lunes, 17 de marzo de 2025

(Serie: M & L; cap. 6) Dos jóvenes modernos y una dama de otros tiempos (cuento) - Martín Rabezzana

Sexto capítulo de la serie que di en llamar: "M & L" (por sus protagonistas: Mora y Leandro), la cual, se inicia en mi cuento: "Casa montonera", publicado en mi libro: "Material subversivo".

-Palabras: 3.538-

Año 2004; días antes del hecho: “Madariaga”.

   Mora y yo, estábamos una noche comiendo pastas en el restaurante “Justo Brandzen”, situado en Almirante Brown y Brandsen, de Ciudad de Quilmes, lugar que se encuentra a no muchas cuadras de la casa en que entonces, residíamos; tras la cena concluir, decidimos pedir una copa de licor Mariposa; antes de yo llamar al mozo para hacer el nuevo pedido, mi novia se levantó de la silla que ocupaba, que estaba frente a mí, y la puso a mi lado; una vez sentada junto a mí, me besó. Nos besamos y nos abrazamos; en eso, Mora, tras ver a una muy atractiva mujer de pelo claro ondulado, que desde su asiento frente a la barra, con insistencia nos dirigía la mirada, tras aflojar un poco el abrazo, me dijo:
   -Mirá disimuladamente a la mina de la barra.
   Yo la miré y dije:
   -La veo. ¿Qué pasa?
   -Pasa que… ¡te tiene unas ganas!
   -¿Estás segura de que es a a mí, a quien le tiene ganas?
   Entonces Mora volvió a mirarla y después me dijo:
   -Segura no estoy, pero…
   Entonces la mujer (que muy bien arreglada, estaba) se acercó a nuestra mesa y nos dijo:
   -¡Hola! Estoy esperando a mi novio, y no llega… ¿podría quedarme con ustedes hasta que llegue?
   -Sí, claro -dije yo.
   Mora dijo:
   -Acercá una silla y sentate.
   Entonces la mujer, hizo justamente eso; después dijo:
   -Me llamo Etelvina.
   -Yo, Leandro -dije.
   -Yo, Mora.
   Entonces la mujer, que era joven pero bastante más grande que nosotros, que contábamos con poco más de veinte años y ella, con una década más, sacó una cajita de cigarrillos GITANES, y nos ofreció:
   Mora dijo:
   -No gracias.
   -No fumamos; somos modernos -dije yo.
   -Aaahh… son modernos; yo soy más de otros tiempos -y llevó un cigarrillo a sus labios.
   Antes de que lo prendiera, yo le dije:
   -No permiten fumar acá; si querés, podemos ir a una mesa de fuera.
   -Bueno -dijo ella.
   Entonces yo le avisé al mozo que nos trasladaríamos a una mesa sobre la vereda, poco después, hasta la misma se acercó, y tras acomodarnos en las sillas, a Etelvina le dije:
   -¿Nos acompañás con un licor Mariposa?
   -Sí, por supuesto.
   -Tres copas de licor Mariposa, por favor -le dije al mozo.
   -Enseguida -dijo, y poco después, nos llevó el pedido.
   Los tres tomamos el licor Mariposa mientras hablamos de diversas cosas; Etelvina, mientras fumaba uno de los dos cigarrillos que durante nuestro encuentro, fumaría, nos contó que se había decepcionado de una carrera universitaria que años atrás, había empezado, al advertir que lejos del ámbito académico, formar seres pensantes, del mismo egresan individuos totalmente dogmatizados que le atribuyen un carácter de verdad absoluta, a cualquier cosa que en el ámbito mencionado, les han enseñado, y lo que ahí se aprende, es base de las sociedades actuales que son cualquier cosa, menos positivas. Fue por considerar que de concluir su carrera, se volvería un instrumento más de este espantoso sistema social, que decidió abandonarla.
   -Hiciste bien -le dije yo -después agregué: -Y desde entonces, ¿qué rumbo emprendiste?
   Tras varios segundos de silencio, ella dijo:
   -Desde entonces… ando sin rumbo.
   Mora dijo:
   -No digo que sea lo ideal, pero es mejor andar sin rumbo que transitar un camino que uno sabe equivocado… Nosotros también hemos andado sin rumbo durante algún tiempo, por eso, por experiencia te puedo asegurar que cuando hacés eso, tarde o temprano, el instinto, que NUNCA se equivoca y que, aunque atrofiado por la civilización, existe en todo ser humano, se fortalece, y cuando eso pasa, el camino previamente invisible, se hace visible y la incertidumbre respecto de hacia dónde tenés que dirigir tus pasos, se termina.
   Etelvina sonrió y pasó a contar diversas cosas de su vida, y nosotros, de las nuestras; tras una media hora, la mujer miró su reloj y dijo:
   -Mi novio sigue sin llegar… 
   -Te bancamos un rato más -dije, y viendo que los tres ya habíamos terminado nuestras copas de Mariposa, le pregunté a Mora y a Etelvina, si querían otra; ambas dijeron que sí, y así fue que pedí una nueva ronda del licor que consumimos mientras, alegremente, seguimos conversando.
   Étel dijo:
   -Mi novio me está haciendo pagar con su demora, por haberme querido volver antes de tiempo de una cabaña de una isla del Tigre que la semana pasada, alquiló, y me quise ir porque… bueh… no sé si contarlo porque tal vez no me crean.
   -Sí, dale; contá -dijo Mora.
   -Bueno… resulta que en ese lugar, a la distancia se escuchaban diversos ruidos; claramente oí varias veces, relinchos, alrededor de nuestra cabaña, y tras salir de la misma, me encontraba con que no había caballos por ninguna parte; una noche, en una de esas veces que salí a caminar por una zona de arboledas, estando mi novio durmiendo, se me acercaron varias luces que me rodearon, y me re asusté… sé que la explicación racional va por el lado de la consideración de que ciertas materias presentes en la tierra, al descomponerse, pueden inflamarse y generar algo como lo que yo vi, pero no me explico por qué esas luces no ascendieron o siguieron la dirección del viento, ya que lo que hicieron fue rodearme y quedarse estáticas para después seguirme durante varios segundos, mientras corría; al volver a la cabaña, se lo conté a mi novio y él me dijo que me lo había imaginado, pero yo sé que no fue así, la cuestión es que ese mismo día, le dije que me quería ir, y por más que me insistiera con que nos quedáramos, no había manera de convencerme;… desde entonces está un poco enojado conmigo.
   Mora dijo:
   -Obvio que te creemos… A nosotros nos consta que existe mucho más que lo que puede explicarse del modo llamado “racional”.
   Tras escuchar lo contado por Etelvina, yo conté lo siguiente:
   -A fines de los 80, cerca de acá, en Guido casi esquina Yrigoyen, había una playa de estacionamiento de algún negocio que había a la vuelta, y a la misma, que tenía algo de pasto, con chicos del barrio, a veces íbamos a jugar; una tarde muy nublada, yo estaba con mi hermana, que era más grande que yo, y una amiga de ella, que era más grande que yo y más chica que ella, que tenía cierto retraso intelectual; de pronto, no muy lejos de la copa de un muy alto árbol que en la vereda de enfrente, estaba, apareció una luz blanca y después, roja; después pude ver que era parte de lo que parecía ser un objeto de esos que llaman: “no identificados”, y nos recontra asustamos.
   Etelvina dijo:
   -Yo no me asustaría de eso, porque me encantaría ver una cosa así.
   Yo dije:
   -Yo tampoco me asustaría de eso ahora y creo que ni siendo chico como era, me habría asustado, si no fuera porque el objeto iba y venía en dirección a nosotros, como si se estuviera por caer, así que… el miedo que tuvimos, lo habríamos tenido aun si se hubiera tratado de un avión, ya que si desde no muy lejos, ves a un avión volar en tu dirección y sentís que se está por caer y que te va a aplastar, tranquilidad, no podés tener.
   Entonces Etelvina, que con ojos muy abiertos, me miraba (hermosos ojos), evidenciando así que la historia, mucho le había interesado, dijo:
   -Ah, bueno… siendo así… yo también tendría miedo.
   Mora, que también estaba absorta en lo que contaba y que escuchaba por vez primera, mi relato sobre mi “experiencia cercana del primer tipo”, ansiosamente me preguntó:
   -¿Y qué pasó después?
   -Después de no sé cuánto tiempo, fuimos con mi hermana corriendo tras su amiga, que había entrado en pánico total y había corrido en cualquier dirección… pobre.
   -¿Y la encontraron? -preguntó Étel.
   -Sí, y la acompañamos hasta la casa… para ese momento, el objeto ya se había ido.
   -Uaaaaauuu, che… ¡qué historia! -dijo Mora; ¿cómo no me la habías contado?
   Yo dije:
   -Y, porque con mi hermana, juramos no decir nada, porque… ya saben lo que pasa cuando se cuentan estas cosas; si sos chico, te acusan de ser mentiroso, y si sos grande, de estar loco, así fue que mi hermana me hizo prometer que a nadie se lo contaríamos, pero de más grande ella rompió la promesa que había propuesto, dado que se lo contó a conocidos suyos, y yo, la rompí recién ahora… 
   La conversación entre Etelvina, Mora y yo, siguió una media hora más; durante la misma, nuestra invitada se mostró muy contenta por nuestra compañía y nosotros también lo estábamos por la de ella.
   Ya había pasado poco más de una hora desde que Etelvina se había acercado a nosotros; entonces yo dije:
   -Parece que tu novio no va a llegar…
   Ella dijo:
   -Sí que va a llegar… por lo enojado que quedó conmigo por lo que ya conté, esto me lo esperaba; la vez anterior que salimos, me hizo esperar casi dos horas, pero si no llega, mejor.
   -¿Por qué, “mejor”? -pregunté yo.
   -Porque prefiero irme con ustedes.
   Y tras unos segundos de silencio, en que tanto Mora como yo, intuimos de qué tenor sería la respuesta, mi novia le preguntó:
   -Y… ¿adónde pensás que vamos?
   La mujer, sin dudarlo, respondió:
   -Espero que… a la cama -y tras algunos segundos, durante los cuales, sensualmente pasó su lengua sobre sus labios (hermosa lengua y hermosos labios), agregó: -Me muero de ganas de estar en el medio de ustedes.
   Entonces Mora, que se encontraba sentada junto a mí, acercó su rostro al mío y ambos, casi al unísono, sin vacilar siquiera un segundo, de lado a lado, movimos la cabeza; tras esto ocurrir, Mora le dijo:
   -Gracias Étel, pero… no.
   Yo le dije:
   -No hay lugar para nadie entre Mora y yo.
   -Y NUNCA lo va a haber -mi chica agregó.
   Seguidamente, llamé al mozo para pagar la cuenta, y cuando hube pagado, besé en la mejilla a Etelvina, lo cual, también hizo Mora, y de ella nos despedimos con un “chau”, que para mi novia y para mí (a diferencia de para Étel), tuvo sabor a amor eterno, ya que la seguridad de la no necesidad de nadie más, que ambos sentimos cuando dicha atractiva mujer, nos propuso sumarse a nuestra intimidad, nos demostró, una vez más, que nuestra unión, lejos de partir de una atracción física, partía de una atracción álmica que físicamente se manifestaba y que con cada contacto físico que hacíamos, se intensificaba.

