miércoles, 11 de diciembre de 2024

Daniela Combatiente (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.842-


Obviedad

   Es evidente, analizando la situación en retrospectiva, que ya en 1971 las Fuerzas Armadas uruguayas se preparaban para dar el golpe de estado que sobrevino el 27 de junio de 1973, y para que un golpe sea exitoso, debe lograrse primero el aval de gran parte de la ciudadanía, y para que el mismo exista, debe haber una situación caótica, ya que cuando eso se da, los golpistas se presentan como los restauradores del orden perdido; aún hoy, en Uruguay, como en todo otro país americano y de todo otro continente en el que un gobierno llega al poder por las malas, el discurso de los golpistas, es aceptado por muchos, y para que tenga lugar dicha aceptación, es necesario negar que los mismos golpistas, han sido en muchos casos, grandes contribuidores al caos que supuestamente, llegaron para terminar, cuando no, artífices totales del mismo, y esto claramente ocurrió del otro lado del Río de La Plata.
   Es cierto que la izquierda, que en el ámbito político secundario y universitario, había ganado muchísimo terreno, buscaba imponer condiciones, pero también lo es, el hecho de que las protestas y reclamos que realizaban sus partidarios en los ámbitos mencionados, eran casi todos (por no decir “todos”) pacíficos; sus medidas de “fuerza”, consistían en la toma de colegios y fuera del ámbito educativo, en el apoyo a la toma de fábricas y huelgas, en cambio, cuando la derecha llegaba para intentar terminar con eso, no lo hacía precisamente haciendo uso de la palabra, sino de las armas, y justificaba su accionar, en una supuesta agresión previa, atribuida a los izquierdistas “apátridas”, a quienes equiparaban con los guerrilleros tupamaros, aun cuando una mayoría de ellos, careciera de todo vínculo con la guerrilla. 

Ámbito estudiantil  

   En 1970, en línea con lo ocurrido en tantas otras ciudades del mundo, producto de la reacción del gobierno contra la cada vez mayor participación del estudiantado en la toma de decisiones sobre cómo deben hacerse las cosas en el ámbito educativo, se dieron en Uruguay, diversas protestas emprendidas por estudiantes, que, a fines de julio, resultaron en enfrentamientos con la policía durante los cuales, abundaron los palos, las piedras, los gases lacrimógenos y las barricadas detrás de las cuales, los manifestantes vivaban la clásica consigna antifascista: “¡No pasarán!”, mientras resistían los embates policiales; Ana Daniela Lobo (que tomó por “nombre de guerra” a su segundo nombre, o sea: Daniela), mientras cursaba el quinto año en el liceo IAVA, de Montevideo, había sido parte de todo eso y junto a varios compañeros, en los alrededores del liceo, había llegado a tener que defenderse con palos y piedras, de los uniformados.
   A causa de los conflictos referidos, las clases fueron suspendidas. Esto llevó a que estudiantes de derecha, conformaran la JUP (Juventud Uruguaya de Pie); desde la misma se acusaba a los estudiantes de izquierda, de ser vagos que no querían estudiar y de obstaculizar con sus manifestaciones, a los jóvenes “buenos”, que sí querían, y todo esto a causa de la “contaminación marxista” existente (según ellos) en cualquier persona que buscara una descentralización del poder; la cuestión es que, una vez retomadas las clases, las manifestaciones también fueron retomadas y fueron retomados también, los actos represivos en contra de los manifestantes, pero esta vez, ya no eran realizados mayormente por la policía, sino por jóvenes civiles de derecha que, como siempre pasa en estos casos, una vez que las autoridades advirtieron que podían serles útiles a sus fines, los utilizaron para reprimir a la izquierda.
   El accionar violento de la derecha, de la cual, la agrupación ya referida, fue tan sólo una de muchas otras, fue tan frecuente, que entre 1971 y 1972, los derechistas perpetraron alrededor de 150 hechos violentos; por los mismos, las autoridades, que a dichos grupos había dado luz verde para reprimir, solían culpar a la izquierda; esos jóvenes, parte de la ya mencionada: JUP, tenían el permiso de las autoridades para romper manifestaciones a golpes de puño, palazos, cadenazos y hasta en algunos casos, les fueron por la policía, provistas armas de fuego para que intimidaran exhibiéndolas y disparándolas al aire, sin embargo, las autoridades no les habían dado luz verde para matar, no obstante, en el curso de represiones cuyo objetivo no es matar personas (y no sólo en el ámbito de manifestaciones, sino también, en cualquier otro), la muerte es una consecuencia posible, y de vez en cuando, algunos jóvenes tildados de “comunistas” (lo fueran o no), llegaron a ser muertos; al esto ocurrir, entre los estudiantes y militantes políticos de todas las agrupaciones, se debatía si había sido obra de “excesos” de la JUP, o si había otras agrupaciones a las cuales, las autoridades les hubieran dado el permiso de llegar a ese punto.
   En este clima de altísima politización existente en Uruguay en aquellos años ‘70 (en sintonía con el resto de América y del mundo), que día a día, aumentaba, producto de las represiones a los manifestantes de izquierda, Daniela, considerando que su ética era acorde con la izquierda, pero que el ejercicio del poder gubernamental, corrompe, resultando esto en que tarde o temprano, los izquierdistas se comporten de manera similar a los derechistas, que trabajaba y estudiaba en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, decidió alinearse con los anarquistas, de ahí su ingreso a la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil), organización dirigida por la FAU (Federación Anarquista Uruguaya) en el año ‘72; una vez en la misma, con sus compañeros debatió sobre si existían los escuadrones de la muerte o no, y fue que uno de ellos, llamado Alberto Giuffrida, que consideraba que no existían, fue muerto a balazos una noche en plena vía pública, por un grupo de personas que dejó un papel escrito junto a su cuerpo, en el que se identificó como “DAN” (Defensa Armada Nacionalista); en dicho papel, había varios nombres de objetivos por eliminar; uno de ellos era un compañero cercano a Daniela; tras todo esto aparecer en la prensa, el compañero en cuestión, de inmediato se fue de Montevideo.
   Tras el hecho trágico referido, ningún anarquista dudaba ya de la existencia de los escuadrones de la muerte, y fue así que Daniela, muy atemorizada, en pos de no ser una víctima indefensa, pronto decidió unirse a la facción armada de la FAU, es decir, la OPR-33 (Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales); una vez en la misma, fue instruida en el manejo de armas por combatientes anarquistas (que a su vez, habían recibido instrucción, de combatientes tupamaros), en lo cual, muy rápidamente se destacó.

