lunes, 28 de octubre de 2024

María Clara y compañía: guerra limpia (cuento) (capítulo 15) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.398-

Dedicado a Adriana Zaldúa, Lidia Agostini, Roberto Loscertales, Ana María Guzner Lorenzo, Hugo Frigerio, Oscar Lucatti, Carlos Povedano, Patricia Claverie, y al centenar de desaparecidos del PST durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, y en los años previos a ella.



Acción y reacción

   El 4 de septiembre de 1975, en la ciudad de La Plata, la organización de sicarios conocida como Triple A, secuestró a los militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST): Adriana Zaldúa, Lidia Agostini, Roberto Loscertales, Ana María Guzner Lorenzo y Hugo Frigerio; estas personas fueron encontradas muertas a balazos al día siguiente en las playas de Ensenada; tras enterarse del hecho, sus compañeros del partido: Oscar Lucatti, Carlos Povedano y Patricia Claverie, se dispusieron a participar de una movilización en muestra de repudio a estos hechos, y también ellos fueron secuestrados y muertos por la Triple A.
   El temor a un nuevo ataque de las Tres A, resultó en que ninguna movilización en repudio a los hechos ni tampoco, en homenaje a sus víctimas, fuera ya siquiera, considerada, no obstante, sí fue considerada, una ficción de reunión de militantes del PST, en repudio al hecho conocido como: “La masacre de La Plata”, cuya impulsora fue la anarquista rosarina (en ese momento, integrante de Montoneros): María Clara Tauber, cuyo objetivo era atraer a los terroristas del estado para vengar a los militantes del partido ya mencionado, recientemente asesinados.
   La idea era la siguiente: unos días antes de la “reunión”, se arrojarían volantes en las inmediaciones de la comisaría primera de La Plata, en los que se diría que para el lunes 22 de septiembre, a partir de las 20:00 horas, se convocaba a todos los militantes del PST con el objetivo de homenajear a las víctimas de los hechos ya referidos, en el inmueble situado en Calle 10, 817, Ciudad de La Plata; los militantes no irían, ya que sabían que toda reunión del partido, por motivos de seguridad, había sido por tiempo indefinido, suspendida hasta nuevo aviso, y entre sus miembros, se advertían unos a otros sobre posibles reuniones falsas convocadas por represores en un intento de hacerlos caer en una trampa, además, el logo presentado en los volantes, no era igual a aquel usado por el partido, de ahí que los militantes del PST que llegaron a leer dichos volantes, se hayan dado cuenta de inmediato de que la convocatoria no había sido realizada por compañeros suyos, y no hayan siquiera considerado al lugar, asistir, y esto era justamente lo que los montoneros pretendían, ya que la convocatoria era en realidad, para la Triple A, la CNU, el Comando de Organización, y cualquier otro grupo de fachos que quisiera reprimir a los militantes del partido mencionado que, según el criterio derechista, eran “terroristas que ponían bombas en jardines de infantes”, cuando en realidad, la agrupación carecía de facción armada, ya que los miembros del PST, no sólo no estaban a favor de las armas para alcanzar objetivos políticos, sino que incluso, estaban en contra, como también lo estaba María Clara y muchos de sus compañeros que sí, empuñaban armas y las usaban (y mucho), dado que dicho empuñamiento, nada tenía que ver con el objetivo de alcanzar el poder estatal, sino simplemente, de contrarreprimir.

