miércoles, 20 de noviembre de 2024

María Clara y compañía: para morir matando (cuento) (capítulo 17) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.012-
Mayo de 1975.

   Tras ambas hacer compras en un supermercado, María Clara se encontraba una tarde junto a Elena en una parada de colectivo en Matheu casi esquina Ballester, en la localidad bonaerense de San Martín; en determinado momento, tanto ella como su compañera montonera, vieron que en dirección contraria a la de ellas, casi a mitad de cuadra, caminaba por su misma vereda, un joven de 19 años, que pertenecía a la Juventud Universitaria Peronista; detrás de él, a baja velocidad, transitaba un Ford Falcon desde cuyo asiento trasero, una joven, ominosamente lo señalaba; seguidamente el Falcon frenó casi al lado del estudiante universitario y del vehículo bajaron dos represores; al ver la situación, ambas combatientes agarraron sus pistolas y, mientras las ocultaban tras las bolsas de supermercado que llevaban, les sacaron los seguros y les retrajeron las correderas, dejándolas así, listas para ser disparadas; el muchacho fue violentamente agarrado desde el cuello por detrás, por uno de los represores y por delante, otro lo agarró de sus piernas, mientras él, lastimosamente gritaba que lo ayudaran; antes de que llegara a ser introducido al baúl del auto, María Clara se acercó al represor que tenía al muchacho agarrado por las piernas, soltó la bolsa del supermercado detrás de la cual, escondía su arma, y con la velocidad de un rayo, casi a quemarropa, le disparó en la nuca, tras esto ocurrir, el represor que tenía sujetado al joven por el cuello, lo soltó, con la intención de llevar una mano a la pistola que en su cintura, portaba, entonces su víctima cayó al piso, jadeante por el estrangulamiento que acababan de efectuarle, y fue así que al tener a su blanco, libre, la combatiente le disparó en pleno rostro; ambos represores, que de inmediato cayeron al piso, fueron impactados nuevamente por un disparo que contra cada uno de ellos, la mujer realizó, mientras tanto, Elena se había ido hacia el lado del conductor del Falcon que, al igual que su correpresor, que había quedado en el asiento trasero, tras agarrar un arma larga, se dispuso a bajar del rodado para enfrentarse a las contrarrepresoras, pero ni llegó a salir del vehículo porque también en pleno rostro, Elena (cuya presencia no había sido advertida por ninguno de los dos represores del auto, por estar toda su atención dirigida a María Clara), le disparó dos veces (las ventanillas estaban bajas), así como también lo hizo contra el represor que se encontraba en el asiento trasero en línea con el asiento del conductor, custodiando a la chica secuestrada.
   Una vez muertos los cuatro elementos de la represión estatal, Elena abrió la puerta trasera del lado en el que estaba el represor por ella, recién muerto, y tiró de su cuerpo hasta que cayó al asfalto, después la cerró, y pasó a hacer lo mismo con el cuerpo que estaba en el asiento del conductor; una vez hecho esto, se subió al Falcon, se puso frente al volante y María Clara le dijo al muchacho que, lejos de haber salido corriendo, estaba en el piso, temblando, casi en estado de “shock”:
   -¡Vamos!
   Pero el joven no se levantó, entonces la guerrillera le dijo:
   -Somos de Montoneros; en cualquier momento caen más represores; ¡hay que irse ya mismo, dale!
   Y le extendió una mano que el muchacho tomó, y tras levantarse, subió al asiento delantero del coche mientras María Clara, tras agarrar la pistola de uno de los represores por ella, ajusticiados, subía al asiento posterior.
   Una vez con el auto en marcha por la calle Matheu, rumbo a cualquier parte lejana del lugar del hecho, María Clara le preguntó a la chica a su lado:
   -¿Cómo te llamás?
   Pero ella no respondió y la combatiente, no repreguntó, por entender que la joven necesitaba de un tiempo para recuperar algo de calma y poder hablar, pero el joven salvado por las guerrilleras, lejos de tenerle compasión, dirigiendo su mirada a ella, dijo:
   -Vos me marcaste, ¿o no?… ¡Sos una hija de puta!
   Y Elena, mientras manejaba, con su mano derecha tocó al joven en un brazo y le dijo:
   -Noooo…. pará pará; seguramente la obligaron a marcarte, no es que lo haya hecho por maldad ni por tener algo en tu contra.
   Lo que siguió a lo expresado por el muchacho, fue una tensión mayor a la que ya venía teniendo lugar.
   Mientras los jóvenes iban a alta velocidad por la calle Matheu de la ya mencionada ciudad de San Martín, al llegar a la esquina con San Lorenzo, su conductora (Elena), bajó la velocidad, pero no lo suficiente como para evitar chocar contra un patrullero que por la última de las calles mencionadas, transitaba; el choque no fue importante, por lo que no hubo heridos, pero producto del mismo, ambos vehículos se detuvieron; del auto policial se bajaron dos represores uniformados que, al notar la ausencia de patente del Falcon, supieron de inmediato que era uno de los tantos vehículos utilizados en operativos de secuestro de personas a los que ellos, debían convalidar con su no intervención, por lo que lejos de demostrar su habitual prepotencia, al bajar del patrullero, demostraron terror, por suponer que quienes estaban en el auto verde, eran represores de la Triple A, pero al mirar hacia su interior, advirtieron que quien estaba al volante, era una mujer y que en el asiento trasero, también había mujeres; había solamente un varón, ocupando el asiento delantero del acompañante, y por su evidente juventud y mirada temerosa, claramente no era uno de los miembros de las Tres A, fue entonces que sacaron sus armas y exigieron a los ocupantes del Falcon, que del mismo descendieran y pusieran sus manos sobre el techo; así lo hizo Elena y el muchacho recientemente rescatado, cuyo nombre era Joaquín Molinero; uno de los policías palpó de armas a Elena, que tenía las manos sobre el techo del auto del lado del asiento del conductor; a ella le sacó la pistola que en la cintura, llevaba, y tras decir: “¡Es brava esta putita!”, le pateó una pierna, lo cual llevó a la mujer a poner una rodilla en el piso; el otro policía fue hacia el lado opuesto y antes de palpar de armas a Joaquín, al ver que María Clara (que estaba del lado más próximo a él) no había descendido del rodado (tampoco había descendido la chica que había sido secuestrada por la Triple A), gritando le ordenó:
   -¡Bajá ya mismo del auto, nena!
   Pero María Clara fingió estar petrificada por el miedo, fue entonces que el policía, mientras con su mano derecha sostenía una pistola, con la izquierda abrió la puerta del auto y fue recibido por un disparo de un arma larga muy poderosa que había pertenecido al represor que hasta hacía un rato, ocupaba el asiento trasero al que Elena, había ultimado; la misma era una Bataan 71 recortada que la guerrillera había mantenido fuera de la vista del efectivo policial, al tenerla apoyada contra la puerta; al verlo acercarse, ella había sacado una de las dos pistolas que portaba bajo su ropa, le había sacado el seguro y retraído la corredera, pero rápidamente había cambiado de opinión respecto a qué arma usar, y así fue que había ocultado el arma corta bajo su pierna izquierda y agarrado el arma larga que en el piso del coche, había quedado; al policía, María Clara le disparó dos veces, provocando en la parte media de su cuerpo, dos terribles heridas que casi de inmediato le provocaron la muerte; al concienciar esto, su compañero no atinó siquiera a disparar, sino a retroceder y refugiarse tras su vehículo, que rápidamente fue impactado por tres disparos de la Bataan 71, empuñada por María Clara, que no hirieron al uniformado; seguidamente la guerrillera se acercó al patrullero por el lado opuesto a aquel en el cual, el represor del estado se encontraba, pero tras ella gatillar y no haber detonación, el policía se dio cuenta de que su arma estaba vacía, ya que María había equivocadamente creído que el cargador era de siete cartuchos cuando en realidad, era de cinco, sin embargo, llevaba una pistola en su cintura con la que podría continuar tirando, que, tras soltar la escopeta, rápidamente agarró, pero fue que antes de que le sacara el seguro y le retrajera la corredera, el policía había salido de detrás del vehículo empuñando su pistola con la que se disponía a ultimar a la combatiente, y así habría ocurrido de no haber sido porque desde el lado opuesto a su persona, milésimas de segundo antes de que él abriera fuego, alguien le disparó dos veces, llevándolo a caer; una vez el represor del estado, en el suelo, su ultimadora lo remató con tres disparos más.
   Quien le dio muerte al policía que estaba por matar a María Clara, fue la chica rescatada por las combatientes; su nombre era Leila Conte Cassara; ella nunca antes había manejado un arma, de ahí que lo que hizo, haya podido hacerlo gracias a que María Clara había dejado bajo su pierna izquierda, a la pistola ya lista para disparar; la guerrillera, tras decidir usar el arma larga, de la pistola bajo su pierna, se había olvidado, y fue por eso que ahí había quedado, ya que no la había dejado con la intención de que Leila la agarrara, pero fue casi como si lo hubiera hecho, siguiendo un dictado que el universo había filtrado en su subconsciente.
   Tras el hecho de sangre, concluir, María tomó de la mano a Leila y gentilmente la arrastró hacia el auto al cual, tanto Elena como Joaquín, rápidamente volvieron a subir.
   Una vez con la marcha reanudada, la joven rescatada dijo:
   -Me llamo Leila.
   Las combatientes se presentaron:
   -Yo me llamo Elena.
   -Yo, María Clara.   
   Después, Leila le tomó una mano a Joaquín, que se encontraba en el asiento delantero del acompañante, y con ojos lagrimeantes, le dijo:
   -Perdoname…
   Entonces el joven, que en un principio sintió que su rencor hacia ella, no habría de extinguirse nunca, se sintió de pronto, totalmente conmovido; tras varios segundos de silencio, le dijo:
   -Está bien… no te preocupes Leila, y perdoname vos a mí por lo que te dije -y segundos después, dijo: -Yo me llamo Joaquín.

