domingo, 23 de febrero de 2025

Leila Combatiente (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.130-

Violencia que el estado, creó

   Una fría madrugada de agosto del año 1975, Leila corría por la calle Bolívar de la bonaerense ciudad de Beccar; al llegar a la altura 160, aminoró la marcha por estar ya muy cansada, y segundos después, se detuvo completamente; seguidamente miró en todas las direcciones y a nadie vio; tras algunos instantes, volvió a trotar, pero no fue mucho lo que las fuerzas la acompañaron, por eso fue que al llegar a la siguiente esquina, volvió a detenerse y se acuclilló, en un intento de recuperar el aliento diezmado por tanto correr; en su mano derecha, la joven sostenía una pistola Ballester-Molina.
   Como si hubiera salido de la nada, en la esquina en que Leila, estaba (o sea, en la de Bolívar y Suipacha), un hombre la sorprendió por detrás, le sacó el arma y la sujetó, mientras guardaba su propia arma corta sobre su cintura trasera.
   El represor, con su mano izquierda mantenía la boca de la chica, tapada, para que no gritara, y con su antebrazo derecho (con cuya extremidad, sostenía la pistola que le había sacado), le apretaba el cuello; tras decirle que no gritara porque de nada le serviría y que si lo hacía, la golpearía, lentamente retiró la mano con la que cubría su boca, y agarró el “Walkie-Talkie” que en su cinturón, tenía enganchado; a través del mismo le dijo a uno de sus correpresores, que había encontrado un “lindo paquete”, y que pasara a buscarlo por Bolivar y Suipacha; así fue que, pocos segundos después, por la calle Bolívar se aproximó un Torino blanco que en Suipacha, dobló a la izquierda y una vez ahí, se detuvo; entonces el represor (que, al igual que el conductor, además de “trabajar” como custodio, era un policía perteneciente a la Triple A), le pidió a su compañero de represión que manejaba el auto, que abriera el baúl, entonces éste último accionó la palanca para que el mismo se abriera y una vez abierto, el terrorista de estado que tenía sujeta a Leila, la llevó hasta el frente de la parte posterior del rodado y se dispuso a darla vuelta para golpearla en el abdomen antes de forzarla a entrar en el lugar ya mencionado, en el que había un lazo y una capucha con los que, respectivamente, pensaba atar sus muñecas y cubrir su cabeza para bloquearle la visión, pero fue que una vez frente al baúl, Leila sacó de debajo de su cinturón, un cuchillo, y lo clavó en la pierna derecha del represor, lo cual, lo llevó a gritar de dolor, a ceder el agarre que contra ella, hacía, y a dejar caer la pistola que empuñaba, fue entonces que la joven se dio vuelta y le infligió muy velozmente, tres cortes transversales en la garganta (el primero fue de izquierda a derecha, el segundo, de derecha a izquierda, y el tercero, de nuevo de izquierda a derecha, como meses atrás, muy bien le había enseñado a realizar, para que aplicara, de encontrarse en una situación así, la combatiente María Clara Tauber).
   El represor, herido de muerte e incapacitado para hablar, previo a caer, dando pasos lentos y débiles, intentó acercarse hasta la puerta del vehículo correspondiente al conductor; éste, al verlo a través de un espejo retrovisor y advertir que su cuello estaba abierto de lado a lado y que del mismo, brotaba cualquier cantidad de sangre (no había visto lo que había ocurrido, porque el baúl abierto se lo había impedido), se horrorizó y de inmediato empuñó la escopeta Bataan 71 recortada, que en el asiento del acompañante, se encontraba, pero en cuanto levantó la vista, la vio a Leila que, tras acercarse agazapada, parada frente a la ventanilla, lo apuntaba con la pistola Ballester-Molina que, tras el primer represor de las Tres A, dejar caer, había de inmediato, vuelto a empuñar, y antes de que su apuntado llegara siquiera a levantar su arma, la joven montonera disparó contra él, tres veces; seguidamente abrió la puerta del vehículo, guardó la pistola sobre su cintura y agarró la escopeta del represor muerto a quien, aun sabiéndolo sin vida, por la furia extrema que sentía (que se exacerbó terriblemente cuando reconoció en él, a uno de los represores que meses atrás, la habían tenido secuestrada y la habían torturado y violado), volvió a dispararle, pero esta vez, con la Bataan 71; inmediatamente después, con la culata de la escopeta, golpeó repetidamente el vidrio de la ventanilla a través de la cual, había disparado su pistola, para que estallara y no fuera sospechosa, como sí lo sería para cualquiera, de ver que tenía agujeros que evidentemente, habían sido causados por disparos (esto último le había sido enseñado por la montonera Elena); una vez hecho esto, la joven cerró la puerta del acompañante y se fue hacia el lado de la puerta del conductor a la cual, abrió, tiró del cuerpo del represor muerto, para que cayera al piso, y una vez logrado este cometido, subió al Torino y en el mismo, emprendió una exitosa retirada del lugar.

¿Qué había pasado antes?

