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Dedicado a Adriana Zaldúa, Lidia Agostini, Roberto Loscertales, Ana María Guzner Lorenzo, Hugo Frigerio, Oscar Lucatti, Carlos Povedano, Patricia Claverie, y al centenar de desaparecidos del PST durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, y en los años previos a ella.
Acción y reacción
El 4 de septiembre de 1975, en la ciudad de La Plata, la organización de sicarios conocida como Triple A, secuestró a los militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST): Adriana Zaldúa, Lidia Agostini, Roberto Loscertales, Ana María Guzner Lorenzo y Hugo Frigerio; estas personas fueron encontradas muertas a balazos al día siguiente en las playas de Ensenada; tras enterarse del hecho, sus compañeros del partido: Oscar Lucatti, Carlos Povedano y Patricia Claverie, se dispusieron a participar de una movilización en muestra de repudio a estos hechos, y también ellos fueron secuestrados y muertos por la Triple A.
El temor a un nuevo ataque de las Tres A, resultó en que ninguna movilización en repudio a los hechos ni tampoco, en homenaje a sus víctimas, fuera ya siquiera, considerada, no obstante, sí fue considerada, una ficción de reunión de militantes del PST, en repudio al hecho conocido como: “La masacre de La Plata”, cuya impulsora fue la anarquista rosarina (en ese momento, integrante de Montoneros): María Clara Tauber, cuyo objetivo era atraer a los terroristas del estado para vengar a los militantes del partido ya mencionado, recientemente asesinados.
La idea era la siguiente: unos días antes de la “reunión”, se arrojarían volantes en las inmediaciones de la comisaría primera de La Plata, en los que se diría que para el lunes 22 de septiembre, a partir de las 20:00 horas, se convocaba a todos los militantes del PST con el objetivo de homenajear a las víctimas de los hechos ya referidos, en el inmueble situado en Calle 10, 817, Ciudad de La Plata; los militantes no irían, ya que sabían que toda reunión del partido, por motivos de seguridad, había sido por tiempo indefinido, suspendida hasta nuevo aviso, y entre sus miembros, se advertían unos a otros sobre posibles reuniones falsas convocadas por represores en un intento de hacerlos caer en una trampa, además, el logo presentado en los volantes, no era igual a aquel usado por el partido, de ahí que los militantes del PST que llegaron a leer dichos volantes, se hayan dado cuenta de inmediato de que la convocatoria no había sido realizada por compañeros suyos, y no hayan siquiera considerado al lugar, asistir, y esto era justamente lo que los montoneros pretendían, ya que la convocatoria era en realidad, para la Triple A, la CNU, el Comando de Organización, y cualquier otro grupo de fachos que quisiera reprimir a los militantes del partido mencionado que, según el criterio derechista, eran “terroristas que ponían bombas en jardines de infantes”, cuando en realidad, la agrupación carecía de facción armada, ya que los miembros del PST, no sólo no estaban a favor de las armas para alcanzar objetivos políticos, sino que incluso, estaban en contra, como también lo estaba María Clara y muchos de sus compañeros que sí, empuñaban armas y las usaban (y mucho), dado que dicho empuñamiento, nada tenía que ver con el objetivo de alcanzar el poder estatal, sino simplemente, de contrarreprimir.
Represores y contrarrepresores
El inmueble situado en Calle 10, 817 (Ciudad de La Plata), había sido alquilado una semana antes, por María Clara y la uruguaya (también anarquista, procedente de la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, y también integrante entonces de Montoneros), apodada: “Daniela”; frente a la puerta de ingreso del mismo, las combatientes habían hecho poner una reja corrediza (recuerden esto porque es importante).
Poco antes de las 21:00 horas, cuatro autos Ford Falcon, estacionaron en Calle 10; dos lo hicieron en la vereda del inmueble en el que supuestamente tendría lugar la reunión del PST (cuya ventana estaba cubierta por una gran bandera del partido), y los otros dos, en la vereda de enfrente; en los mismos había un total de 15 represores de la Triple A; doce de ellos bajaron de los vehículos y tres, se quedaron en tres de los autos en calidad de conductores, lo cual significa que sólo uno de los autos había quedado sin ningún ocupante; en Calle 49, otro Falcon ocupado por dos miembros de las Tres A, había estacionado; también lo había hecho, en calle 48, un Peugeot 404, ocupado por dos integrantes del Comando de Organización, y en Diagonal 74, un Rambler, ocupado por dos elementos de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), es decir: la manzana del lugar en el que se daría la supuesta reunión del PST, estaba rodeada por terroristas de estado; el objetivo de estos últimos represores, era el de capturar a los posibles militantes políticos que pudieran llegar a escapar por los techos y salir del lugar, por calles contiguas, tras sus compañeros de represión, irrumpir en el inmueble.