Después de la tormenta

   Un rato después del hecho de sangre, los cinco jóvenes llegaron a una casa que las combatientes tenían asignada para casos de emergencia, situada en Castelar, y ellas le dijeron a Joaquín y a Leila, que los pondrían en contacto con falsificadores de documentos que les darían los papeles necesarios para que pudieran irse del país; el joven aceptó, la chica, nada en ese momento dijo, pero un rato después, mientras Joaquín se encontraba en el baño, frente a las dos combatientes, rápidamente contó su historia reciente: días atrás, ella había sido llevada a la Comisaría Primera de San Martín, en donde había sido golpeada, violada, torturada con picana eléctrica y después, sacada para marcar a compañeros de militancia; ese día había sido la primera vez que, tras haber sido quebrada en su voluntad, lo había hecho, pero no habría una segunda, porque la siguiente vez que los represores del estado estuvieran cerca de ella (y cosa tal, sin dudas ocurriría, porque no pensaba irse del país), pretendía morir matando.
   No entendiendo exactamente de qué estaba hablando, Elena le preguntó:
   -¿A qué te referís con eso? 
   -A que quiero unirme a ustedes -respondió la joven sin dudarlo.
   María Clara pensó en decirle que no, porque la lucha armada es un camino sin retorno que es preferible evitar, pero habiendo escuchado su terrible historia y sabiendo que la única manera que posiblemente Leila tendría de no sentirse una victima de por vida, sería devolviéndole a los terroristas del estado, dolor por dolor, tras mirar a su compañera de armas con tristeza, y advertir que ella, lo mismo sentía, volvió a dirigir la mirada a Leila, y le dijo:
   -¡Bienvenida a Montoneros, compañera!
   Después la abrazó y al abrazo, se sumó Elena.
   

martes, 12 de noviembre de 2024

María Clara. Lili.: Contrarrepresión argento-post-setentista (capítulo 16) (cuento) - Martín Rabezzana

 -Palabras: 3.286-


Año 2003

   María Clara Tauber era profesora de letras en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, lugar en el cual, había estudiado y en cuyo patio había mantenido un debate allá por septiembre de 1974, con varios militantes pertenecientes a diversas organizaciones de izquierda revolucionaria, que se vio interrumpido por la detonación de una bomba puesta por la Triple A; ése día, fue un punto de inflexión en su vida, ya que las circunstancias extremas que durante el mismo, se dieron, llevaron a la joven a emprender un rumbo que jamás habría emprendido de no haber visto a su vida, terriblemente amenazada.
   Los días de extrema violencia ya habían quedado para ella, muy atrás, sin embargo, a diferencia de lo ocurrido en muchos otros países de América, en Argentina el interés por lo sucedido en los años ‘70, en muchísimas personas, con el correr de los años, lejos de disminuir, exponencialmente aumentó, y no por nada, sino por todas ellas intuir que a partir de la interpretación que la población haga del pasado reciente, se construirá nada menos que el futuro de todo un país.

