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Obviedad
Es evidente, analizando la situación en retrospectiva, que ya en 1971 las Fuerzas Armadas uruguayas se preparaban para dar el golpe de estado que sobrevino el 27 de junio de 1973, y para que un golpe sea exitoso, debe lograrse primero el aval de gran parte de la ciudadanía, y para que el mismo exista, debe haber una situación caótica, ya que cuando eso se da, los golpistas se presentan como los restauradores del orden perdido; aún hoy, en Uruguay, como en todo otro país americano y de todo otro continente en el que un gobierno llega al poder por las malas, el discurso de los golpistas, es aceptado por muchos, y para que tenga lugar dicha aceptación, es necesario negar que los mismos golpistas, han sido en muchos casos, grandes contribuidores al caos que supuestamente, llegaron para terminar, cuando no, artífices totales del mismo, y esto claramente ocurrió del otro lado del Río de La Plata.
Es cierto que la izquierda, que en el ámbito político secundario y universitario, había ganado muchísimo terreno, buscaba imponer condiciones, pero también lo es, el hecho de que las protestas y reclamos que realizaban sus partidarios en los ámbitos mencionados, eran casi todos (por no decir “todos”) pacíficos; sus medidas de “fuerza”, consistían en la toma de colegios y fuera del ámbito educativo, en el apoyo a la toma de fábricas y huelgas, en cambio, cuando la derecha llegaba para intentar terminar con eso, no lo hacía precisamente haciendo uso de la palabra, sino de las armas, y justificaba su accionar, en una supuesta agresión previa, atribuida a los izquierdistas “apátridas”, a quienes equiparaban con los guerrilleros tupamaros, aun cuando una mayoría de ellos, careciera de todo vínculo con la guerrilla.
Ámbito estudiantil
En 1970, en línea con lo ocurrido en tantas otras ciudades del mundo, producto de la reacción del gobierno contra la cada vez mayor participación del estudiantado en la toma de decisiones sobre cómo deben hacerse las cosas en el ámbito educativo, se dieron en Uruguay, diversas protestas emprendidas por estudiantes, que, a fines de julio, resultaron en enfrentamientos con la policía durante los cuales, abundaron los palos, las piedras, los gases lacrimógenos y las barricadas detrás de las cuales, los manifestantes vivaban la clásica consigna antifascista: “¡No pasarán!”, mientras resistían los embates policiales; Ana Daniela Lobo (que tomó por “nombre de guerra” a su segundo nombre, o sea: Daniela), mientras cursaba el quinto año en el liceo IAVA, de Montevideo, había sido parte de todo eso y junto a varios compañeros, en los alrededores del liceo, había llegado a tener que defenderse con palos y piedras, de los uniformados.
A causa de los conflictos referidos, las clases fueron suspendidas. Esto llevó a que estudiantes de derecha, conformaran la JUP (Juventud Uruguaya de Pie); desde la misma se acusaba a los estudiantes de izquierda, de ser vagos que no querían estudiar y de obstaculizar con sus manifestaciones, a los jóvenes “buenos”, que sí querían, y todo esto a causa de la “contaminación marxista” existente (según ellos) en cualquier persona que buscara una descentralización del poder; la cuestión es que, una vez retomadas las clases, las manifestaciones también fueron retomadas y fueron retomados también, los actos represivos en contra de los manifestantes, pero esta vez, ya no eran realizados mayormente por la policía, sino por jóvenes civiles de derecha que, como siempre pasa en estos casos, una vez que las autoridades advirtieron que podían serles útiles a sus fines, los utilizaron para reprimir a la izquierda.