1973; primeros días de junio. 21:22 horas.

   En una casa ubicada en Patria 637, Montevideo, se encontraba una imprenta de la FAU, en la cual, Daniela trabajaba confeccionando material de propaganda; en el lugar, ella trabajaba junto a varios compañeros, pero esa noche, no estaba previsto realizar ningún trabajo, sin embargo, la joven, al advertir que en la confección de textos que serían al día siguiente, impresos, había incurrido en algunos errores, decidió ir sola al lugar, con la intención de corregirlos.
   Daniela llegó en un ciclomotor que muy cerca de la casa, estacionó, y tras ingresar a la misma, de un Peugeot 404, bajaron cuatro individuos de civil (dos de ellos, portando armas cortas y los otros dos, largas) que, tras ella cerrar la puerta con llave, a la misma, embistieron hasta romperla; una vez dentro de la casa, uno de los tipos empujó a la joven contra una pared y, tras sacarle el revólver que en su cintura llevaba (que ella no había tenido tiempo de sacar) y ponerlo sobre su propia cintura, le pegó varios cachetazos, mientras le preguntaba en dónde estaban las armas de la organización; Daniela, nada respondió, por lo cual, otro se le acercó, y sacó a la chica del agarre de su compañero de represión, para él mismo agarrarla y cachetearla; después le dijo:
    -¡Dale hija de puta, que no tenemos toda la noche! ¿En dónde están las armas?
   La joven seguía sin responder, entonces, mientras el primero que la había agarrado, que portaba un fusil, llevaba su mano derecha al cierre de su propio pantalón, amenazando claramente con eso, con violarla, Daniela dijo:
   -Está bien... les voy a decir en dónde están -y mientras señalaba una puerta cerrada, la chica dijo: -Ahí.
   De inmediato, el represor, sin soltar a la joven, se acercó a la puerta e intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave, entonces le preguntó a Daniela: 
   -¿Tenés la llave?
   -Sí. En un bolsillo.
   -Agarrala y abrí.
   Entonces ella sacó la llave de un bolsillo trasero de su pantalón a la que, sólo en una situación “especial”, debía utilizar.
   Si bien, Daniela estaba aterrorizada, no estaba temblando, pero empezó a temblar voluntariamente para hacer verosímil a lo que seguiría, y fue así que, cuando intentó poner la llave en la cerradura, la dejó caer al piso, seguidamente se agachó, la levantó, y cuando estuvo por ponerla nuevamente en la cerradura, volvió a dejarla caer de sus temblorosas manos, entonces volvió a agacharse y a agarrarla, y el represor, mientras se la sacaba de las manos, le dijo:
   -¡Aahh, dame que abro yo, pedazo de inútil!
   Y tras pasar a su mano izquierda la pistola que con la derecha, sostenía, para poder con su mano más hábil, poner la llave en la cerradura (ubicada en la parte derecha de la puerta), con la izquierda (mano con la que empuñaba el arma), tras girar la llave, el represor bajó el picaporte y tras la puerta abrirse, fue de inmediato impactado por un disparo de un fusil Steyr SSG 69, que del otro lado, estaba; su gatillo estaba atado a una cuerda que era parte de un sistema de poleas, unido a la puerta, diseñado para que cuando la misma se abriera, el fusil, disparara; tras no más de un segundo de esto haber ocurrido, Daniela le sacó la pistola al represor baleado (ubicado a su derecha), antes de que éste cayera al piso, dio media vuelta, le retrajo la corredera, y la disparó dos veces contra el represor más próximo a ella, que durante la apertura de la puerta, estaba a su izquierda; los otros dos restantes, que se encontraban en otras habitaciones revisando si había alguien más en la casa, al escuchar las detonaciones, se acercaron, pero no llegaron siquiera a dar dos pasos en dirección a Daniela, porque en cuanto ingresaron a la habitación, ella impactó dos veces a cada uno de ellos, haciéndolos caer; acto seguido, volvió a apuntar contra el primer represor al que le había disparado, y, para asegurarse de que muriera, le dio otro balazo más; después se acercó a los dos represores más lejanos a ella, y también le dio otro tiro a cada uno, seguidamente se acercó al represor que, tras abrir la puerta, había sido impactado por el fusil, y permaneció unos segundos frente a él, que se encontraba en el piso, boca arriba, malherido pero consciente; a él le dirigió una mirada furiosa, que no tuvo equivalencia con la del caído, ya que la suya, había cambiado en paralelo con el cambio de su suerte; ahora era de extremo miedo y súplica; tras el represor, lastimosamente decir: “No me mates”, Daniela le disparó en la cabeza.
   Tras todo esto ocurrir, la joven, que ya había participado de hechos armados pero que hasta ese día, no había matado, se sentó en una silla y empezó a sollozar, mientras las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos; en esos momentos, dejó caer al piso a la pistola que no por casualidad, era una Browning GP-35, ya que era una de las armas reglamentarias del ejército uruguayo en aquel entonces, y el represor al que se la había sacado, era militar; los otros tres, eran policías que años atrás, habían sido entrenados por el sudopa nacido en las Italias y nacionalizado yanqui, Dan Mitrione (*), que tras su paso por el FBI, le fue encomendada por las autoridades yanquis, la repudiable tarea de entrenar a la policía uruguaya en el uso de la tortura con picana eléctrica, con lentos estrangulamientos y otros métodos igualmente aberrantes, para que le fuera infligida a todos aquellos que tuvieran la osadía de cuestionar al (extremadamente injusto) orden establecido (el cual, se dispone desde Washington para gran parte del mundo), así fue que, por obra de él, la perpetración de la tortura se generalizó, y no sólo en Uruguay, sino también en otros países americanos, dado que dicho individuo, había entrenado también a las fuerzas represivas legales de otros territorios, mientras que el gobierno del país que a sistematizar la violación de derechos humanos, lo había enviado, se llenaba la boca hablando en favor de los mismos, así como también lo hacía el gobierno de Francia, cuya escuela represiva, desarrollada principalmente durante las tremendas represiones que los franchos perpetraron en las décadas de 1940 y 1950, respectivamente en Indochina y Argelia, fue a su vez, una en la que muchos represores del mundo (incluyendo a los propios yanquis), se educaron y demasiado bien, aprendieron a defender a la “civilización occidental”, que, a mi modo de ver, es absolutamente INDEFENDIBLE.