   Dado que el terrorismo de estado venía aumentando vertiginosamente, lo cual, además de implicar violaciones masivas a los derechos humanos perpetradas por integrantes de las Fuerzas Armadas y de “seguridad”, implicaba una inacción por parte de fiscales y jueces, ante crímenes de los que claramente, miembros de las fuerzas represivas estatales, eran responsables, es que la conducción nacional de Montoneros decidió pedirle a los jueces que no dejaran de investigar los apremios ilegales cometidos por las autoridades, contra los militantes políticos; el pedido se haría a través de cartas que a los domicilios de los jueces, serían enviadas.
   Si bien en las misivas, en ningún momento se ordenaba ni amenazaba, el que un grupo armado le pidiera a los magistrados que siguieran investigando, porque eso era lo que correspondía, fue entendido por ellos como un “apriete” (y, honestamente... ¿quién puede pensar que no lo fue?, y yo pregunto: ¿no correspondía apretarlos, si dejándolos sueltos, actuaban como lo hacían?)
   El pedido, como era de esperarse, no dio ningún resultado, ya que eran cada vez más los jueces que seguían “cajoneando” las causas que se abrían en contra de integrantes de las fuerzas represivas del estado, en pos de que quedaran en la nada y sus autores pudieran así, seguir impunemente haciendo lo que hacían, de ahí la necesidad de reventar a uno de esos cómplices judiciales del terrorismo de estado, en pos de que los demás, cumplieran con sus deberes, voluntariamente asumidos, no obstante, antes de hacer cosa tal, correspondía darle a los magistrados, una advertencia más elocuente que aquella que había sido ya realizada a través de las ya referidas, misivas, que consistiría en balearles el frente de sus casas; esto es lo que cuatro montoneros se dispusieron a hacer con determinado juez, y fue por eso que esa madrugada, se habían dirigido a su vivienda, que en la calle Rivadavia de la ya mencionada ciudad, se encontraba ubicada; para tal fin, cuatro jóvenes guerrilleros se allegaron hasta el lugar, en dos autos.
   Uno de los rodados en que los montoneros se movilizaban, era un FIAT 1600, el otro, un Opel K-180; en el primero viajaban dos guerrilleros; en el segundo, otros dos, que, detrás del primer auto debían quedarse para intervenir en caso de que alguien perteneciente a la represión estatal, apareciera.
   Como los montoneros habían ya dado algunas vueltas por el lugar, sin ver a nadie caminando por las inmediaciones que aparentara estar realizando una tarea de custodia, ni ver tampoco a ningún auto estacionado ni rondando el área, que pareciera cumplir con la misma, asumieron que los custodios del juez, estaban dentro de su casa, por lo cual, una vez frente a ella, creyendo que no habría peligro de actuar en ese momento y lugar, uno de los montoneros del FIAT 1600, del mismo descendió y con una ametralladora Halcón ML- 63, disparó contra el frente del inmueble, pero ocurrió que cuatro custodios que se encontraban escondidos detrás del alambrado que separaba a la vereda de las vías del tren, les dispararon con armas largas, resultando de sus disparos, la muerte del montonero que había accionado la ametralladora, así como también, la de aquel que se encontraba en el auto en calidad de conductor; fue entonces que los dos montoneros (Lisandro y Leila) que se encontraban más atrás, en el Opel K-180, del mismo bajaron y dispararon contra ellos, hiriendo de muerte a dos de los cuatro (un represor fue impactado por disparos realizados por Lisandro y el otro, por los de Leila), fue entonces que los custodios restantes, retrocedieron, pero sin dejar de disparar contra los combatientes.
   Leila, al igual que Lisandro, se había resguardado de los disparos de los custodios, detrás del auto en el que había llegado, y tras haber vaciado su cargador, mientras otro ponía en su arma, le dijo a su compañero que la cubriera porque ella cruzaría la calle para seguidamente, trasponer el alambrado que daba a las vías, y dispararle a los custodios por detrás (debía estar relativamente cerca para alcanzarlos con sus disparos, ya que estaba armada con una pistola Ballester-Molina, cuyo alcance efectivo no supera los 50 metros, y como los custodios, tras retroceder, se encontraban a una media cuadra de distancia de ellos, tal acercamiento, era para ella, necesario); Lisandro le dijo que la cubriría y ella cruzó la calle corriendo; mientras la cruzaba, escuchó una ráfaga del fusil AK-47 de Lisandro, pero la misma no fue muy larga porque tras abrir fuego, fue alcanzado por disparos de las escopetas de los dos custodios que quedaban vivos, resultando esto en que de inmediato, cayera al piso, muerto; una vez oculta tras un árbol, Leila vio a su compañero y tremendamente lamentó su muerte; pensó en volver a cruzar la calle para agarrar su fusil, ya que armada con tan sólo una pistola, se encontraba en inferioridad de condiciones frente a dos terroristas de estado en posesión de escopetas, pero no pudo hacerlo porque uno de ellos, al ella amagar con volver a cruzar, disparó en su dirección (sin impactarla) y mientras tanto, el otro corrió hacia el montonero que había matado, que era el que había abierto fuego con la ametralladora Halcón; al advertir esto, Leila comprendió que no podría hacerse de la AK-47 y que además de con escopetas, uno de los represores empezaría a dispararle con la ametralladora de su compañero muerto, lo cual resultó en que decidiera emprender la retirada; así fue que, tras disparar su arma algunas veces más, empezó a correr por la calle Rivadavia, dobló en Bolivar hasta llegar a la esquina con Suipacha y una vez ahí, ocurrió lo que ya conté al comienzo de este texto, más otras cosas, constitutivas de detalles, que no conté, y que pasaré a contarles, después de brevemente contarles, quién era Leila.