Represores y contrarrepresores

   El inmueble situado en Calle 10, 817 (Ciudad de La Plata), había sido alquilado una semana antes, por María Clara y la uruguaya (también anarquista, procedente de la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, y también integrante entonces de Montoneros), apodada: “Daniela”; frente a la puerta de ingreso del mismo, las combatientes habían hecho poner una reja corrediza (recuerden esto porque es importante).
   Poco antes de las 21:00 horas, cuatro autos Ford Falcon, estacionaron en Calle 10; dos lo hicieron en la vereda del
inmueble en el que supuestamente tendría lugar la reunión del PST (cuya ventana estaba cubierta por una gran bandera del partido), y los otros dos, en la vereda de enfrente; en los mismos había un total de 15 represores de la Triple A; doce de ellos bajaron de los vehículos y tres, se quedaron en tres de los autos en calidad de conductores, lo cual significa que sólo uno de los autos había quedado sin ningún ocupante; en Calle 49, otro Falcon ocupado por dos miembros de las Tres A, había estacionado; también lo había hecho, en calle 48, un Peugeot 404, ocupado por dos integrantes del Comando de Organización, y en Diagonal 74, un Rambler, ocupado por dos elementos de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), es decir: la manzana del lugar en el que se daría la supuesta reunión del PST, estaba rodeada por terroristas de estado; el objetivo de estos últimos represores, era el de capturar a los posibles militantes políticos que pudieran llegar a escapar por los techos y salir del lugar, por calles contiguas, tras sus compañeros de represión, irrumpir en el inmueble.
   Tras bajar de los fálcones, los represores de la Triple A (varios de ellos habían participado de la llamada “Masacre de La Plata”), rompieron a patadas y culatazos de Itakas, la puerta de ingreso del inmueble, y rápidamente, al mismo ingresaron; mientras tanto, sobre los techos, cinco “tiradores especiales” de montoneros, se habían dispuesto en diversos puntos de la manzana.
   Tras ver a los jóvenes en los techos blandiendo armas largas, varios vecinos llamaron a la policía, pero la misma no acudió al lugar, dado que cuando la Triple A, actuaba, previamente pedía la liberación de la zona. Esto, los guerrilleros lo sabían, de ahí que no hicieran siquiera el menor intento de no ser vistos por los vecinos, de hecho, a varios de ellos, saludaron amablemente, siendo solamente un chico de unos ocho años, el que saludó correspondidamente a uno de los montoneros al verlo desde el patio de su casa, pasar sobre los techos.
   Los cinco “tiradores especiales” dispusieron sus Fusiles Automáticos Pesados sobre bípodes y apuntaron a los blancos por batir.
   Junto a cada tirador, había un combatiente que lo supervisaba y decidiría cuándo debía abrir fuego; además de estar como supervisores, cada uno de ellos estaba en calidad de suplente, en caso de que algún inconveniente, alguno de los tiradores, tuviera; el supervisor de la uruguaya Daniela (que era experta en disparos a larga distancia), se apodaba “Aldo”; Daniela debía abatir a los represores de dos de los autos que se encontraban en dos fálcones de la calle 10, del lado más cercano a la 48; del extremo opuesto a la calle 10, se encontraba otro francotirador (con su respectivo supervisor), que debía matar al represor del auto que más cerca de él, estaba. En las calles 48, 49 y Diagonal 74, los francotiradores se encontraban ya también preparados para disparar.
   En la esquina de 10 y 48 (o sea, en la calle de enfrente del lugar de la falsa reunión), había un bar en el que debían quedarse cuatro montoneros, esperando que les fuera comunicado a través de un “walkie-talkie”, el abatimiento de los represores situados en autos estacionados, ya que en ese momento, ellos debían actuar.
   Aldo (el supervisor de Daniela), tras hacerle una seña a los demás supervisores indicándoles que era momento de actuar, le preguntó a su supervisada:
   -¿Lista?
   -Sí -respondió ella.
   -Fuego.
   Y Daniela, certeramente impactó cuatro balas en cada uno de los dos represores que se encontraban en los dos Ford Falcon más cercanos a ella; casi al mismo tiempo, el tirador especial que se encontraba en esa misma Calle 10, pero del lado más cercano a la Calle 49, abatió al represor que tenía frente a él, con varios disparos; lo mismo hicieron los que se encontraban en Calle 49, Calle 48 y Diagonal 74. 
   Poco antes de los abatimientos, a través de los transmisores ya referidos, Aldo se comunicó con los montoneros que esperaban en el bar de enfrente; les dijo:
   -Los blancos están por ser batidos.
   Escuchar cosa tal, desconcertó al empleado del bar que se encontraba tras el mostrador, y lo horrorizó el ver a los cuatro jóvenes, sacar armas cortas mientras, tras uno de ellos dejar varios billetes como pago por lo que habían consumido, salían del lugar.
   Nuevamente a través de “walkie-talkies”, Aldo les comunicó:
   -Los blancos han sido batidos; cambio.
   -Entendido. Cambio -le fue respondido.
   Seguidamente, Aldo le comunicó a los guerrilleros, qué autos eran aquellos en que los represores habían llegado; tres de ellos, a los mismos se acercaron, y con pistolas abrieron fuego contra sus ocupantes (todos habían sido ya muertos por sus compañeros); el objetivo de esto, era asegurarse de que ninguna posibilidad hubiera de que alguno quedara vivo. 