   Poco más de un minuto de que Daniela se hubiera sentado en un intento de recomponerse en lo emocional, había pasado; tras haber en alguna medida, recuperado la calma, volvió a agarrar la pistola, se levantó, se acercó al represor por ella, muerto, que le había sacado el revólver, lo agarró, y lo puso sobre su cintura frontal, después se puso la pistola también en la cintura, pero no junto al revólver, sino sobre su espalda baja; seguidamente salió de la casa y se fue velozmente en su ciclomotor, creyendo que la policía llegaría en cualquier momento, pero no sería así, porque los terroristas del estado habían actuado con la garantía de impunidad que la comisaría de la jurisdicción, les había provisto, lo cual significaba que esa noche, a esa hora, ningún efectivo policial, pasaría por el lugar aunque sus vecinos, a través del teléfono, su presencia solicitaran.
   Ya a unas quince cuadras del lugar, Daniela bajó de la moto y golpeó la puerta de la casa de uno de sus ex compañeros del liceo llamado Eduardo Marrero, interrumpiendo así, la cena familiar; él la recibió con sorpresa y alegría, y tras ella decirle que debía irse de Montevideo porque los fachos la buscaban para matarla, tras dudarlo un poco (pero no, mucho), agarró las llaves del FIAT 850 de su padre (mientras éste le preguntaba adónde iba y él, decir que tenía una urgencia y que en varias horas, volvería), y en el mismo, hasta Colonia del Sacramento, la llevó, dado que la joven le había dicho que allí, en la calle 18  de julio a la altura 437, se alojaban algunos compañeros de militancia.
   Una vez transitados los 179 kilómetros que separan a Montevideo de Colonia, estacionaron frente a la casa de los compañeros de Daniela, y tras ellos recibirla, Eduardo la despidió, y volvió a su casa.
   Ayudando a Daniela a escapar, Eduardo puso su vida en peligro; en el momento, no lo supo (años después, habiéndose enterado de que la joven terminó desaparecida, de eso tuvo plena conciencia), pero si lo hubiera sabido, lo habría hecho igual, y no sólo por solidaridad, sino además porque de Daniela, desde hacía mucho tiempo estaba enamorado y nunca se había animado a decírselo.
    A Daniela, que al despedirse lo abrazó de un modo que a Eduardo, profundamente conmovió, y a quien, al ver alejarse, en voz muy baja, le había dicho: "Te amo", jamás la volvería a ver.
   Una vez junto a sus compañeros de la FAU, Daniela les contó todo lo que había ocurrido esa noche y de inmediato decidieron darle plata para que pudiera sustentarse varios días en Argentina, país al que viajó pocas horas después, en una embarcación que, clandestinamente estacionó en las costas rioplatenses de algún lugar de la provincia de Buenos Aires; hasta dicho lugar, viajó en compañía de Mario (también militante de la FAU y de la OPR-33), que la condujo hasta una casa en la que paraban anarquistas locales que él conocía, a los que con posterioridad al golpe de estado que en Uruguay ocurriría el 27 de junio de ese año ‘73, se sumarían bastantes otros, como así también, chilenos, tras el golpe que en Chile ocurriría, en septiembre, también de ese año.
   Así fue que Daniela, que posteriormente sería una combatiente legendaria de Montoneros, llegó a la Argentina.
   Con lo que, una vez acá, vivió, se podrían llenar cientos de páginas. 



(*) Lo único rescatable de la vida del torturador de mierda de Dan Mitrione (quien por la vía legal, jamás sería castigado o impedido de hacer lo que hacía, ya que lo que hacía, lo hacía con el aval del poder estatal derechista uruguayo que, como toda otra derecha, es absolutamente servil a Yanquilandia, dado que ese país, es la derecha por antonomasia del mundo), es su final; en 1970 fue ejecutado por combatientes tupamaros.

domingo, 8 de diciembre de 2024

Maria Clara y compañía: Y sí… también montonero (cuento) (capítulo 18) - Martín Rabezzana

-Palabras: 3.441-

Dedicado al mierda de Christian Von Wernich y a toda la curia, cuya existencia en pleno siglo 21, debería ser INACEPTABLE.


   Octubre de 1976.