Fuego que los represores, encendieron

   Leila Conte Cassara era una joven de 19 años, militante desarmada de la Juventud Universitaria Peronista que, tras ser secuestrada por la Triple A y hecha pasar por lo peor, en un centro clandestino de detención (los cuales, existían ya desde antes de la última dictadura), había sido rescatada por las combatientes montoneras: María Clara y Elena; fue tras dicho rescate que decidió unirse a Montoneros.

Ahora, los detalles

   El represor que a Leila agarró desde detrás, no se encontró con la joven por casualidad, ya que era uno de los custodios del juez que rondaba el área, y al serle comunicado a través de un “Walkie-Talkie” por uno de los dos custodios con que los montoneros se enfrentaron en la calle Rivadavia, que una subversiva se escapaba por la calle Bolivar, a la misma se dirigió, y al verla desde lejos correr en su dirección, y habiendo advertido que ella, a él no lo había visto, había saltado el cerco que daba al jardín frontal de una de las viviendas ubicadas en Bolivar y Suipacha (en caso de que alguien haya olvidado el nombre de la ciudad en que la historia transcurrió, lo repito: Beccar), en donde se había escondido, hasta que Leila llegó a la esquina; en ese lugar, pensaba sorprenderla y la sorprendió, así como ella lo sorprendió también a él, con lo que hizo.
   Otro detalle que al final de la primera parte de este texto, no conté y que ahora, cuento, es el siguiente: en contraste con la situación extremadamente dramática recién contada (y además, en contraste con las sirenas policiales que ya empezaban a oírse), en el estéreo del Torino en el que Leila se fue del lugar, sonaba el tema: “Cebando mate”, de la cantante Tormenta (muy lindo tema).

   ¡GLORIA ETERNA A LA GRAN COMBATIENTE LEILA!

martes, 4 de febrero de 2025

Daniela: un ángel armado (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 4.889-


