
El
cuchillerismo, que había empezado como un medio para dirimir problemas
personales, terminó siendo además una práctica deportiva que en el Buenos Aires
de principios del 1900, era aun más popular que el boxeo.
Los cuchilleros
se iniciaban en algún café marginal al que asistían personas de clase media
baja y baja, que además de contemplar el espectáculo, solían apostar por uno de
los deportistas.
Era tanta la
gente que se reunía en los cafés para ver a los cuchilleros afamados, que tales
establecimientos les solían quedar chicos, entonces eran contratados por boites que les pagaban una buena suma de
dinero por cada encuentro, y cuando los cuchilleros convocaban gente al punto
que hasta las boites les quedaban
chicas, eran contratados por empresarios importantes y hasta por mafiosos para
amenizar sus fiestas privadas; este fue el caso de Valentín Alberti de veinte años, que tras
ganar numerosos combates a cuchillo realizados en cafés y boites, fue contratado por un tal Juan Ruggiero (más conocido como
Ruggierito) para batirse en una quinta de su jefe Barceló, quien era intendente de
Avellaneda, ciudad que, no obstante llamarse oficialmente así desde principios del siglo
veinte, todavía seguía siendo llamada popularmente por su antiguo y romántico nombre de
Barracas al Sud.
El nombre Ruggierito actualmente a la mayoría no
le dice nada, pero en aquella época su sola mención infundía miedo ya que le
correspondía a un temible hombre del hampa y la política.
La noche del
combate, Ruggierito mandó a un chofer a buscar a Valentín Alberti en un auto lujoso a su
humilde casa; el cuchillero subió a la parte trasera del mismo en que una mujer
muy bonita y elegantemente vestida (una milonga
fina), lo esperaba con una sonrisa; Valentín ya se sentía campeón mundial.
Al llegar a la
quinta del intendente Barceló en Barracas al Sud, él mismo recibió al
cuchillero muy cordialmente y le dijo que se sintiera como en su casa, lo cual
no le sería posible ya que su modesto hogar arrabalero se constituía por una
familia obrera que nada tenía que ver con el lujo allí ostentado, sin embargo,
ya empezaba a sentir que a ese mundo de glamur al que por primera vez accedía,
estaba destinado a pertenecer.
En la quinta de
Barceló se realizaban fiestas en las que abundaba el juego, la prostitución,
las drogas, el tango y el champagne, y él, imaginándose ya vencedor de
numerosas contiendas a cuchillo por venir, estaba seguro de que sería el rey
del lugar todas y cada una de las noches en que combatiera.
Ruggierito se le
acercó y lo saludó muy efusivamente.
-¡¿Qué hacés
pibe?! ¡No sabés las ganas que tengo de ver tu pelea!
A lo que Valentín dijo:
-¡Gracias! Estoy
muy contento de estar acá -y al ver en una pared una foto de Gardel con el intendente, le preguntó emocionado:- ¿Va a venir el
morocho hoy?
-Noooo… hoy no,
pero si te seguís luciendo en tus combates como yo ya te vi lucirte, seguro que
va a venir a verte.
-¿En serio?
-Por supuesto
que sí; Carlitos es amigo mío, lo conozco bien y sé que le encantaría verte
pelear… Bueno, te dejo por ahora; tomá unos tragos y divertite con las minas
que falta un rato largo para la pelea; ¡chau!
Valentín le hizo
caso y fue a sentarse a una mesa junto a la mina con la que había llegado; ella
le ofreció una copa de champagne y él la tomó; después la mujer le ofreció un cigarrillo
que él creyó de tabaco y lo fumó;… no era de tabaco;… le gustó; sintiéndose ya desinhibido, lentamente se
acercó a ella y la besó en la boca.
En la mesa de al
lado había otra flor de noche empleada
del lugar; era una negra hermosa de esas descendientes de esclavos que
abundaban en este país hasta principios de la primera década del siglo veinte
cuando grupos de derecha cobardemente diezmaron de forma sangrienta a dicha población
argentina; una mujer así, quedando ya pocas allá por los años veinte, era una
joya que, por rara, era más preciada que nunca.