   María Clara se encontraba en una casa montonera que compartía con varios compañeros de la organización; la misma estaba ubicada en la calle Leonardo Rosales, al 2030 (aproximadamente), de la localidad bonaerense de José Mármol.
   Tras una cena alegre junto a sus convivientes, se fue a acostar, y tras ingresar al mundo de los sueños, se vio caminando sola por una senda que la condujo hasta una playa, una noche de clima moderadamente frío; una vez ahí, se acercó a la orilla del mar, y por la misma, caminó durante algunos minutos sintiendo la enorme positividad que en ese lugar, había, que llenaba su interior de bienestar.
   En eso, divisó a alguien a lo lejos, sentado sobre una lona en una zona de arena seca; hacia ese individuo, que en ese momento no sabía quién era, caminó, empujada por una enorme atracción cuya causa, entonces desconocía; una vez que le estuvo próxima, él se levantó y entonces María Clara, advirtiendo que el individuo era su creador, sonriendo inconteniblemente, se le fue encima y ambos se abrazaron; tras ella decirle que había temido nunca volverlo a ver (era la segunda vez que se encontraban), y él responderle que siempre volverían a encontrarse, se besaron, se practicaron sexo oral, y genitalmente, se unieron; tras la unión sexual, concluir, hablaron de muchas cosas; en determinado momento, María Clara le dijo a su creador:
   -No estoy segura de poder seguir adelante con la vida que llevo.
   -¿Por qué? Si ya te probaste a vos misma que sos muy capaz.
   -Es que… yo no lo siento así;… no estoy para nada segura de qué soy capaz, y me gustaría saberlo;... vos podés hacérmelo saber, ¿o no?
   Tras varios segundos de silencio, su creador le preguntó:
   -¿De verdad querés saber de qué sos capaz?
   En total silencio, María Clara asintió con la cabeza.
   -Muy bien -dijo él; seguidamente le besó una mano, se levantó y se retiró.
   En ese momento, la arena de la playa en la que estaban, empezó a arremolinarse al punto que la joven, nada podía ver; poco después, la arena fue desapareciendo y lo que empezó a aparecer, fue humo, que, después de cubrirlo todo, rápidamente se disipó y dejó al descubierto un panorama en el cual, no había más que penumbras y desolación; por ese lugar, la combatiente caminó durante varios minutos sintiendo gran temor; de pronto, de la nada, frente a ella empezó a materializase un lago de aguas cristalinas; María se acercó al mismo y desde detrás, alguien le dijo:
   -Dios te va a castigar, Maria Clara.
   Entonces ella se dio vuelta y vio a un tipo que vestía ropa eclesiástica; a él le preguntó:
   -¿A mí?
   -Por supuesto que a vos; estás intentando subvertir nuestro estilo de vida occidental y cristiano, y eso, dios lo castiga.
   Tras contemplar en silencio durante algunos segundos al elemento de esa mega organización criminal, llamada: iglesia católica, María Clara le preguntó:
   -¿Y a usted no lo va a castigar?
   -No. ¿Por qué habría de castigarme a mí?
   -Y… porque ustedes, los curas, mientras fingen proveer ayuda espiritual, recaban información de la población y le señalan a las autoridades, quiénes son los individuos que consideran “problemáticos”, por ellos oponerse a la continuidad de este espantoso sistema social; tras ser señalados por ustedes, son reprimidos;… Quienes eso hacen, merecen castigo.
   El cura, cuyo nombre era Christian Von Wernich, sonrió maliciosamente.
   El clérigo, durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, no sólo le marcó gente que en él confiaba, a las autoridades (gente que después, era hecha desaparecer) y le daba ánimos a los secuestradores, torturadores, violadores y asesinos de las patotas del estado (a quienes solía acompañar cuando realizaban operativos ilegales), al alguno de ellos manifestar tener dudas éticas sobre los actos que perpetraban (lo cual, rara vez ocurría), sino que además, así como lo hicieron muchos otros capellanes de aquel entonces, recorría centros clandestinos de detención, en cuyas celdas, ingresaba, tras los secuestrados ser torturados, y con ellos hablaba de modo relativamente amable, con el objetivo de que le aportaran información sobre compañeros, para que también cayeran en las impiadosas garras de los represores.
   Sin saber específicamente en qué había participado Von Wernich, María Clara sabía que el cura era parte de la represión del estado, porque para eso está la curia, y no sólo en aquel tiempo histórico, sino en TODOS, y no sólo acá, sino también en todos los demás países de América y del resto del mundo, en los cuales, la religión católica, es la oficial.
   Von Wernich dijo:
   -El castigo purifica a las almas contaminadas, por eso es que lo que realizo, es una tarea divina, pero en realidad, no soy yo quien castiga, dado que yo soy simplemente un instrumento de dios, y su voluntad es que pagues por tus pecados, por eso es que te mandó a este lugar, que es el inframundo, en el que te vas a encontrar con tu castigador.