Contexto histórico del Uruguay de los años 1970

   La última dictadura cívico-militar uruguaya, tuvo características muy particulares, la más destacable es que tuvo un presidente civil, ya que a diferencia de lo que los militares suelen hacer al derrocar a un gobierno, en el caso en cuestión, el presidente electo (que era Juan María Bordaberry) no fue depuesto; cosa tal, ninguna falta hizo, ya que los milicos, en el periodo previo al golpe, al buscar imponerle condiciones al presidente, encontraron en él, una resistencia muy leve que rápidamente se convirtió en sumisión; así fue que el mandatario se subordinó por completo a los militares y, por orden de ellos, el 27 de junio de 1973, disolvió el Parlamento, pasando así, de ser presidente electo, a dictador.
   La sumisión a los militares de Bordaberry, a ellos les vino más que bien, ya que durante el periodo de facto, podían argumentar que el presidente, lejos de ser un dictador, era alguien elegido por el “pueblo”, omitiendo, por supuesto, el “detalle” de que el 41 % del electorado había votado a un candidato que, de llegar a la presidencia, sería el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y no alguien totalmente servil a ellas (amén del hecho de que las evidencias al respecto, indican que lo que a Bordaberry le permitió llegar a la presidencia, fue el fraude electoral), sin embargo, por más que las autoridades militares quisieran salvar las apariencias, desde aquel fatídico 27 de junio del 73, más que claro estuvo para todo el mundo, el hecho de que Bordaberry se había convertido en un dictador al servicio del poder militar.
   En 1976, el mandato de Juan María Bordaberry llegó a su fin previsto, fue entonces que muchos esperaban una apertura a la democracia representativa, pero lejos de la misma, tener lugar, los militares siguieron al frente del estado y, prescindiendo del voto popular, designaron como presidente a Alberto Demicheli.
   Más allá de otros motivos expuestos por los militares para la toma del poder, el principal era la necesidad de exterminar a la guerrilla; este motivo era en realidad, una excusa, ya que para cuando los militares se hicieron con el poder, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (que, dicho sea de paso: JAMÁS tuvo NI POR ASOMO, una estructura militar capaz de hacerse con el poder estatal), había sufrido la muerte de varios de sus integrantes por las autoridades y la mayoría restante, estaba ya presa, siendo por lo tanto, la “amenaza guerrillera”, algo más propio del pasado que del presente.
   En 1972 (es decir, durante su periodo como presidente constitucional), aprovechando que Tupamaros había perpetrado recientemente varios asesinatos, Bordaberry, junto al Parlamento, declaró (ridículamente) el “estado de guerra”, que tuvo como objetivo, darle atribuciones a los militares para actuar arbitrariamente contra la ciudadanía, en circunstancias en que había movilizaciones masivas en demanda de mejoras salariales provocadas por el aumento de la desocupación y la crisis inflacionaria; cuando esto ocurre, todo gobierno tiene dos opciones: satisfacer los reclamos populares o reprimir; Bordaberry y los parlamentarios, eligieron transitar este último camino.
   Lo “ridículo”, según mi criterio, del “estado de guerra”, es tal, porque si bien los extremistas (sean del signo político que sean) hablan muy laxamente de “guerra”, a nivel oficial, la misma está constituida por grupos armados de un estado, que se enfrentan con otros grupos armados estatales o paraestatales, ya sean extranjeros o locales; cuando se da éste último caso, suele hablarse de “guerra civil” o de “guerra interna”; por lo antedicho, para que la guerra civil o interna, exista, deben haber al menos dos grupos armados enfrentados que pertenezcan a distintos estados, o que sean apoyados por sectores de distintos estados; por ejemplo: si grupos armados de una provincia, con el apoyo del gobierno provincial, se enfrentan con otro de otra provincia del mismo país, que también tiene apoyo del gobierno correspondiente a la misma, se puede hablar de guerra interna, y esto no se dio en Uruguay, ya que si bien Tupamaros era un grupo guerrillero que realizaba actos delictivos, en muchos casos, contra las autoridades, no tenía la banca del estado nacional ni de ningún estado provincial, resultando esto en que el estado de guerra interna, NUNCA haya correspondido declararlo, y en que la represión legal que en contra de los miembros de una agrupación armada ilegal, que habría correspondido realizar, debiera quedar a cargo de la policía y no de los militares, así como en el ámbito judicial, los jueces intervinientes en dichos casos, debieran ser civiles, y no militares, pero al presidente y el Parlamento declarar la “guerra interna” (seguramente por presión militar), los militares vieron acrecentadas sus atribuciones y muy probablemente esto haya sido planeado por ellos, como una transición hacia la toma total del poder del estado.
   El verdadero motivo para el último golpe de estado en Uruguay, fue el mismo que existió siempre para todos los demás golpes ocurridos en América y en el resto del mundo: la desarticulación de los movimientos sindicales, políticos y sociales, que trabajaban en función de lograr el ascenso de los sectores menos favorecidos de la sociedad; esto es algo que el gran empresariado no quiere que ocurra, de ahí la financiación por parte del mismo, a las Fuerzas Armadas, cuando sienten que las organizaciones que pretenden desconcentrar el poder económico, están creciendo demasiado, y para persuadir a sus integrantes de involucrarse en la resistencia a las arbitrariedades realizadas por las autoridades, éstas últimas, de modo sistemático, practican secuestros, torturas y asesinatos.
   No habiendo ya casi, para cuando se dio el golpe de estado, guerrilla tupamara que combatir, afortunadamente para los milicos, todavía quedaba la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales (más alguna que otra menor, compuesta por poquísimas personas), porque si no, se habrían quedado sin excusas para seguir reprimiendo a la oposición política; este grupo contaba con una cantidad de miembros muy limitada, y para cuando se inició la dictadura en el 73, sus integrantes habían ya casi todos, emigrado a la Argentina.
   Ya en 1976, en pos de evitar cualquier posible problema entre países, se acordó entre las dictaduras argentinas y uruguayas, que de los uruguayos detenidos-desaparecidos en Argentina (que constituyen el grueso de los desaparecidos por la dictadura uruguaya, ya que muchos perseguidos políticos, tras el golpe de estado en Uruguay -y aun antes del mismo-, cruzaron el Río de La Plata), se encargarían militares uruguayos, que especialmente viajaban al país, para infligirle tormentos a sus compatriotas y eventualmente asesinarlos y hacer desaparecer a sus cuerpos.
   Si bien los militares uruguayos vinieron al país en busca mayormente de los militantes de la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil), de la OPR-33 (Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales -ambas tenían por agrupación madre a la Federación Anarquista Uruguaya-) y de algunos tupamaros que habían reemigrado a la Argentina, tras haber emigrado al Chile de Allende, de donde tuvieron que irse tras el golpe en su contra perpetrado 11 de septiembre de 1973, el motivo principal para dicha búsqueda, no era su carácter subversivo, sino otro, que más adelante, doy a conocer.
   Una vez refugiados en Argentina, en parte, en un intento de despistar a sus perseguidores y en parte, por considerar que las circunstancias requerían dejar provisoriamente a su posición anarquista y sumarse a la izquierda gubernamental (cosa que lamentablemente, ha ocurrido con muchas agrupaciones anarquistas del mundo), los militantes de la FAU, la OPR-33 y la ROE, disolvieron a dichas agrupaciones y conformaron el PVP (Partido por la Victoria del Pueblo), que era de orientación más marxista que anarquista.
   Cierta combatiente montevideana de la OPR-33 (protagonista de los hechos que más adelante, expongo), llamada Daniela, por sobrevivir y contrarreprimir, una vez en Argentina, se había sumado a Montoneros, pero había seguido participando eventualmente de acciones realizadas por la OPR-33 (que después, brevemente se llamaría “Los libertarios”) en Argentina, que, no obstante ser en su mayoría, contra empresarios uruguayos, tuvo por hecho más destacado, el secuestro del empresario neerlandés, Federico Hart, realizado en Buenos Aires en 1974, por el cual, la organización obtuvo 10 millones de dólares; de este hecho, Daniela había participado.
   Con la plata del rescate por el secuestro del nortopa, la FAU (rebautizada en algún momento: ROE, y más adelante: PVP), alquiló varios inmuebles en los que funcionaron locales de reunión de militantes y viviendas.

