(“Hechicera
americana” -cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA"-, es la continuación de una historia que se inicia en mi
cuento: “Casa montonera”, publicado en mi libro número 12: “Material
subversivo”, continúa en “Mora”, publicado en mi libro número 17:
“Llamamiento a la violencia” y en “María Clara: ex
combatiente”, publicado en mi libro número 19: “MATAR MORIR VIVIR”.
El cuento que sigue, si bien es el cuarto capítulo de una serie, empieza narrando lo ocurrido previo a lo que se cuenta en el tercer capítulo).
El cuento que sigue, si bien es el cuarto capítulo de una serie, empieza narrando lo ocurrido previo a lo que se cuenta en el tercer capítulo).
-Palabras: 3.306-
Mora me había encontrado, y lo había hecho del modo más extraño imaginable, lo cual coincide con la búsqueda previa que de mi persona, ella había hecho, la cual, tampoco tenía nada de ordinario, como no lo tuvo tampoco, lo que vivimos durante el encuentro, ya que el mismo tuvo similitudes con experiencias de tipo metafísico.
El encuentro no se había dado por casualidad, dado que ella me había buscado, y tampoco la búsqueda había sido común, como prácticamente nada lo era ante la presencia de esa chica que parecía (y lo era) ser capaz de subvertir el orden racional y reconfigurarlo de un modo acorde con el de las necesidades experimentadas por espíritus de los más sufrientes, entre los que estaba, el mío.
De la senda de lo ordinario, de la mano de Mora, yo me había empezado a desviar, y esa senda era una de aburrimiento, frustración e infelicidad, casi permanentes; la de lo extraordinario, era de total diversión, realización y felicidad, de ahí que en ningún momento haya dudado de que con esa mujer, debía ir literalmente A DÓNDE FUERA que ella quisiera llevarme.
Cierta mañana del año 2004
Estábamos entonces viviendo en la casa que un familiar de Mora le había prestado, en la calle Matienzo al 30 (altura aproximada), de la ciudad de Quilmes (Buenos Aires, Argentina, AMÉRICA, planeta tierra); una mañana, cerca del mediodía, Mora, que hacía un rato había salido, volvió, abrió un cajón del cual, sacó un sobre que guardó en un bolsillo, me tomó de una mano y al tiempo que casi me arrastraba y me decía: “¡Vení vení vení!”, me llevó casi al trote hasta una calle a la vuelta de donde estábamos; antes de llegar a la esquina con Yrigoyen, le pregunté adónde íbamos, pero no respondió, simplemente me dijo: “Ya vas a ver”; transitamos una cuadra y al llegar a la esquina con Ortiz de Ocampo, doblamos a la derecha; una vez en esta última calle, a la altura 28 (aproximadamente), nos detuvimos y Mora dijo:
-Llegamos -y señalando un Renault 4 modelo ‘74, estacionado sobre la vereda, en cuyo techo había una lata de aceite, lo cual, por supuesto, indicaba que el vehículo estaba en venta, me dijo: -Este es el auto que me voy a comprar. ¿Te gusta?
Yo dije:
-Sí… está bien; tiene sus años ya, pero... es un autito lindo;… -después le dije: -Si querés, con algunos ahorros que tengo, más algunas cosas que podría vender, pongo plata y comprás un auto un poco más actual.
-¡Nooo! -dijo Mora -Tiene que ser ÉSTE.
-¿Por qué, éste?
-Ya lo vas a saber.
Seguidamente un señor mayor que, tras ver a Mora por la ventana, con quien un rato antes había hablado, abrió la puerta, alegremente nos saludó, y ella dijo:
-Hooolaaa; venimos por el auto.
El señor nos hizo pasar, Mora le entregó un sobre con plata, firmaron algunos papeles, y él dijo:
-Bueh… ¡Menos mal! Creí que a ese auto no lo iba a vender más.
Entonces Mora dijo:
-Y menos mal que usted nos lo vendió, porque para nosotros, tiene un valor inconmensurable.
-¿Por que? -preguntó el señor.