Tras bajar de los fálcones, los represores de la Triple A (varios de ellos habían participado de la llamada “Masacre de La Plata”), rompieron a patadas y culatazos de Itakas, la puerta de ingreso del inmueble, y rápidamente, al mismo ingresaron; mientras tanto, sobre los techos, cinco “tiradores especiales” de montoneros, se habían dispuesto en diversos puntos de la manzana.
Tras ver a los jóvenes en los techos blandiendo armas largas, varios vecinos llamaron a la policía, pero la misma no acudió al lugar, dado que cuando la Triple A, actuaba, previamente pedía la liberación de la zona. Esto, los guerrilleros lo sabían, de ahí que no hicieran siquiera el menor intento de no ser vistos por los vecinos, de hecho, a varios de ellos, saludaron amablemente, siendo solamente un chico de unos ocho años, el que saludó correspondidamente a uno de los montoneros al verlo desde el patio de su casa, pasar sobre los techos.
Los cinco “tiradores especiales” dispusieron sus Fusiles Automáticos Pesados sobre bípodes y apuntaron a los blancos por batir.
Junto a cada tirador, había un combatiente que lo supervisaba y decidiría cuándo debía abrir fuego; además de estar como supervisores, cada uno de ellos estaba en calidad de suplente, en caso de que algún inconveniente, alguno de los tiradores, tuviera; el supervisor de la uruguaya Daniela (que era experta en disparos a larga distancia), se apodaba “Aldo”; Daniela debía abatir a los represores de dos de los autos que se encontraban en dos fálcones de la calle 10, del lado más cercano a la 48; del extremo opuesto a la calle 10, se encontraba otro francotirador (con su respectivo supervisor), que debía matar al represor del auto que más cerca de él, estaba. En las calles 48, 49 y Diagonal 74, los francotiradores se encontraban ya también preparados para disparar.
En la esquina de 10 y 48 (o sea, en la calle de enfrente del lugar de la falsa reunión), había un bar en el que debían quedarse cuatro montoneros, esperando que les fuera comunicado a través de un “walkie-talkie”, el abatimiento de los represores situados en autos estacionados, ya que en ese momento, ellos debían actuar.
Aldo (el supervisor de Daniela), tras hacerle una seña a los demás supervisores indicándoles que era momento de actuar, le preguntó a su supervisada:
-¿Lista?
-Sí -respondió ella.
-Fuego.
Y Daniela, certeramente impactó cuatro balas en cada uno de los dos represores que se encontraban en los dos Ford Falcon más cercanos a ella; casi al mismo tiempo, el tirador especial que se encontraba en esa misma Calle 10, pero del lado más cercano a la Calle 49, abatió al represor que tenía frente a él, con varios disparos; lo mismo hicieron los que se encontraban en Calle 49, Calle 48 y Diagonal 74.
Poco antes de los abatimientos, a través de los transmisores ya referidos, Aldo se comunicó con los montoneros que esperaban en el bar de enfrente; les dijo:
-Los blancos están por ser batidos.
Escuchar cosa tal, desconcertó al empleado del bar que se encontraba tras el mostrador, y lo horrorizó el ver a los cuatro jóvenes, sacar armas cortas mientras, tras uno de ellos dejar varios billetes como pago por lo que habían consumido, salían del lugar.
Nuevamente a través de “walkie-talkies”, Aldo les comunicó:
-Los blancos han sido batidos; cambio.
-Entendido. Cambio -le fue respondido.
Seguidamente, Aldo le comunicó a los guerrilleros, qué autos eran aquellos en que los represores habían llegado; tres de ellos, a los mismos se acercaron, y con pistolas abrieron fuego contra sus ocupantes (todos habían sido ya muertos por sus compañeros); el objetivo de esto, era asegurarse de que ninguna posibilidad hubiera de que alguno quedara vivo.
El cuarto de estos guerrilleros debía cumplir la tarea de cerrar la reja corrediza (entonces, abierta) situada frente a la puerta de ingreso del inmueble de la falsa reunión, lo cual, de inmediato hizo, tras llegar al lugar, corriendo; la reja, una vez cerrada, no podía abrirse sin la llave.
Los represores de la Triple A, tras ingresar, se encontraron con que en el lugar, no había nadie (lo que había eran dos parlantes a través de los cuales, a alto volumen se escuchaba una grabación realizada por el montonero Ulises, en la que daba un discurso laudatorio de los militantes del PST, cuyo objetivo era que desde fuera, pareciera que en el lugar, se mantenía una reunión), entonces intentaron abrir una puerta cerrada que estaba más adelante, la cual, intentaron romper, pero no lo lograron, porque las guerrilleras María Clara y Daniela, habían hecho cambiar la que ahí había, por una blindada; esto ocurrió al tiempo en que les era cerrada la reja corrediza situada frente a la puerta por la que habían ingresado; al concienciar que habían sido encerrados, los represores empezaron a putear desesperadamente y dos de ellos, patearon la reja; mientras tanto, desde la terraza, la combatiente María Clara, frente a un tragaluz que daba a la habitación en la que se encontraban los terroristas de estado, junto a seis compañeros, abrió un bolso que contenía 5 granadas de mano; cada uno de los cinco combatientes frente a ella, agarró una; seguidamente, el combatiente Ulises (que no tenía asignada la tarea de agarrar ninguna granada en ese momento), abrió el tragaluz y a los cinco guerrilleros que habían agarrado los explosivos, María Clara les preguntó:
-¿Listos? -todos respondieron afirmativamente, seguidamente la combatiente dijo: -A la una, a las dos y a las tres.