Homenaje

   Varios alumnos de María Clara organizaron un homenaje a los desaparecidos de la última dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, cosa que ya venían haciendo desde años anteriores, y al igual que en los anteriores años, se sabía que habría una controversia producida por la resistencia al mismo, por parte de estudiantes derechistas que manifestaban que las víctimas de la última dictadura, no eran nenes inocentes e idealistas, sino peligrosos terroristas a los que los militares combatieron en pos de salvar al pueblo de sus acciones disolventes de la argentinidad; a estas personas, en el año 2002, se decidió ni siquiera responder, pero fue que durante el año 2003, uno de los estudiantes, llamado Andrés Minioto (que era familiar de desaparecidos), por saber que los derechistas habrían de manifestarse con silbidos y puteadas en contra de los expositores enaltecedores de la memoria de los reprimidos por el gobierno militar, había preparado un discurso en el que respondería a aquellos que tildaban de “terroristas” a todas las víctimas del periodo ya mencionado.
   El homenaje se realizó en el patio de la facultad; a Andrés le llegó el turno de expresarse y fue así que, mientras sostenía las hojas en que había escrito lo que pretendía exponer, frente a muchos estudiantes, ante el micrófono, dijo:
   -Los derechistas que reivindican a la última dictadura, argumentando que los militares llegaron al poder para combatir a la guerrilla (en realidad, dicen: al “terrorismo”, porque el término “guerrillero”, evidentemente les suena digno), y no así, a la oposición a la imposición de un plan económico liberal, que, como tal, es favorable a los intereses de las grandes corporaciones económicas y, por consiguiente, contrario a los intereses del pueblo, continuamente dicen querer “memoria completa”, pero en realidad, a la misma, NO SE LA BANCAN; tener memoria completa al hablar de los años ‘70, implicaría recordar que las autoridades no sólo reprimieron a quienes participaban de la lucha armada, sino también, a quienes tenían actividades políticas, gremiales, religiosas o de ayuda social, DESARMADAS; lo que contraargumentan los procesistas, es que tales personas estaban ligadas a agrupaciones armadas y que, por eso, eran parte de la misma empresa criminal, con lo cual, no estoy de acuerdo, pero supongamos que el fundamento es válido. ¿Qué se puede decir entonces de las agrupaciones políticas que no tenían facciones armadas y que no respondían a grupos armados, y cuyos miembros, igual sufrieron la represión del estado?… Los derechistas dirán que simpatizaban con los guerrilleros, y eso las hacía merecedoras de represión, con lo cual, tampoco estoy de acuerdo, pero supongamos que este fundamento, también es válido. ¿Qué se puede decir entonces, de aquellos que eran parte de organizaciones políticas que no sólo no tenían facciones armadas, sino que además, lejos de simpatizar con la lucha armada, estaban en contra de ella? ¿También merecían ser reprimidos?… Según el criterio procesista, no, pero según el mismo, tales agrupaciones no existieron, y en realidad, SÍ EXISTIERON… ...El Partido Socialista de los Trabajadores (agrupación contraria a la guerrilla) tuvo cerca de un centenar de desaparecidos; también el Partido Comunista Argentino (más de un centenar), y éste último, no sólo no tenía facción armada y estaba en contra de la guerrilla, sino que además, estuvo a favor de la dictadura, dado que previo al golpe de estado, los milicos habían hecho acuerdos comerciales con la Unión Soviética que llevaron al futuro dictador Videla, hasta a declarar que los mismos fueron fundamentales para dar el golpe, lo cual, da cuenta de lo alejada que estaba la Unión Soviética del marxismo y, por consiguiente, de lo que se suele llamar: “comunismo/socialismo”, y de ahí que, salvo por el Partido Comunista Argentino, todas las agrupaciones que en Argentina se autodenominaban “marxistas”, estuvieran en contra de la Unión Soviética; no obstante tal acuerdo, que parecía garantizarle a los miembros del Partido Comunista local, no ser reprimidos, a quienes estaban en los estratos medios y bajos del mismo, se los reprimió impiadosamente, ya que sólo a los altos dirigentes, los militares, respetaron. También hubo radicales desaparecidos que, por más que sus militantes se hagan los “demócratas” por haber sido radical el presidente que sucedió a la última dictadura, su partido muy lejos estuvo de reprobar al gobierno de facto, al punto que fue la Unión Cívica Radical, el partido que más funcionarios aportó al gobierno militar (más de 300 intendentes); también hubo desaparecidos de distintas agrupaciones políticas menores, así como también hubo persecuciones por motivos religiosos; por ejemplo, durante el proceso, los Testigos de Jehová fueron en masa expulsados de escuelas públicas, fundamentándose la quita de derechos a ellos, en lo siguiente expresado por un decreto de Videla: “...La secta en cuestión sostiene principios contrarios al carácter nacional, a las instituciones básicas del Estado y a los preceptos fundamentales de esta legislación”, así como en una sentencia de la Justicia Militar, en la cual, se alude a una manifestación del vicariato castrense dirigida a los militares que, refiriéndose a dichos religiosos, dice: “Increíble secta que impide a los Testigos vestir uniforme y usar armas, prohíbe donar sangre, reconocer Patria, Autoridad y Bandera, lo que demuestra su inhumanidad y peligrosidad”, así fue que los Testigos que fueron llamados para el servicio militar y que, por sus valores antibélicos, se negaron a realizarlo, fueron detenidos “legalmente” (si se puede hablar de legalidad cuando se alude a algo hecho por actores de un gobierno ilegal), y otros, ilegalmente, lo cual los llevó a estar en calidad de desaparecidos y a ser llevados, en algunos casos, a Campo de Mayo, en donde fueron torturados y usados como mano de obra esclava. También hubo abogados defensores de derechos humanos desaparecidos y también fueron hechas desaparecer, personas que reclamaban por la aparición de sus familiares; además hubo conscriptos desaparecidos por motivos que nada tenían que ver con la participación de ellos en actividades “subversivas”, así como también hubo torturas a los soldados argentinos durante la guerra de Malvinas, perpetradas por sus superiores que, desde la oficialidad, alababan a sus subalternos, reivindicándolos como valientes defensores de la patria, mientras que cuando estaban bajo sus órdenes, los trataban como esclavos; también hubo represión estatal contra médicos que gratuitamente realizaban trabajo ad honorem en zonas carenciadas; también la hubo contra personas por motivos de homosexualidad como así también, contra empresarios que no se alinearon con el régimen e incluso también, contra grandes empresarios que sí se habían alineado con el mismo, pero contra quienes habían conspirado, empresarios más poderosos que ellos junto a los militares, lo cual llevó a que se los hiciera firmar bajo tortura, la transferencia de sus propiedades a quienes habían dispuesto su represión, y por más que en todos los últimos casos que mencioné, los reprimidos no fueran parte de grupos guerrilleros ni tampoco, políticos, la represión les fue perpetrada igual, y al aludirse a ellos, la derecha lo hace utilizando el término: “terroristas”… -y tras una pausa de algunos segundos, el joven continuó leyendo:  -Ante todas las injusticias mencionadas que venían ocurriendo desde hacía mucho tiempo y que durante la última dictadura, se intensificaron… ¿cómo se hace para no simpatizar con quienes agarraron armas para combatir a sus perpetradores?… ...Es bueno ser pacifico, pero no ilimitadamente; en casos extremos, tiene que llegar el momento de decir BASTA, porque si ante persecuciones arbitrarias sistematizadas por el estado, las masas no responden a la violencia que se les dirige, su pacifismo se habrá convertido en masoquismo -entonces los aplausos de la mayoría de los estudiantes (más la silbatina de una minoría), llevó a Andrés a tener que hacer una pausa en su alocución; segundos después, dijo: -No todos los reprimidos por la última dictadura fueron guerrilleros, de hecho, de los más de 30.000 desaparecidos, sólo una minoría, lo fue, y habría sido una minoría, aun si los desaparecidos hubieran sido solamente los casi 9.000 presentados por la CONADEP, comisión que los derechistas SIEMPRE citan, cuando quieren minimizar el número de víctimas del estado (¡como si 9 mil fueran pocos!), ya que para 1976, difícilmente los guerrilleros en todo el país, llegaran a ser 1.000, pero a aquellos que sí lo fueron, debemos reivindicarlos porque fueron quienes dijeron BASTA a un autoritarismo que pretendía automatizar a todos los ciudadanos en función de que fueran instrumentos serviles a este sistema capitalista cuya naturaleza es absolutamente destructiva y ANTIHUMANA.
   Muchos estudiantes aplaudieron, mientras tanto, a Andrés, los derechistas lo silbaban y puteaban y, tras los aplausos concluir, un joven de derecha, en voz muy alta, le dijo:
   -¡No mientas más, flaco! ¡Acá hubo una guerra civil y la empezaron los terroristas marxistas que vos reivindicás!
   A lo cual, Andrés respondió:
   -¡Como si eso cambiara algo!… aun en un contexto de guerra, está PROHIBIDO por leyes internacionales, torturar, violar, robar bebés, propiedades, y matar a los detenidos, y todo esto lo hicieron los milicos genocidas a los que vos, tontamente glorificás, así que, aun si hubiera habido una guerra, los militares, lejos de ser los héroes de la patria, que vos creés que son, serían criminales de guerra.
   Otro derechista dijo:
   -Pero la de los 70 fue una guerra no convencional, y en la misma, los convenios de Ginebra NO SE APLICAN, por eso es que en una guerra así, que fue iniciada por zurdos como vos, VALE ABSOLUTAMENTE TODO.
   Andrés trató de mantener la calma, pero rápidamente lo iba ganando la ira, fue por eso que, con tono irascible, dijo:
   -¡Andá, fachito! Vos te querés hacer creer que por no ser zurdo, con un gobierno como el de Videla, vivirías seguro, y NO ES ASÍ; vos también estarías en peligro, porque a las autoridades les bastaría el disgusto por tu cara, para ponerte la etiqueta de “subversivo”.
   El joven derechista, tras lo que escuchó, se río; seguidamente, junto a otros compañeros suyos de derecha, se acercó a Andrés con mirada enfurecida y su contraparte se disponía a enfrentarlos, pero fue que muchos estudiantes se interpusieron (entre ellos estaba la profesora María Clara Tauber, cuyo pasado guerrillero, los estudiantes, desconocían) y evitaron así, que llegaran a las manos.
   El homenaje concluyó, y Andrés Minioto salió de la facultad.