Mora guardó silencio mientras sonreía, entonces, pensando rápido, yo dije:
-Es que… los padres de ella tenían un Renault 4, y los míos también; por eso para nosotros es muy especial; es mucho más que un auto.
El señor dijo:
-Ah, bueno… ahora entiendo, y me alegro de que el auto vaya a parar a manos de gente que lo aprecia tanto; para mí fue siempre un simple medio de transporte; lo compré usado en 1986, y cuando a principios de los 90, me gané una camioneta en un sorteo, lo quise vender, pero era tan irrisorio lo que me ofrecían, que lo guardé y sólo cada tanto lo usé en los últimos muchos años, por eso no tiene tantos kilómetros encima como tendría, si lo hubiera seguido usando diariamente, y recién el mes pasado se me ocurrió volver a ponerlo en venta, y esta vez, decidí venderlo por lo que el primer comprador me ofreciera, que asumí, sería muy poco, pero esta señorita me ofreció bastante, aunque yo le dijera que por mucho menos, se lo vendía.
-Es que el que usted lo haya guardado, no fue por casualidad; el destino quiso que lo conservara para nosotros, y eso merece su recompensa -dijo Mora.
El señor, sonriendo dijo:
-Parece que así fue;… ...En fin; un gusto haber tratado con ustedes.
-Igualmente -le dije.
Seguidamente, Mora y yo, le estrechamos la mano, y nos retiramos en el viejo Renault, que ella condujo.
Una vez en el mismo, nada raro sentí, pero como a las tres cuadras, empecé a tener reminiscencias de mí mismo, viajando junto a Ulises y María Clara; yo era Elena; inmediatamente me emocioné hasta las lágrimas y Mora, sonriendo me extendió una mano que, yo besé; nada al respecto le dije y nada al respecto, Mora me preguntó; ninguna falta hacía, ya que ella, evidentemente sabía el por qué de mi emoción, y fue un caso más de una comunicación sin palabras entre nosotros, que daba cuenta de que nuestra comunión espiritual, era muuuy fuerte, y todo indicaba que la misma, lejos de disminuir en intensidad, continuaría aumentando.
Hechizo que día a día, se fortalece
Yo creía que el amor romántico era una especie de espejismo, o sea, algo que vemos a lo lejos y nunca alcanzamos, y que cuando creemos haberlo alcanzado, lo que en realidad alcanzamos, no es una realidad, sino una ficción, y es cuestión de tiempo para que se nos descubra en su condición de tal; también creía que, del amor romántico, verdaderamente existir, el mismo implicaba no tocar a la persona a la que se ama, ya que al tocarla, dicho sentimiento se empezaría a descubrir en su carácter no fáctico; básicamente, creía que al tocar a lo amado, el hechizo se rompería.
No obstante mi juventud, yo sabía que la atracción sexual, crea una ilusión de amor que, tras no mucho tiempo de estar con la persona por la cual, la misma experimentamos, se diluye y se desvanece por completo, quedando entonces en evidencia que el amor, no era real, sino ilusorio, y por supuesto que existen casos en que el mismo no es ilusorio, sino verdadero, se mantiene y termina durando toda la vida, pero son los menos, no los más, y por más que en dichos casos, el amor se mantenga, lo que no se mantiene por siempre, es la pasión, pero en el caso de Mora y mío, ambas cosas se mantendrían y aumentarían; de eso puedo dar perfecta cuenta porque más de veinte años pasaron desde que la conocí, y el sentir que Mora me produjo en esos tiempos, es el mismo que me produce hoy, y aun ante los hechos cotidianos más ordinarios, no sólo cuando se acuesta sobre mí, me cubre con su largo y americanísimo, pelo negro, me mete la lengua en la boca, lleva una de mis manos a su entrepierna y me dice que necesita ahí, mi lengua; ni sólo cuando me practica sexo oral, ni sólo cuando me pide que la penetre vaginal y analmente…
Yo creía... y en las cosas mencionadas en que creía, gracias a Mora, no creo más.
Cierta noche
Una noche, tras un encuentro de amor sexual, ideal, como con ella no podía no ser, Mora se acercó a un aparato cubierto con una sabana, lo descubrió y me dijo:
-¿Querés ver una película?
