martes, 28 de mayo de 2024

María Clara: justicia divina (cuento) (capítulo 7) - Martín Rabezzana

(Séptimo cuento de la serie de “María Clara”, cuyas primeras seis partes se encuentran en mi libro: “MATAR MORIR VIVIR”).

-Palabras: 2.022-

Julio de 1977. Tarde soleada. Quilmes Oeste.

   María Clara Tauber (anarquista rosarina que, por voluntad de sobrevivir, se integró a Montoneros), baja de un Fiat 1600 manejado por un compañero guerrillero que la deja en la calle Triunvirato casi frente a una de las entradas pertenecientes al microbarrio conocido por los nombres de “Villa Argentina” y “Barrio Cervecero”; éste último título es tal, por ser un área comprada por la cervecería Quilmes en los años 1920 para alojar a los empleados de la misma; ella sabe esto y mira sorprendida a su alrededor, ya que el lugar (constituido por varias manzanas separadas del resto de la ciudad por un cerco de arbustos) es abundante en árboles y sus viviendas, si bien son sencillas y tienen ya varias décadas, están muy bien mantenidas y son poseedoras de gran belleza, dando cuenta esto de que un área urbana no necesita ser lujosa para ser hermosa, y el área en la que está, por supuesto que lo es; al concienciar esto, mientras camina por la calle Otto Bemberg a la altura aproximada de 2400, piensa: “Todos los barrios obreros deberían ser así”; segundos después, se corrige al decir en voz baja: “Todos los barrios del mundo, obreros o no, deberían ser así”. También piensa que le gustaría vivir ahí, pero inmediatamente considera que, a causa de la misión autoimpuesta que en ese lugar, está para cumplir, probablemente nunca pueda al mismo, volver.
   Tras caminar unas cuadras, llega al centro del microbarrio e ingresa a la capilla San José Obrero, que, a esa hora (eran las 15:50), como ella ya sabe (por haberle sido informado por un compañero de inteligencia de la organización a la que pertenece), está en total soledad, ya que el cura Osvaldo Biella, que está a cargo de la misma, en ese horario realiza diariamente una caminata de la cual, regresa poco después de las 16:00 horas.

Preferencias y obstáculo

   La iglesia católica, como muchos habrán notado, tiene preferencia por los apellidos italianos, de ahí que casi todos los curas del país americano llamado: Argentina, tengan apellidos procedentes del país sudopa llamado: Italias, y siendo dicha mega organización criminal, altamente jerarquizada y, por consiguiente, contraria al reconocimiento de la igualdad de importancia y derechos entre las personas, realiza actos de discriminación a gran escala por (casi) todos los motivos conocidos, incluyendo a los más comunes, como ser: los de “raza”, nacionalidad, sexo, clase social, intelecto, y también por otros menos comunes como ser: el de procedencia de los apellidos, de ahí que sea casi imposible que en un ámbito de formación católica en el que haya varios estudiantes cuyos apellidos son de diversas procedencias y entre los mismos, estén los italianos, no sean, los poseedores de estos últimos, los preferidos por la cúpula eclesiástica para que ocupen cargos altos dentro de los diversos espacios que conforman la iglesia, sobretodo si son del norte de las Italias, ya que si son del centro, los jerarcas católicos los consideran como de menor valor respecto a los del norte, y si son del sur… cuando los apellidos de los eclesiásticos que hayan hecho méritos como para acceder a lugares de gran importancia dentro de la iglesia, son del sur, desde el Vaticano mismo le llega a la curia argentina la “sugerencia” de preferir a clérigos cuyos apellidos sean de cualquier otro origen antes que a esos; este tipo de conducta discriminatoria y absurda, es bien conocida en los países en los que hay movimientos independentistas, ya que los líderes políticos que reclaman la independencia de ciertas regiones, prefieren a quienes tienen apellidos procedentes de las mismas y de aceptar el ingreso a sus organizaciones de quienes tienen apellidos procedentes de otras partes, difícilmente los dejen ocupar cargos de gran importancia.
   El sacerdote Biella, debido al trabajo nefasto que en esos tiempos de dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, está haciendo, sumado al hecho de que su apellido es italiano y además, septentrional, parece tener todas las posibilidades de ascender vertiginosamente en el sistema de castas, clerical, pero hay un obstáculo que debe sortear para poder continuar en su carrera ascendente; el mismo está constituido por cierta mujer; más adelante se revela si a dicho obstáculo, lo puede o no, sortear.