   Por la calle Brandsen caminamos, Mora y yo, las cuatro cuadras que nos separaban de Yrigoyen, calle en la que doblamos a la izquierda y una vez ahí, caminamos una cuadra más hasta la calle Matienzo, en donde doblamos a la derecha hasta llegar a la altura 30 (aproximadamente), que es en donde se encontraba la casa que entonces, compartíamos.
   Durante el camino, Mora me dijo:
   -Muy simpática, Etelvina… re buena onda; podría haber sido una gran amiga de ambos, si no hubiera querido meterse en nuestra cama.
   Yo dije:
   -¡Síiii!, una mina bárbara;… por ahí podríamos haberle propuesto ser amigos.
   -Naaahh… esa de: “seamos amigos”, dicho a alguien que por uno está más caliente que una tarde de verano en el Sahara, NO-VA, y esa mina estaba que volaba de fiebre por nosotros.
   Yo me reí y dije:
   -Tenés razón; le salía humo por todas partes, y no era por los cigarrillos.
   Mora se rió y después me preguntó:
   -¿A vos te gustó, físicamente, Etelvina?
   -Sí, está muuuy fuerte, pero comparada con vos… es la nada misma;… ¿Y a vos? ¿Te gustó?
   Entonces Mora, tras reírse levemente, dijo:
   -Bueno… ¿qué querés que te diga?… Mal no está, pero... con total honestidad, te digo lo mismo que vos me dijiste a mí: comparada con vos… es la nada misma.
   Entonces, sin dejar de caminar, desde un costado, la abracé.