En plena vía pública

   Andrés salió de la facultad por la calle Entre Ríos y al llegar a la peatonal Córdoba, dobló a la izquierda, y fue que al llegar a la calle Mitre, un hombre de unos 50 años, muy bien vestido, con un cigarrillo en una mano, se le acercó y le dijo:
   -Disculpame flaco, ¿no tendrías fuego?
   A lo que Andrés, tras detener su marcha, respondió:
   -Disculpe señor, no fumo.
   Y cuando se disponía a reanudar la caminata rumbo a su domicilio, el hombre le cerró el paso y con voz muy suave, le dijo: 
   -¿No te parece que con dos desaparecidos en tu familia, es bastante, Andresito?… Pensalo, antes de seguir jodiendo con tus reivindicaciones del terrorismo.
   Andrés se sintió aterrorizado y nada pudo decir.
   Segundos después, un patrullero frenó en la esquina de Córdoba y Mitre, y el hombre, al asiento del acompañante del mismo, subió, y el auto, de inmediato, arrancó.
   Casi un minuto permaneció Andrés inmóvil en esa calle, embargado por el temor y la angustia; cuando finalmente reaccionó, retomó la marcha hacia su casa. 

Mientras tanto

   En el momento mismo en que se dio la amenaza al estudiante Andrés Minioto, María Clara se encontraba viajando en el colectivo que la acercaría hasta su domicilio; de pronto notó algo extraño a su alrededor: sus compañeros de viaje, a quienes empezó a ver en blanco y negro, se habían como congelado, salvo alguien determinado, que era una joven que desde el fondo del vehículo, sonriendo se le acercó, la saludó, y a su lado se sentó; María Clara, tras reconocerla, con enorme emoción y sorpresa, dijo:
   -¡Lili!
   Liliana Victorica era una joven nacida en San Luis que, al igual que María Clara, ante la persecución desplegada por el estado contra todos los que no fueran de derecha, se había sumado a Montoneros en pos de no ser una víctima indefensa de los represores; María Clara había sido en una oportunidad, por ella salvada de ser asesinada por un suboficial del ejército; Lili, lejos de ser una persona ordinaria, tenía facultades clarividenciales que habitualmente se expandían hacia quienes la rodeaban; así lo había constatado María Clara cuando con ella estuvo en Santa Rosa, La Pampa, allá por el año ‘76, que fue el mismo en el que concluyó la estadía en este plano material, de la joven puntana.
   María Clara trató de tocarle un brazo a Lili, pero su mano la traspasó, dando cuenta esto de que no estaba constituida por materia, así como tampoco lo estaba el lugar en el que se encontraba en ese momento, fue por eso que le preguntó:
   -¿Estoy muerta?
   -No -respondió Lili -estás en un lugar fuera del tiempo y el espacio; te convoqué para mostrarte ciertas cosas.
   Tras lo último dicho por Lili, ambas mujeres aparecieron en el patio de la facultad en el que tenía lugar el homenaje a los desaparecidos; Andrés Minioto estaba hablando y Lili le señaló a determinado hombre que, desde la distancia, escuchaba el discurso; Lili le preguntó a María:
   -¿Ves a ese tipo?
   -Sí -respondió su interlocutora.
   Y como si se tratara de una película puesta en modo de avance, lo vieron salir del recinto universitario y esperar a Andrés en la calle Córdoba, calle por la que el agente de inteligencia, sabía que el joven siempre pasaba tras salir de la facultad; después, desde una distancia muy cercana del hombre, vieron a Andrés llegar, y escucharon perfectamente la amenaza que al estudiante, el agente del estado, le realizó; seguidamente lo vieron ser dejado por el patrullero al que había subido, frente a un edificio situado en Santa Fe e Italia; lo vieron entrar al mismo y subir por el ascensor hasta el quinto piso; una vez ahí, cerró la puerta del departamento en el que solo vivía, y se fue al baño con la intención de ducharse; entonces Lili, que junto a María Clara se había teletransportado hasta ese lugar, señalándole las llaves que el agente estatal había dejado en la cerradura, le dijo:
   -Agarralas.
   Entonces ella lo hizo, sorprendiéndose de que pudiera asirlas, ya que el resto de las cosas, en ese momento le resultaban intangibles; seguidamente ambas mujeres aparecieron sentadas en un banco de la plaza San Martín y Lili, tras manifestarle que debía irse, abrazó a su compañera que, en ese momento, con gran emoción advirtió que podía sentirla como si se encontraran en el plano material; pudo además saber muchas cosas que ella había vivido en el plano espiritual, que le impidió lamentar que durante el encuentro, no hubieran hablado más, ya que durante el abrazo, Lili le transmitió cientos de imágenes, pensamientos y sentimientos, que con palabras, son imposibles de transmitir; segundos después, María Clara, como saliendo de un trance, miró a su alrededor y se encontró de nuevo en el colectivo rumbo a su casa; inmediatamente miró su mano derecha y vio a las llaves del departamento del agente de inteligencia, entonces, sin dudarlo, bajó del vehículo, compró pegamento en un kiosco y después se dirigió a otra parada para tomarse otro colectivo que la acercara hasta el edificio del espía estatal; tras bajar del colectivo miró en diversas direcciones tratando de divisar cámaras de seguridad; al ver a una de ellas, en voz baja y apenada, dijo:
   -Hay cámaras, Lili…
   En ese momento, vio y escuchó al lente del dispositivo de vigilancia, estallar, cosa que también ocurrió con los demás que en el resto de su senda camino al departamento del espía, había; esto llevó a María a decir susurrando:
   -Gracias, compañera.
   Una vez frente al edificio del agente de inteligencia, al mismo ingresó, por las escaleras subió, y al llegar hasta el piso de aquel a quien había ido a buscar, se dirigió a la puerta de su departamento, la abrió  y después, tras de sí, la cerró.
   Algunos minutos después, María Clara salió de la vivienda.

   Ninguna huella de la mujer quedó en el lugar, por haberse ella puesto mientras viajaba en el colectivo, el pegamento que había comprado, en la yema de sus dedos.
   Hubo al menos dos vecinos que la habían visto y la habían relacionado con el hecho de sangre que tuvo por víctima, al agente de inteligencia, pero… como suele ocurrir en estos casos: por temor o por no sentir agrado por el elemento del estado ajusticiado, ninguno se lo comunicó a las autoridades cuando las mismas a este respecto, les preguntaron.

Días después
   
   Tras concluir la impartición de su clase de literatura, María Clara se acercó a su alumno Andrés Minioto, y le dijo:
   -Andrés: quiero decirte que… por el tipo que el otro día por la calle te amenazó... no te preocupes; no va a hacerte nada, y te aseguro que no van a poner a otro para ocupar su lugar -y tras sonreírle muy dulcemente, la mujer le dijo: -Chau -y se retiró.
   Lo escuchado, al joven lo sorprendió totalmente, ya que con nadie había hablado a ese respecto, por eso no supo cómo pudo su profesora haberse de eso, enterado; tampoco supo por qué estaba ella tan segura de que aquel que lo había amenazado, nada le haría, pero, por algún motivo, decidió no preguntárselo.
   Lo dicho por María Clara tuvo el efecto por ella deseado, y fue así que Andrés recuperó la tranquilidad y volvió a manifestar su reivindicación a las personas reprimidas durante la última dictadura, y a la militancia setentista.