Llegada de la combatiente

   La joven, que viste ropa elegante que la hace parecer una dama distinguida de la alta sociedad, se sienta en uno de los bancos que están frente a la estatua de una virgen o de una santa o de lo que sea (ni ella ni el autor de este texto, sabemos mucho de lo referido a las figuras cristianas, católicas ni nada de eso, al punto que no podemos distinguir a una imagen de Judas, de otra de San Francisco de Asís o de Robledo Puch).
   Minutos después, el cura Osvaldo Biella, ingresa a la capilla, saluda a la joven, y tras ella presentarse y decirle que necesita confesarse, el eclesiástico la invita a acercarse al confesionario; al mismo, el hombre, que tenía 45 años, ingresa, y le pregunta a la mujer:
   -¿Qué quieres confesar, hija?
   -Quiero confesar algo muy grave… pero tengo miedo de hacerlo.
   -No tengas miedo; sea lo que sea, si te arrepientes y le pides perdón a dios, él te lo concederá.
   Los personajes del clero, que en esa época, al igual que los milicos, vivían acusando a todos los que a diferencia de ellos, no fueran fachos, de ser “apátridas” y “antiargentinos”, por algún extraño motivo, durante el ejercicio de su infame oficio de espías del estado, usan un vocabulario ajeno al ámbito nacional; María Clara, mientras sonriendo piensa en lo ridículo y contradictorio de esto, le dice:
   -No he tenido fe en dios nunca en mi vida.
   -Eso es grave, hija; MUY GRAVE, pero al venir aquí, has empezado a corregir tu error.
   -Pero no es solamente eso… he pecado, y mucho.
   -¿Puedes ser más específica?
   -He herido…
   -¿A quiénes has herido?
   -He herido a gente malvada.
   El cura dice:
   -Bueno… es normal querer lastimar a quienes nos han hecho daño; cuando eso ocurre, es difícil no decirles cosas lastimantes de las que después, nos arrepentimos, pero siempre está la posibilidad de pedir perdón y de reparar el daño hecho.
   -Pero es que… yo no me refiero a heridas abiertas con palabras.
   -¿Ah, no?… ¿y… de qué modo has hecho daño, entonces?
   -He lastimado con golpes de puño, con patadas, con cuchillos y con armas de fuego.
   Entonces el clérigo empieza a ponerse nervioso, por lo cual, guarda silencio durante algunos segundos, después pregunta:
   -¿Ha sido en defensa propia o de alguien querido?
   María Clara dice:
   -Bueno… podemos decir que sí.
   -Es realmente grave tu caso, pero insisto: si te arrepientes, recibirás el perdón de dios.
   -Pero yo no me arrepiento.
   -¿No te arrepientes?
   -No; lo volvería a hacer, y de hecho, lo volveré a hacer, y cometí un pecado aun mayor al de herir y matar.
   Entonces el cura, con miedo a la respuesta que podría sobrevenir, pregunta:
   -¿Cuál es?
   -Me he vuelto subversiva… es más: creo que nací subversiva, pero subversiva en serio, ¿eh?, en el sentido que usted lo entiende, es decir: he ingresado a una organización guerrillera, a diferencia de la mayoría de los jóvenes feligreses suyos, que generosa y desinteresadamente realizaban tareas de ayuda social en los barrios más carenciados, a los que usted anotó en listas que posteriormente le entregó a miembros de la SIDE (*) para que los secuestraran, torturaran e hicieran desaparecer.
   Entonces al cura lo embarga la necesidad de irse del lugar, pero no puede hacerlo por sentirse petrificado; en ese momento escucha un sonido que cree correspondiente al de la retracción de la corredera de una pistola, y no se equivoca, ya que la joven guerrillera ha sacado de su cartera dicha arma corta a la que le ha incorporado un silenciador; con sorpresa el hombre percibe que algo está mojando el piso; al mirar hacia abajo se da cuenta de que ese algo es su propia orina, es entonces que sale de su inmovilidad, egresa apresuradamente del confesionario y corre en dirección a la salida; la guerrillera lo apunta con su arma con la intención de dispararle pero no lo hace porque justo cuando está por hacerlo, el sacerdote tropieza y al caer, golpea su rostro contra uno de los bancos, entonces María Clara se le acerca, lo patea dos veces en las piernas, después, dos veces en las costillas, y el represor eclesiástico grita ahogadamente y suplica piedad (esa misma que él siempre le negó a quienes consideró “subversivos”); la joven guarda su pistola en la cartera, por considerar que no le hará falta, y de la misma saca un cuchillo; seguidamente se pone sobre el cura, le realiza tres cortes transversales en la garganta, después le clava el cuchillo en el abdomen y ahí se lo deja; en el mango del arma blanca puede verse el logo de Montoneros.
   Así como en otras oportunidades, ninguna huella queda de la combatiente en el arma ajusticiadora por llevar pegamento en las yemas de sus dedos.
   Tras el ajusticiamiento del clérigo, María Clara sale tranquilamente de la capilla, agarra por la calle Ayolas, en la cual, se cruza con un anciano al que le dice:
   -Hermosa tarde, ¿no?
   -Sí; INMEJORABLE.
   Seguidamente la partisana dice:
   -¡Me encanta este barrio! No lo conocía. Es la primera vez que vengo.
   -¿Vio? Sí, es muy lindo; los explotadores de la cervecería, algo bueno alguna vez hicieron por los empleados;... Ojalá se hubieran hecho más barrios como éste en todo el país.
   La joven, sonriendo asiente con la cabeza y dice:
   -Ojalá; ¡buenas tardes!
   -¡Buenas tardes! -le es respondido.
   Y sigue su camino rumbo a la salida del microbarrio; una vez fuera del mismo, ya en la calle Vicente López, en dirección contraria a sus pasos, ve llegar al Fiat 1600 de su compañero que, al verla, frena para que ella suba, y tras ella subir, arranca a velocidad media en dirección a otra ciudad. 