   El cuarto de estos guerrilleros debía cumplir la tarea de cerrar la reja corrediza (entonces, abierta) situada frente a la puerta de ingreso del inmueble de la falsa reunión, lo cual, de inmediato hizo, tras llegar al lugar, corriendo; la reja, una vez cerrada, no podía abrirse sin la llave.
   Los represores de la Triple A, tras ingresar, se encontraron con que en el lugar, no había nadie (lo que había eran dos parlantes a través de los cuales, a alto volumen se escuchaba una grabación realizada por el montonero Ulises, en la que daba un discurso laudatorio de los militantes del PST, cuyo objetivo era que desde fuera, pareciera que en el lugar, se mantenía una reunión), entonces intentaron abrir una puerta cerrada que estaba más adelante, la cual, intentaron romper, pero no lo lograron, porque las guerrilleras María Clara y Daniela, habían hecho cambiar la que ahí había, por una blindada; esto ocurrió al tiempo en que les era cerrada la reja corrediza situada frente a la puerta por la que habían ingresado; al concienciar que habían sido encerrados, los represores empezaron a putear desesperadamente y dos de ellos, patearon la reja; mientras tanto, desde la terraza, la combatiente María Clara, frente a un tragaluz que daba a la habitación en la que se encontraban los terroristas de estado, junto a seis compañeros, abrió un bolso que contenía 5 granadas de mano; cada uno de los cinco combatientes frente a ella, agarró una; seguidamente, el combatiente Ulises (que no tenía asignada la tarea de agarrar ninguna granada en ese momento), abrió el tragaluz y a los cinco guerrilleros que habían agarrado los explosivos, María Clara les preguntó:
   -¿Listos? -todos respondieron afirmativamente, seguidamente la combatiente dijo: -A la una, a las dos y a las tres.
   Entonces los cinco jóvenes tiraron de las anillas de las granadas para dejarlas en condiciones de detonar, tras lo cual, volvieron a ponerlas en el bolso que María Clara sostenía abierto, delante de ellos, al cual, de inmediato, dejó caer hacia el interior del inmueble; al ver el bolso caer, los represores de la Triple A, se sintieron desconcertados; sólo uno de ellos dijo algo, y fue: “¿Qué carajo es eso?”, seguidamente se acercó al bolso y las cinco granadas, explotaron, matando a cuatro de los doce represores y malhiriendo a todos los demás; de inmediato María Clara sacó de otro bolso, una pistola ametralladora FMK-3 y, seguida por Ulises, bajó corriendo la escalera rumbo a la puerta cerrada que daba a la habitación en la que estaban los represores; Ulises abrió cautelosamente la puerta (por la posibilidad de que ocurriera lo que finalmente ocurrió) y entonces varios disparos realizados desde el interior de la habitación, se escucharon (disparos que no impactaron contra los guerrilleros ni tampoco, contra la puerta, ya que quienes los habían efectuado, se encontraban en pésimas condiciones, lo cual, los llevó a disparar hacia cualquier parte), esto llevó a Ulises a cerrar rápidamente la puerta mientras, de un bolsillo de su camisa, sacaba una granada y tiraba de su anilla, al tiempo que Maria Clara abría la puerta para que la arrojara dentro del cuarto; tras Ulises arrojarla, la combatiente cerró la puerta y ambos jóvenes retrocedieron para ponerse a resguardo de la inminente explosión; segundos después, la granada explotó (matando a tres represores) y ya nadie disparó desde el interior de la habitación, entonces ambos guerrilleros volvieron hacia la puerta de la misma, Ulises la abrió, y María Clara, agazapada ingresó al cuarto, desatando una terrible ráfaga de disparos que mató a los cinco miembros de la Triple A, que a las explosiones, habían sobrevivido.
   La conducción nacional de Montoneros (gente totalmente inescrupulosa), había propuesto usar para la operación, explosivos plásticos, que probablemente habrían tirado abajo más de una pared y tal vez también, el techo; de haberse los mismos, utilizado, el último incidente, constituido por dos represores disparando malheridos desde el suelo, no habría tenido lugar, pero María Clara se había negado categóricamente a usarlos, ya que la idea era eliminar a objetivos específicos, y con dichos explosivos, se podría haber dañado a vecinos inocentes; sus compañeros estuvieron de acuerdo, y así fue que se decidió emplear granadas, que son explosivos menos potentes que los del tipo “plástico”. 
   Los cuatro guerrilleros que minutos atrás, estaban en el bar, tras terminar sus tareas de aseguramiento de que los blancos hubieran sido batidos (tres de ellos), y el cuarto, de cerrarle la reja corrediza a los represores, rápidamente fueron a buscar los vehículos en los que todos los guerrilleros, habían llegado; una vez en los mismos, por “walkie-talkies” les avisaron a sus compañeros que los pasarían a buscar, y así fue que, tras transitar los techos y bajar de ellos, los combatientes (nueve de ellos, por la Calle 10 y 48, y los otros ocho, por Calle 49 y Diagonal 74, que eran los lugares convenidos), subieron a las cajas de los dos Rastrojeros y de las dos otras camionetas “pick-up”, en que los pasaron a buscar, y del lugar, velozmente se fueron.