El accionar violento de la derecha, de la cual, la agrupación ya referida, fue tan sólo una de muchas otras, fue tan frecuente, que entre 1971 y 1972, los derechistas perpetraron alrededor de 150 hechos violentos; por los mismos, las autoridades, que a dichos grupos había dado luz verde para reprimir, solían culpar a la izquierda; esos jóvenes, parte de la ya mencionada: JUP, tenían el permiso de las autoridades para romper manifestaciones a golpes de puño, palazos, cadenazos y hasta en algunos casos, les fueron por la policía, provistas armas de fuego para que intimidaran exhibiéndolas y disparándolas al aire, sin embargo, las autoridades no les habían dado luz verde para matar, no obstante, en el curso de represiones cuyo objetivo no es matar personas (y no sólo en el ámbito de manifestaciones, sino también, en cualquier otro), la muerte es una consecuencia posible, y de vez en cuando, algunos jóvenes tildados de “comunistas” (lo fueran o no), llegaron a ser muertos; al esto ocurrir, entre los estudiantes y militantes políticos de todas las agrupaciones, se debatía si había sido obra de “excesos” de la JUP, o si había otras agrupaciones a las cuales, las autoridades les hubieran dado el permiso de llegar a ese punto.
En este clima de altísima politización existente en Uruguay en aquellos años ‘70 (en sintonía con el resto de América y del mundo), que día a día, aumentaba, producto de las represiones a los manifestantes de izquierda, Daniela, considerando que su ética era acorde con la izquierda, pero que el ejercicio del poder gubernamental, corrompe, resultando esto en que tarde o temprano, los izquierdistas se comporten de manera similar a los derechistas, que trabajaba y estudiaba en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, decidió alinearse con los anarquistas, de ahí su ingreso a la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil), organización dirigida por la FAU (Federación Anarquista Uruguaya) en el año ‘72; una vez en la misma, con sus compañeros debatió sobre si existían los escuadrones de la muerte o no, y fue que uno de ellos, llamado Alberto Giuffrida, que consideraba que no existían, fue muerto a balazos una noche en plena vía pública, por un grupo de personas que dejó un papel escrito junto a su cuerpo, en el que se identificó como “DAN” (Defensa Armada Nacionalista); en dicho papel, había varios nombres de objetivos por eliminar; uno de ellos era un compañero cercano a Daniela; tras todo esto aparecer en la prensa, el compañero en cuestión, de inmediato se fue de Montevideo.
Tras el hecho trágico referido, ningún anarquista dudaba ya de la existencia de los escuadrones de la muerte, y fue así que Daniela, muy atemorizada, en pos de no ser una víctima indefensa, pronto decidió unirse a la facción armada de la FAU, es decir, la OPR-33 (Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales); una vez en la misma, fue instruida en el manejo de armas por combatientes anarquistas (que a su vez, habían recibido instrucción, de combatientes tupamaros), en lo cual, muy rápidamente se destacó.
1973; primeros días de junio. 21:22 horas.
En una casa ubicada en Patria 637, Montevideo, se encontraba una imprenta de la FAU, en la cual, Daniela trabajaba confeccionando material de propaganda; en el lugar, ella trabajaba junto a varios compañeros, pero esa noche, no estaba previsto realizar ningún trabajo, sin embargo, la joven, al advertir que en la confección de textos que serían al día siguiente, impresos, había incurrido en algunos errores, decidió ir sola al lugar, con la intención de corregirlos.
Daniela llegó en un ciclomotor que muy cerca de la casa, estacionó, y tras ingresar a la misma, de un Peugeot 404, bajaron cuatro individuos de civil (dos de ellos, portando armas cortas y los otros dos, largas) que, tras ella cerrar la puerta con llave, a la misma, embistieron hasta romperla; una vez dentro de la casa, uno de los tipos empujó a la joven contra una pared y, tras sacarle el revólver que en su cintura llevaba (que ella no había tenido tiempo de sacar) y ponerlo sobre su propia cintura, le pegó varios cachetazos, mientras le preguntaba en dónde estaban las armas de la organización; Daniela, nada respondió, por lo cual, otro se le acercó, y sacó a la chica del agarre de su compañero de represión, para él mismo agarrarla y cachetearla; después le dijo:
-¡Dale hija de puta, que no tenemos toda la noche! ¿En dónde están las armas?
La joven seguía sin responder, entonces, mientras el primero que la había agarrado, que portaba un fusil, llevaba su mano derecha al cierre de su propio pantalón, amenazando claramente con eso, con violarla, Daniela dijo:
-Está bien... les voy a decir en dónde están -y mientras señalaba una puerta cerrada, la chica dijo: -Ahí.