La llamó con una
seña y ella sonriendo se acercó hasta su mesa y se sentó a su lado; sin decirse
nada, se besaron, y ese beso de lengua que lo hizo sentirse el hombre más
afortunado del mundo, decidió interrumpirlo para iniciar otro con la anterior
mujer; a su vez interrumpió ese beso con la mujer blanca castaña para volver a
besar a la mujer negra; alternó entre los besos de ambas mujeres durante un
rato y a los mismos a su vez los alternaba con tragos de champagne y humo de
marihuana, y si bien las mujeres lo invitaron a ir a otro lugar de la
residencia para intimar, decidió dejar el acto sexual con ellas para después
del combate por presentir que el mismo le restaría energía.
Tras muchos
besos, muchas copas de champagne, muchos fasos, muchas risas y muchos malos
pasos de tango dados en compañía de ambas mujeres delante de los músicos que
ante ellos tocaban, llegó la hora de la contienda.
Valentín Alberti
fue conducido hasta un extremo del salón en donde se realizaría el combate y le fueron dados un cuchillo y una bufanda. Ésta última para que se enrollara en un antebrazo y pudiera con ella neutralizar ataques del otro cuchillero, a quien también le fueron dados los mismos elementos, entonces su rival se puso en guardia frente a él esperando que el árbitro
anunciara el comienzo de las hostilidades.
Por haber
festejado anticipadamente una victoria aún no obtenida, Valentín estaba
mareado, su rival, en cambio, estaba en perfecto estado, por lo que cuando la
pelea se inició, éste último lo hirió en la mano sin dificultad; el árbitro los
separó, los instó a ponerse nuevamente en guardia (como dictaban las reglas que
debía hacerse tras cada hachazo) y ordenó que se reanudara la contienda; el
resultado del segundo cruce fue el mismo, pero esta vez Valentín fue herido en
el rostro, tras lo cual se sintió más herido en su interior que en su
desangrante exterior ya que su récord de invicto estaba en peligro; por suerte
había sido sólo la primera fase y la pelea la ganaría el mejor de tres; tras el
descanso de un minuto vendría la segunda fase y tendría la oportunidad de ganar,
y, de lograrlo, accedería a una tercera fase de desempate.
Durante el
descanso Ruggierito se acercó a Valentín y le dijo:
-¿Qué pasa pibe?
¡No me decepcionés!
-¡No no! La
segunda fase la gano seguro.
-¡Así me gusta!
¡Dale que vos podés!
![]() |
Carlos Gardel y Juan Ruggiero (Ruggierito) |
La segunda fase
del combate se inició y Valentín logró infligirle un hachazo en la mano a su rival, ante lo cual Ruggierito gritó:
-¡Vaaamooo
piiiibeee!
Sin embargo, tras Valentín neutralizar varios ataques de su rival con su bufanda y su rival hacer lo propio, éste último volvió a cortarlo en la mano y en el siguiente cruce, de nuevo en el rostro, lo cual lo convirtió en ganador del combate.
Fue tal la
humillación sentida por Valentín Alberti y la frustración por la certeza de
haber perdido, además de la pelea, su lugar en ese paraíso ficticio, que al ver
a su rival festejando la victoria, lo embistió por detrás y trató de golpearlo,
por lo cual varios empleados de seguridad del lugar lo golpearon a él muy
violentamente dejándolo inconsciente.
Ruggierito se le
acercó y con lástima le dijo:
-¿Qué hiciste
pibe?
Tras lo cual le
ordenó a los de seguridad que se lo llevaran y le prohibieran en el futuro el
acceso al lugar.
Valentín había sido desterrado del paraíso de utilería al que había deseado pertenecer.
Los matones del
intendente lo subieron a un auto y lo dejaron tirado en medio de una
calle desolada; afortunadamente en aquellos años veinte la cantidad de autos
era muy escasa por lo que pudo permanecer en el suelo varias horas sin ser
atropellado; después logró levantarse y, todo roto, cortado y humillado, caminó
lentamente hacia su casa; una vez en la misma, su familia (padres, hermanos y
hermanas) lo cuidó con el mayor de los afectos, entonces se dio cuenta de que
ése era el paraíso verdadero del que nunca querría salir y al que no estaría reconociendo como tal de haber ganado la pelea, y ya no lamentó haberla perdido.