Sobre lo adecuado del título 

   De los 21 represores pertenecientes a la Triple A, al Comando de Organización y a la CNU, ninguno sobrevivió; de los 21 guerrilleros pertenecientes a Montoneros, ilesos salieron TODOS.

   Fueron 21 represores contra 21 contrarrepresores. ¿Cómo no hablar de “guerra (*) limpia”?



(*) Si bien hubo lucha armada, claro que no hubo guerra en la Argentina de los 70, pero como tanto gustan los derechistas de tal expresión, en el cuento les expuse cómo habría sido una batalla justa de esa "guerra" (o sea, entre los enfrentados habría habido igualdad numérica y de armas); de haber habido tal igualdad, los represores de las autoridades jamás habrían podido ganar lo que consideraron "guerra".

viernes, 25 de octubre de 2024

María Clara y compañía: fuego proletario (cuento) (capítulo 14) - Martín Rabezzana


Los primeros 13 capítulos de mi serie: “María Clara”, se encuentran en mis libros: “MATAR MORIR VIVIR” (los 6 primeros) y “Ni olvido ni perdón. REVANCHA” (los siguientes 7); el capítulo que sigue, será parte de mi próximo libro de cuentos. 

-Palabras: 2.434-


Nivelación de implicancias discutibles

   Cuando los militantes políticos de izquierda y anarquistas (en cuyas bases ideológicas está, por supuesto, la reivindicación de los sectores sociales más humildes), tienen un buen pasar económico, el mismo les suele ser recriminado y se los acusa de ser hipócritas, asumiéndose así, que para que uno actúe en favor de los pobres, también debe ser pobre, lo cual es totalmente absurdo y equivale a pretender que a alguien que en el mar, se está ahogando, lo ayude otra persona que también se esté ahogando, en vez de pretenderlo de una persona que, viajando cómodamente en un barco, por el lugar, pase, y vea la situación, cuando es justamente ésta última la que está en condiciones de tirarle al bañista en apuros, un salvavidas, y no así, la primera, y a nivel social, lo mismo pasa; es lógico que se interesen en mejorar el nivel de vida de quienes peor económicamente están, quienes en ese sentido, están bien, pero como ya dije… cuando esto ocurre, se da hacia ellos, una reprobación que, lejos de ser rechazada por la conducción de Montoneros (cuyos miembros, así como gran parte de los militantes de dicha organización, procedían de un sector socioeconómico medio), fue considerada válida, y fue por eso que la misma dispuso la “proletarización” de sus integrantes que resultó en que los mismos debieran buscar trabajos en fábricas y renunciar (de tenerlos), no sólo a trabajos bien remunerados, sino también, a sus vocaciones, ya que muchos de quienes habían estudiado una carrera y habían logrado así, acceder a trabajos bien pagos, lo habían hecho justamente por vocación.
   Si uno se considera igualitarista y pretende por eso, que exista una sociedad sin clases económicas, debería pretender que quien está arriba, descienda, que quien está abajo, ascienda, y que quien está en el medio, SE QUEDE AHÍ, sin embargo, los jefes montoneros, al imponer la “proletarización” de todos los integrantes de su organización, pretendieron hacer descender a quienes eran de clase media, constituyendo dicha (absurda) medida, una nivelación hacia abajo… No obstante lo dicho, algo bueno resultaría de esta medida que llevó a que María Clara (anarquista que, por sobrevivir, se sumó a Montoneros) y dos de sus compañeros, ingresaran como empleados de mantenimiento a la planta de Mercedes Benz, ubicada en Sargento Cabral 3770, de la ciudad de Munro (partido de Vicente López, provincia de Buenos Aires, Argentina, América, planeta tierra)… al menos, “bueno”, según el criterio contrarrepresor/revanchista, que probablemente sea el de aquel que este texto, en este momento, está leyendo (¿Me equivoco?).