Villa Argentina/Barrio Cervecero, horas más tarde

   Horas después, el cura Biella es encontrado asesinado en la iglesia; al rato la policía llega al lugar y empieza a preguntar, casa por casa, a sus habitantes, si vieron u oyeron algo relacionado con el hecho en cuestión; entre los vecinos preguntados, está el anciano que brevemente conversó con María Clara; se trata de un ex empleado anarcosindicalista de la cervecería Quilmes que allá por los años ‘20, participó de huelgas y actos de sabotaje contra la fábrica, en reclamo de mejores salarios y condiciones dignas de trabajo; por eso sufrió encarcelamiento en repetidas oportunidades y tratos crueles de los uniformados; no obstante todo esto, mantuvo firme su posición, así como lo hicieron muchos otros de sus compañeros, y fue así que lograron aumentos de sueldos y viviendas dignas cercanas a sus lugares de trabajo, de ahí que el “Barrio Cervecero” esté ubicado muy cerca de la cervecería.
   El anciano, cuyo nombre era Arturo Alcorta, al serle informado el asesinato del cura, dice:
   -¿Lo mataron a Biella?… ¡Qué terrible!… ¡Pobre muchacho!
   Uno de los dos policías frente a él, le pregunta si ha visto a gente ajena al barrio esa tarde o los días pasados, entonces el anciano recuerda a María Clara, y lejos de dudar de que ella pueda haber sido la perpetradora del asesinato, por ser mujer, por haberla visto elegantemente vestida y por haberse dirigido a él con total tranquilidad y amabilidad, inmediatamente siente que fue ella la ajusticiadora, por lo que ante los policías que frente a él, en la puerta de su vivienda, están, dice:
   -Esta tarde salí a caminar por el barrio, pero no vi a nadie ajeno al mismo, y en los días pasados… que yo recuerde, tampoco.
   Tras escuchar esto último, los policías se van, el anciano cierra la puerta de su vivienda y una vez hecho esto, deja de contener la sonrisa que frente a los represores estatales, con dificultad pero con éxito, contuvo, y en voz baja, dice:
   -Biella, batidor de los milicos: pudrite en el infierno, ¡hijo de una gran puta!



