viernes, 12 de junio de 2020

Castigador castigado (cuento) - Martín Rabezzana


   El tipo todavía estaba lúcido, ya que por el momento le permitían conservar la lucidez, pero sólo por el momento, y el mismo habría de concluir muy pronto.
   Fue conducido a una oficina e incitado a sentarse en una silla, y mientras varios individuos lo miraban inquisitorialmente, uno de ellos, dirigiéndose a él, dijo:
   -No te voy a mentir; te voy a decir honestamente lo que pensamos hacer con vos; escuchá bien: te vamos a castigar impiadosamente hasta que hayas interiorizado a nuestro sistema normativo y una vez que lo hayas hecho, te vamos a seguir flagelando igual con pastillas, con electrocución, con precintos que laceren tu piel y con descalificaciones continuas a la soberbia que poseés que te lleva a creer que merecés respeto y a la ignorancia que te hace afirmar que no estás enfermo… Nos va a encantar flagelarte, dañarte, torturarte… te vamos a sacar toda gana de vivir y cuando quieras suicidarte, no te lo vamos a permitir, ya que lo que buscamos es dañarte al máximo pero sin matarte, dado que si te morís, a nosotros se nos acaba la diversión, al menos con vos, ya que siempre habrá más personas a las que llevaremos a ocupar tu lugar… …¿Qué?... ¿Te parece injusto todo esto?... ¡Y claro! Para vos lo justo sería que la cosa fuera al revés, o sea, que vos nos castigaras a nosotros hasta que interiorizáramos a TU sistema normativo, y aun de nosotros llegar a interiorizarlo, te parecería justo seguir reprimiéndonos, y todo eso ya lo hiciste con mucha gente durante mucho tiempo, por lo cual ahora te toca a vos estar del otro lado, de ese mismo lado en que a tantas personas pusiste, ya que, como sabrás, todo movimiento es pendular, por lo que cuando se llega al extremo del desarrollo, se inicia el subdesarrollo; cuando se llega al máximo esplendor, se inicia la decadencia; cuando se llega al límite de la acumulación de yin, el mismo decrece y aumenta el yang. ¿Vas entendiendo?... Tu etapa de juzgador y castigador asalariado por el estado, concluyó con el gobierno anterior. Ahora hay otros gobernantes, por lo cual los "sanos" y los "enfermos" son otros, es por eso que ahora, discípulo de Mengele, empieza tu etapa como juzgado y castigado que durará lo que dure tu vida.
   El nuevo castigador, tras unos segundos de silencio, dijo:
   -Yo soy como vos; yo quería poder torturar legalmente, por eso me hice psiquiatra al igual que vos, y quería además reprimir cagándome de la risa de todos los giles que se comen el verso de la "democracia" y los "derechos humanos", y lo estoy por hacer, pero en algo sí que nos diferenciamos, y es en la honestidad, ya que jamás vas a escuchar de mi persona que algo de todo esto "es por tu bien".
   Entonces le hizo una seña a sus compañeros que inmediatamente sujetaron al psiquiatra (ex director del neuropsiquiátrico en que entonces estaba) que en la medida de sus pocas posibilidades, se resistió e imploró inútilmente piedad (como también se la suplicaría posteriormente en vano al resto del equipo de represores estatales constituido por psicólogos, "enfermeros", asistentes sociales, terapistas ocupacionales y acompañantes terapéuticos).
   El hombre fue atado y uno de los enfermeros sacó una aguja y le fue inyectado el mismo veneno que tantas veces había ordenado que se le inyectara a otras personas fuera o no su voluntad recibirlo, y con la poca lucidez que aún le quedaba, pudo decirse a sí mismo que se siente muy injusto recibir el trato que se le da a los demás, pero no tuvo la sensatez de admitir lo obvio que es que en realidad, la justicia es exactamente eso: recibir lo que se da.




(La "democracia" y los "derechos humanos", bases del discurso de todo gobierno supuestamente legítimo, en las sociedades actuales son puras mentiras, y en ningún lugar queda esto más claro que en los neuropsiquiátricos en los cuales, bajo la apariencia de tratamiento médico, se tortura, muchas veces hasta la muerte, a personas que en la mayoría de los casos no cometieron ningún delito ni tienen enfermedades demostradas de ninguna clase, y nada de esto ocurre excepcionalmente, ya que estas violaciones a los derechos de las personas se realizan legal y sistemáticamente en TODOS los países del mundo).