Proletarios provisoriamente “pacíficos” || Marzo de 1977

   Tras poco menos de dos semanas de María Clara y dos compañeros guerrilleros, haber ingresado (presentando documentos de identidad, falsos) como empleados de mantenimiento a la planta automotriz ya mencionada, mientras los tres se encontraban en los alrededores de la oficina de la gerencia (los varones, barriendo, y María Clara, limpiando una ventana), escucharon parte de una conversación que varios obreros que trabajaban en la sección “pintura”, tuvieron con el gerente.
   Por carecer de la indumentaria protectora adecuada al estar en contacto con los químicos en los que son sumergidas las carrocerías de los vehículos previo a ser pintadas, varios empleados se habían enfermado gravemente, de ahí que unos 15 obreros se hubieran acercado hasta la oficina ya mencionada, para pedir que, cuanto antes, les fuera brindada la protección necesaria para la realización de sus trabajos; ese mismo pedido, el gerente, semanas atrás, había prometido complacer, pero como no había cumplido, los trabajadores habían tenido que insistir, pese al miedo que pedirle algo a esa persona, les generaba.
   El gerente en cuestión, era un alemán que había entregado a empleados desobedientes de una planta de Mercedes Benz en Sindelfingen, Alemania, de la cual, en los años ‘40, también había sido gerente, a la represión nazi; en 1944, consciente de que la derrota bélica de Alemania era inminente y de que los empleados a su cargo, denunciarían su accionar ante las nuevas autoridades, pidió ser transferido a la Argentina en pos de ganar impunidad; ya en una sucursal local de Mercedes Benz, entre otras cosas, había estado a cargo de ubicar laboralmente a la porquería de Adolf Eichmann en alguna sección de dicha empresa cuando éste, se refugió en el país; para 1977 (y ya desde mucho antes), el alemán estaba en edad de jubilarse, y casi lo hace en el año ‘73, dado que durante la “primavera camporista”, las autoridades, por orden presidencial, debieron suspender sus acciones represivas más extremas, cosa que a él, no le gustó en absoluto, de ahí su consideración de jubilarse, pero como el periodo izquierdista solamente duró 49 días, tras los cuales, Perón derechizó su política, decidió seguir en su puesto, esperanzado de que el gobierno se derechizara más y más, lo cual, lamentablemente ocurrió; así fue que el periodo posterior al de Cámpora, que fue el del presidente provisional, Lastiri, fue uno en el que la represión ilegal perpetrada por las autoridades, aumentó; tras el mismo, siguió aumentando durante la presidencia de Perón; también aumentó tras asumir la presidencia, la previamente vicepresidente: María Estela Martínez, y aumentó todavía más, tras el golpe militar de marzo del 76; al gerente alemán en cuestión, todo esto lo hacía sentir que su poder sobre la vida y la muerte de sus empleados, empezaba a ser total, y eso le encantaba; lo hacía sentirse joven otra vez, como si estuviera de nuevo en el nefasto (y para él, glorioso) periodo de su juventud, en el que, en su país natal, gobernaba Adolf Hitler. Fue por todo esto que decidió seguir “trabajando”, pese a su avanzada edad.