El verdadero motivo de la mayor represión perpetrada en 1976, por militares uruguayos en Argentina, contra sus compatriotas

   La represión feroz que, en 1976, los militares uruguayos, en conjunción con los argentinos, realizaron contra los miembros del PVP, que los sobrevivientes atribuyen a su oposición a la dictadura uruguaya y los militares, a una defensa de la orientalidad, que (supuestamente) los grupos no derechistas, buscaban disolver, tuvo un objetivo más burdo, elemental y despreciable: el dinero. 
   Los milicos uruguayos, tras secuestrar en Uruguay a varios integrantes del PVP, a quienes, bajo tortura, interrogaron, se enteraron del secuestro del empresario Hart, ocurrido en 1974, y de que el pago del rescate, le había dejado a la FAU y a la OPR-33, 10 millones de dólares, pero ninguno de sus secuestrados y atormentados, sabía en dónde estaba esa fortuna, y fue ése el motivo por el cual, los militares uruguayos decidieron cruzar el charco dispuestos a aplicar los tormentos más crueles en función de obtener información sobre el lugar en que los millones, estaban guardados, y así lo harían, ya que terminarían obteniendo por intermedio de interrogatorios bajo tortura, información sobre el escondite del dinero en cuestión, que los miembros de las autoridades que pretendieran actuar “legalmente” (si es que cosa tal, es posible, dentro del marco de un gobierno ilegal), no buscaban, porque la denuncia por el secuestro del empresario neerlandés, en su momento, no fue hecha; tampoco hizo él, una vez liberado, ninguna denuncia por el hecho ni por los 10 millones, porque sabía que eso derivaría en que fuera investigado, lo cual lo habría llevado a ser procesado, dado que su fortuna procedía en gran medida de negocios ilícitos.
   Si bien la represión ilegal en Uruguay, contra los opositores a las medidas injustas del gobierno de turno, venía desde mucho antes de la dictadura (y no era insignificante, por más que los muertos por las autoridades, no fueran numerosos, ya que la policía y los milicos, secuestraban, torturaban y violaban, cotidianamente, y esto es GRAVÍSIMO, por más que a sus víctimas no llegaran a matarlas), la represión mayor que los militares uruguayos perpetraron contra compatriotas suyos en Argentina en 1976, que culminó con el asesinato de más de un centenar de personas, como ya expuse, se inició cuando se dispusieron a encontrar la plata del rescate por el secuestro de Hart; éste fue precisamente el motivo por el que desataron la represión más cruel, y no otro, por más que le duela a los sobrevivientes, que, como ya dije, prefieren creer que fue por ser opositores al régimen de facto, que fueron reprimidos, y a los uruguayos reivindicadores de los militares, que están convencidos de que la represión más cruenta que ellos perpetraron, la perpetraron en defensa de su nacionalidad, y esto NO FUE ASÍ; fue sencillamente... por plata. La prueba de esto es que ni a los Tupamaros, que era una organización político-militar mucho más importante y peligrosa que lo que fueron la FAU, la ROE, la OPR-33 (todas rebautizadas en el 75: PVP), los reprimieron con la crueldad extrema con que reprimieron a los del PVP; a la mayoría de los tupamaros, se la encarceló; para los miembros del PVP, se dispuso la exterminación, y la misma tuvo como objetivo, que ninguno de ellos pudiera contar que los militares uruguayos y argentinos, se habían repartido los ocho millones de dólares (los 2 millones restantes, probablemente hubieran sido ya gastados) procedentes del rescate de Hart, que lograron encontrar, ya que a nivel legal, lo que habría correspondido, es la devolución de la plata, a quien el rescate del empresario, había pagado; para los tupamaros no se dispuso la exterminación, porque sus miembros nunca dispusieron de los 10 millones de dólares de los que la FAU (y sus agrupaciones derivadas: la ROE, la OPR-33 y el PVP), sí dispuso; de haberlo hecho, lo mismo que a los miembros del PVP, les habría ocurrido.
   Si no hubieran sabido de los 10 millones de dólares que el PVP, poseía, los militares uruguayos, sabiendo que la mayoría de los militantes revolucionarios de su país, se había refugiado en la Argentina, habrían esperado a que las autoridades de éste último lugar, los secuestraran y los entregaran a las autoridades uruguayas, pero no lo hicieron; vinieron a secuestrarlos ellos mismos porque sabían que la fortuna en cuestión, estaba en este país.
   No obstante haberse dispuesto la eliminación física de todos los miembros del PVP, el exterminio total, no se llevó a la práctica; hubo sobrevivientes, debido a que en el ámbito internacional, la represión ilegal que las autoridades uruguayas, estaban perpetrando, empezó a ser conocida; esto resultó en que los mandatarios de facto, decidieran “blanquear” a muchos detenidos, para que así, los organismos internacionales de derechos humanos creyeran que lejos de estar las autoridades uruguayas, realizando un genocidio, simplemente detenían y procesaban a quienes, según ellas, eran terroristas.
  Uno de los locales de reunión de militantes del PVP, que había sido adquirido con plata del rescate por el secuestro de Hart, estaba ubicado en la calle Manzanares 2331, de la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires (por esas vueltas extrañas de la vida, en la actualidad -año 2025-, en ese lugar funciona una iglesia evangélica bautista); a dicha dirección se dirigió una noche de agosto de 1976, una patota compuesta por militares y policías, uruguayos y argentinos, tras haber obtenido el dato del lugar, durante una sesión de tortura contra un militante del PVP.

