
   La mujer frente a mí, evidenciando cierto disgusto en su expresión (¿celos?) por la escena que acababa de presenciar, me dijo:
   -Sentate.
   Yo me volví a sentar y ella terminó de tomar la infusión que en su taza, quedaba, yo hice lo propio con la de la mía; después me dijo:
   -Bueno… vamos.
   -¿Adónde? -pregunté.
    Pero ella no respondió y fue hacia el Renault 4 cuyas llaves,
Mora (y no por descuido) había dejado sobre nuestra mesa; yo me dispuse a pagar, pero ella me dijo que no hacía falta, y hacia el asiento del acompañante del auto, me dirigí; una vez acomodado en el mismo, ella arrancó por la calle Almirante Brown, por la cual, aceleró progresivamente más y más, sin que esto fuera imprudente, ya que por ese lugar de Magda Buen Ayre, ningún vehículo más que aquel en que nosotros estábamos, transitaba, y a los pocos segundos, se hizo de noche; cosa extraña porque un rato atrás, serían cerca de las 16:30 horas, y no sólo eso fue lo extraño, sino además, el hecho de que todo el paisaje urbano que vi, no correspondiera al de la calle por la que íbamos, sino al de otra urbe, para mí, desconocida; tras algunos segundos, la calle se transformó en ruta y en algún momento, a unos cien metros de distancia, vi una muy alta pared, que me hizo decirle a la conductora:
    -¡Cuidado! ¡Frená!
   Pero ella siguió acelerando como queriendo que nos estrelláramos, lo cual, finalmente ocurrió.
   Una vez el auto destruido contra la pared, ella me tomó de una mano y hacia fuera del vehículo, suavemente me arrastró; estando ya fuera del mismo, me abrazó, la abracé, y todo se oscureció; lo siguiente que recuerdo es ver destellos en que se me presentaban imágenes infundidoras del sentir correspondiente a ellas, en que mi lengua y la de la mujer, se encontraban; después, otras, en las que ella, con su boca chupaba mi sexo y yo, con la mía, el suyo; esto lo experimenté muy efímeramente, pero lo siguiente, que fue verla y sentirla sobre mí, gimiendo y moviendo su cuerpo de arriba abajo, lo experimenté durante varios minutos; mi miembro erecto estaba dentro de su vagina, que, de tan hermosa, hipervelluda y oscura que era, nada tenía que envidiarle a la de Mora, como así tampoco, nada tenía que envidiarle el resto de su hermoso cuerpo, al resto del hermoso cuerpo de Mora, el cual, contrariamente al de ésta última, que en nada parecía haber envejecido, ya que si bien estábamos en el año 2025, por los pocos más de 20 años que aparentaba, parecía recién salida de mi serie de cuentos M & L, ambientada en la primera década de los años 2000, en la que es coprotagonista, para mi ex compañera de escuela, que era contemporánea mía (así como para mí), el tiempo sí había pasado, lo cual, resultaba en que aunque tuviera una apariencia aún joven, en su rostro hubiera claras evidencias del tránsito iniciado por ella hacía ya años, que la había sacado del lugar de “señorita”, y la había llevado al de “señora”; lejos de ver esto como un defecto, sentí que no podría haberme atraído más de lo mucho que en ese momento, me estaba atrayendo, si hubiera tenido veinte años menos, ya que la erosión que a lo perfecto de la primera juventud, la transición hacia la segunda, en los seres, produce, es constitutivo de imperfección, y la misma, según mi criterio, lejos de diezmar a lo perfecto, paradójicamente lo completa, de ahí que a la mujer en cuestión, la sintiera como una fruta madura que de ningún modo podría haber sido más rica, en ningún periodo previo.
   Tras varios minutos de coito, muy fuertemente, en el interior de la mujer, eyaculé, seguidamente ella egresó a mi miembro de su cuerpo y empezó a orinar moderada e intermitentemente, sobre mí; lentamente empezó a dirigir su sexo hacia mi abdomen, después, hacia mi pecho, y cuando se acercó a mi boca, la micción ya no fue moderada, sino muy fuerte, entonces…