   El tipo era sin dudas, temible, de ahí que ninguno de los obreros (que algo de todo lo dicho, sobre él, habían escuchado) dudara de que hablara en serio cuando éste, tras ellos insistirle con que se les proporcionara la indumentaria de seguridad necesaria, les dijo:
   -¡Zurdos desagradecidos!;… Ninguno está obligado a quedarse, por eso es que, a quien no le guste ser parte de esta fábrica, le informo que puede irse cuando quiera, y quien no obstante su desagrado por las condiciones de trabajo, decida quedarse, va a ser mejor que se deje de joder con los reclamos, porque… -y señaló un teléfono -yo no tengo más que llamar al Comando Zona de Defensa 4, y de inmediato a ustedes los hacen DE-SA-PA-RE-CER -seguidamente señaló la puerta de salida de su oficina y de modo tan agresivo como acababa de expresarse, dijo: -¡Retírense ya mismo!
   Totalmente apesadumbrados, sin discutir, los obreros se retiraron.
   Horas después, durante un descanso, mientras María Clara se encontraba en un patio de la fábrica junto a sus compañeros combatientes cuyos apodos eran: Aldo y Salazar (éste último era un chileno procedente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que entonces se encontraba en las filas de Montoneros), la joven les dijo:
   -Del nazi ese que está de gerente, tenemos que encargarnos cuanto antes.
   Aldo dijo:
   -Hoy mismo me voy a comunicar con Fernando -que era un superior-, le comunico todo esto y...
   María Clara lo interrumpió.
   -No no no… va a tomar mucho tiempo y además, mirá si nos niegan la realización de la operación.
   Salazar dijo:
   -Es verdad; lo más probable es que no la aprueben, porque la conducción planea reservar las fuerzas para hechos más grandes que el ajusticiamiento de un gerente. Además, no hace falta que nos manden combatientes; con nosotros tres, basta y sobra, ¿o no?
   -¿Cuántos son los que custodian al nazi? -preguntó Aldo.
   María Clara dijo:
   -Solamente dos; uno va con él en calidad de chofer en un Mercedes, y otro va detrás en un FIAT 125.
   Aldo dijo:
   -Entonces es cuestión de que los embosquemos en cuanto salgan de acá.
   María Clara, tras negar con la cabeza, dijo:
   -No, por los alrededores de la fábrica deben haber varios policías de civil; mejor va a ser que lo hagamos cerca de su casa cuando el tipo vuelva del trabajo.
  -Hay que averiguar en dónde vive -dijo Aldo.
   Salazar dijo:
   -Muchos obreros que están desde hace años acá, se la quieren dar al hijo de puta ese;… Yo entré en confianza con varios de ellos; seguramente saben en dónde vive.
   María Clara dijo:
   -Buenísimo… entonces, vos encargate de averiguar su dirección, y tras terminar la jornada, empezamos a planear la operación.
   La jornada laboral concluyó, y ya en la calle, a varias cuadras de la fábrica, tras asegurarse de que nadie cerca hubiera que pudiera escuchar lo que decía, tras sacar de un bolsillo un papel y exhibirlo a sus compañeros, el combatiente Salazar, dijo:
   -Conseguí la dirección: Mariano Pelliza 602, Olivos. Además, un compañero que varias veces fue llevado por el gerente, a realizar reparaciones en su casa, me llegó a decir cuál es el recorrido que el tipo hace, al volver a su domicilio.
   Tras escuchar esto, sus dos compañeros lo palmearon en un hombro y María Clara le dijo:
   -¡Grande Sala’!