De inmediato, el represor, sin soltar a la joven, se acercó a la puerta e intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave, entonces le preguntó a Daniela:
-¿Tenés la llave?
-Sí. En un bolsillo.
-Agarrala y abrí.
Entonces ella sacó la llave de un bolsillo trasero de su pantalón a la que, sólo en una situación “especial”, debía utilizar.
Si bien, Daniela estaba aterrorizada, no estaba temblando, pero empezó a temblar voluntariamente para hacer verosímil a lo que seguiría, y fue así que, cuando intentó poner la llave en la cerradura, la dejó caer al piso, seguidamente se agachó, la levantó, y cuando estuvo por ponerla nuevamente en la cerradura, volvió a dejarla caer de sus temblorosas manos, entonces volvió a agacharse y a agarrarla, y el represor, mientras se la sacaba de las manos, le dijo:
-¡Aahh, dame que abro yo, pedazo de inútil!
Y tras pasar a su mano izquierda la pistola que con la derecha, sostenía, para poder con su mano más hábil, poner la llave en la cerradura (ubicada en la parte derecha de la puerta), con la izquierda (mano con la que empuñaba el arma), tras girar la llave, el represor bajó el picaporte y tras la puerta abrirse, fue de inmediato impactado por un disparo de un fusil Steyr SSG 69, que del otro lado, estaba; su gatillo estaba atado a una cuerda que era parte de un sistema de poleas, unido a la puerta, diseñado para que cuando la misma se abriera, el fusil, disparara; tras no más de un segundo de esto haber ocurrido, Daniela le sacó la pistola al represor baleado (ubicado a su derecha), antes de que éste cayera al piso, dio media vuelta, le retrajo la corredera, y la disparó dos veces contra el represor más próximo a ella, que durante la apertura de la puerta, estaba a su izquierda; los otros dos restantes, que se encontraban en otras habitaciones revisando si había alguien más en la casa, al escuchar las detonaciones, se acercaron, pero no llegaron siquiera a dar dos pasos en dirección a Daniela, porque en cuanto ingresaron a la habitación, ella impactó dos veces a cada uno de ellos, haciéndolos caer; acto seguido, volvió a apuntar contra el primer represor al que le había disparado, y, para asegurarse de que muriera, le dio otro balazo más; después se acercó a los dos represores más lejanos a ella, y también le dio otro tiro a cada uno, seguidamente se acercó al represor que, tras abrir la puerta, había sido impactado por el fusil, y permaneció unos segundos frente a él, que se encontraba en el piso, boca arriba, malherido pero consciente; a él le dirigió una mirada furiosa, que no tuvo equivalencia con la del caído, ya que la suya, había cambiado en paralelo con el cambio de su suerte; ahora era de extremo miedo y súplica; tras el represor, lastimosamente decir: “No me mates”, Daniela le disparó en la cabeza.
Tras todo esto ocurrir, la joven, que ya había participado de hechos armados pero que hasta ese día, no había matado, se sentó en una silla y empezó a sollozar, mientras las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos; en esos momentos, dejó caer al piso a la pistola que no por casualidad, era una Browning GP-35, ya que era una de las armas reglamentarias del ejército uruguayo en aquel entonces, y el represor al que se la había sacado, era militar; los otros tres, eran policías que años atrás, habían sido entrenados por el sudopa nacido en las Italias y nacionalizado yanqui, Dan Mitrione (*), que tras su paso por el FBI, le fue encomendada por las autoridades yanquis, la repudiable tarea de entrenar a la policía uruguaya en el uso de la tortura con picana eléctrica, con lentos estrangulamientos y otros métodos igualmente aberrantes, para que le fuera infligida a todos aquellos que tuvieran la osadía de cuestionar al (extremadamente injusto) orden establecido (el cual, se dispone desde Washington para gran parte del mundo), así fue que, por obra de él, la perpetración de la tortura se generalizó, y no sólo en Uruguay, sino también en otros países americanos, dado que dicho individuo, había entrenado también a las fuerzas represivas legales de otros territorios, mientras que el gobierno del país que a sistematizar la violación de derechos humanos, lo había enviado, se llenaba la boca hablando en favor de los mismos, así como también lo hacía el gobierno de Francia, cuya escuela represiva, desarrollada principalmente durante las tremendas represiones que los franchos perpetraron en las décadas de 1940 y 1950, respectivamente en Indochina y Argelia, fue a su vez, una en la que muchos represores del mundo (incluyendo a los propios yanquis), se educaron y demasiado bien, aprendieron a defender a la “civilización occidental”, que, a mi modo de ver, es absolutamente INDEFENDIBLE.