El sentido toma el control

   A las vivencias surrealistas ocurridas durante la vigilia, se las suele equiparar con las “oníricas”, cuando en realidad, cuando las mismas son intensas (me refiero a las primeras), muy poco tienen que ver con lo que experimentamos al soñar, ya que a los sueños los recordamos de modo muy fragmentado, y a los fragmentos que recordamos durante la vigilia, generalmente los olvidamos a los pocos instantes de despertarnos, mientras que las experiencias “surrealistas”, “paranormales” o “fantásticas”, en quienes las experimentan, quedan de principio a fin, marcadas a fuego en sus memorias, de ahí que lo “onírico” no sea realmente equivalente a lo “irreal”, a lo “surrealista” ni a lo “fantástico”; lo “irreal”, lo “surrealista” y lo “fantástico”, que bien podrían tener un equivalente válido en el vocablo de: “absurdo”, paradójicamente, nos infunden la certeza de que TODO tiene sentido, y esta paradoja, acaso sea la más extraña de todas, ya que solemos considerar que aquello que damos por incomprensible, no tiene sentido, que es absurdo, pero el hecho de racionalizar a las cosas y de entenderlas (que es lo que las personas suelen considerar que les va a posibilitar atribuirles sentido), resulta en que pierdan misterio, y cuando el mismo está ausente, también lo está el sentido, por éste último, aparentemente residir justamente en el misterio, de ahí que el rodearse de lo “absurdo”, presente en todo lo “irreal”, lo “surrealista”, lo “fantástico”, lo misterioso, lo arcano, lo incomprendido y lo incomprensible, sea FUNDAMENTAL para encontrarle a la existencia TODA, sentido, y de ahí a su vez, que en los planos en los que el sentido existe, los misterios, abunden, haciendo esto vano al anhelo de tantas personas, de llegar a entender el sentido de lo que en este plano ocurre, una vez que se encuentren en otro, habiendo ya concluido su ciclo en éste, dado que, como ya más o menos expuse: salimos del sentido, entendiendo, y, por consiguiente, reingresamos en el sentido, desentendiendo, es por eso que hay que deponer al razonamiento para encontrarle sentido a las cosas, no obstante, durante los hechos misteriosos por mí, vividos y expuestos en el relato en curso, la tendencia a querer entender racionalmente qué los constituía, en mí, siguió estando, pero muy disminuida, y por eso fue que en algún momento dejé de buscar comprender, y el sentido de todo, se apoderó de mí.