Entonces los cinco jóvenes tiraron de las anillas de las granadas para dejarlas en condiciones de detonar, tras lo cual, volvieron a ponerlas en el bolso que María Clara sostenía abierto, delante de ellos, al cual, de inmediato, dejó caer hacia el interior del inmueble; al ver el bolso caer, los represores de la Triple A, se sintieron desconcertados; sólo uno de ellos dijo algo, y fue: “¿Qué carajo es eso?”, seguidamente se acercó al bolso y las cinco granadas, explotaron, matando a cuatro de los doce represores y malhiriendo a todos los demás; de inmediato María Clara sacó de otro bolso, una pistola ametralladora FMK-3 y, seguida por Ulises, bajó corriendo la escalera rumbo a la puerta cerrada que daba a la habitación en la que estaban los represores; Ulises abrió cautelosamente la puerta (por la posibilidad de que ocurriera lo que finalmente ocurrió) y entonces varios disparos realizados desde el interior de la habitación, se escucharon (disparos que no impactaron contra los guerrilleros ni tampoco, contra la puerta, ya que quienes los habían efectuado, se encontraban en pésimas condiciones, lo cual, los llevó a disparar hacia cualquier parte), esto llevó a Ulises a cerrar rápidamente la puerta mientras, de un bolsillo de su camisa, sacaba una granada y tiraba de su anilla, al tiempo que Maria Clara abría la puerta para que la arrojara dentro del cuarto; tras Ulises arrojarla, la combatiente cerró la puerta y ambos jóvenes retrocedieron para ponerse a resguardo de la inminente explosión; segundos después, la granada explotó (matando a tres represores) y ya nadie disparó desde el interior de la habitación, entonces ambos guerrilleros volvieron hacia la puerta de la misma, Ulises la abrió, y María Clara, agazapada ingresó al cuarto, desatando una terrible ráfaga de disparos que mató a los cinco miembros de la Triple A, que a las explosiones, habían sobrevivido.
La conducción nacional de Montoneros (gente totalmente inescrupulosa), había propuesto usar para la operación, explosivos plásticos, que probablemente habrían tirado abajo más de una pared y tal vez también, el techo; de haberse los mismos, utilizado, el último incidente, constituido por dos represores disparando malheridos desde el suelo, no habría tenido lugar, pero María Clara se había negado categóricamente a usarlos, ya que la idea era eliminar a objetivos específicos, y con dichos explosivos, se podría haber dañado a vecinos inocentes; sus compañeros estuvieron de acuerdo, y así fue que se decidió emplear granadas, que son explosivos menos potentes que los del tipo “plástico”.
Los cuatro guerrilleros que minutos atrás, estaban en el bar, tras terminar sus tareas de aseguramiento de que los blancos hubieran sido batidos (tres de ellos), y el cuarto, de cerrarle la reja corrediza a los represores, rápidamente fueron a buscar los vehículos en los que todos los guerrilleros, habían llegado; una vez en los mismos, por “walkie-talkies” les avisaron a sus compañeros que los pasarían a buscar, y así fue que, tras transitar los techos y bajar de ellos, los combatientes (nueve de ellos, por la Calle 10 y 48, y los otros ocho, por Calle 49 y Diagonal 74, que eran los lugares convenidos), subieron a las cajas de los dos Rastrojeros y de las dos otras camionetas “pick-up”, en que los pasaron a buscar, y del lugar, velozmente se fueron.
Sobre lo adecuado del título
De los 21 represores pertenecientes a la Triple A, al Comando de Organización y a la CNU, ninguno sobrevivió; de los 21 guerrilleros pertenecientes a Montoneros, ilesos salieron TODOS.
Fueron 21 represores contra 21 contrarrepresores. ¿Cómo no hablar de “guerra (*) limpia”?
(*) Si bien hubo lucha armada, claro que no hubo guerra en la Argentina de los 70, pero como tanto gustan los derechistas de tal expresión, en el cuento les expuse cómo habría sido una batalla justa de esa "guerra" (o sea, entre los enfrentados habría habido igualdad numérica y de armas); de haber habido tal igualdad, los represores de las autoridades jamás habrían podido ganar lo que consideraron "guerra".