   Seguidamente, las aguas del lago que se encontraba detrás de María Clara, empezaron a arremolinarse y a enrojecerse; ella, tras darse vuelta, contempló la escena con mucho miedo; de pronto, del agua emergió una criatura descriptible como “demoníaca”, que no era humana, pero que por momentos, parecía tomar cierta forma humana para instantes después, volver a una forma no humana; la misma, tras levitar sobre el lago frente a la combatiente durante algunos segundos, se le fue encima, derribándola, después, la agarró del cuello; María Clara intentó liberarse del agarre pero no lo logró, por lo que sintió a sus fuerzas decrecer muy velozmente, lo cual, la hizo sentirse al borde de la muerte; como para darle falsas esperanzas y prolongar así, su sufrimiento, la criatura aflojó el agarre y le permitió a la mujer, golpearla en el rostro, y fue tras ella hacer esto, que el ser del inframundo, con sus enormes uñas, la rasguñó en una mejilla, en los brazos y en las piernas, para inmediatamente después, volver a agarrarla del cuello.
   La criatura no era un demonio cualquiera, era el mismísimo Satán; Von Wernich lo sabía y mientras veía el ataque en curso, muy complacido, sonreía.
   Encontrándose muy cerca de la muerte, con las pocas fuerzas que le quedaban, María Clara logró sacar un cuchillo de su cintura y apuñalar varias veces a Satán, que, si bien en un primer momento, pareció ser inmune a las puñaladas, segundos después, las acusó, gritando lastimosamente, lo cual, llevó al cura a dejar de sonreír y a empezar a asustarse; seguidamente la joven pudo salir de debajo de la criatura, se levantó, y empezó a apuñalarla en la espalda; si bien las heridas que a Satán, la guerrillera le infligió, eran profundas y causaban el efecto por ella deseado, las mismas, de pronto empezaron a cerrarse, cosa que llevó a María Clara a presentir que con lo que estaba haciendo, no lograría matarlo, sin embargo, continuó con el contraataque; su creador, desde un costado, le gritó:
   -¡María Clara!
   Entonces ella miró hacia el lugar desde donde procedió el llamado, y su creador le arrojó una pistola de alto calibre que ella agarró, inmediatamente retrajo su corredera y después, disparó cuatro veces contra la nuca de Satán, que cayó fulminado.
   Tras unos segundos durante los cuales, María Clara, visiblemente agotada, recuperó gran parte de su aliento, pisó la cabeza de Satán, y mientras miraba a Von Wernich, le dijo:
   -¿Éste era el que me venía a castigar?… ...Mirá cómo terminó el empleadito de tu dios… -y mientras señalaba al clérigo, dijo: -Y ahora... voy a seguir con vos.
   Entonces el cura, totalmente espantado, empezó a correr mientras la mujer, sin ningún apuro, empezó a seguirlo.
   Von Wernich corrió por un lugar anochecido, que era una especie de laberinto, cuyas paredes candentes, humeaban, pero rápidamente se agotó, por lo que empezó a caminar progresivamente más lento; tras unos diez minutos, ya bastante lejos del lugar en el que María Clara le había dado muerte a Satán, el cura empezó a considerar que su perseguidora, le había perdido el rastro, sin embargo, esto poco lo tranquilizó, ya que ahora tenía otro problema que no sabía si lograría resolver, y era su extravío en el laberinto, ya que intentaba salir del mismo, pero no lo lograba; al doblar una de sus esquinas, chocó con el creador de María Clara que, con total tranquilidad, tras acomodarse un poco la vincha negra que en su cabeza, llevaba, y tras señalar en cierta dirección, le dijo:
   -Allá viene María Clara, así que: ¡corré hijo de puta!, total… para lo que te va a servir.
   Y fue así que el eclesiástico, con renovado terror, reemprendió el alejamiento de su perseguidora, pero el mismo no tuvo para él, el fin deseado, ya que cuando, minutos después, logró encontrar la salida del laberinto, se encontró abruptamente de frente con María Clara que lo derribó con un culatazo de pistola que en la cabeza, le asestó. Seguidamente el cura sintió un ardor tremendo en sus dos piernas y después, un ahogamiento terrible; en ese momento, con enorme sobresaltó, se despertó.
   Varias horas le tomó a Von Wernich, salir del pánico que el sueño le había provocado, ya que la intensidad del mismo, lo llevaba a creer, que más que un sueño, había sido una especie de mensaje que la divina providencia le había enviado para que se cuidara de algo.
   Si bien el sueño que Von Wernich había compartido con María Clara, para el cura, ya había concluido, para María Clara, no; ella todavía seguía en el mismo; en su parte final, su creador se reencontró con su creada, y le dijo:
   -Ya sabés de lo que sos capaz.
   Y ella, tras sonreírle, le dio un profundo beso de lengua; segundos después, despertó.