La …... perfecta

   Unos cien metros antes de llegar a la vivienda, Mora me dijo:
   -¿Sabés de qué tengo ganas?
   Yo, irónicamente dije:
   -No… ¡no tengo ni idea!… ¿De qué podrá tener ganas, Mora?
   Ella se rió.
   Nada dijimos en la cuadra y media que nos faltaba recorrer para llegar a nuestra vivienda; una vez que ingresamos a la misma, cerré la puerta con llave y cuando me dispuse a prender la luz, Mora me lo impidió tomándome de las manos para seguidamente, besarme en los labios; un buen rato duró ese idílico beso durante el cual, ella habitualmente me mordía la lengua como pidiéndome que hiciera lo mismo con la de ella, lo cual, yo hacía; el largo e intensísimo contacto ya mencionado, fue interrumpido por Mora cuando llevó sus manos a las tiras sujetadoras del vestido que tenía puesto, dejándolo así, caer al piso; una vez esto ocurrido, se sacó la prenda superior, que a sus pechos, cubría, y yo se los besé; acto seguido, nos acercamos a un sillón, y como si el sexo oral que mi amante pretendía que le realizara, fuera una necesidad imperiosa e incontenible (ella jamás diría que no lo era), en pos de sentir cuanto antes el contacto entre mi lengua y su vagina, no se sacó la bombacha (lo cual, le habría tomado segundos que en su libidinoso sentir, habrían equivalido a largas horas), sino que se la hizo a un lado, con dedos de su mano izquierda, para seguidamente subir el pie derecho al sillón, invitándome así, a pasar por su zona íntima e hipervellosa, mi lengua. Tras arrodillarme, así lo hice ininterrumpidamente durante casi dos minutos, hasta que el jadeo que Mora había iniciado ni bien puse mi lengua sobre su sexo, se transformó en grito estentóreo en el mismo momento en que el líquido que de su interior, con violencia extrema, egresó, me empapó la boca y el rostro; entonces levanté la vista y miré a mi chica, que ampliamente sonreía; yo seguí lamiendo esa concha oscura, hermosa… PERFECTA (hermosa, oscura y PERFECTA, como el resto de esa AMERICANA MUJER), hasta que Mora se agachó y me abrió el pantalón para seguidamente chuparme la pija con un tremendo frenesí que tuvo ya desde la primera vez que me lo hizo, pero que cada vez que lo hacía, parecía intensificarse; tras un buen rato de ella practicarme sexo oral, con mis manos sobre sus antebrazos, la llevé a levantarse y tras poner mi mano izquierda sobre sus nalgas y la derecha, sobre su espalda, la levanté y la llevé hasta nuestro dormitorio sobre cuya cama, la deposité para posteriormente poner una de sus piernas sobre uno de mis hombros, y penetrar su fragrante, rica (RIQUÍSIMA), preciosa y SUBLIME, vagina, cuya oscuridad era mayor a la de la noche más tormentosa y envolvente, y en cuyo interior, yo anhelaba perderme para nunca ser encontrado.
   Tras varios minutos de cópula furiosa en distintas posiciones, dentro de Mora, eyaculé, y junto a ella, me acosté.

Trance y post trance

   Tras hacer el amor, Mora quedaba como en trance, cual si la inseminación la anestesiara, de ahí que el intento de hablar con ella, en los primeros minutos posteriores al sexo, fuera infructuoso; acostumbrado a eso, yo aprovechaba esos minutos para ducharme; cuando salí de la ducha, volví a acostarme junto a ella; entonces ella dijo:
   -En la década de 1950, muchos argelinos se organizaron política y militarmente para combatir a las autoridades francesas que en 1830, habían conquistado a su país perpetrando masivamente: torturas, violaciones y asesinatos, contra la población;... El movimiento político-militar independentista más importante, fue el del Frente de Liberación Nacional, que estaba compuesto en gran medida por personas extremadamente autoritarias que no sólo combatían a las autoridades francesas, sino también a otros grupos independentistas, y así lo hacían porque el FLN no quería liberar a Argelia de los franceses para dar lugar a una apertura democrático-representativa, sino para imponer su propio gobierno; esto resultó en que muchos militantes de otras agrupaciones independentistas, al verse perseguidos por el FLN, suspendieran temporalmente sus ansias de independencia, y apoyaran al gobierno francés, ya que para ellos, que estaban siendo masacrados por sus propios compatriotas del FLN, el colonialismo era entonces, el mal menor; en fin… los años pasaron y tanto el FLN como las fuerzas represivas de Francia, cometieron toda clase de atrocidades, y, en 1962, se dio finalmente la independencia de Argelia de Francia, fue entonces que el FLN impuso un gobierno muy autoritario que ordenó la expulsión de franceses y sudopas en general, junto a sus descendientes, ya que se los acusaba de haber estado a favor del colonialismo francés, que a ellos los beneficiaba, porque las autoridades francesas tenían hacia ellos, un trato preferencial (aunque no todos ellos hayan defendido al colonialismo); también se expulsó a argelinos pregálicos, por el mismo motivo; una vez que fueron expulsados, la mayoría de ellos fue a Francia, y aquellos que habían apoyado al colonialismo francés, el gobierno les hizo un reconocimiento, pero no así, la población francesa general, dado que a esa altura de los tiempos, el colonialismo, salvo para los que fueran de extrema derecha, no era un motivo de orgullo, sino de vergüenza, de ahí que se calcule que durante la guerra de Argelia, el 75 % de los franceses estaba a favor de la independencia de dicho país;... como ya dije, los argelinos que fueron de Argelia, expulsados, acusados de haber apoyado al colonialismo, fueron mayoritariamente a Francia, y allí, su población no derechista, los recontra discriminó… esto llevó a que fueran parias en Argelia tanto como en Francia… y no sólo fueron por los no derechistas, discriminados, sino también por los de derecha;… ...Los franchos de derecha, por ser la derecha, xenófoba por naturaleza, también los discriminaron, aun cuando pensaran que habían peleado en defensa del colonialismo francés, al punto que en los años ‘60, en el río Sena, solían aparecer cadáveres de argelinos asesinados y previamente, torturados, por grupos franceses de extrema derecha... -y tras hacer una larga pausa que no interrumpí, Mora continuó diciendo: -El plan represivo de la última dictadura, lejos de haberse improvisado, había sido aprendido por los militares argentinos de los militares franceses, cuando en 1957 vinieron al país para instruirlos en la aplicación de los métodos contrarrevolucionarios que estaban en ese momento, aplicando en Argelia; los mismos incluían la realización masiva de secuestros, torturas, violaciones, saqueos de bienes de los sospechados de ser revolucionarios, subversivos o “comunistas”, en pos de obtener delaciones que llevaran a más secuestros, torturas, violaciones, saqueos de bienes, y en muchos casos, también a asesinatos y desapariciones de cuerpos;… paradójicamente, esa “Escuela Francesa”, que formó no sólo a los militares argentinos que en los 70, aplicaron dichos métodos, sino también, a muchos otros militares de otros países americanos, a la Argentina llegó en 1957, durante la autoproclamada “Revolución Libertadora”, dictadura cuyos integrantes habían derrocado a Perón, justificando su accionar en su acusación al presidente derrocado de ser un tirano antidemocrático y además (desde la perspectiva de ellos, “comunista”), y para terminar con la tiranía, no tuvieron mejores ideas que las de bombardear a la población, aquel 16 de junio de 1955, causándole la muerte a cientos de personas y dejando heridas, a muchas más, y además, la de que las Fuerzas Armadas argentinas debían ser formadas en la imposición de la represión ilegal, más brutal… ...Todo esto, lejos de terminar con la adhesión de la población a Perón, que ya era masiva, la incrementó, ya que a partir de esa dictadura, muchos de los que hasta entonces, eran antiperonistas o neutrales, al llegar el nuevo gobierno, que no sólo era represor, sino además, regresivo en materia de desarrollo económico y cultural, se volvieron peronistas… fue así que se fue conformando una generación combativa que tenía a Perón, por figura idealizada, por cuyo regreso al país, peleó, y…
   Entonces Mora se sumió en un largo silencio que me llevó a decirle:
   -¿Por qué me contás todo esto?
   -Porque si bien, mucho de esto lo sabés, por haber sido parte de la generación a la que acabo de referirme, de nada de esto te acordás… El ser parte de esa generación, nos llevó a ser militantes revolucionarios en los 70, y esas versiones nuestras previas a éstas, siguieron un camino que, con grandes diferencias, inevitables por el cambio de los tiempos, debemos seguir transitando, y para que entiendas el por qué del camino que ya reemprendimos al reencontrarnos, tenía que recordarte estas cosas de nuestro pasado.
   Tras un rato de silencio, le pregunté:
   -Y… ¿qué acciones debemos realizar, en línea con el rumbo que emprendimos en nuestra existencia anterior?
   -No te lo puedo decir.
   -¿Por qué?
   -Porque todavía no lo sé, lo que sí sé, es que cuando el momento de actuar, llegue, lo que debemos hacer, nos será revelado.
    Entonces yo, tras escuchar su respuesta, abracé fuertemente a esa AMERICANÍSIMA MUJER, y le dije:
   -Lo que me pidas que haga, yo lo voy a hacer, Mora.
   Seguidamente la besé en los labios. Me besó. Nos besamos, y ella puso su mano derecha en mi entrepierna… lo que siguió fue… algo que ameritaría un rato después, una nueva ducha que junto a Mora, me daría.
 