Por si a alguien le interesa

   Hipólito Sainz, se llamaba el agente de inteligencia del estado que fue encontrado muerto con varios cortes profundos en su garganta realizados con un cuchillo de su propia cocina y politraumatismos, producidos por el impacto en su cuerpo, de varios objetos contundentes que conformaban su mobiliario. 
   En los ‘70, Sainz había sido parte de Grupos de Tarea, cosa que lo había hecho sentirse un valiente combatiente de lo que tanto él como sus cómplices, llamaban: “tercera guerra mundial”, aunque los operativos de los que participó, hubieran sido todos contra militantes políticos desarmados a los que entre unos quince represores, secuestraban en sus domicilios en circunstancias en que se encontraban durmiendo.

Por supuesto que sí

   Los tipos como Hipólito Sainz, son muy machitos cuando están en patota y atacan a personas desarmadas, pero cuando se enfrentan a alguien, habiendo cierta equivalencia de fuerzas, no son nada, y por eso solamente pueden perder… Tuvo absoluta razón María Clara, al manifestarle esto previo a matarlo.

lunes, 28 de octubre de 2024

María Clara y compañía: guerra limpia (cuento) (capítulo 15) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.398-

Dedicado a Adriana Zaldúa, Lidia Agostini, Roberto Loscertales, Ana María Guzner Lorenzo, Hugo Frigerio, Oscar Lucatti, Carlos Povedano, Patricia Claverie, y al centenar de desaparecidos del PST durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, y en los años previos a ella.



Acción y reacción

   El 4 de septiembre de 1975, en la ciudad de La Plata, la organización de sicarios conocida como Triple A, secuestró a los militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST): Adriana Zaldúa, Lidia Agostini, Roberto Loscertales, Ana María Guzner Lorenzo y Hugo Frigerio; estas personas fueron encontradas muertas a balazos al día siguiente en las playas de Ensenada; tras enterarse del hecho, sus compañeros del partido: Oscar Lucatti, Carlos Povedano y Patricia Claverie, se dispusieron a participar de una movilización en muestra de repudio a estos hechos, y también ellos fueron secuestrados y muertos por la Triple A.
   El temor a un nuevo ataque de las Tres A, resultó en que ninguna movilización en repudio a los hechos ni tampoco, en homenaje a sus víctimas, fuera ya siquiera, considerada, no obstante, sí fue considerada, una ficción de reunión de militantes del PST, en repudio al hecho conocido como: “La masacre de La Plata”, cuya impulsora fue la anarquista rosarina (en ese momento, integrante de Montoneros): María Clara Tauber, cuyo objetivo era atraer a los terroristas del estado para vengar a los militantes del partido ya mencionado, recientemente asesinados.
   La idea era la siguiente: unos días antes de la “reunión”, se arrojarían volantes en las inmediaciones de la comisaría primera de La Plata, en los que se diría que para el lunes 22 de septiembre, a partir de las 20:00 horas, se convocaba a todos los militantes del PST con el objetivo de homenajear a las víctimas de los hechos ya referidos, en el inmueble situado en Calle 10, 817, Ciudad de La Plata; los militantes no irían, ya que sabían que toda reunión del partido, por motivos de seguridad, había sido por tiempo indefinido, suspendida hasta nuevo aviso, y entre sus miembros, se advertían unos a otros sobre posibles reuniones falsas convocadas por represores en un intento de hacerlos caer en una trampa, además, el logo presentado en los volantes, no era igual a aquel usado por el partido, de ahí que los militantes del PST que llegaron a leer dichos volantes, se hayan dado cuenta de inmediato de que la convocatoria no había sido realizada por compañeros suyos, y no hayan siquiera considerado al lugar, asistir, y esto era justamente lo que los montoneros pretendían, ya que la convocatoria era en realidad, para la Triple A, la CNU, el Comando de Organización, y cualquier otro grupo de fachos que quisiera reprimir a los militantes del partido mencionado que, según el criterio derechista, eran “terroristas que ponían bombas en jardines de infantes”, cuando en realidad, la agrupación carecía de facción armada, ya que los miembros del PST, no sólo no estaban a favor de las armas para alcanzar objetivos políticos, sino que incluso, estaban en contra, como también lo estaba María Clara y muchos de sus compañeros que sí, empuñaban armas y las usaban (y mucho), dado que dicho empuñamiento, nada tenía que ver con el objetivo de alcanzar el poder estatal, sino simplemente, de contrarreprimir.