-Dale.
Entonces me acerqué al aparato, que era un proyector antiguo, tanto, que dudé sobre si podría funcionar, por eso pregunté:
-¿Anda, esto?
Mora dijo:
-Espero que sí -y agarró una lata de película; después dijo:-, porque esta película, la TENEMOS que ver; es muuuuy importante para nosotros.
-¿Qué película es?
-Es una parte del documental: “Cazadores de utopías”; es sobre Montoneros.
-Ah, sí; ya lo vi ese documental, pero igual, lo puedo ver de nuevo.
-No -dijo Mora -; esto no lo viste porque esta cinta es inédita; es un testimonio que quedó fuera del corte final que el director hizo del documental; me la dio una asistente de su producción, cuando supo del interés que yo tengo por ese tema; yo tampoco la vi todavía.
-¡Buenísmo! Veámoslá.
Entonces Mora puso la película en el proyector, apagó la luz, y se sentó a mi lado en un sillón.
En el filme, había unos 35 minutos de testimonio de una anarquista que, por sobrevivir, en 1974 se había hecho combatiente montonera; al verla, inmediatamente dije:
-María Clara…
Y Mora me apretó una mano.
Yo estaba totalmente sorprendido, porque era la primera vez que veía a esa mujer, no obstante, sentí que la conocía de alguna parte, pero… ¿de dónde? Y como si me hubiera leído el pensamiento, Mora dijo:
-De nuestra vida anterior.
Década de 1990.
El director dijo:
-Acción.
Entonces María Clara empezó a hablar.
-Tras el derrocamiento de Perón en 1955, los militantes que se organizaron para resistir a la dictadura, lo hicieron por cuenta propia, de ahí que Perón fuera para ellos, un líder más simbólico que concreto, ya que el liderazgo real, era el de los militantes barriales y sindicales, destacados, pero incluso ese liderazgo, era relativo, porque todo lo hecho por los grupos que conformaban la resistencia peronista, se decidía por medio de la democracia directa, es decir, tendían a la autogestión; así fue que a fines de los 60, cuando, producto de insurrecciones masivas en todo el país contra la dictadura de Onganía y de los actos de contrarrepresión realizados por organizaciones guerrilleras contra empresarios explotadores y de las Fuerzas Armadas y de “seguridad”, el gobierno de facto fue desestabilizado y el empresariado que lo había financiado, vio que sus privilegios no estaban siendo bien protegidos por el mismo, se habilitó la democracia representativa y se levantó la proscripción al peronismo, así fue que el representante de Perón, Héctor Cámpora, llegó a la presidencia, y, como ya expuse, cuando volvió el peronismo al poder, las organizaciones peronistas que se habían conformado con Perón en el extranjero, tenían autonomía, y por esa autonomía, ningún problema tenían en desobedecer a Perón, cuando lo que él disponía, no era considerado por ellos, correcto, lo cual se vio expuesto en el desacato masivo al “Pacto social”, implementado por Perón a través de Cámpora; el mismo tenía como objetivo, conciliar a la clase trabajadora con la empresarial, e implicaba, entre muchas otras cosas, congelar precios y aumentar progresivamente, mes a mes, durante años, los sueldos de los trabajadores, mientras que a la clase empresarial, se la buscaba complacer, suspendiendo la negociación de sueldos durante dos años; este “pacto”, que en un principio fue exitoso, fue rápidamente roto tanto por la clase empresarial, que aumentó los precios, como por los trabajadores, que reclamaron mayores aumentos de sueldos; la izquierda peronista, que tenía por representantes principales a Montoneros y a la Juventud Peronista, abiertamente llamó a romper el pacto, que no era otra cosa que romper con Perón, por más