jueves, 21 de mayo de 2020

Jazmines de amor y desamor (cuento) - Martín Rabezzana


   Como enseña Michel Foucault, allá por el siglo dieciocho los castigos y ejecuciones públicos de prisioneros empezaron a ser considerados por las autoridades como contraproducentes ya que si bien su objetivo, que era el de intimidar a aquellos que pretendieran desacatar a las leyes, en gran medida se cumplía, en muchas personas se daba una indignación ante tales actos de crueldad que resultaba en un resentimiento hacia el gobierno potencialmente causante de rebeliones populares, por eso los mismos empezaron a ser trasladados a lugares privados; fue así que las torturas y las ejecuciones se empezaron a infligir lejos de la vista de las masas, y en lo referente particularmente a las torturas, las mismas no sólo dejaron de realizarse públicamente, sino que eventualmente hasta pasaron a ser camufladas para que parecieran ser otra cosa; para no dar más que un ejemplo: en el siglo veinte la picana eléctrica pasó a llamarse "terapia electroconvulsiva" (electroshock) y a considerarse "tratamiento médico"; tal supuesta terapia médica es empleada legalmente en la actualidad en todo el mundo así como otros medios represivos que, increíblemente, la mayoría de la gente no reconoce como tales.
   No obstante lo dicho, el traslado de lo público a lo privado en lo que a tormentos y ejecuciones de personas se refiere, tardó siglos en ser llevado totalmente a la práctica, por lo que a principios del siglo diecinueve, que es el tiempo en que la historia que sigue se desarrolla, las ejecuciones eran todavía espectáculos públicos en la mayor parte del mundo incluyendo a la Argentina, y las mismas no escaseaban, ya que más allá de las exageraciones de los historiadores antirrosistas respecto a lo tiránico del gobierno de Juan Manuel de Rosas, está claro que el "restaurador" no vacilaba en hacer fusilar a quienes consideraba enemigos políticos.

   En el contexto social referido se dio una relación sentimental entre una adolescente de clase alta llamada Lucía, cuyo padre era funcionario del gobierno de Rosas, y un joven de pasar económico medio, que, para la consideración de alguien de la alta sociedad, era apenas poco más que un pordiosero por cuya condición no debía mezclarse con su familia; así fue sentido y expresado por el padre de la chica conjuntamente a una prohibición absoluta a Lucía de seguir viéndolo, por lo cual ella protestó pero manifestó acato a la orden arbitraria de su padre, pero lo hizo falsamente ya que al escuchar la prohibición, rápidamente empezó a pensar en encontrarse con su amante en secreto, y así lo hizo durante semanas; mientras tanto su padre había decidido que su hija debía relacionarse con alguien de su mismo estatus social, por lo cual la obligó a verse con un joven burgués que de ella rápidamente se enamoró; Lucía consideraba que el joven era muy amable y simpático, pero le dijo claramente que no podría enamorarse de él porque ya estaba enamorada de otra persona; el joven lo entendió pero le suplicó que le diera la oportunidad de darse a conocer ya que tal vez ella cambiaría de idea respecto a quién era realmente el amor de su vida, y por compasión a él y respeto a su trato cortés, ella aceptó seguir viéndolo por un tiempo pero le pidió que aceptara dejar de verla para siempre si tras algunas salidas más, de él no se enamoraba, lo cual el joven aceptó.
   Durante las semanas posteriores los jóvenes se vieron sin que él lograra enamorar a Lucía, por lo cual, con enorme dolor, el joven decidió cumplir su promesa de alejarse de ella.
   Pasaron las semanas y el joven burgués decidió hacer un último intento de conquistarla sin incumplir la promesa que le había hecho de no verla, de ella no enamorarse de él, por lo cual le compró un anillo de compromiso y lo puso dentro de un sobre junto a una carta de amor en la que le pedía matrimonio. Además compró jazmines blancos y a través de una criada de la familia de Lucía, se los hizo llegar, pero esa misma noche la criada se apersonó hasta la casa del joven y le devolvió su carta por pedido de Lucía; estaba cerrada ya que al a ella serle dicho que procedía de él, había decidido ni siquiera abrirla.
   Tras este hecho el joven burgués pasó noches y días espantosos, sumido en una enorme tristeza que intentaba ahogar en alcohol.
   Tras varios días salió a despejarse y se dirigió a la Plaza de la Victoria (lugar aproximado donde actualmente está la Plaza de Mayo); en la misma había una multitud reunida para presenciar una ejecución; a lo lejos vio a Lucía que se acercaba a un mazorquero y le entregaba un envoltorio que él no reconoció; ella le dijo algo al guardia perteneciente a la "mazorca" que, por la distancia que los separaba y el ruido de la muchedumbre, no pudo escuchar qué fue; algunos segundos después, Lucía se fue casi corriendo de la plaza mientras derramaba lágrimas, entonces apareció un hombre escoltado por varios mazorqueros que lo llevaban hasta el lugar donde su ejecución se realizaría; el joven burgués pensó en irse ya que no quería presenciar ninguna ejecución, pero cuando se disponía a hacerlo, vio que el mazorquero que de Lucía había recibido el envoltorio, se acercaba al condenado y se lo entregaba mientras algo le decía, entonces él se aferró al mismo con todas sus fuerzas, le fueron vendados los ojos y lo que siguió fue uno de esos momentos brevísimos y trágicos que en la memoria emocional de quienes los viven, duran una eternidad.
   Si bien el joven burgués había apartado la vista del condenado poco antes de que contra él se abriera fuego, la curiosidad por saber qué contenía el envoltorio que en el momento de la ejecución tenía entre sus manos, lo venció, por lo que dirigió su vista al caído y reconoció en el piso a los jazmines blanquísimos que a Lucía le había enviado días atrás; paralelamente reconoció al muerto como el verdadero amor de la chica a la que había querido (y no había conseguido) para sí.
   El padre de Lucía se había enterado de que ella se seguía viendo en secreto con el joven proletario, incumpliendo así con la orden de no verlo más que él le había dado, por lo cual, en pos de alejarlo para siempre de su hija, lo acusó en falso de ser colaborador de los "salvajes unitarios"; en ese período nada más se requería para que se aprobara un fusilamiento "federal"; del mismo nada le dijo a su hija, pero las criadas se enteraron y se lo contaron, fue así que Lucía se había escapado de su casa y se había apersonado en el lugar de la ejecución de su novio en el cual, a modo de despedida, le hizo llegar los jazmines blancos.