Represores y contrarrepresores

   El inmueble situado en Calle 10, 817 (Ciudad de La Plata), había sido alquilado una semana antes, por María Clara y la uruguaya (también anarquista, procedente de la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, y también integrante entonces de Montoneros), apodada: “Daniela”; frente a la puerta de ingreso del mismo, las combatientes habían hecho poner una reja corrediza (recuerden esto porque es importante).
   Poco antes de las 21:00 horas, cuatro autos Ford Falcon, estacionaron en Calle 10; dos lo hicieron en la vereda del
inmueble en el que supuestamente tendría lugar la reunión del PST (cuya ventana estaba cubierta por una gran bandera del partido), y los otros dos, en la vereda de enfrente; en los mismos había un total de 15 represores de la Triple A; doce de ellos bajaron de los vehículos y tres, se quedaron en tres de los autos en calidad de conductores, lo cual significa que sólo uno de los autos había quedado sin ningún ocupante; en Calle 49, otro Falcon ocupado por dos miembros de las Tres A, había estacionado; también lo había hecho, en calle 48, un Peugeot 404, ocupado por dos integrantes del Comando de Organización, y en Diagonal 74, un Rambler, ocupado por dos elementos de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), es decir: la manzana del lugar en el que se daría la supuesta reunión del PST, estaba rodeada por terroristas de estado; el objetivo de estos últimos represores, era el de capturar a los posibles militantes políticos que pudieran llegar a escapar por los techos y salir del lugar, por calles contiguas, tras sus compañeros de represión, irrumpir en el inmueble.
   Tras bajar de los fálcones, los represores de la Triple A (varios de ellos habían participado de la llamada “Masacre de La Plata”), rompieron a patadas y culatazos de Itakas, la puerta de ingreso del inmueble, y rápidamente, al mismo ingresaron; mientras tanto, sobre los techos, cinco “tiradores especiales” de montoneros, se habían dispuesto en diversos puntos de la manzana.
   Tras ver a los jóvenes en los techos blandiendo armas largas, varios vecinos llamaron a la policía, pero la misma no acudió al lugar, dado que cuando la Triple A, actuaba, previamente pedía la liberación de la zona. Esto, los guerrilleros lo sabían, de ahí que no hicieran siquiera el menor intento de no ser vistos por los vecinos, de hecho, a varios de ellos, saludaron amablemente, siendo solamente un chico de unos ocho años, el que saludó correspondidamente a uno de los montoneros al verlo desde el patio de su casa, pasar sobre los techos.
   Los cinco “tiradores especiales” dispusieron sus Fusiles Automáticos Pesados sobre bípodes y apuntaron a los blancos por batir.
   Junto a cada tirador, había un combatiente que lo supervisaba y decidiría cuándo debía abrir fuego; además de estar como supervisores, cada uno de ellos estaba en calidad de suplente, en caso de que algún inconveniente, alguno de los tiradores, tuviera; el supervisor de la uruguaya Daniela (que era experta en disparos a larga distancia), se apodaba “Aldo”; Daniela debía abatir a los represores de dos de los autos que se encontraban en dos fálcones de la calle 10, del lado más cercano a la 48; del extremo opuesto a la calle 10, se encontraba otro francotirador (con su respectivo supervisor), que debía matar al represor del auto que más cerca de él, estaba. En las calles 48, 49 y Diagonal 74, los francotiradores se encontraban ya también preparados para disparar.
   En la esquina de 10 y 48 (o sea, en la calle de enfrente del lugar de la falsa reunión), había un bar en el que debían quedarse cuatro montoneros, esperando que les fuera comunicado a través de un “walkie-talkie”, el abatimiento de los represores situados en autos estacionados, ya que en ese momento, ellos debían actuar.
   Aldo (el supervisor de Daniela), tras hacerle una seña a los demás supervisores indicándoles que era momento de actuar, le preguntó a su supervisada:
   -¿Lista?
   -Sí -respondió ella.
   -Fuego.
   Y Daniela, certeramente impactó cuatro balas en cada uno de los dos represores que se encontraban en los dos Ford Falcon más cercanos a ella; casi al mismo tiempo, el tirador especial que se encontraba en esa misma Calle 10, pero del lado más cercano a la Calle 49, abatió al represor que tenía frente a él, con varios disparos; lo mismo hicieron los que se encontraban en Calle 49, Calle 48 y Diagonal 74. 
   Poco antes de los abatimientos, a través de los transmisores ya referidos, Aldo se comunicó con los montoneros que esperaban en el bar de enfrente; les dijo:
   -Los blancos están por ser batidos.
   Escuchar cosa tal, desconcertó al empleado del bar que se encontraba tras el mostrador, y lo horrorizó el ver a los cuatro jóvenes, sacar armas cortas mientras, tras uno de ellos dejar varios billetes como pago por lo que habían consumido, salían del lugar.
   Nuevamente a través de “walkie-talkies”, Aldo les comunicó:
   -Los blancos han sido batidos; cambio.
   -Entendido. Cambio -le fue respondido.
   Seguidamente, Aldo le comunicó a los guerrilleros, qué autos eran aquellos en que los represores habían llegado; tres de ellos, a los mismos se acercaron, y con pistolas abrieron fuego contra sus ocupantes (todos habían sido ya muertos por sus compañeros); el objetivo de esto, era asegurarse de que ninguna posibilidad hubiera de que alguno quedara vivo. 
   El cuarto de estos guerrilleros debía cumplir la tarea de cerrar la reja corrediza (entonces, abierta) situada frente a la puerta de ingreso del inmueble de la falsa reunión, lo cual, de inmediato hizo, tras llegar al lugar, corriendo; la reja, una vez cerrada, no podía abrirse sin la llave.
   Los represores de la Triple A, tras ingresar, se encontraron con que en el lugar, no había nadie (lo que había eran dos parlantes a través de los cuales, a alto volumen se escuchaba una grabación realizada por el montonero Ulises, en la que daba un discurso laudatorio de los militantes del PST, cuyo objetivo era que desde fuera, pareciera que en el lugar, se mantenía una reunión), entonces intentaron abrir una puerta que estaba más adelante, al no lograrlo, la intentaron romper, pero no pudieron, porque las guerrilleras María Clara y Daniela, habían hecho cambiar la que ahí había, por una blindada; esto ocurrió al tiempo en que les era cerrada la reja corrediza situada frente a la puerta por la que habían ingresado; al concienciar que habían sido encerrados, los represores empezaron a putear desesperadamente y dos de ellos, patearon la reja; mientras tanto, desde la terraza, la combatiente María Clara, frente a un tragaluz que daba a la habitación en la que se encontraban los terroristas de estado, junto a seis compañeros, abrió un bolso que contenía 5 granadas de mano; cada uno de los cinco combatientes frente a ella, agarró una; seguidamente, el combatiente Ulises (que no tenía asignada la tarea de agarrar ninguna granada en ese momento), abrió el tragaluz y a los cinco guerrilleros que habían agarrado los explosivos, María Clara les preguntó:
   -¿Listos? -todos respondieron afirmativamente, seguidamente la combatiente dijo: -A la una, a las dos y a las tres.
   Entonces los cinco jóvenes tiraron de las anillas de las granadas para dejarlas en condiciones de detonar, tras lo cual, volvieron a ponerlas en el bolso que María Clara sostenía abierto, delante de ellos, al cual, de inmediato dejó caer hacia el interior del inmueble; al ver el bolso caer, los represores de la Triple A, se sintieron desconcertados; sólo uno de ellos dijo algo, y fue: “¿Qué carajo es eso?”, seguidamente se acercó al bolso y las cinco granadas, explotaron, matando a cuatro de los doce represores y malhiriendo a todos los demás; de inmediato María Clara sacó de otro bolso, una pistola ametralladora FMK-3 y, seguida por Ulises, bajó corriendo la escalera rumbo a la puerta cerrada que daba a la habitación en la que estaban los represores; Ulises abrió cautelosamente la puerta (por la posibilidad de que ocurriera lo que finalmente ocurrió) y entonces varios disparos realizados desde el interior de la habitación, se escucharon (disparos que no impactaron contra los guerrilleros ni tampoco, contra la puerta, ya que quienes los habían efectuado, se encontraban en pésimas condiciones, lo cual, los llevó a disparar hacia cualquier parte), esto llevó a Ulises a cerrar rápidamente la puerta mientras, de un bolsillo de su camisa, sacaba una granada y tiraba de su anilla, al tiempo que Maria Clara abría la puerta para que la arrojara dentro del cuarto; tras Ulises arrojarla, la combatiente cerró la puerta y ambos jóvenes retrocedieron para ponerse a resguardo de la inminente explosión; segundos después, la granada explotó (matando a tres represores) y ya nadie disparó desde el interior de la habitación, entonces ambos guerrilleros volvieron hacia la puerta de la misma, Ulises la abrió, y María Clara, agazapada ingresó al cuarto, desatando una terrible ráfaga de disparos que mató a los cinco miembros de la Triple A, que a las explosiones, habían sobrevivido.
   La conducción nacional de Montoneros (gente totalmente inescrupulosa), había propuesto usar para la operación, explosivos plásticos, que probablemente habrían tirado abajo más de una pared y tal vez también, el techo; de haberse los mismos, utilizado, el último incidente, constituido por dos represores disparando malheridos desde el suelo, no habría tenido lugar, pero María Clara se había negado categóricamente a usarlos, ya que la idea era eliminar a objetivos específicos, y con dichos explosivos, se podría haber dañado a vecinos inocentes; sus compañeros estuvieron de acuerdo, y así fue que se decidió emplear granadas, que son explosivos menos potentes que los del tipo “plástico”. 
   Los cuatro guerrilleros que minutos atrás, estaban en el bar, tras terminar sus tareas de aseguramiento de que los blancos hubieran sido batidos (tres de ellos), y el cuarto, de cerrarle la reja corrediza a los represores, rápidamente fueron a buscar los vehículos en los que todos los guerrilleros, habían llegado; una vez en los mismos, por “walkie-talkies” les avisaron a sus compañeros que los pasarían a buscar, y así fue que, tras transitar los techos y bajar de ellos, los combatientes (nueve de ellos, por la Calle 10 y 48, y los otros ocho, por Calle 49 y Diagonal 74, que eran los lugares convenidos), subieron a las cajas de los dos Rastrojeros y de las dos otras camionetas “pick-up”, en que los pasaron a buscar, y del lugar, velozmente se fueron.

Sobre lo adecuado del título 

   De los 21 represores pertenecientes a la Triple A, al Comando de Organización y a la CNU, ninguno sobrevivió; de los 21 guerrilleros pertenecientes a Montoneros, ilesos salieron TODOS.

   Fueron 21 represores contra 21 contrarrepresores. ¿Cómo no hablar de “guerra (*) limpia”?