11 represores y un (hermosísimo) angelito contrarrepresor


   Tras algunos días de realizar inteligencia en los alrededores de la vivienda habitada por militantes del PVP, los militares uruguayos supieron que en la misma, había cinco personas, y no precisamente de las pertenecientes a la “bancada”, que es como se denominaba al sector armado, sino al sector de “agitación y propaganda”, por lo que si bien, alguno de ellos podría tener armas, se consideró que el grado de peligrosidad de los militantes, era bajo.
   De la operación ilegal, participarían 8 militares uruguayos y tres terroristas de estado, argentinos; de estos últimos, dos eran policías federales y el restante, suboficial del ejército. 
   Entre los militares uruguayos, todos ellos, torturadores y asesinos, se encontraban José Nino Gavazzo, Manuel Cordero y Jorge “Pajarito” Silveira (éste último, además de torturar y matar, acostumbraba violar a los detenidos-desaparecidos más jóvenes, varones y mujeres).
   Vestidos de civil, los represores llegaron en tres fálcones; dos de ellos, estacionaron frente al lugar al que ilegalmente, allanarían, el restante, estacionó en una de sus esquinas.
   De los vehículos descendieron 9 de los 11 represores (dos de ellos, que eran policías federales, se quedaron frente al volante), y una vez frente al inmueble, tras violentar su puerta, ingresaron 7 represores (dos se quedaron frente a la casa) que rápidamente redujeron a los cinco jóvenes (tres varones y dos mujeres) que en dos habitaciones, se encontraban durmiendo; a todos ellos, los militares golpearon fuertemente con los puños, con patadas y culatazos de fusiles.
   Tras preguntarles prepotentemente a todos, en dónde estaban las armas, a lo que los jóvenes respondieron que armas, no tenían, Cordero, haciéndose el amable, llevó aparte a una de sus víctimas, que era una joven de unos 25 años, y en voz muy baja, para que sus compañeros no escucharan, le dijo:
   -Sabemos lo del secuestro del empresario, sabemos que ustedes están forrados en guita, así que… decime en dónde la tienen, porque al menos una parte de los 10 palos, debe estar acá.
  La chica le dijo:
   -Acá no está.
  Cordero, manteniendo la falsa amabilidad, mientras con una mano tenía a la joven (cuyo rostro estaba ensangrentado) agarrada de los pelos y con la otra, sostenía una pistola, le dijo:
   -Es una lástima que no colabores, porque si lo hacés, yo puedo evitar que te lleven a dónde ya sabés que llevamos a varios de tus amigos, y sabés lo que allá te van a hacer;... yo puedo hacer que quedes detenida legalmente, así que… te lo pregunto de nuevo, y va a ser la última vez que te lo pregunte amablemente: ¿en dónde está la plata?
   Visiblemente asustada, tras unos segundos, la militante dijo:
   -¿Promete que si se lo digo, no me van a torturar ni matar?
   -Sí, te lo prometo; si colaborás, voy a disponer que quedes detenida legalmente -dijo mintiendo, Cordero.
   Entonces la joven, también mintiendo, dijo:
   -Acá no están los diez millones, pero en el cuarto de allá -y señaló una habitación- hay 30 mil dólares; están en el último cajón del placard, en tres sobres de papel madera.
  Rápidamente, el militar, llevando del brazo a su víctima, fue hasta esa habitación, una vez en la misma, se dirigió al placard (que estaba abierto) y buscó en el cajón que se le había indicado, pero no encontró nada, entonces, lejos de pensar que su víctima le había mentido, por haber visto a sus correpresores, Gavazzo y Silveira, salir de la habitación cuando él a la misma, entraba, asumió que ellos habían encontrado la plata y querían dejarlo fuera del reparto, por lo que, muy enardecido, mientras arrastraba a su víctima de un brazo, salió de la pieza y les dijo:
   -Ustedes encontraron las 30 lucas que había en el cajón, ¿o no? 
   Sus dos compatriotas, que se encontraban pateando impiadosamente a dos de sus víctimas que estaban en el suelo, suspendieron su agresión, y respondieron:
   -Yo no encontré nada -dijo Gavazzo.
   -Yo tampoco -dijo Silveira.
   No creyendo en lo que había escuchado, Cordero dijo:
   -Hay que repartir la guita que se encuentre. No se la pueden quedar toda ustedes.
   Silveira dijo:
   -Te equivocás. No encontramos nada.
   Y señalando las camperas que sus compañeros vestían, Cordero dijo:
   -Si no tienen nada que esconder, muéstrenme los bolsillos, los externos y los internos.
   Gavazzo dijo:
   -No te vamos a mostrar nada, y va a ser mejor que te calmes.
   Entonces Cordero, evidenciando una falta de calma total, gritando, dijo:
   -¡Ustedes son una mierda!… se creen que me pueden pasar, como a un pelotudo, ¡pero no!