   Mientras miraba al ejecutado, el joven burgués sintió celos y odio, poco después sintió culpa por haber sentido esas cosas y lo que entonces sintió fue pena por el muerto; después dejó también de sentir eso ya que otro sentimiento empezó a embargarlo: la envidia.
   Envidió al muerto con toda su alma ya que habría querido ser él ese joven asesinado por haber cometido el "pecado" de enamorarse correspondidamente de Lucía.
   Tras haber sido retirado el cadáver del joven proletario de la plaza y casi todas las personas haberse ya ido, el joven burgués seguía contemplando fijamente a las flores caídas teñidas de sangre en las que veía materializados por igual, tanto al amor como al desamor.



(Cuento basado en la canción escrita por Héctor Blomberg y Enrique Maciel: "Los jazmines de San Ignacio", inmortalizada por Ignacio Corsini).

domingo, 26 de abril de 2020

La nula trascendencia de la literatura (cuento) - Martín Rabezzana


   Al escritor se le acercaron dos investigadores policiales que le pidieron que se identificara, tras lo cual le pidieron que los acompañara hasta el recinto policial ya que querían hacerle algunas preguntas; como él se esperaba que cosa tal ocurriera en cualquier momento, no se sorprendió ni se puso nervioso.
   Una vez en la seccional, fue conducido hasta una oficina, ahí se le pidió que tomara asiento y, sin que nadie le preguntara nada, el escritor dijo:
   -Alguna vez me acusarán de ser tergiversador por incluir en mi literatura a personajes de la realidad y contar de ellos historias distintas a las que realmente vivieron, pero será una acusación injusta ya que yo soy literato, no historiador, por lo que no me interesa la rigurosidad histórica al hacer literatura aunque la misma esté basada en hechos realmente ocurridos; yo invento cosas y, para mi sorpresa, resulta que muchas de ellas realmente tuvieron lugar sin que yo lo supiera mientras las escribía, y así es que, sin quererlo, al escribir cuentos del género policial, terminé resolviendo cualquier cantidad de crímenes cuyas autorías no habían sido establecidas, por eso es que muchas de las personas conocedoras de dichos casos y lectoras de mis libros, sin duda han creído que yo tenía una información especial por conocer a testigos de los casos en cuestión o a descendientes de ellos, dado que muchos de los casos policiales que ficcionalicé, son de tiempos remotos, pero en realidad, como ya dije, yo inventé (o al menos, creí inventar) muchas de las cosas que resultaron en su esclarecimiento; nunca creí que se correspondieran con la realidad, pero dado que evidentemente así es, debe ser que poseo retrocognición, que es la capacidad de percibir hechos desconocidos por uno ocurridos en el pasado… por todo esto no me sorprende que me hayan hecho venir hasta acá, ya que sin duda tengo mucho que aportarle a la policía en materia de información debido a esta capacidad inusitada que tengo de resolver crímenes sin siquiera buscarlo, al componer obras literarias, así que, les pregunto: ¿cuál es el caso que me han traído para resolver?
   Los dos policías se miraron extrañados y uno de ellos dijo:
   -¿Usted es escritor?
   -Sí, claro, y justamente por conocer mis libros ustedes me buscaron, ¿o no?
   El otro policía movió la cabeza en señal de negación, y dijo:
   -No, en realidad lo queríamos entrevistar por las quejas de los vecinos por los ruidos molestos del club del cual usted es presidente.
   Entonces el sorprendido fue el escritor, que dijo:
   -¡Pero yo no presido ningún club!
   Entonces uno de los policías le preguntó su nombre y al él responder, se le dijo que justamente a esa persona buscaban, pero para asegurarse de que no había ningún error, le pidió su documento; el literato se lo dio y el policía, tras mirarlo se lo pasó a su compañero mientras decía en voz baja:
   -Nos equivocamos de persona; este tipo tiene el mismo nombre y apellido de aquel a quien buscamos, pero su segundo nombre es otro.
   Su compañero dijo:
   -Ahhh… sí…
   Ambos policías se sintieron incómodos y tras algunos segundos en silencio, uno de ellos dijo:
  -Disculpe el error, muchacho; puede irse. Ah, y suerte con la literatura.
   Y el otro dijo:
  -Sí, eso; que tenga mucho éxito con sus libros.
   El escritor les agradeció, y, muy decepcionado, se levantó de la silla y salió del recinto policial.