que sus integrantes siguieran llamándose “peronistas” y manifestaran que ser leales a Perón, no tenía por qué implicar, no disentir con él; la cuestión es que, cuando Perón se dio cuenta de que al sector revolucionario izquierdista de su movimiento, no lograba subordinarlo, le dio luz verde al sector derechista para reprimirlo; fue ése el motivo principal por el que Perón habilitó lo que ahora llamamos: “terrorismo de estado”, y no así, su intención de aniquilar guerrilleros, que, en el caso de los de corte peronista, habían suspendido sus acciones tanto durante el gobierno de Cámpora, como durante el de Perón;… El ataque en 1974 del grupo marxista ERP, al cuartel de Azul, le dio a Perón la excusa perfecta para intensificar el exterminio de los “psicópatas” (así llamó a los guerrilleros) que públicamente manifestó, que debía hacerse, pero insisto con que no fue ése el motivo de la represión a gran escala que ya en el 73, a través de la Triple A, contra los militantes de izquierda y del anarquismo, se había iniciado, y así fue que fueron perseguidos, secuestrados, torturados, muertos, y en algunos casos, hechos desaparecer, no sólo guerrilleros, sino también, militantes sociales desarmados que, al concienciar que el hecho de no haber tenido participación en la lucha armada, no les aseguraba en absoluto quedar fuera de las listas de objetivos a reprimir de las organizaciones de sicarios de la derecha, decidieron empuñarlas, y ya no en un intento de construir una “patria socialista”, sino de sobrevivir; este fue mi caso;… yo nunca fui peronista; mi ideología siempre fue anarquista y hasta era pacifista, hasta que en el año ‘74, allá en Rosario, de donde soy oriunda, una patota de la Triple A, me intentó secuestrar, hecho que fue frustrado por dos montoneros que me propusieron unirme a ellos, cosa que hice, e insisto con esto, porque me gustaría que quedara bien claro, ya que no se trata sólo de mi caso, sino también, del de muchos otros: yo nunca agarré armas por convicción política, sino por sobrevivir.
El testimonio de María Clara Tauber (del que en este texto se presenta sólo un extracto), fue muy extenso, y mientras lo escuchábamos, tanto Mora como yo, estábamos como hipnotizados, ya que quien lo realizaba, era sin dudas, una persona muy querida por ambos.
Al testimonio de María Clara, el director de “Cazadores de utopías” (documental estrenado en 1996), David Blaustein (su director) decidió no incluirlo; ante esto, la gran pregunta es: ¿por qué? Y se la formulé a Mora, que me respondió:
-No lo sé, pero yo creo que fue porque el director quiso mostrar un compromiso total por parte de los militantes de la izquierda peronista, con la causa de la justicia social, y lo dicho por María Clara, no iba precisamente en ese sentido.
Eso fue lo mismo que la propia María Clara había pensado, cuando, una década después de su realización, vio el documental en televisión y notó que su testimonio no había sido incluido, lo cual, no la sorprendió en absoluto y hasta consideró mejor que así fuera, y no porque hubiera cambiado de opinión respecto de lo que en el mismo, manifestó, sino porque su inclusión, tal vez le habría hecho ganar una notoriedad que, por ella ser de perfil bajo, prefería no tener.
Mora, con mucho énfasis, dijo:
-Tenemos que ir a verla a María Clara, por nosotros y también por ella.
-¿Por qué, por ella?
-Porque a ella le va a hacer bien reencontrarse con viejos amigos a los que creía perdidos para siempre.
-¿Sabés en dónde vive?
-Sí, en Rosario.
Y sin dudarlo un instante, dije:
-Mañana mismo vamos.
Mora, sonriendo asintió.