(*) Si bien hubo lucha armada, claro que no hubo guerra en la Argentina de los 70, pero como tanto gustan los derechistas de tal expresión, en el cuento les expuse cómo habría sido una batalla justa de esa "guerra" (o sea, entre los enfrentados habría habido cierta equivalencia numérica y de armas); de la misma haber existido, los terroristas del estado jamás habrían podido ganar lo que llamaron "guerra".

viernes, 25 de octubre de 2024

María Clara y compañía: fuego proletario (cuento) (capítulo 14) - Martín Rabezzana


Los primeros 13 capítulos de mi serie: “María Clara”, se encuentran en mis libros: “MATAR MORIR VIVIR” (los 6 primeros) y “Ni olvido ni perdón. REVANCHA” (los siguientes 7); el capítulo que sigue, será parte de mi próximo libro de cuentos. 

-Palabras: 2.434-


Nivelación de implicancias discutibles

   Cuando los militantes políticos de izquierda y anarquistas (en cuyas bases ideológicas está, por supuesto, la reivindicación de los sectores sociales más humildes), tienen un buen pasar económico, el mismo les suele ser recriminado y se los acusa de ser hipócritas, asumiéndose así, que para que uno actúe en favor de los pobres, también debe ser pobre, lo cual es totalmente absurdo y equivale a pretender que a alguien que en el mar, se está ahogando, lo ayude otra persona que también se esté ahogando, en vez de pretenderlo de una persona que, viajando cómodamente en un barco, por el lugar, pase, y vea la situación, cuando es justamente ésta última la que está en condiciones de tirarle al bañista en apuros, un salvavidas, y no así, la primera, y a nivel social, lo mismo pasa; es lógico que se interesen en mejorar el nivel de vida de quienes peor económicamente están, quienes en ese sentido, están bien, pero como ya dije… cuando esto ocurre, se da hacia ellos, una reprobación que, lejos de ser rechazada por la conducción de Montoneros (cuyos miembros, así como gran parte de los militantes de dicha organización, procedían de un sector socioeconómico medio), fue considerada válida, y fue por eso que la misma dispuso la “proletarización” de sus integrantes que resultó en que los mismos debieran buscar trabajos en fábricas y renunciar (de tenerlos), no sólo a trabajos bien remunerados, sino también, a sus vocaciones, ya que muchos de quienes habían estudiado una carrera y habían logrado así, acceder a trabajos bien pagos, lo habían hecho justamente por vocación.
   Si uno se considera igualitarista y pretende por eso, que exista una sociedad sin clases económicas, debería pretender que quien está arriba, descienda, que quien está abajo, ascienda, y que quien está en el medio, SE QUEDE AHÍ, sin embargo, los jefes montoneros, al imponer la “proletarización” de todos los integrantes de su organización, pretendieron hacer descender a quienes eran de clase media, constituyendo dicha (absurda) medida, una nivelación hacia abajo… No obstante lo dicho, algo bueno resultaría de esta medida que llevó a que María Clara (anarquista que, por sobrevivir, se sumó a Montoneros) y dos de sus compañeros, ingresaran como empleados de mantenimiento a la planta de Mercedes Benz, ubicada en Sargento Cabral 3770, de la ciudad de Munro (partido de Vicente López, provincia de Buenos Aires, Argentina, América, planeta tierra)… al menos, “bueno”, según el criterio contrarrepresor/revanchista, que probablemente sea el de aquel que este texto, en este momento, está leyendo (¿Me equivoco?).

Proletarios provisoriamente “pacíficos” || Marzo de 1977

   Tras poco menos de dos semanas de María Clara y dos compañeros guerrilleros, haber ingresado (presentando documentos de identidad, falsos) como empleados de mantenimiento a la planta automotriz ya mencionada, mientras los tres se encontraban en los alrededores de la oficina de la gerencia (los varones, barriendo, y María Clara, limpiando una ventana), escucharon parte de una conversación que varios obreros que trabajaban en la sección “pintura”, tuvieron con el gerente.
   Por carecer de la indumentaria protectora adecuada al estar en contacto con los químicos en los que son sumergidas las carrocerías de los vehículos previo a ser pintadas, varios empleados se habían enfermado gravemente, de ahí que unos 15 obreros se hubieran acercado hasta la oficina ya mencionada, para pedir que, cuanto antes, les fuera brindada la protección necesaria para la realización de sus trabajos; ese mismo pedido, el gerente, semanas atrás, había prometido complacer, pero como no había cumplido, los trabajadores habían tenido que insistir, pese al miedo que pedirle algo a esa persona, les generaba.
   El gerente en cuestión, era un alemán que había entregado a empleados desobedientes de una planta de Mercedes Benz en Sindelfingen, Alemania, de la cual, en los años ‘40, también había sido gerente, a la represión nazi; en 1944, consciente de que la derrota bélica de Alemania era inminente y de que los empleados a su cargo, denunciarían su accionar ante las nuevas autoridades, pidió ser transferido a la Argentina en pos de ganar impunidad; ya en una sucursal local de Mercedes Benz, entre otras cosas, había estado a cargo de ubicar laboralmente a la porquería de Adolf Eichmann en alguna sección de dicha empresa cuando éste, se refugió en el país; para 1977 (y ya desde mucho antes), el alemán estaba en edad de jubilarse, y casi lo hace en el año ‘73, dado que durante la “primavera camporista”, las autoridades, por orden presidencial, debieron suspender sus acciones represivas más extremas, cosa que a él, no le gustó en absoluto, de ahí su consideración de jubilarse, pero como el periodo izquierdista solamente duró 49 días, tras los cuales, Perón derechizó su política, decidió seguir en su puesto, esperanzado de que el gobierno se derechizara más y más, lo cual, lamentablemente ocurrió; así fue que el periodo posterior al de Cámpora, que fue el del presidente provisional, Lastiri, fue uno en el que la represión ilegal perpetrada por las autoridades, aumentó; tras el mismo, siguió aumentando durante la presidencia de Perón; también aumentó tras asumir la presidencia, la previamente vicepresidente: María Estela Martínez, y aumentó todavía más, tras el golpe militar de marzo del 76; al gerente alemán en cuestión, todo esto lo hacía sentir que su poder sobre la vida y la muerte de sus empleados, empezaba a ser total, y eso le encantaba; lo hacía sentirse joven otra vez, como si estuviera de nuevo en el nefasto (y para él, glorioso) periodo de su juventud, en el que, en su país natal, gobernaba Adolf Hitler. Fue por todo esto que decidió seguir “trabajando”, pese a su avanzada edad.
   El tipo era sin dudas, temible, de ahí que ninguno de los obreros (que algo de todo lo dicho, sobre él, habían escuchado) dudara de que hablara en serio cuando éste, tras ellos insistirle con que se les proporcionara la indumentaria de seguridad necesaria, les dijo:
   -¡Zurdos desagradecidos!;… Ninguno está obligado a quedarse, por eso es que, a quien no le guste ser parte de esta fábrica, le informo que puede irse cuando quiera, y quien no obstante su desagrado por las condiciones de trabajo, decida quedarse, va a ser mejor que se deje de joder con los reclamos, porque… -y señaló un teléfono -yo no tengo más que llamar al Comando Zona de Defensa 4, y de inmediato a ustedes los hacen DE-SA-PA-RE-CER -seguidamente señaló la puerta de salida de su oficina y de modo tan agresivo como acababa de expresarse, dijo: -¡Retírense ya mismo!
   Totalmente apesadumbrados, sin discutir, los obreros se retiraron.
   Horas después, durante un descanso, mientras María Clara se encontraba en un patio de la fábrica junto a sus compañeros combatientes cuyos apodos eran: Aldo y Salazar (éste último era un chileno procedente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que entonces se encontraba en las filas de Montoneros), la joven les dijo:
   -Del nazi ese que está de gerente, tenemos que encargarnos cuanto antes.
   Aldo dijo:
   -Hoy mismo me voy a comunicar con Fernando -que era un superior-, le comunico todo esto y...
   María Clara lo interrumpió.
   -No no no… va a tomar mucho tiempo y además, mirá si nos niegan la realización de la operación.
   Salazar dijo:
   -Es verdad; lo más probable es que no la aprueben, porque la conducción planea reservar las fuerzas para hechos más grandes que el ajusticiamiento de un gerente. Además, no hace falta que nos manden combatientes; con nosotros tres, basta y sobra, ¿o no?
   -¿Cuántos son los que custodian al nazi? -preguntó Aldo.
   María Clara dijo:
   -Solamente dos; uno va con él en calidad de chofer en un Mercedes, y otro va detrás en un FIAT 125.
   Aldo dijo:
   -Entonces es cuestión de que los embosquemos en cuanto salgan de acá.
   María Clara, tras negar con la cabeza, dijo:
   -No, por los alrededores de la fábrica deben haber varios policías de civil; mejor va a ser que lo hagamos cerca de su casa, cuando el tipo vuelva del trabajo.
  -Hay que averiguar en dónde vive -dijo Aldo.
   Salazar dijo:
   -Muchos obreros que están desde hace años acá, se la quieren dar al hijo de puta ese;… Yo entré en confianza con varios de ellos; seguramente saben en dónde vive.
   María Clara dijo:
   -Buenísimo… entonces, vos encargate de averiguar su dirección, y tras terminar la jornada, empezamos a planear la operación.
   La jornada laboral concluyó, y ya en la calle, a varias cuadras de la fábrica, tras asegurarse de que nadie cerca hubiera que pudiera escuchar lo que decía, tras sacar de un bolsillo un papel y exhibirlo a sus compañeros, el combatiente Salazar, dijo:
   -Conseguí la dirección: Mariano Pelliza 602, Olivos. Además, un compañero que varias veces fue llevado por el gerente, a realizar reparaciones en su casa, me llegó a decir cuál es el recorrido que el tipo hace, al volver a su domicilio.
   Tras escuchar esto, sus dos compañeros lo palmearon en un hombro y María Clara le dijo:
   -¡Grande Sala’!