martes, 11 de marzo de 2025

(Serie: M & L; cap. 5) Fuego neosubversivo (cuento) - Martín Rabezzana

La siguiente historia, además de estar relacionada con las anteriores en que los protagonistas, aparecen (sobretodo con la inmediatamente anterior que escribí, llamada: "Americana anochecida"), está relacionada con mi cuento: “Impunidad sagrada”, publicado en mi libro: “Fanatismo que todo destruye y todo construye”, y con: "María Clara: ex combatiente", publicado en mi libro: "MATAR MORIR VIVIR".

-Palabras: 1.963-


Americanísima y maravillosa mujer

   Tras llegar a la vivienda en que entonces residíamos, sin siquiera besarme, Mora se agachó y me bajó el pantalón para seguidamente agarrarme la pija y meterla en su boca; después se desvistió muy velozmente (dejando la ropa por el piso) mientras me pedía que hiciera lo mismo, lo cual, hice, y la seguí hasta nuestro dormitorio en cuya cama continuamos con el sexo oral, que tras ella seguir practicándome durante un rato más, yo le practiqué a ella para seguidamente, penetrarla; tras varios minutos de complacernos mutuamente en diversas posiciones, ella me dijo que quería estar sobre mí, cuando eyaculara; yo le avisé cuando estuve listo para hacerlo, entonces ella se posicionó sobre mí, y en esa posición, el coito continuó durante un rato más hasta que finalmente, en su interior, eyaculé.
   Tras la unión sexual, concluir, Mora se acostó sobre mí, cubriendo gran parte del tren superior de mi cuerpo, con su americanísimo y resplandeciente, pelo negro; durante varios minutos permanecí acostado bajo esa deslumbrante mujer, por cuya nocturnidad cutánea, deseaba ser atrapado y en ella, disuelto, hasta que, como si el agotamiento que minutos atrás, producto de la actividad sexual, había evidenciado, nunca hubiera existido, con extremo furor, como si me reclamara algo a lo que tenía pleno derecho y yo le hubiera durante mucho tiempo, negado (aunque así no fuera), empezó a besarme y rápidamente, como arrastrada por un deseo irrefrenable de sus labios por mi piel (que era equivalente al deseo que yo sentía por la suya), con sus labios, por mi cuerpo descendió, haciéndolo de mi boca a mi pecho, de mi pecho a mi abdomen y de mi abdomen a mi pija, a la cual, volvió a succionar, para después dirigir con su mano derecha a su concha abierta y a ambas, conjuntar; tras unos minutos de coito vaginal, Mora se dio vuelta y estando ya, boca arriba, puso sus manos a los lados de mis brazos y abrió las piernas, resultando esto en un arqueamiento de su espalda, una vez hecho esto, dijo:
   -Ahora viene lo mejor.
   Y con su mano derecha agarró a mi miembro erecto y lo llevó hacia dentro su cuerpo, pero esta vez, la parte de su cuerpo a la que me hizo ingresar, fue la trasera; en la misma, yo habría de eyacular, varios minutos después.

¿Qué había pasado inmediatamente antes? || Hecho "Madariaga"

   Era una ligeramente fría, noche de abril del año 2004; Mora me había dicho que debíamos ir a cierto lugar, así fue que subimos a su Renault 4 (yo, en calidad de conductor); ella me dijo que agarrara por la calle San Martín (de Ciudad de Quilmes), y así lo hice; cuando estuvimos por llegar a la esquina con Castelli, me dijo:
   -Frená acá.
   Yo frené; ella agarró del asiento trasero un bolso del cual, sacó una bomba molotov; yo le dije:
   -¿Y eso?
   -Es para incendiar un auto.
   Yo, muy alarmado, dije:
   -¡¿Qué?! ¿Por qué?
   Entonces Mora me tomó de una mano y de inmediato mi vista viajó hacia dentro de la casa del propietario del vehículo que ella había planeado incendiar, que se encontraba doblando la esquina de donde habíamos estacionado, y lo vi leyendo el diario; seguidamente, como si se tratara de un video en retroceso, lo vi en distintos lugares y tiempos, hasta que el retroceso se detuvo enfrente de la calle 25 de Mayo al 112, Ciudad de Quilmes, en el año 1976, no mucho después del golpe de estado; el tipo, cuyo apellido era Madariaga, era un suboficial del ejército que ese día, vistiendo de civil, llegaba en un Ford Falcon, bajaba del mismo e irrumpía junto a una patota compuesta por más de 12 militares y 20 policías, en la vivienda en la que (además de otras personas) las versiones previas a las de esta encarnación, de Mora y mía (que entonces se llamaban: Elena y Ulises), estaban; a todos los habitantes de la casa, los represores del estado, golpearon y, tras encapucharlos, los subieron a dos fálcones para posteriormente llevarlos al centro clandestino de detención, conocido como: “El pozo de Quilmes”, en donde serían torturados, asesinados y hechos desaparecer; al notar que mi malestar, producto de todo lo que estaba viendo, era importante, Mora depuso el contacto que conmigo, hacía, y tras esto último, volví al tiempo, entonces presente; tras unos segundos de silencio, sin dudarlo, le dije:
   -Vamos.
   Antes de que bajara del auto, Mora me dijo que agarrara una maza que bajo el asiento del acompañante, había, y tras yo agarrarla, salimos del vehículo; al llegar a la esquina con Castelli, doblamos a la derecha y caminamos hasta la altura 120; en esa dirección vivía el ex miembro del ejército, Madariaga; frente a su vivienda había un Renault 12 estacionado que le pertenecía; Mora, tras mirar en todas las direcciones y constatar que nadie en los alrededores, había, me dijo que rompiera el vidrio de la ventanilla correspondiente al lado del conductor (que era el que daba a la calle), al mismo le di un mazazo que lo dejó hecho pedazos y entonces ella, que mientras tanto, con un encendedor había prendido la mecha de la molotov, a dicha bomba, arrojó dentro del rodado, provocando un incendio que rápidamente se extendería hasta dejar al Renault 12, completamente envuelto en llamas.
   De inmediato caminamos velozmente hacia nuestro auto al cual, subimos, y emprendimos la retirada del lugar.
   Mientras el fuego iluminaba de modo extremo la cuadra hasta entonces, no muy bien iluminada (así sería hasta la llegada de los bomberos), Mora y yo viajábamos rumbo a la casa en que entonces, residíamos, situada en la calle Matienzo al 30 (altura aproximada) de la ya mencionada ciudad de Quilmes.