 Certeza

   Al igual que Von Wernich, tras despertar, María Clara también tuvo la certeza de que el sueño no había sido solamente un sueño, sino una vivencia tan o más real, que las que tienen lugar en el plano material, sólo que en el caso en cuestión, el escenario de la misma, había sido espiritual.
   Tras la combatiente levantarse, sin saber por qué, sintió la necesidad de agarrar papel y lápiz; una vez que lo hizo, como siguiendo el dictado de un hablante inaudible, escribió: “Capellán Christian Von Wernich; Pringles 671, Quilmes. 22:30 horas; la casa lateral izquierda, está deshabitada; ingresar desde ahí.”
   Tras ducharse y vestirse, la joven le dijo a los compañeros con los que estaba compartiendo casa, quién debía ser el próximo objetivo a eliminar; todos estuvieron de acuerdo con la realización de la operación, aun cuando María no hubiera revelado cuál era la fuente de su información, que le permitió saber sobre el cura Von Wernich, su lugar de residencia transitoria y por dónde debían a la misma, ingresar, ya que asumió que no le creerían, y, tras ella y otros compañeros, ir esa misma mañana en dos autos a la zona en la que realizarían la operación, con el objetivo de conocer el terreno, se dispuso que la misma fuera ejecutada esa misma noche.