Proletariado en armas

   Al día siguiente, en horas de la tarde, tras salir de la fábrica, el gerente subió al asiento del acompañante delantero de su Mercedes y en compañía de uno de sus custodios, que también era su chofer, emprendió el regreso a su casa; detrás de él, en un FIAT 125, iba otro custodio; a todo esto, en un Renault 6, María Clara y Aldo, se dirigieron rápidamente hacia el domicilio del sudopa (1) explotador, por un camino distinto a aquel por el cual, él transitaba; lo mismo hizo el chileno Salazar, que no tenía el objetivo de llegar hasta la vivienda de la persona por ajusticiar, sino de quedarse a la vuelta de la misma, en pos de ocuparse del custodio del FIAT 125, fue así que en la calle Francisco Borges al 600, casi esquina Leonardo Rosales, estacionó su Torino; por esta última calle, menos de dos minutos después, vio pasar al Mercedes Benz del gerente, entonces encendió su vehículo y cuando a los pocos segundos vio acercarse al FIAT del custodio, arrancó, y a toda velocidad, lo embistió; el choque no dejó lesionado a Salazar, por él haberse previamente puesto el cinturón de seguridad que, tras el impacto, se desabrochó, para seguidamente empuñar un revólver de alto calibre, salir del vehículo en dirección al FIAT, y tras acercarse a la puerta del conductor (cuya ventanilla estaba bajada), disparar repetidamente contra el custodio (que se encontraba semiinconsciente), causándole con los disparos, la muerte. A todo esto, los otros dos combatientes habían estacionado su auto en la calle Mariano Pelliza, a la altura aproximada de 620, es decir, no muy lejos de la casa del gerente; habían bajado del mismo y se habían quedado vagando por el lugar; Aldo caminó por la vereda de la casa del alemán y la pasó de largo por unos cuantos metros, mientras tanto, María Clara se mantuvo en la dirección opuesta, ya que la idea era que cuando el auto del facho sudopa, estacionara frente a su casa y sus ocupantes, descendieran, ambos combatientes pudieran atacarlos desde distintas posiciones, y así ocurrió; segundos antes de que Salazar disparara contra el custodio del FIAT 125, el chofer/custodio del gerente, estacionó frente a la vivienda de su jefe, apagó el motor, y ambos procedieron a abrir sus respectivas puertas, fue entonces que María Clara salió de detrás de un árbol, se acercó a la puerta del conductor, y contra el custodio, disparó con una pistola, repetidas veces, hiriéndolo en el cuello y en el hombro izquierdo, lo cual, llevó al herido (que no había alcanzado a bajar del auto) a cerrar de inmediato la puerta y a trabarla; mientras tanto, del otro lado, Aldo disparó su pistola contra el gerente, pero éste, a través de un espejo retrovisor, había logrado advertir la llegada de su ultimador a tiempo, por lo que había cerrado velozmente la puerta y había evitado así, ser impactado por las balas que le fueron dirigidas, ya que el vehículo era blindado; el alemán, tras trabar su puerta, con desesperación, le dijo al chofer:
   -¡Arrancá arrancá!
   Pero el tipo, producto de las heridas, estaba ya más muerto que vivo; al advertirlo, el gerente intentó desplazarlo para situarse él frente al volante y escapar del lugar, pero no pudo hacerlo porque el custodio era muy pesado y además, él tenía la debilidad propia de su avanzada edad; a todo esto, tanto María Clara como Aldo, dispararon varias veces contra el Mercedes que, como ya dije, era blindado; tras advertirlo, María Clara fue corriendo hacia el Renault 6 en el que había llegado, abrió el baúl, y del mismo sacó un lanzallamas cuyo tanque, a modo de mochila, de inmediato puso sobre su espalda, después, rápidamente se acercó al Mercedes Benz y tras gritarle a Aldo que se alejara y él, hacerlo, mientras con ambas manos sostenía el cañón del arma incendiaria, dirigió una tremenda llamarada hacia la parte inferior del vehículo, que resultó en que el fuego ascendiera rápidamente y el alemán, entrara en un pánico total al ver (y sentir) a las llamas subir a su alrededor; esto lo llevó a decidir salir, pero previo a hacerlo, empuñó la pistola que siempre portaba, le sacó el seguro y la amartilló; seguidamente salió del auto y fue de inmediato ultimado por varios disparos efectuados por Aldo; mientras tanto, Salazar se había acercado al lugar de éste último hecho, con su Torino por la calle Rosales; una vez casi en la esquina con Pelliza, frenó el auto, del mismo bajó, y miró hacia ambos lados en pos de divisar a un posible vehículo de las autoridades, acercarse; cuando miró hacia su izquierda, vio a lo lejos a un patrullero aproximarse a toda velocidad, fue entonces que volvió rápidamente a su vehículo, agarró un Fusil Automático Pesado (2), le dispuso una granada en el cañón, que apuntó en dirección al espacio debajo del rodado entre ambas ruedas delanteras, y disparó; al estallar la granada bajo el auto policial, el mismo volcó, y tras esto ocurrir, tanto Salazar como Aldo, se acercaron al patrullero y remataron a sus dos ocupantes con una enorme cantidad de disparos. Seguidamente, Salazar volvió al Torino y María Clara y Aldo, al Renault 6.
   Los tres combatientes escaparon exitosamente del lugar.


(1) Me referí como "sudopa", a alguien procedente de un país que dicen, está ubicado en el centro de las Europas, y a quienes son del centro, yo también, por odio, tengo derecho a considerarlos del siempre despreciado, sur.

(2) Fusil Automático Pesado (FAP); esta arma no sólo dispara balas, sino también, granadas.