¿Qué había pasado en los meses previos?

   En los meses previos, una noche, Mora había pasado por la casa del ex milico y había pintado con aerosol en su frente, lo siguiente: “Acá vive Madariaga, un milico genocida”; esto llevó a que al día siguiente, tras ver la pintada, el represor se irritara y se asustara muchísimo, de ahí que saliera de inmediato a comprar pintura para cubrirla, lo cual, hizo ese mismo día (pero no antes de que varios de sus vecinos, la vieran); además de esto, meses atrás, Mora había llamado a su casa desde un teléfono público y le había dicho que sabía quién era él y qué había hecho, y que la subversión a la que creía haber contribuido a aniquilar, no había sido realmente aniquilada, sino que simplemente había cambiado de forma, y que bajo esa nueva forma, iría a buscarlo; lejos de demostrar la altanería y sentir de impunidad, que en sus años como represor asalariado por el estado, el ex militar, demostrara, a la joven que lo había llamado, le había negado todo y le había dicho que se había equivocado de persona, pero por supuesto, de nada le había servido, ya que Mora volvería a llamarlo dos veces más, y de nuevo le recriminaría su injustificable crueldad y de nuevo volvería a decirle que la punición que él se merecía, ya estaba en camino.
   Todo esto, al ex militar, lo había sobresaltado sobremanera, ya que de inmediato recordó el caso de un compañero suyo de terrorismo de estado que no muy lejos de su domicilio, vivía, que a fines de los 90 había sido asesinado a golpes sin que se hubiera encontrado un móvil para el hecho; Madariaga, sabiendo que el asesinado era un terrorista de estado (igual que él), automáticamente atribuyó su muerte a una represalia de algún sobreviviente directo de la represión ilegal de los 70 o de algún familiar o amigo, de víctimas de la misma, pero en realidad, el hecho nada había tenido que ver con eso, ya que se había dado a modo de represalia, sí, pero no por la represión ilegal que en los setenta, el militar, había perpetrado, sino por otro hecho perpetrado por él, a principios de los años 90, pero Madariaga no lo sabía, de ahí que creyera que ese militar asesinado, sería sucedido por otro (un ex militar, en realidad), que sería él; no obstante, tras haber pasado más de un mes sin que los llamados de Mora, se repitieran, descartó la posibilidad de que eso ocurriera, y la tranquilidad volvió a instalarse en él, pero era una tranquilidad muuuuy relativa, ya que más allá de la posible represalia que había temido sufrir, temía ser acusado y llevado a juicio, dado que los procesos por delitos de lesa humanidad, que por la impunidad concedida a los represores del estado por el presidente Alfonsín, materializada en la Ley de Punto Final y la Ley de Obediencia Debida, habían sido impedidos durante tantos años, estaban por reabrirse; esto lo posibilitaría la, en 2003, promulgada durante el gobierno de Kirchner, ley 25.779, que declaró la nulidad de dichas leyes, lo cual, fue convalidado menos de dos años después, por la Corte Suprema, habilitando así, la reapertura de los juicios a los represores del último gobierno de facto; la derogación de dichas leyes, serían sucedidas en 2007, por la declaración de inconstitucionalidad, también por parte de la Corte Suprema, de los indultos concedidos a la cúpula militar, por el presidente Menem; todo este clima que aparentaba ser de final total de impunidad para los represores de la última dictadura, hacían de Madariaga, una persona cuyo sentir era equivalente al de un caminante obligado a andar por el borde de un precipicio, y cuando esa noche escuchó a sus vecinos pedir por los bomberos, y al mirar por la ventana, vio a su auto envuelto en llamas, una angustia total, lo embargó, fue así que, la tranquilidad relativa que en los últimos días, venía sintiendo, de inmediato lo abandonó y ni un segundo dudó respecto de qué era lo que debía hacer.
   Madariaga rápidamente se dirigió a su habitación, agarró la pistola Bersa que tenía, le sacó el seguro y le retrajo la corredera; seguidamente se sentó en su cama y con el arma en la mano, durante más de media hora, permaneció; durante ese espacio de tiempo, desatendió a los golpes en su puerta que algunos vecinos, realizaron (eran solamente dos, ya que los demás que habían salido a la calle al advertir que un auto se incendiaba, por haber constatado que, como informaba la pintada que Mora había hecho, el tipo era efectivamente, un genocida, habían cambiado su buen o neutro concepto, que de él, tenían, y habían empezado a mantener con él, una prudente distancia por motivos de repudio y además, por temor).

   El ex militar, que solo vivía, con ojos vidriosos recordaba a su mujer, que lo había abandonado y a sus dos hijos, que también lo habían dejado y además, habrían de unirse a una agrupación cuyos integrantes se considerarían: “ex hijos de genocidas”, ya que al enterarse de las atrocidades que sus padres, perpetraron, lejos de justificarlas, las habían reprobado al punto de, en algún momento, tomar la decisión de romper todo lazo con ellos y cambiarse legalmente los apellidos.
   El terrorista de estado, que pese a lamentar lo ocurrido en su vida personal, producto de sus propias acciones crueles, de nada de lo que había hecho en materia de terrorismo, se arrepentía,
mucho sollozó, y tras tomar profundamente aire, llevó el arma a su boca y disparó.
   Mora y yo, supimos todo esto sin necesidad de informarnos por terceros, porque mientras hacíamos el amor, tuvimos visiones del represor, en los instantes previos a que se suicidara, e incluso, durante el suicidio mismo, por eso sé que el disparo que contra sí mismo, Madariaga efectuó, se dio al mismo tiempo que la eyaculación que dentro de la parte posterior de Mora, esa noche, realicé.

   

miércoles, 5 de marzo de 2025

(Serie: M & L; cap. 4) Americana anochecida (cuento) - Martín Rabezzana



-Palabras: 1.567-

Más claro, imposible

   Por su conducta reprobable, condenable, punible, inaceptable, inadmisible, injustificable (y un largo etcétera), desde lo moral y también desde lo legal, no había ninguna duda: esos dos individuos de civil, eran policías, de ahí que cuando los escuchamos identificarse como tales, Mora y yo, no hayamos hecho más que confirmar ese hecho del cual, ya estábamos casi seguros.