   Mientras caminaba de vuelta a su casa, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar.

viernes, 27 de marzo de 2020

Risa-mata-suicidio (cuento) – Martín Rabezzana


  
   Una tarde, con los ojos vidriosos la mujer puso veneno para ratas en un vaso de agua y se dispuso a tomarlo, pero justo en ese momento sonó el timbre; ¿quién podría ser? Como estaba a punto de suicidarse, dudó de si valía la pena acercarse hasta la puerta para preguntar quién era, pero la curiosidad (que es lo último que se pierde, y no la esperanza, a diferencia de lo que dice el refrán) la venció, por lo que dejó el vaso sobre la mesa y se acercó a la puerta a través de cuya mirilla vio a un hombre vestido con un overol; preguntó:
   -¿Quién es?
   -Vengo por el arreglo del televisor, señora.
   "¿El arreglo del televisor?", pensó, y tras unos segundos recordó que ella misma había ido esa mañana a un negocio de reparación de electrodomésticos para pedir que algún empleado se acercara hasta su casa para arreglar su televisor que estaba funcionando mal, ya que ella no tenía a nadie que la ayudara a llevarlo hasta allá (la historia transcurre en los años sesenta del siglo veinte, por lo que se trataba de un televisor de grandes dimensiones y peso, para cuyo transporte se requería de al menos dos fisicoculturistas; aparato que, dicho sea de paso, tenía una de esas antenas conformadas por láminas de acero que había que eventualmente doblar y enganchar en el centro, lo cual era peligrosísimo porque si uno enganchaba mal alguna, saltaba y azotaba como látigo pudiéndole sacar a uno un ojo).
   La mujer, a través de la puerta, dijo:
   -Pero habían quedado en llamar por teléfono para avisarme cuando el reparador estuviera por venir.
   -Sí, pero hay un desperfecto en el servicio telefónico y por eso no pudimos comunicarnos.
   Ella dudó unos segundos y después se decidió a abrir; el técnico de electrodomésticos la saludó sonriente y rápidamente fue conducido por la mujer hasta el living donde se encontraba el televisor; el hombre preguntó qué problema tenía el aparato y ella le dijo que la imagen saltaba; él lo prendió y tras constatar el problema, dijo:
   -Sí sí.
   Después lo apagó, lo desenchufó y tras sacar algunas herramientas de la caja que llevaba, lo desarmó y dijo que la reparación le tomaría más o menos una hora.
   Mientras realizaba la reparación, el tipo, que era muy conversador, le hablaba a la mujer que, por tener un pésimo estado de ánimo, le respondía con monosílabos, sin embargo él seguía hablándole; en un momento le dijo:
   -Un amigo mío, por el sueldo no alcanzarle para más, se compró un auto muuuy chiquito, y era tan angosto, que ni bien ingresaba un pie, pisaba la calle.
   A lo que la mujer, transgrediendo a sus ya mencionadas monosilábicas réplicas, dijo:
   -Entonces no era un auto, era una moto.
   -Nooo; era más angosto que una moto, pero a él le alcanzaba porque era muy flaco; tan flaquito que cuando se ponía de perfil, era invisible.
   Entonces la mujer, sorprendiéndose a sí misma, se rió; tras varios segundos de reírse, se sintió más amable, por lo que muy cortésmente le preguntó si quería un café, a lo que el reparador dijo:
   -No gracias, señora. Yo soy más de matear.
   -Bueno, entonces le preparo mate. ¿Lo toma amargo?
   -Lo tomo amargo.
   Y fue a la cocina a prepararlo; al tenerlo listo, le extendió el mate y él le agradeció; tras tomar el primero, le dijo:
   -Un primo mío que una vez se fue de viaje a Finlandia, me dijo que allá hace tanto frío, que cuando se servía un mate con agua hirviendo, a los dos segundos ya estaba congelado; por eso los finlandeses no toman mate.