El por qué de su lugar de alojamiento 

   El cura Von Wernich se alojaba esa noche en una casa ubicada en Pringles 671, Quilmes, perteneciente a un militar que, tras el eclesiástico comentarle la semana anterior, que durante la semana siguiente debería “trabajar” en la zona sur, y el milico decirle que él vivía en Quilmes y que justo esa semana debía irse de viaje junto a su mujer, le ofreció alojarse en su vivienda, mientras cumplía con su “sacra tarea espiritual”; también le dijo que sus hijos adolescentes, se quedarían en la casa, y que sería excelente para ellos, que trabaran relación con una persona de “bien”, como él; Von Wernich, de inmediato aceptó la oferta y la agradeció.
   El inmueble en cuestión, estaba situado muy cerca del centro clandestino de detención, llamado: “El pozo de Quilmes”, que era uno de los lugares en los que el clérigo, al día siguiente, debía “trabajar”.

Operación: antilacra eclesiástica

   María Clara, junto al compañero montonero, Roberto, transitaba por la calle Pringles de la ciudad de Quilmes, en un Chevrolet 400; poco antes de pasar por la casa numerada: 671 (o sea, la casa en la que el cura se alojaba), la guerrillera (que era quien manejaba), apagó el motor y el auto se detuvo unos metros delante de la vivienda ya referida; después volvió a encenderlo y tras acelerar, de nuevo lo apagó, fingiendo así, que el vehículo tenía algún problema mecánico; acto seguido, destrabó el capot que Roberto, tras bajar del coche, levantó, e hizo como que trataba de arreglar el desperfecto, fue entonces que uno de los dos custodios del militar, que se encontraba en un Ford Falcon en diagonal con su casa, cerca de la esquina con Alem (cuya existencia, los guerrilleros, conocían, por haberlos visto al pasar por el lugar, durante la mañana), del mismo bajó y se acercó a los combatientes, pero no con la intención de prestarles ayuda, dado que esa gente, no ayuda a nadie, sino con la intención de exigirles que se identificaran, y si los jóvenes no le resultaban sospechosos, pedirles que se apuraran con la reparación y se fueran cuanto antes, y fue que cuando el represor se acercó al Chevrolet, con una mano en su cintura, muy cerca de la pistola que ahí llevaba, preguntó:
   -¿Qué es lo que pasa?
   Desde delante del capot abierto, Roberto salió empuñando una pistola que tenía incorporada un silenciador, y disparó contra el pecho del custodio, dos veces; milésimas de segundos después, María Clara, a través de su ventanilla abierta, hizo lo mismo con otra pistola que, al igual que la de su compañero, también tenía incorporada un silenciador; mientras tanto, el custodio que se había quedado en el Falcon, al ver la escena, entró en pánico y no supo si debía primero disparar contra los combatientes, el arma larga que a su lado, tenía, avisar a la policía a través de su “walkie-talkie” o, sencillamente, arrancar el vehículo en el que estaba en calidad de conductor, dar marcha atrás, e irse; en esos escasos segundos durante los cuales, dichas dudas lo embargaban, la montonera Leila, tras haber bajado de una camioneta Estanciera, que en la calle Alem casi esquina Pringles, había parado, por detrás se le acercó; apenas llegó el represor, a través del espejo retrovisor lateral izquierdo, a advertir la presencia de la chica, que, tras muy velozmente sacar de debajo de sus ropas, una pistola (también con silenciador), cuatro veces le dispararía, causándole la muerte; ya con los dos custodios de la casa del milico, muertos, Leila se acercó a María Clara y trepó la pared de la casa ubicada a la izquierda de la vivienda a la que pretendían ingresar, sabiendo que desde la primera, podrían acceder al patio de la segunda; de la Estanciera estacionada en Alem casi esquina Pringles (en la cual, el montonero Lalo se había quedado), después de Leila, llevando un bolso, se había bajado el combatiente chileno apodado “Salazar”, que después de María Clara y Leila, también trepó la pared; una vez sobre la misma, considerando que nadie parecía haberlos visto, bajaron, y caminaron unos metros hacia delante; ya frente a la pared ubicada a su derecha, que daba al patio de la casa en la que Von Wernich se alojaba, la treparon, bajaron en el patio de la vivienda del milico y se dirigieron a la puerta de ingreso a la cocina; Salazar sacó de un bolso una barreta para forzarla, y tras haberlo hecho, los tres combatientes ingresaron a la cocina de la casa a la cual, acababa de ingresar la empleada doméstica tras haber escuchado ruidos; exhibiéndole una pistola, María Clara le dijo que se mantuviera en silencio, y tras ingresar con ella al living, los partisanos se encontraron a los dos hijos adolescentes del militar (un varón de 15 años y una chica de 17), mirando televisión; ambos se sobresaltaron al ver a los montoneros, pero ninguno entró en pánico ni gritó; el joven de 15 años, creyendo saber a quién los guerrilleros habían ido a buscar, dijo:
   -Mi papá no está.
   María Clara dijo:
   -Buscamos al cura.
   -Está arriba -dijo la chica.
   -¿Hay alguien más, arriba? -preguntó Salazar.
   -No. No hay nadie más -respondió la empleada.
   Entonces, tras maniatar a los dos adolescentes y a la empleada doméstica con elementos que Salazar había sacado de su bolso, tanto él como María Clara, se dispusieron a subir hacia el piso superior. Mientras tanto, Leila se quedó vigilando a las tres personas por los guerrilleros, temporalmente reducidas, y tras ella sentarse a su lado en un sillón, y decirles que no tuvieran miedo, que no estaban ahí para lastimarlos, y pedirles perdón por el momento que les estaban haciendo pasar, la hija del militar, le preguntó:
   -¿Ustedes son montoneros?
   -Sí -respondió Leila.
   Y tras escasos segundos, la joven, sonriendo le dijo:
   -A mí me encantan los montoneros.
   Y con evidente sorpresa, Leila dijo:
   -Pero… tu viejo es milico.
   Sin dudarlo, la joven dijo:
   -Él sí, pero yo no.
   Al escuchar esto último, Leila sonrió.
   Mientras tanto, María Clara y Salazar, estaban llegando a los últimos escalones superiores de la escalera por la cual, muy sigilosamente estaban subiendo; en ese momento, por el pasillo apareció el cura Von Wernich que, tras ver a los combatientes, se quedó durante unos segundos, paralizado por el terror, y el mismo le fue causado mucho menos por las armas que vio que portaban, que por el hecho de haber reconocido en María Clara, a la mujer que en su último sueño, había visto.
   Cuando logró reaccionar, el clérigo corrió hacia su cuarto y tras él, corrieron los guerrilleros; Von Wernich logró cerrar la puerta de la pieza en la que pensaba encerrarse con llave para después, sacar de la mesa de luz, el revólver que había guardado, pero cuando puso su mano sobre la llave de la cerradura con la intención de girarla, antes de que llegara a hacerlo, Salazar empujó violentamente la puerta y María Clara, con su pistola, al eclesiástico le dio un culatazo en la frente, que lo hizo caer; de inmediato la joven sacó un cuchillo con el cual, con movimientos descendentes, lo apuñaló dos veces en cada una de sus piernas, lo cual, llevó al terrorista de estado, a gritar, después, Salazar sacó del bolso que llevaba, una cuerda que tenía en uno de sus extremos, un nudo corredizo, y se la dio a su compañera; ella se la puso a Von Wernich alrededor del cuello mientras el guerrillero chileno, ataba el otro extremo a la pata de la cama; después, entre ambos levantaron al cura que, con las pocas fuerzas que tenía, suplicaba piedad; la mujer abrió la ventana que daba a la calle, y a Christian Von Wernich, María Clara y Salazar, defenestraron.
   Una vez concluido el ajusticiamento, Salazar, tras sacar de un bolso una bandera negra, dijo:
   -Ah. Falta esto.
   Su compañera asintió, y, tras agarrarla, la colgó en el borde de la ventana. Tras hacer esto último, ambos combatientes bajaron las escaleras y junto a Leila (que a los tres residentes de la vivienda, muy cortésmente, saludó, tras decirles que la policía, que muy pronto llegaría, los desataría), salieron por la puerta del frente.
   Leila y Salazar, se fueron hacia la calle Alem, en donde en la Estanciera en que habían llegado, los esperaba en calidad de conductor, su compañero Lalo, mientras que María Clara, abordó el Chevrolet 400 en el que había llegado, estacionado muy cerca de la casa, en donde Roberto, en calidad de conductor, la esperaba.
   Tras el Chevrolet haber arrancado, María Clara miró hacia atrás y vio al cuerpo del custodio que junto a Roberto, había matado; a su compañero le dijo:
   -Ah… lo subiste a éste.
   -Y sí; si lo dejaba en la calle, alguien podría haberlo visto y…
   -Es verdad -dijo María Clara.
   Una cuadra más adelante, Roberto frenó, del auto bajó, su puerta trasera izquierda, abrió, y del cuerpo del represor ultimado, tiró hasta que éste cayó sobre el asfalto; acto seguido volvió a ingresar al auto y ya, con mayor tranquilidad, ambos contrarrepresores reemprendieron el viaje hacia la casa montonera situada en José Mármol.

Posdata:

    La bandera desplegada desde el borde de la ventana, justo sobre el cuerpo colgado de Von Wernich (que ropas eclesiásticas, vestía), decía lo siguiente: “Jesucristo era negro, judío y MONTONERO”.