Año 2004

   El policía se levantó tras haber estado unos segundos en el piso como consecuencia de un derechazo asestado por mí, dispuesto a actuar agresivamente, pero, al igual que su compañero de represión, que empuñaba una pistola que había sacado de debajo de su ropa con la intención de apuntarme y seguramente, de dispararme, se quedó congelado cuando advirtió que Mora había sacado un revólver con el cual, a su compañero, apuntaba; éste último, si bien había llegado a sacar su pistola, no había llegado a dirigirla hacia mi persona por la rápida acción de Mora; ella le dijo:
   -¡Dejá el arma en el piso!
   El represor del estado se dispuso a cumplir la orden pero se detuvo cuando escuchó a su compañero decir:
   -Esta piba no va a tirar… le faltan ovarios.
   Entonces, sin dudarlo, Mora desvió el arma hacia quien la había acusado de no animarse a abrir fuego, y la disparó hacia cerca de sus piernas, lo cual borró de inmediato la sonrisa maliciosa que el tipo, en sus labios tenía; seguidamente, claramente atemorizado por presentir que de haber un siguiente disparo, sería en su contra, su compañero (que era el que ya había sacado su arma y a quien Mora, había ya vuelto a apuntar con el revólver) dejó su pistola en el piso, después, volviendo a apuntar al otro guardián del capital, ella le dijo:
   -Vos también, dejá tu arma en el piso.
   -Yo no tengo armas -respondió el tipo, de modo deshonesto.
   Entonces Mora volvió a amartillar su revólver, de lo cual resultó que el represor sacara su pistola de la parte trasera de su cintura, y la dejara en el suelo; seguidamente ella me dijo que la agarrara, y también la de su compañero, lo cual, hice; acto seguido, le pedí que no les tirara; ella dijo:
   -Si obedecen, no les voy a tirar; si desobedecen, sí.
   Después de esto último, manifestar, Mora le ordenó a ambos que se sacaran las camisas y las dejaran en el piso; una vez que lo hicieron, me pidió que las usara como ataduras, y así lo hice; con las camisas de los dos represores, tras yo ordenarles que se pusieran boca abajo en el suelo, les até las muñecas tras la espalda; una vez ambos represores del estado, reducidos, Mora se les acercó y, a modo de despedida, les dijo:
   -¡Volvió la subversión, fachos! -y se rió.
   Inmediatamente después, trotamos algunas cuadras hasta el lugar en el que habíamos estacionado al Renault 4 en el que habíamos llegado, y nos fuimos.

Contexto (parcial) que precedió a los hechos

   En el momento en que tuvimos el disgusto de encontrarnos con los elementos defensivos de este sistema social nefasto, ya mencionados (los considero elementos defensivos del sistema, porque la institución policial -junto a la militar y además, junto a la iglesia y sus secularizaciones constituidas por la psicología y la psiquiatría-, es la base misma del estado, que fue creado por los usurpadores de la tierra y los medios de producción -los capitalistas-, para proteger a sus vidas y propiedades, de ahí que sin policías, militares, curas, psicólogos y psiquiatras, el estado, caería, y con él, el capitalismo, que fue el que inventó la pobreza, no como algo eventual, resultante de circunstancias desafortunadas, imprevisibles e inmanejables, como serían por ejemplo, las catástrofes naturales, sino como cosa sistémica con pretensiones de existir eternamente, dado que un sistema tendiente a que unos pocos acaparen las riquezas, resulta necesariamente en una pobreza general, que se revertiría si no hubiera policías, militares, clero, psicólogos, psiquiatras, gobiernos ni, por consiguiente: estados), Mora y yo veníamos de salir de una playa situada en la localidad bonaerense balnearia de Villa Gesell, una trasnoche de algún día de marzo, en una zona de casas de alquiler para turistas que, en ese momento del año, estaban casi todas, deshabitadas, ya que la temporada de vacaciones, ya había concluido.

   El motivo por el cual, me vi en la necesidad de golpear al policía, prefiero reservármelo, solamente diré que nada ilegal, junto a mi novia, hacía; lo mismo no puede decirse del policía ya referido ni de su compañero.

La anochecedora/amanecedora

   Mora, que era quien manejaba, dirigió el vehículo hacia una ruta; una vez en la misma, yo, rompiendo el silencio de varios minutos al que la situación recién vivida, me había empujado, a esa mujer de americanísimo rostro opaco, que era mi novia, le pregunté:
   -¿Qué hicimos, Mora?
   Y como si hubiera sabido de antemano lo que le iba a preguntar, y además, como si hubiera meditado previamente la respuesta, con convicción respondió:
   -Renacimos y nos liberamos… estamos vivos… ¡somos libres!
   No mucho más adelante, estacionó el auto a un costado de la ruta en una zona de arboledas y yo le pregunté:
   -¿Por qué parás acá?
   -Por esto -ella me dijo, para seguidamente besarme en la boca y meterme profundamente la lengua, mientras llevaba sus manos a mi pantalón y lo desabrochaba para después, bajar el cierre y meter mi sexo en su boca; tras algunos minutos, cuando, producto de la succión frenética de Mora, sentí que estaba por eyacular, se lo hice saber y ella entonces depuso la acción amatoria que con su boca, realizaba, y velozmente, sin salir del auto, pasó al asiento trasero en donde se sacó los zapatos y la bombacha para seguidamente, levantar su ajustado vestido y abrir las piernas; mientras tanto, yo, que me encontraba en el asiento del acompañante, procedí a bajar del vehículo para volver a ingresar al mismo desde la puerta del acompañante, trasera; una vez frente a ella, la abrí, y vi a la hermosísima vagina de Mora, abierta frente a mí (mientras por su propia mano derecha, era estimulada), y a ella, que con dulce y firme voz, me pedía que la amara; y así lo hice, primero con la lengua, y tras un buen rato de complacerme (y complacerla) con el ya mencionado órgano degustativo (como así también, con las extremidades de mis manos), sintiendo que era ya, óptima, la lubricación en esa área rodeada de abundante y anochecidísimo pelo, producto de la ensalivación que de la misma, yo había hecho y además, por el flujo segregado por dicha área, resultante de la alta excitación existente en Mora (que se evidenció en las contracciones orgásmicas que tuvo, incluso antes de que yo me concentrara en la estimulación lingual y digital de su clítoris), la penetré.
   Mientras con Mora, hacía el amor, durante algunos segundos sentí destellos que precedieron a imágenes en que nos vi a ella y a mí, haciendo el amor en el año 1973, cuando no éramos Mora y Leandro, sino Elena y Ulises; entonces, yo era la mujer y ella, el hombre; entonces, yo tenía la piel clara y ella (que en ese entonces, no era “ella”, como tampoco era yo, “él”), oscura; sin necesidad de racionalizarlo, sentí una convicción teleológica que me llevó a comprender que ella y yo, éramos opuestos complementarios que una y otra vez, destinados estaban a unirse y separarse, a morir y a renacer, con el objetivo de, tras muchas más existencias en este plano, ascender a otro, y continuar allí, ya sin cuerpos materiales, con nuestra unión álmica.
   La positiva intensidad de la comunión mencionada, no es posible sentirla ni imaginarla, siquiera durante los más encendidos encuentros de sexo casual (y, por ende, de amor falso) con alguien; ni siquiera es posible sentirla, cuando el amor entre los amantes, es auténtico, pero no de larga data, y con esto me refiero a cuando no hay una historia en este plano material, previa a la de la actual encarnación, y entre Mora y yo, la misma se había ya dado y parecía ser entonces, el nuestro, un amor que al nivel de solidez más alto posible, había llegado;… El correr de los días, los años y las décadas, me demostraría que el límite al aumento de nuestro amor-pasión, no existía y que, por consiguiente, la solidificación de nuestra unión, ilimitadamente seguiría teniendo lugar.
   Tras un buen rato de amor sexual del más febril, que en distintas posiciones, se dio, eyaculé dentro de Mora (como lo había hecho ya muchas veces, y como lo haría miles de veces más, en los años y décadas por venir) y, una vez hecho esto, ella se volvió a poner la bombacha que quedaría impregnada de las gotas de semen que tras yo egresar de su cuerpo, sobre el negrísimo y reluciente pelo de su entrepierna (que, por dichas gotas, relucía entonces aún más), habían caído.
   Acostado en el asiento y teniendo acostada sobre mí, a esa joven y hermosa, americana mujer, cuyos suaves y oscuros, pelo y piel, anochecían mis días y amanecían mis noches, dije:
   -Somos más libres que nunca.