(*) Secretaría de Inteligencia del Estado

domingo, 5 de mayo de 2024

VIVIR MORIR VIVIR (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.101-


   Junio de 1997; en una de las esquinas de España y Loria de Lomas de Zamora, había el año ya mencionado, un “restó-bar” al que con mi novia Celeste, una noche me dirigí; poco antes de llegar al local, diversas imágenes por mí, incomprendidas, empezaron a agolparse en mi mente, por ese motivo detuve mi marcha y Celeste me preguntó:
   -¿Qué pasa, Fabián?
   Y tras algunos segundos, disimulando, dije:
   -Nada nada;… pensé que nos habíamos equivocado de calle, pero no.
   Instantes después, ingresamos al negocio.
   Ya sentados a la mesa, llegó el mozo y le pedimos ñoquis y gaseosas; mientras esperábamos que nos llevara el pedido, nuevamente me ocurrió el ver pasar frente a mis ojos, todo tipo de escenas que no comprendí; las mismas, por momentos se me presentaban en cámara lenta y por otros, en cámara rápida; esto me incomodó sobremanera, por lo que me levanté de la silla y le dije a Celeste:
   -Voy al baño.
   Y al baño fui, con la intención de recomponerme de la sorpresa de lo que acababa de experimentar.
   Me mojé un poco el rostro, en un intento de despertarme del todo, ya que si bien no estaba cansado, sentía como si lo que entonces me estaba ocurriendo, fuera el resultado del no haberme despertado del todo, esa mañana, y ocurrió que, al mirarme al espejo, vi un rostro distinto al mío, tan distinto, que correspondía al de otra persona, pero esa otra persona, intuí que era yo mismo; entonces vi a esa otra persona, que era un adolescente de apenas unos años menos que yo, en una unidad básica situada en algún lugar de la misma ciudad perteneciente a Magdalena del Buen Ayre en que entonces, estaba (es decir, Lomas de Zamora), recibir ciertas instrucciones y recomendaciones por parte de un militante de la Juventud Peronista.
   -Mirá Manuel: el revólver, si bien tiene capacidad para menos balas que la pistola, para la defensa personal, es mucho más conveniente porque para accionar la pistola, necesitás usar ambas manos, y si por ejemplo, llegan tipos con armas en mano a un lugar con la intención de secuestrarte, y vos tenés una pistola y con una mano la sacás de un bolsillo o de debajo de tu cinturón, no podés dispararla inmediatamente porque no está lista para ser disparada, dado que para que dispare, con la otra mano le tenés que retraer la corredera; en ese interin, te pueden llegar a disparar antes de que vos le dispares a ellos, en cambio, como al revólver le podés sacar el seguro y amartillarlo con una sola mano, podés dispararlo más rápidamente e incluso, si lo tenés oculto en un bolsillo, desde el mismo podés abrir fuego; eso no lo podés hacer con una pistola, por eso, lo mejor es tener dos armas: un revólver y una pistola, pero si vas a llevar una sola, yo te recomiendo el revólver.
   Tras escuchar esto, Manuel (que era yo en mi existencia material inmediatamente anterior) agarró el revólver y el muchacho le explicó cómo se cargaba, cómo debía sostenerse y algunas otras cosas más; ese joven, perteneciente a la izquierda peronista y militante de superficie en una unidad básica (que en lo últimos tiempos había debido volverse “de combate”), hasta hacía pocos meses atrás, tenía por tarea ir a los barrios más carenciados para evaluar qué necesidades en los mismos, había, y organizar a los militantes para ir a prestarle ayuda a sus residentes; es decir, una tarea netamente solidaria que a años luz estaba de la lucha armada; el joven militante de la JOTAPÉ, había tenido que armarse por la represión feroz desplegada por la Triple A que, día a día, aumentaba, y todo esto, ante la inacción total de la conducción nacional de Montoneros, que ante la represión mencionada, había pasado a la clandestinidad y se había negado a enviarle combatientes a los militantes de los frentes de masas para protegerlos, convirtiéndolos así, en carne de cañón; ése fue el motivo por el que muchos de los militantes no armados, empezaron a tomar armas aun contra su voluntad, en un intento de sobrevivir.