A la mañana siguiente
En el Renault 4 de Mora, fuimos a Rosario; una vez ahí, nos dirigimos a la Facultad de Humanidades y Artes, de la Universidad Nacional de la ciudad mencionada, en la cual, María Clara era profesora de letras, y con ella nos encontramos; el encuentro fue extremadamente emocionante para los tres, y ante lo que ella contó, mi visión de todo, se amplió, y sentí estar concienciando (aun más de lo que ya lo venía haciendo) que este plano, es tan sólo uno de muchos otros, sin embargo, nada que ver con lo metafísico, tuvo, lo que María Clara, nos contó, ya que si bien, por ser lo por ella contado, vivencias de personas que al límite, habían pasado por este mundo, por consiguiente, lo que escuchamos, muy lejos estaba de ser ordinario, lo más extraordinario para nosotros fue el hecho de que nuestro sentir nos confirmara lo que ya sospechábamos, y esto es que, Mora y yo, éramos reencarnaciones de Ulises y Elena, que fueron los combatientes que a María Clara salvaron de una patota de la Triple A y la invitaron a unirse a Montoneros; esto, nosotros ya lo sabíamos por las reminiscencias que habíamos tenido, sin embargo, María Clara, al contarnos historias vividas con Ulises y Elena (que coincidían con nuestras reminiscencias), nos lo terminó de confirmar, y fue así que la mínima duda que a ese respecto, pudiéramos llegar a tener, se deshizo totalmente; la mayor confirmación de que en nuestras vidas anteriores, habíamos sido compañeros de María Clara, se dio cuando ella, al vernos por primera vez en nuestras presentes formas materiales, se refirió a nosotros como “Ulises” y “Elena”, de ahí que ninguna duda hubiera en mi persona a esa altura, de que lo que denominamos: “vidas pasadas”, son capítulos anteriores de la misma novela interminable en la que se desarrollan nuestras existencias actuales, y el hecho de que por algún motivo se nos hubiera revelado lo ocurrido en el capítulo anterior de nuestra novela, claramente tenía que ver con que alguna fuerza nos estaba indicando que debíamos darle continuidad al capítulo anterior.
Tras el encuentro que se extendió por varias horas con nuestra queridísima María Clara, volvimos a subir al auto y a emprender la ruta.
Deber insurreccional
La ley no es otra cosa que la voluntad de quien la hace, impuesta sobre los demás, y la misma… ¿cómo se hace cumplir? Con amenazas de penas y ejecución efectiva de las mismas, que gente armada, impone; DETRÁS DE LA LEGISLACIÓN DE TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO, ESTÁN LAS ARMAS, de ahí lo absurdo de que haya personas a favor de la existencia misma del estado y que, por considerarse “pacifistas”, condenen a quienes usan o reivindican el uso de la violencia, asumiendo que ellas mismas, no lo hacen, cuando en realidad, con su aceptación de la validez de cualquier estado (sea cual sea la forma de gobierno que lo comande), están apoyando a un sistema que se basa totalmente en la violencia.
A las leyes no las hace quien quiere, sino quien puede; el que se puede imponer a otro, se da la legitimidad a sí mismo, de ahí que TODA LEY SEA DEL MÁS FUERTE; el que no tiene la fuerza para imponerse a grandes sectores de la sociedad, no hace las leyes, de ahí que la ley sería válida, únicamente si el derecho fuera la fuerza, de no serlo, las leyes carecen de toda validez, pero supongamos que el derecho es la fuerza… ¿cuál es la diferencia entre quien, desde una estructura estatal, usa la fuerza para que su voluntad, se haga, y alguien que la usa con el mismo objetivo, fuera de dicha estructura? NINGUNA; la diferencia está en la percepción que se suele tener, de uno y otro, dado que en realidad, ambos son iguales.
Como supuestamente las leyes se basan en la ética de quienes las hacen, respetar leyes hechas por otros, implica resignar a la propia ética, y las leyes muchas veces son contrarias a la consideración de qué es ético, de los propios legisladores que las hacen, ya que los mismos comúnmente presentan proyectos de leyes, o votan por los de otros, por motivos de conveniencia política del momento, económica, u otros, y no por considerarlos éticos, de ahí que, según mi criterio, lo lógico por hacer, JAMÁS sea actuar de acuerdo con lo que dicten las leyes, sino de acuerdo con lo que uno sienta correcto, SEA LO QUE SEA, y si lo que uno considera correcto, coincide con lo que dictan las leyes, bien, y si no… lo que corresponde, es transgredirlas.
Si bien todo esto lo racionalicé posteriormente, lo sentí en el momento en que Mora, apuntó con un revólver a ese integrante (en ese momento, desuniformado) de una fuerza de “seguridad”, que había sacado su arma con la intención de dispararme, tras yo haber derribado de un golpe a su cómplice, también perteneciente a una fuerza represiva del estado, en circunstancias en que ambos se conducían de un modo no precisamente, legal… lo que siguió fue...