Paradojas

   Es paradójico… lo más oscuro es también lo más brillante…. Lo más opaco, lo que más deslumbra; lo que más atrapa, lo que más libera. Lo que más libera, lo que más aprisiona. Lo que más aprisiona… lo que más se anhela.

domingo, 23 de febrero de 2025

Leila Combatiente (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.130-

Violencia que el estado, creó

   Una fría madrugada de agosto del año 1975, Leila corría por la calle Bolívar de la bonaerense ciudad de Beccar; al llegar a la altura 160, aminoró la marcha por estar ya muy cansada, y segundos después, se detuvo completamente; seguidamente miró en todas las direcciones y a nadie vio; tras algunos instantes, volvió a trotar, pero no fue mucho lo que las fuerzas la acompañaron, por eso fue que al llegar a la siguiente esquina, volvió a detenerse y se acuclilló, en un intento de recuperar el aliento diezmado por tanto correr; en su mano derecha, la joven sostenía una pistola Ballester-Molina.
   Como si hubiera salido de la nada, en la esquina en que Leila, estaba (o sea, en la de Bolívar y Suipacha), un hombre la sorprendió por detrás, le sacó el arma y la sujetó, mientras guardaba su propia arma corta sobre su cintura trasera.
   El represor, con su mano izquierda mantenía la boca de la chica, tapada, para que no gritara, y con su antebrazo derecho (con cuya extremidad, sostenía la pistola que le había sacado), le apretaba el cuello; tras decirle que no gritara porque de nada le serviría y que si lo hacía, la golpearía, lentamente retiró la mano con la que cubría su boca, y agarró el “Walkie-Talkie” que en su cinturón, tenía enganchado; a través del mismo le dijo a uno de sus correpresores, que había encontrado un “lindo paquete”, y que pasara a buscarlo por Bolivar y Suipacha; así fue que, pocos segundos después, por la calle Bolívar se aproximó un Torino blanco que en Suipacha, dobló a la izquierda y una vez ahí, se detuvo; entonces el represor (que, al igual que el conductor, además de “trabajar” como custodio, era un policía perteneciente a la Triple A), le pidió a su compañero de represión que manejaba el auto, que abriera el baúl, entonces éste último accionó la palanca para que el mismo se abriera y una vez abierto, el terrorista de estado que tenía sujeta a Leila, la llevó hasta el frente de la parte posterior del rodado y se dispuso a darla vuelta para golpearla en el abdomen antes de forzarla a entrar en el lugar ya mencionado, en el que había un lazo y una capucha con los que, respectivamente, pensaba atar sus muñecas y cubrir su cabeza para bloquearle la visión, pero fue que una vez frente al baúl, Leila sacó de debajo de su cinturón, un cuchillo, y lo clavó en la pierna derecha del represor, lo cual, lo llevó a gritar de dolor, a ceder el agarre que contra ella, hacía, y a dejar caer la pistola que empuñaba, fue entonces que la joven se dio vuelta y le infligió muy velozmente, tres cortes transversales en la garganta (el primero fue de izquierda a derecha, el segundo, de derecha a izquierda, y el tercero, de nuevo de izquierda a derecha, como meses atrás, muy bien le había enseñado a realizar, para que aplicara, de encontrarse en una situación así, la combatiente María Clara Tauber).
   El represor, herido de muerte e incapacitado para hablar, previo a caer, dando pasos lentos y débiles, intentó acercarse hasta la puerta del vehículo correspondiente al conductor; éste, al verlo a través de un espejo retrovisor y advertir que su cuello estaba abierto de lado a lado y que del mismo, brotaba cualquier cantidad de sangre (no había visto lo que había ocurrido, porque el baúl abierto se lo había impedido), se horrorizó y de inmediato empuñó la escopeta Bataan 71 recortada, que en el asiento del acompañante, se encontraba, pero en cuanto levantó la vista, la vio a Leila que, tras acercarse agazapada, parada frente a la ventanilla, lo apuntaba con la pistola Ballester-Molina que, tras el primer represor de las Tres A, dejar caer, había de inmediato, vuelto a empuñar, y antes de que su apuntado llegara siquiera a levantar su arma, la joven montonera disparó contra él, tres veces; seguidamente abrió la puerta del vehículo, guardó la pistola sobre su cintura y agarró la escopeta del represor muerto a quien, aun sabiéndolo sin vida, por la furia extrema que sentía (que se exacerbó terriblemente cuando reconoció en él, a uno de los represores que meses atrás, la habían tenido secuestrada y la habían torturado y violado), volvió a dispararle, pero esta vez, con la Bataan 71; inmediatamente después, con la culata de la escopeta, golpeó repetidamente el vidrio de la ventanilla a través de la cual, había disparado su pistola, para que estallara y no fuera sospechosa, como sí lo sería para cualquiera, de ver que tenía agujeros que evidentemente, habían sido causados por disparos (esto último le había sido enseñado por la montonera Elena); una vez hecho esto, la joven cerró la puerta del acompañante y se fue hacia el lado de la puerta del conductor a la cual, abrió, tiró del cuerpo del represor muerto, para que cayera al piso, y una vez logrado este cometido, subió al Torino y en el mismo, emprendió una exitosa retirada del lugar.

¿Qué había pasado antes?