   Y tras levantar su pistola, la disparó contra Gavazzo, que fue herido en su hombro derecho; de inmediato, Silveira le disparó con la Itaka que empuñaba, dos veces en el pecho, lo cual, lo llevó a caer, entonces Gavazzo, lleno de furia, intentó dispararle a Cordero con su escopeta, pero no pudo hacerlo porque su hombro derecho estaba en pésimas condiciones, por lo que cuando intentó apuntar su arma contra él, la misma cayó al piso por su incapacidad de sostenerla, acto seguido, mientras puteaba, se sacó la pistola que en la cintura llevaba, que, por ser más liviana que el arma larga que hasta segundos atrás, empuñaba, pudo sostener, sirviéndose para eso, de ambas manos, y disparó 4 veces contra Cordero, y lo hizo de modo innecesario, dado que, por los dos itakazos que Silveira le había dado, su compatriota se encontraba ya muerto; de inmediato, empuñando armas cortas, unos, y largas, otros, ingresaron al cuarto, los cuatro represores restantes que en la casa, habían irrumpido, y se encontraron con Cordero muerto, con Gavazzo herido y con Silveira pidiéndoles que no dispararan, que su compatriota se había sacado y que no les había quedado más opción que la de matarlo, pero que lo que ante sus superiores deberían decir, es que habían sido los subversivos quienes lo habían hecho. 
   A todo esto, había una sexta militante revolucionaria en la vivienda, con cuya presencia, los represores, no contaban, dado que había ido al lugar para visitar a quienes habían sido compañeros suyos en la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil) en Uruguay; tras una larga cena y una larga sobremesa, que se había extendido hasta pasada la medianoche, ella había sido invitada a quedarse a dormir; al momento de la irrupción de los represores, se encontraba en un cuarto de la planta superior; se había acostado en la cama (calzada y vestida, como se había acostumbrado a hacer en aquellos años), y todavía no se había dormido; cuando escuchó a la puerta de entrada, ser violentada, se sacó la frazada que sobre su cuerpo, había puesto, agarró la pistola, que bajo la almohada, había dejado, y se dirigió al pasillo, en donde había una ventana lateral; la abrió, y al asomar la cabeza al exterior, pudo ver que contra la pared, había una escalera vertical fija, de emergencia; rápidamente guardó su arma sobre su cintura, y por dicha escalera, subió hasta la terraza; durante la comida, uno de sus compañeros le había dicho que uno de los integrantes de la bancada, había dejado oculto en el tanque de agua, un Fusil Automático Liviano, por lo cual, al mismo se dirigió y tras hacerse de dicha arma, la joven, con mucha precaución, miró hacia abajo y pudo constatar que había dos represores armados con escopetas, frente a la vivienda y otros dos, en dos fálcones que en la cuadra de la misma, habían estacionado; contra cada uno de los dos represores que se encontraban custodiando el frente del inmueble, disparó dos veces, así como también, contra los dos que se encontraban al volante de los fálcones; debido a la precisión que tenía disparando (precisión que la había llevado a ser parte de los “tiradores especiales” de Montoneros -organización en la que en ese momento, militaba-), a lo que se sumaba la precisión, el alcance y el poder del arma que empuñaba, a los cuatro represores, de inmediato les causó la muerte; esa joven, que, al igual que sus compañeros entonces pertenecientes al PVP, había llegado a la Argentina escapando de la represión en Uruguay, se llamaba Ana Daniela Lobo, y era conocida simplemente como Daniela.
   La ultimación de los cuatro represores, que Daniela realizó, tuvo lugar casi en el mismo momento en que Cordero disparó su arma contra Gavazzo, por lo cual, a las ocho detonaciones provocadas por el accionamiento de su arma, se sumaron las que fueron provocadas por las armas de Cordero, de Silveira y de Gavazzo; esto resultó en que la situación fuera extremadamente confusa, ya que se escucharon tiros desde el interior y desde el exterior de la vivienda, por lo que los represores que se encontraban en el interior de la misma, asumieron que las detonaciones que se escucharon desde fuera, habían sido provocadas por las armas de sus correpresores, y que habían abierto fuego por creer que en la casa, habían encontrado resistencia de subversivos, ya que no se suponía que los represores dispararan en esa instancia, dado que el objetivo de ingresar a la vivienda, no era el de matar a sus ocupantes, sino el de secuestrarlos y llevarlos al centro clandestino de detención, tortura y exterminio, denominado: “Automotores Orletti”, pero en realidad, no sabían qué pasaba… 
   En esos segundos en que, por la tensión extrema de la situación, el aire podía cortarse con el filo de un cuchillo, Daniela pensó en que tal vez debería irse (tenía vía libre para hacerlo, dado que desde la terraza, tenía acceso a los techos de otras viviendas), ya que los disparos, asumió que habían sido de ultimación contra sus compañeros; de ser así, ningún sentido tenía volver a la casa; totalmente inverosímil era la idea de que hubieran sido ellos (sus compañeros) los que hubieran abierto fuego contra los represores y los hubieran matado, dado que durante la cena, les había preguntado si tenían entrenamiento en el manejo de armas, y todos les habían respondido que no, así fue que decidió irse, pero cuando estuvo por pasar al techo de una casa contigua para posteriormente, bajar a la vereda, escuchó a uno de sus compañeros, quejarse y gritarle algo a los represores, fue así que supo que, al menos uno de ellos, estaba vivo, por lo que de inmediato cambió de planes y se dispuso a volver al inmueble.