El sentido se consolida

   ...tras varios segundos de la mujer, haber empezado a dirigir la micción hacia mi rostro, como saliendo de la más vívida de las ensoñaciones, volví a encontrarme a la mesa del bar CLÉ, en el que un rato atrás, con la ya referida mujer, estaba.
   De inmediato traté de enfriarme, y contestar a la pregunta que me había hecho, que no recordaba haber escuchado pero que de modo telepático, había asimilado; entonces dije:
   -Sí; lamentablemente, para referirse a la mayor parte del Gran Buenos Aires, ha ganado la expresión que los nefastos medios de difusión, con fines inconfesables, han decidido imponer, y yo soy alguien muy atento a las consecuencias del vocabulario, ya que, como ha sido expuesto desde la sociología, las palabras son fundamentales en la construcción y mantenimiento de las relaciones interpersonales de poder, de ahí que el denominar a un grupo humano o a un territorio, de determinada forma, implique consecuencias distintas a las que implica, el denominarlo de otra; la mismísima identidad de las personas, es en gran medida construida a partir de los títulos con los que se las define; si la mayoría tuviera plena conciencia de todo esto, sería más prudente al elegir a las palabras que usa, y esa concienciación llevaría a rechazar a muchísimas palabras que, desde los ya referidos medios de difusión, se propagan con el fin de crear jerarquías y reforzar las ya existentes, que es lo que SIEMPRE pretenden, los grandes grupos de poder económico que son los que financian y muy seguido, crean, a los medios de difusión de mayor alcance, con el único fin de servir a sus intereses.
   Tras varios segundos de incomodidad de mi parte, por tener frente a mí, a la persona con la que minutos antes, había estado intimando, y que ahora parecía haber vuelto a ser, lo que mayormente para mí, toda la vida había sido: una casi total desconocida, ella me preguntó:
   -¿Por qué no fuiste a las reuniones de ex alumnos?
   Tras una pausa de silencio de algunos instantes, dije:
   -Adiviná -ella, nada dijo; ante la ausencia de palabras de su parte, respondí a su pregunta: -Porque no me invitaron.
   Entonces me preparé para responderle que si me hubieran invitado, no habría ido, ya que asumí que la pregunta que de su parte, sobrevendría, tendría que ver con eso, y también pensé que seguidamente le diría, medio en broma medio en serio, que en realidad, es lo que quiero pensar que habría hecho (o sea, no asistir), porque… como no me invitaron… pero ella, nada dijo, solamente se limitó a mirarme fijamente y volví a tener destellos de imágenes en las que nos vi nuevamente en la intimidad; entonces me sonrió, y entendí que ella estaba experimentando lo mismo que yo.
   Poco después, la mujer se levantó de su silla, agarró las llaves del auto que estaban sobre la mesa, y me dijo:
   -Bueno… vamos.
   Esta vez, no le pregunté adónde quería que fuéramos, porque uno pregunta para saber y entender, y, como ya expresé: empecé a concienciar que se sale del sentido, entendiendo, y que, por consiguiente, uno reingresa en el mismo, desentendiendo, por lo que lejos de preguntarle cosas de tipo: “¿Sos real?” “¿Todo esto es real?”… “¿Estoy soñando?”…  que, de ella haber respondido, me habrían llevado a entender algo o todo, de ese misterio que me rodeaba y que en mi interior, se había instalado, lo que hice fue dejar de intentar entender.
   Una vez en el auto, tras unos minutos de haber vuelto a transitar calles desiertas de Magdalena del Buen Ayre, volvimos a encontrarnos de pronto, en una ruta en la que, en algún momento, vi una altísima pared, hacia la cual, la conductora dirigía al vehículo que ocupábamos; esta vez, no me alarmé, lejos de eso, me animé a acercármele y a besarla en una mejilla mientras ella, sonreía; segundos después, nos estrellamos contra la pared, y ella volvió a arrastrarme suavemente hacia fuera del auto; una vez fuera del mismo, me abrazó, yo la abracé, y volví a verme en un lugar, en el que ella y yo, sexualmente nos relacionábamos… Esta vez, los destellos con imágenes en que nos besábamos y nos chupábamos, no fueron breves, sino extensos, como así también, los respectivos sentires de tales actos; también fue extensa la experiencia en la que, en diversas posiciones, la unión genital, tenía entre nosotros, lugar.
   Tras volver a eyacular dentro de la mujer, volví a verme ante la mesa del bar, en cuyo extremo opuesto, estaba ella, sonriéndome.
   La mujer me estaba llevando una y otra vez, a vivir al máximo la misma situación de bienestar físico-álmico, para cuyo alcance parecía ser necesario que recorriéramos un camino previo, que, por yo ya conocerlo, me llevó a agarrar las llaves del auto que sobre la mesa, estaban, y a decirle.
   -Vamos.
   Seguidamente nos levantamos y fuimos hacia el Renault 4, al cual, esta vez subí en calidad de conductor, y al máximo aceleré por calles desiertas que rápidamente volvieron a oscurecerse y a convertirse en una ruta en la que, en determinado momento, una altísima pared, delante de nosotros, había; contra la misma choqué, y una vez esto ocurrido, fui yo quien suavemente arrastró al otro, hacia fuera del vehículo; una vez fuera, la abracé, nos abrazamos, y volvimos a aparecer en un lugar en el que intimamos, y esta vez, ya no fueron destellos de imágenes breves ni extensas, lo que vi, previo a vivir con total intensidad, el coito entre nosotros, sino que lo viví todo con una visión total y un sentir que alcanzó un paroxismo que fue aún mayor, al que en nuestros encuentros previos, había alcanzado, llevándome esto a concluir que el intenso sentir en curso, seguiría aumentando en nuestros futuros encuentros, y ocurrió que, tras este último encuentro íntimo que relaté, concluir, volví a verme sentado a la mesa de una de las veredas del bar CLÉ, y, sin esperar mucho, volví a agarrar las llaves del auto que frente a mí, estaban; tras sonreírle a la mujer frente a mí, me levanté de mi silla y me dispuse a ir hacia el vehículo; al advertir que ella no se levantaba, le pregunté:
   -¿No venís?
   Tras algunos instantes de silencio, ella dijo:
   -Esta vez, tenés que ir solo.
   El por qué de ese deber mío de ir solo, decidí no preguntárselo, ¿por qué? Por preservar el misterio que a TODO, da sentido.
   A ella le extendí una mano y me la besó, después me extendió una suya, y yo hice lo mismo; seguidamente, hacia el auto, fui.
   Una vez en el asiento del Renault 4, saludé con la mano a la mujer que a la mesa del bar, seguía sentada, y ella, sonriendo me devolvió el saludo; acto seguido, aceleré por calles soleadas desiertas, que rápidamente se oscurecieron y se transformaron, primero en ruta y después, en túnel; por el mismo conduje durante unos veinte minutos mientras veía que a mi alrededor, todo el paisaje, vertiginosamente se modificaba; las luces y sombras, que respectivamente iluminaban y oscurecían, el lugar por el que transitaba, creaban un efecto como de discoteca, sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en una discoteca, en ese túnel, de haber algún sonido, era para mí, totalmente inaudible; admito que tuve miedo, ya que me estaba dirigiendo a un lugar que desconocía y además, sin la certeza de poder volver al mío, sin embargo, rápidamente comprendí que el miedo añadía emoción a mi travesía, y esa interpretación, me permitió disfrutarla.
   Una vez que salí del túnel, me encontré transitando una calle de tierra; era de noche.
   Tras un rato de manejar por lo que era la Avenida Eolo, doblé a la izquierda al llegar a la calle De las Silfides (el nombre de las calles, los conocí posteriormente), y decidí estacionar el auto, descender del mismo y mirar a mi alrededor, como para intentar determinar en dónde me encontraba; miré en todas las direcciones y (acertadamente) creí estar en algún lugar de la costa atlántica; las casas elegantes en medio de una zona boscosa de calles de tierra, me llevaron a considerar que podría encontrarme en la localidad bonaerense balnearia de Pinamar, y así era.