Poco más de un minuto de que Daniela se hubiera sentado en un intento de recomponerse en lo emocional, había pasado; tras haber en alguna medida, recuperado la calma, volvió a agarrar la pistola, se levantó, se acercó al represor por ella, muerto, que le había sacado el revólver, lo agarró, y lo puso sobre su cintura frontal, después se puso la pistola también en la cintura, pero no junto al revólver, sino sobre su espalda baja; seguidamente salió de la casa y se fue velozmente en su ciclomotor, creyendo que la policía llegaría en cualquier momento, pero no sería así, porque los terroristas del estado habían actuado con la garantía de impunidad que la comisaría de la jurisdicción, les había provisto, lo cual significaba que esa noche, a esa hora, ningún efectivo policial, pasaría por el lugar aunque sus vecinos, a través del teléfono, su presencia solicitaran.
Ya a unas quince cuadras del lugar, Daniela bajó de la moto y golpeó la puerta de la casa de uno de sus ex compañeros del liceo llamado Eduardo Marrero, interrumpiendo así, la cena familiar; él la recibió con sorpresa y alegría, y tras ella decirle que debía irse de Montevideo porque los fachos la buscaban para matarla, tras dudarlo un poco (pero no, mucho), agarró las llaves del FIAT 850 de su padre (mientras éste le preguntaba adónde iba y él, decir que tenía una urgencia y que en varias horas, volvería), y en el mismo, hasta Colonia del Sacramento, la llevó, dado que la joven le había dicho que allí, en la calle 18 de julio a la altura 437, se alojaban algunos compañeros de militancia.
Una vez transitados los 179 kilómetros que separan a Montevideo de Colonia, estacionaron frente a la casa de los compañeros de Daniela, y tras ellos recibirla, Eduardo la despidió, y volvió a su casa.
Ayudando a Daniela a escapar, Eduardo puso su vida en peligro; en el momento, no lo supo (años después, habiéndose enterado de que la joven terminó desaparecida, de eso tuvo plena conciencia), pero si lo hubiera sabido, lo habría hecho igual, y no sólo por solidaridad, sino además porque de Daniela, desde hacía mucho tiempo estaba enamorado y nunca se había animado a decírselo.
A Daniela, que al despedirse lo abrazó de un modo que a Eduardo, profundamente conmovió, y a quien, al ver alejarse, en voz muy baja, le había dicho: "Te amo", jamás la volvería a ver.
Una vez junto a sus compañeros de la FAU, Daniela les contó todo lo que había ocurrido esa noche y de inmediato decidieron darle plata para que pudiera sustentarse varios días en Argentina, país al que viajó pocas horas después, en una embarcación que, clandestinamente estacionó en las costas rioplatenses de algún lugar de la provincia de Buenos Aires; hasta dicho lugar, viajó en compañía de Mario (también militante de la FAU y de la OPR-33), que la condujo hasta una casa en la que paraban anarquistas locales que él conocía, a los que con posterioridad al golpe de estado que en Uruguay ocurriría el 27 de junio de ese año ‘73, se sumarían bastantes otros, como así también, chilenos, tras el golpe que en Chile ocurriría, en septiembre, también de ese año.
Así fue que Daniela, que posteriormente sería una combatiente legendaria de Montoneros, llegó a la Argentina.
Con lo que, una vez acá, vivió, se podrían llenar cientos de páginas.