   -Aahhh. ¿Es por eso? –dijo la mujer, y se rió.
   El hombre siguió con la reparación que interrumpía brevemente para tomar el mate que la mujer le cebaba, y como habían pasado varios minutos de conversación más o menos seria, el hombre sintió que ya era momento de decir otra cosa ocurrente; dijo:
   -El otro día estaba leyendo en el diario sobre músicos clásicos y me enteré de algo; ¿sabe qué se dice de Paganini?
   -No; ¿qué se dice?
   -Que hizo un pacto con satán para ser el mejor violinista de la historia, y como prueba de su filiación con el diablo la gente aducía que podía verse a su imagen translúcida a su lado cuando daba un concierto, pero eso, claro…. ¡sólo la gente muy ignorante lo puede creer! La verdad es que a satán podía vérselo en los recitales de Paganini pero porque era admirador suyo, y no porque hubiera hecho un pacto con él.
   La mujer se rió.
   En los minutos siguientes el reparador siguió diciendo cosas graciosas que a la mujer la alegraron, y tras casi una hora de haber iniciado la reparación, dijo:
   -Bueno; vamos a ver si el televisor ya funciona bien -entonces lo rearmó, lo enchufó y lo encendió; señalando a la pantalla, dijo: -Se ve perfecto; ¡problema solucionado!
   Tras lo cual le informó a la mujer cuál era el precio de la reparación y ella fue a buscar la plata para pagarle, entonces le pagó y le dijo:
   -¡Muchas gracias!
   -No; gracias a usted por contratar nuestros servicios y gracias también por los mates.
   Se dirigió a la puerta y tras salir, dijo:
   -¡Chau!
   -¡Chau! –respondió ella.
   Tras el hombre irse, la mujer mantuvo durante varios minutos seguidos una sonrisa que llegaba hasta a volverse risa cada tanto al recordar los chistes que el reparador había hecho, y por el estado de alegría en que estaba, sólo cuando volvió a la cocina y vio el vaso con veneno para ratas sobre la mesa, se acordó de que hasta hacía apenas una hora, tenía la intención de matarse por el dolor que un desengaño amoroso le había provocado.
   Sin dudarlo en absoluto, agarró el vaso y lo vació en la pileta de lavar los platos, tras lo cual abrió la canilla.
   Ante tal estado de bienestar, suicidarse habría sido no sólo ridículo, sino además, imposible.

   Al rato sonó el teléfono y ella atendió.
  -¿Hola?
  -Hola señora. La llamo del negocio de reparación de electrodomésticos; era para avisarle que lamentablemente hoy estuvimos sobrecargados de trabajo y por eso nos fue imposible mandarle a un empleado para realizar el arreglo que solicitó; los tres empleados que tengo no tuvieron siquiera un minuto libre hoy, pero le prometo que mañana sí vamos a estar en condiciones de mandarle a alguien; le pido mil disculpas.
   La mujer se mantuvo en silencio unos segundos por la sorpresa, por lo que su interlocutor dijo:
   -¿Hola, hola? ¿Me escucha?
   Ella se recompuso y le dijo que no se preocupara ya que su televisor había empezado a funcionar bien, por lo que ya no hacía falta que le mandara a nadie.
   Tras colgar el teléfono se preguntó una y mil veces quién había sido el hombre que además de arreglarle el televisor, le había salvado la vida, pero jamás llegaría a saberlo.

Epílogo (génesis del cuento)

   La mujer mayor, me dijo: "Lo que te voy a contar me pasó cuando era joven allá por los años sesenta, y aunque no lo puedas creer, te juro que es cierto;… Como sos escritor, lo que te voy a contar tal vez te sirva para escribir." Y me contó una historia; tras escucharla, le dije: "Le creo. ¡Y claro que me va a servir para escribir!" Entonces escribí: "Risa-mata-suicidio".