   Dado que el terrorismo de estado venía aumentando vertiginosamente, lo cual, además de implicar violaciones masivas a los derechos humanos perpetradas por integrantes de las Fuerzas Armadas y de “seguridad”, implicaba una inacción por parte de fiscales y jueces, ante crímenes de los que claramente, miembros de las fuerzas represivas estatales, eran responsables, es que la conducción nacional de Montoneros decidió pedirle a los jueces que no dejaran de investigar los apremios ilegales cometidos por las autoridades, contra los militantes políticos; el pedido se haría a través de cartas que a los domicilios de los jueces, serían enviadas.
   Si bien en las misivas, en ningún momento se ordenaba ni amenazaba, el que un grupo armado le pidiera a los magistrados que siguieran investigando, porque eso era lo que correspondía, fue entendido por ellos como un “apriete” (y, honestamente... ¿quién puede pensar que no lo fue?, y yo pregunto: ¿no correspondía apretarlos, si dejándolos sueltos, actuaban como lo hacían?)
   El pedido, como era de esperarse, no dio ningún resultado, ya que eran cada vez más los jueces que seguían “cajoneando” las causas que se abrían en contra de integrantes de las fuerzas represivas del estado, en pos de que quedaran en la nada y sus autores pudieran así, seguir impunemente haciendo lo que hacían, de ahí la necesidad de reventar a uno de esos cómplices judiciales del terrorismo de estado, en pos de que los demás, cumplieran con sus deberes, voluntariamente asumidos, no obstante, antes de hacer cosa tal, correspondía darle a los magistrados, una advertencia más elocuente que aquella que había sido ya realizada a través de las ya referidas, misivas, que consistiría en balearles el frente de sus casas; esto es lo que cuatro montoneros se dispusieron a hacer con determinado juez, y fue por eso que esa madrugada, se habían dirigido a su vivienda, que en la calle Rivadavia de la ya mencionada ciudad, se encontraba ubicada; para tal fin, cuatro jóvenes guerrilleros se allegaron hasta el lugar, en dos autos.
   Uno de los rodados en que los montoneros se movilizaban, era un FIAT 1600, el otro, un Opel K-180; en el primero viajaban dos guerrilleros; en el segundo, otros dos, que, detrás del primer auto debían quedarse para intervenir en caso de que alguien perteneciente a la represión estatal, apareciera.
   Como los montoneros habían ya dado algunas vueltas por el lugar, sin ver a nadie caminando por las inmediaciones que aparentara estar realizando una tarea de custodia, ni ver tampoco a ningún auto estacionado ni rondando el área, que pareciera cumplir con la misma, asumieron que los custodios del juez, estaban dentro de su casa, por lo cual, una vez frente a ella, creyendo que no habría peligro de actuar en ese momento y lugar, uno de los montoneros del FIAT 1600, del mismo descendió y con una ametralladora Halcón ML- 63, disparó contra el frente del inmueble, pero ocurrió que cuatro custodios que se encontraban escondidos detrás del alambrado que separaba a la vereda de las vías del tren, les dispararon con armas largas, resultando de sus disparos, la muerte del montonero que había accionado la ametralladora, así como también, la de aquel que se encontraba en el auto en calidad de conductor; fue entonces que los dos montoneros (Lisandro y Leila) que se encontraban más atrás, en el Opel K-180, del mismo bajaron y dispararon contra ellos, hiriendo de muerte a dos de los cuatro (un represor fue impactado por disparos realizados por Lisandro y el otro, por los de Leila), fue entonces que los custodios restantes, retrocedieron, pero sin dejar de disparar contra los combatientes.
   Leila, al igual que Lisandro, se había resguardado de los disparos de los custodios, detrás del auto en el que había llegado, y tras haber vaciado su cargador, mientras otro ponía en su arma, le dijo a su compañero que la cubriera porque ella cruzaría la calle para seguidamente, trasponer el alambrado que daba a las vías, y dispararle a los custodios por detrás (debía estar relativamente cerca para alcanzarlos con sus disparos, ya que estaba armada con una pistola Ballester-Molina, cuyo alcance efectivo no supera los 50 metros, y como los custodios, tras retroceder, se encontraban a una media cuadra de distancia de ellos, tal acercamiento, era para ella, necesario); Lisandro le dijo que la cubriría y ella cruzó la calle corriendo; mientras la cruzaba, escuchó una ráfaga del fusil AK-47 de Lisandro, pero la misma no fue muy larga porque tras abrir fuego, fue alcanzado por disparos de las escopetas de los dos custodios que quedaban vivos, resultando esto en que de inmediato, cayera al piso, muerto; una vez oculta tras un árbol, Leila vio a su compañero y tremendamente lamentó su muerte; pensó en volver a cruzar la calle para agarrar su fusil, ya que armada con tan sólo una pistola, se encontraba en inferioridad de condiciones frente a dos terroristas de estado en posesión de escopetas, pero no pudo hacerlo porque uno de ellos, al ella amagar con volver a cruzar, disparó en su dirección (sin impactarla) y mientras tanto, el otro corrió hacia el montonero que había matado, que era el que había abierto fuego con la ametralladora Halcón; al advertir esto, Leila comprendió que no podría hacerse de la AK-47 y que además de con escopetas, uno de los represores empezaría a dispararle con la ametralladora de su compañero muerto, lo cual resultó en que decidiera emprender la retirada; así fue que, tras disparar su arma algunas veces más, empezó a correr por la calle Rivadavia, dobló en Bolivar hasta llegar a la esquina con Suipacha y una vez ahí, ocurrió lo que ya conté al comienzo de este texto, más otras cosas, constitutivas de detalles, que no conté, y que pasaré a contarles, después de brevemente contarles, quién era Leila.

Fuego que los represores, encendieron

   Leila Conte Cassara era una joven de 19 años, militante desarmada de la Juventud Universitaria Peronista que, tras ser secuestrada por la Triple A y hecha pasar por lo peor, en un centro clandestino de detención (los cuales, existían ya desde antes de la última dictadura), había sido rescatada por las combatientes montoneras: María Clara y Elena; fue tras dicho rescate que decidió unirse a Montoneros.

Ahora, los detalles

   El represor que a Leila agarró desde detrás, no se encontró con la joven por casualidad, ya que era uno de los custodios del juez que rondaba el área, y al serle comunicado a través de un “Walkie-Talkie” por uno de los dos custodios con que los montoneros se enfrentaron en la calle Rivadavia, que una subversiva se escapaba por la calle Bolivar, a la misma se dirigió, y al verla desde lejos correr en su dirección, y habiendo advertido que ella, a él no lo había visto, había saltado el cerco que daba al jardín frontal de una de las viviendas ubicadas en Bolivar y Suipacha (en caso de que alguien haya olvidado el nombre de la ciudad en que la historia transcurrió, lo repito: Beccar), en donde se había escondido, hasta que Leila llegó a la esquina; en ese lugar, pensaba sorprenderla y la sorprendió, así como ella lo sorprendió también a él, con lo que hizo.
   Otro detalle que al final de la primera parte de este texto, no conté y que ahora, cuento, es el siguiente: en contraste con la situación extremadamente dramática recién contada (y además, en contraste con las sirenas policiales que ya empezaban a oírse), en el estéreo del Torino en el que Leila se fue del lugar, sonaba el tema: “Cebando mate”, de la cantante Tormenta (muy lindo tema).

   ¡GLORIA ETERNA A LA GRAN COMBATIENTE LEILA!