El pasado nunca se va || Algo había ocurrido en Avenida Eolo entre las calles De las Silfides y De las Nereidas, de Pinamar

   Tras menos de un minuto de haber descendido del vehículo y haber caminado un poco por la calle De las Silfides, habiéndome alejado una media cuadra, escuché muchos disparos, entonces troté hacia el auto para abordarlo e irme del lugar, pero cuando me disponía a reingresar al mismo, me sorprendí al ver que en la esquina de Avenida Eolo y De las Silfides, había un Renault 12 cuyos vidrios estaban destrozados y cuya carrocería tenía cualquier cantidad de agujeros de bala; ese auto parecía haberse materializado recientemente, dado que yo no lo había visto al pasar por la esquina, no muchos minutos atrás.
   En el asiento trasero del vehículo en el que yo había llegado, bajo una manta, sobresalía la culata de lo que parecía ser una escopeta; yo no recordaba que ni la manta ni el arma, estuvieran ahí antes; la curiosidad me ganó, y así fue que, en vez de ponerme de inmediato tras el volante para irme, decidí abrir primero la puerta trasera, para ver qué era lo que debajo de la ya referida manta, había; al tomar al objeto con una mano, constaté que, efectivamente, se trataba de una escopeta, más precisamente, de una Bataan 71 recortada; una vez con el arma en mis manos, vi delante de mí, de la mano izquierda, doblar la esquina De las Silfides, corriendo en mi dirección, a una mujer joven, cuya expresión era de extremo terror; yo, de inmediato la reconocí, y si bien no sabía entonces qué era lo que pasaba, era fácilmente intuible que escapaba de alguien; eso es lo que creí que pasaba, y no me equivoqué, ya que detrás de ella, iba un tipo blandiendo una pistola; al verla desarmada, a la joven le grité:
   -¡Daniela!
   Y le arrojé la Bataan 71 que ella, firmemente empuñó y a la
cual, de inmediato le retrajo su corredera; seguidamente se dio vuelta, e instantes después, su perseguidor, que iba por la Avenida Eolo, dobló la esquina De las Silfides y se encontró de frente con la guerrillera; ella disparó contra él, dos veces, llevándolo a caer; una vez el tipo en el suelo, la combatiente se le acercó y lo remató con un tercer disparo; mientras tanto, yo había vuelto a ingresar al auto y desde el mismo, a Daniela le dije:
   -¡Subí!
   Y ella rápidamente subió al asiento del acompañante; una vez alejados del lugar, asumiendo que yo pertenecía a la “orga”, ella me dijo:
   -¡Gracias compañero!
   -De nada -dije yo, y agregué: -pero... no soy “compañero”.
   Ella me preguntó:
   -¿No sos montonero?
   -No.
   -¿De qué organización sos?
   -De ninguna.
   Y tras algunos segundos de silencio, ella dijo:
   -Y... ¿quién sos?
   -Martín, me llamo; soy escritor.
   Ella me miró con sorpresa en silencio durante algunos segundos, después, ya algo distendida, me dijo:
   -Bueno… gracias Martín; yo me llamo…
   -Daniela -dije yo, interrumpiéndola.
   -¡Sí! -dijo ella extrañada; después me preguntó: -¿Cómo sabés mi nombre?
   Yo no respondí, lo que hice fue preguntarle:
   -¿Adónde querés ir, Daniela?
   -Lejos… respondió ella; seguidamente agregó: -A otro tiempo, si es posible.
   Entonces yo, que si bien no me creía en control de lo que ocurría, intuí que en este caso particular, el destino podía ser por mí, elegido, le dije:
   -Hacia otro tiempo vamos.
   Y hacia otro tiempo, fuimos.

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