   Manuel, que en ese año de 1975 estaba en quinto año de la secundaria y pertenecía a la UES (*), dudó mucho sobre si debía empuñar armas, ya que sentía que hacerlo no le serviría de nada, porque pensaba que si una patota de sicarios te va a buscar, aun si estás armado y lográs herir o matar a alguno, por su superioridad numérica, van a lograr su cometido, de ahí la inutilidad de armarse, pero a la vez, de uno sentir que la caída es inevitable, lo que pretende es caer peleando; aun así, mucho dudó sobre si debía portar el arma que acababa por primera vez, de agarrar, y fue tal el malestar que el portarla, le generó, que tras algunas semanas, decidió deshacerse de ella y en un intento de protegerse, decidió también dejar la UES.
   Las semanas, los meses y los años, pasaron, y muchos de los compañeros de Manuel, fueron secuestrados, torturados y en muchos casos, hechos desaparecer de modo permanente por el estado; él resignadamente aceptó que en cualquier momento le tocaría sufrir lo mismo, ya que sabía que incluso a quienes habían dejado de militar, los iban a buscar, pero nunca era en un cien por ciento de los casos, y así es que, ya para el año 1977, se sentía tranquilo porque asumía que quien a esa altura no había caído, no iba a caer más, pero no tan tranquilo como para pensar siquiera en estudiar en la universidad, por lo militarizada que estaba (el golpe militar había sido el año anterior), de ahí que tras terminar la secundaria, se haya dedicado a trabajar en cualquier cosa; en ese año de 1977, estaba trabajando como empleado en una ferretería.
   Manuel había conocido a una chica llamada Catalina, que tenía su misma edad y un año atrás había llegado a Lomas de Zamora desde Santa Fe, para vivir con unos tíos, a cuya casa sus padres la habían mandado por haber ya sido secuestrados, compañeros de ella pertenecientes a la Juventud Guevarista (centro de estudiantes en el cual, ella, durante algunos meses, militó).
   Catalina también creía a esa altura que se había salvado de caer, fue por eso que, no mucho tiempo atrás, había decidido salir a bares y otros lugares, como no lo había hecho en años, y fue así que se conocieron y fue en ese mismo bar en el que me encontraba en el año 1997, que una noche de junio de 1977, me vi con ella (siendo yo entonces, Manuel), que acababa de decirme que estaba embarazada, lo cual, a pesar de nuestra juventud y precariedad de recursos económicos, a ambos nos puso muy felices.
   Ya habían terminado de comer; Manuel acababa de pagarle al mozo y tanto él como su novia, se disponían a irse, entonces, al negocio entró la policía y empezó a pedirle documentos a los clientes; notando a su novio muy nervioso, Catalina le dijo:
   -Tranquilo; no va a pasar nada.
   Un policía se acercó hasta la mesa de los jóvenes, y al varón le dijo:
   -Documento. 
   Él se lo dio, y tras el represor mirarlo detenidamente, se lo devolvió y el joven se sintió tremendamente aliviado, pero después se lo pidió a Catalina y tras el uniformado, verlo, le dijo:
   -Me va a tener que acompañar.
   Manuel, levantando la voz (cosa muy peligrosa por hacer, frente a uno de esos personajes pertenecientes mayoritariamente a la clase baja, que encuentran en el ingreso a las fuerzas represivas, una salida a su condición de oprimidos para pasar a ser opresores), dijo:
   -¡No!
   Y Catalina, tras tomarlo de una mano, le dijo:
   -Tranquilo tranquilo; no pasa nada; decile a mis tíos que me vayan a buscar a la comisaría.
   Seguidamente la vio salir junto al policía y ser metida a un patrullero.
   Lo más rápido que pudo, se dirigió a la casa de los tíos de Catalina y les contó lo que había pasado, entonces, tras ellos decirle que mejor sería que él no fuera con ellos, porque a la hora de detener gente, las autoridades tienen preferencia por los jóvenes, fueron a buscarla a la comisaría correspondiente al área en el que se encontraba el bar al que habían ido, pero les dijeron que ahí no estaba; después fueron a otra comisaría, después, a otra y a otra; en todas, lo mismo les decían.