   Daniela bajó de la terraza por la misma escalera lateral por la que había subido, y se encontró en un pasillo interno, que separaba a la vivienda de sus compañeros, de otra situada a su derecha; a través de una ventana que daba al pasillo en que ella estaba, pudo ver a varios de sus amigos y a los represores; estos últimos, se habían momentáneamente olvidado de sus víctimas, que se encontraban en el piso producto de los golpes que les habían asestado, ya que estaban tremendamente nerviosos, por los tiros del FAL de Daniela, que entonces creían efectuados por sus compañeros de represión; en ese momento discutían sobre quién debía acercarse a la ventana o a la puerta de calle, para decirles que no tiraran, que la situación estaba controlada, pero ninguno quería hacerlo por miedo a recibir un disparo; fue entonces que Daniela recordó el encuentro que meses atrás, había tenido con la combatiente sobreviviente de “La masacre de Trelew”, María Antonia Berger; durante una conversación, ella le había contado que en una ocasión, junto a compañeros montoneros, había encontrado un centro clandestino de detención y que habían logrado matar a todos sus represores tras hacerlos salir, tirando en su interior, una réplica de granada que usaban durante el entrenamiento de nuevos guerrilleros; los represores, al ver el falso explosivo, salieron corriendo del lugar y una vez en el exterior, fueron acribillados por los combatientes; la partisana oriental, en uno de los bolsillos superiores de su campera, guardaba una granada de mano, que no era una réplica, por lo cual, no podía tirarla al interior de la vivienda para que detonara y matara a los terroristas de estado, dado que en la misma, estaban también sus compañeros, por lo que pensó en hacer algo parecido a lo que María Antonia, le había contado que ella, junto a sus compañeros, había hecho; eso que planeó hacer, fue tirarla sin retirarle previamente la anilla, ya que la visión del explosivo, presumible era que a los represores los hiciera entrar en pánico y por eso tal vez no repararían en que la anilla no le había sido a la granada, retirada; al ellos salir, podría matarlos, pero también podría ser que sí lo advirtieran y no salieran, entonces descartó hacer las cosas de esa manera, y lo que hizo fue agarrar la granada, sacar un pañuelo de uno de sus bolsillos y envolver con dicha tela, a la parte superior del explosivo; de ese modo, los represores no podrían percatarse de que la anilla, no le había sido retirada y que, por ende, no habría de detonar.
   Tras romper de un culatazo de fusil, la ventana, Daniela tiró la granada a través de ella, seguidamente corrió por el pasillo y saltó el pequeño umbral de madera que se anteponía al exterior; una vez en la vereda, levantó su FAL y cuando, segundos después, cinco de los seis represores que todavía estaban vivos, salieron de la casa, descargó una tremenda ráfaga que de inmediato, los mató; seguidamente se dispuso a ingresar a la vivienda, pero fue recibida a los tiros por Gavazzo, que, por estar herido, se había demorado en salir; Daniela no llegó a ser impactada por ninguno de los cuatro disparos que el milico, efectuó, y de inmediato se puso a resguardo de los mismos; el cuarto disparo del militar uruguayo, sería el último que efectuaría, ya que Tadeo (una de sus víctimas), que era quien menos golpeado, estaba, había logrado levantarse y había agarrado una botella de vino, llena; seguidamente se había acercado a Gavazzo por detrás, y le había asestado un tremendo botellazo en la nuca que lo hizo caer; tras esto ocurrir, el joven dijo:
   -¡Ya está, Daniela! Podés entrar.
   Y fue así que Daniela, tras cautelosamente asomar la cabeza y constatar que el terrorista de estado, se encontraba en el piso, reducido, ingresó a la casa y una vez frente a esa porquería que era Gavazzo, lo pateó en el rostro; acto seguido, dispuso el cañón de su fusil sobre uno de los pómulos del represor (que permanecía consciente), y mirándolo a los ojos, disparó.
   Una vez muerto el último de los 11 represores, Daniela se acercó a Tadeo y tras compasivamente tomarlo de una mano, le preguntó:
   -¿Estás bien?
   -Sí, estoy bien, no te preocupes -le fue respondido.
   De inmediato, ambos jóvenes procedieron a ayudar a sus compañeros a levantarse; mientras esto, Daniela hacía con una compañera, ella le dijo:
   -Trataré de apurarme, pero me va a costar caminar rápido.
   A lo que la combatiente dijo:
   -Cuando estos hijos de puta, actúan, la policía no aparece; así que, no te preocupes, que no hay apuro.
   Y así, sin apurarse demasiado, los seis jóvenes salieron del inmueble rumbo a uno de los Ford Falcon de los represores; Daniela, tras ayudar a sus compañeros a subir al mismo, se dirigió al asiento del conductor, y tras tirar del cuerpo del represor (que sobre el volante, yacía muerto por los disparos que ella le había dirigido), hasta que éste quedó sobre el asfalto, se sentó frente al volante, encendió el vehículo y, a velocidad media, lo condujo hacia una casa operativa montonera.

   Era una noche fría; muy fría y nublada,… todo parecía en calma.