Proletariado en armas

   Al día siguiente, en horas de la tarde, tras salir de la fábrica, el gerente subió al asiento del acompañante delantero de su Mercedes y en compañía de uno de sus custodios, que también era su chofer, emprendió el regreso a su casa; detrás de él, en un FIAT 125, iba otro custodio; a todo esto, en un Renault 6, María Clara y Aldo, se dirigieron rápidamente hacia el domicilio del sudopa (1) explotador, por un camino distinto a aquel por el cual, él transitaba; lo mismo hizo el chileno Salazar, que no tenía el objetivo de llegar hasta la vivienda de la persona por ajusticiar, sino de quedarse a la vuelta de la misma, en pos de ocuparse del custodio del FIAT 125, fue así que en la calle Francisco Borges al 600, casi esquina Leonardo Rosales, estacionó su Torino; por esta última calle, menos de dos minutos después, vio pasar al Mercedes Benz del gerente, entonces encendió su vehículo y cuando a los pocos segundos vio acercarse al FIAT del custodio, arrancó, y a toda velocidad, lo embistió; el choque no dejó lesionado a Salazar, por él haberse previamente puesto el cinturón de seguridad que, tras el impacto, se desabrochó, para seguidamente empuñar un revólver de alto calibre, salir del vehículo en dirección al FIAT, y tras acercarse a la puerta del conductor (cuya ventanilla estaba bajada), disparar repetidamente contra el custodio (que se encontraba semiinconsciente), causándole con los disparos, la muerte. A todo esto, los otros dos combatientes habían estacionado su auto en la calle Mariano Pelliza, a la altura aproximada de 620, es decir, no muy lejos de la casa del gerente; habían bajado del mismo y se habían quedado vagando por el lugar; Aldo caminó por la vereda de la casa del alemán y la pasó de largo por unos cuantos metros, mientras tanto, María Clara se mantuvo en la dirección opuesta, ya que la idea era que cuando el auto del facho sudopa, estacionara frente a su casa y sus ocupantes descendieran, ambos combatientes pudieran atacarlos desde distintas posiciones, y así ocurrió; segundos antes de que Salazar disparara contra el custodio del FIAT 125, el chofer/custodio del gerente, estacionó frente a la vivienda de su jefe, apagó el motor, y ambos procedieron a abrir sus respectivas puertas, fue entonces que María Clara salió de detrás de un árbol, se acercó a la puerta del conductor, y contra el custodio, disparó con una pistola, repetidas veces, hiriéndolo en el cuello y en el hombro izquierdo, lo cual, llevó al herido (que no había alcanzado a bajar del auto) a cerrar de inmediato la puerta y a trabarla; mientras tanto, del otro lado, Aldo disparó su pistola contra el gerente, pero éste, a través de un espejo retrovisor, había logrado advertir la llegada de su ultimador a tiempo, por lo que había cerrado velozmente la puerta y había evitado así, ser impactado por las balas que le fueron dirigidas, ya que el vehículo era blindado; el alemán, tras trabar su puerta, con desesperación, le dijo al chofer:
   -¡Arrancá arrancá!
   Pero el tipo, producto de las heridas, estaba ya más muerto que vivo; al advertirlo, el gerente intentó desplazarlo para situarse él frente al volante y escapar del lugar, pero no pudo hacerlo porque el custodio era muy pesado y además, él tenía la debilidad propia de su avanzada edad; a todo esto, tanto María Clara como Aldo, dispararon varias veces contra el Mercedes que, como ya dije, era blindado; tras advertirlo, María Clara fue corriendo hacia el Renault 6 en el que había llegado, abrió el baúl, y del mismo sacó un lanzallamas cuyo tanque, a modo de mochila, de inmediato puso sobre su espalda, después, rápidamente se acercó al Mercedes Benz y tras gritarle a Aldo que se alejara y él, hacerlo, mientras con ambas manos sostenía el cañón del arma incendiaria, dirigió una tremenda llamarada hacia la parte inferior del vehículo, que resultó en que el fuego ascendiera rápidamente y el alemán, entrara en un pánico total al ver (y sentir) a las llamas subir a su alrededor; esto lo llevó a decidir salir, pero previo a hacerlo, empuñó la pistola que siempre portaba, le sacó el seguro y la amartilló; seguidamente salió del auto y fue de inmediato ultimado por varios disparos efectuados por Aldo; mientras tanto, Salazar se había acercado al lugar de éste último hecho, con su Torino por la calle Rosales; una vez casi en la esquina con Pelliza, frenó el auto, del mismo bajó, y miró hacia ambos lados en pos de divisar a un posible vehículo de las autoridades, acercarse; cuando miró hacia su izquierda, vio a lo lejos a un patrullero aproximarse a toda velocidad, fue entonces que volvió rápidamente a su vehículo, agarró un Fusil Automático Pesado (2), le dispuso una granada en el cañón, que apuntó en dirección al espacio debajo del rodado entre ambas ruedas delanteras, y disparó; al estallar la granada bajo el auto policial, el mismo volcó, y tras esto ocurrir, tanto Salazar como Aldo, se acercaron al patrullero y remataron a sus dos ocupantes con una enorme cantidad de disparos. Seguidamente, Salazar volvió al Torino y María Clara y Aldo, al Renault 6.
   Los tres combatientes escaparon exitosamente del lugar.


(1) Me referí como "sudopa", a alguien procedente de un país que dicen, está ubicado en el centro de las Europas, y a quienes son del centro, yo también, por odio, tengo derecho a considerarlos del siempre despreciado, sur.

(2) Fusil Automático Pesado (FAP); esta arma no sólo dispara balas, sino también, granadas.