   Los meses pasaron y Catalina no aparecía; ya en 1978, Manuel aceptó que a su novia la habían matado y fue por eso que lamentó no haber tenido un arma consigo aquella trágica noche, ya que si bien, no habría podido salvarla, podría al menos haber matado al policía que le habría de robar a su novia y al hijo de ambos que en su interior, llevaba; lo que habría pasado con su persona tras hacer eso, no le importaba, y fue el dolor extremo por su desaparición, por saber lo terrible que sin dudas, a Catalina le habían hecho, y además, por la culpa de no haber hecho nada para evitar que se la llevaran, que en determinado momento no aguantó más, y se tiró desde el séptimo piso en el que vivía.
   Tras ver a ese joven, que, como ya expresé, era yo en mi existencia material anterior, muerto en el piso, las imágenes que por mi cabeza, pasaban, cesaron, y pude ver de nuevo en el espejo, a mi yo conocido.
   Salí del baño y, tratando de mostrarme tranquilo (lo cual, me fue muuuy difícil), volví a la mesa y cené con Celeste, cuyo rostro, en algún momento tomó la forma del de Catalina, haciéndome eso sentir que ella era la nueva materialización de la que, en mi existencia material anterior, había sido mi novia.
   Al pensar en todo esto, no entiendo cómo logré mantener la calma, ya que lo por mí, visto y sentido, en lo que fueron, apenas instantes que, para mí, equivalieron a varias horas, fue extremadamente conmocionante, pero lo hice.
   Tras terminar de comer, pagué, y nos dispusimos a irnos, pero antes de que nos levantáramos, llegó la policía, que, hasta finales de la década del ‘90, realizaba razzias a gran escala en locales nocturnos (y en la calle) en las que, por absolutamente NINGÚN MOTIVO VÁLIDO, detenía gente; la excusa era la “averiguación de antecedentes” y la no portación de documento nacional de identidad.
   Un policía llegó hasta nuestra mesa y me dijo:
   -Documento.
   Yo se lo di, y al mirar al uniformado, reconocí en él, al mismo policía que en 1977 se había llevado a Catalina; en el año mencionado, el represor del estado era un joven de poco más de veinte años; ese año de 1997, tenía poco más de cuarenta, pero a pesar del cambio en su apariencia producto del paso del tiempo, ninguna dude tuve de quién era.
   Tras mirarlo, el policía me devolvió el documento y le pidió el suyo a Celeste, entonces yo guardé mi DNI en un bolsillo y al hacerlo, en el mismo sentí un revólver que, por motivos por mí, desconocidos, en ese lugar se había materializado; inmediatamente supe qué era lo que debía hacer con ese hijo de re mil puta: MATARLO.
   Con una mano dentro del bolsillo, le saqué el seguro al revólver, lo amartillé y me dispuse a abrir fuego contra el policía, pero no hizo falta, porque justo en ese momento, un reflector muy pesado que se encontraba colgado del techo, cuya función era la de iluminar al pequeño escenario situado cerca de nosotros, en el que dos veces por semana, algún músico hacía una presentación, cayó sobre él, causándole la muerte; en ese mismo momento, el revólver que desde dentro de un bolsillo, yo empuñaba, se desmaterializó.
   A los pocos segundos del hecho, agarré el DNI de Celeste, que había quedado en el piso, se lo di, y salimos del negocio; una vez en la calle, en medio del frío de la noche, para mi enorme alegría, Celeste me dijo que estaba embarazada.
   Dudé en si debía contarle lo que había vivido esa noche en el bar, ya que asumí que lo más probable era que no me creyera, de todas formas, ninguna falta hizo, porque días después, ella experimentó algo similar a lo que yo experimenté, y comprendimos entonces que la vida nos había dado la oportunidad de continuar lo que en nuestra existencia material anterior, por motivos ajenos a nuestra voluntad, había quedado inconcluso.


(*) Unión de Estudiantes Secundarios.