martes, 4 de junio de 2024

María Clara y compañía: América en armas (capítulo 9) (cuento) - Martín Rabezzana


(No esperen grandes razonamientos desarrollados por el narrador, complejos diálogos ni función poética de este capítulo; el mismo está constituido por una trama de pura y cruda, violencia setentista).

-Palabras: 1.426-   
Fines de marzo de 1976. Pocos días después del golpe de estado. Diez y cuarto de la noche, pasadas.

   Desde una distancia prudencial, dos vehículos con combatientes revolucionarios, siguen a un Ford Falcon en el cual, se desplaza un militar de alto rango, perteneciente al servicio de inteligencia del ejército, rumbo a su domicilio, situado en Avenida del Libertador al 739 (aproximadamente), de la ciudad bonaerense de San Fernando; una de las combatientes del comando es María Clara Tauber, otro es un chileno cuyo apodo es el de: “Salazar”, otra es una uruguaya apodada: “Daniela”, que, al igual que Salazar, emigró a la Argentina e ingresó a Montoneros en un intento de lograr sobrevivir, o, al menos, de morir peleando, ante la cacería desplegada contra los militantes revolucionarios en su país de origen, aun a sabiendas de que acá, en materia represiva, la cosa era aún peor; estos tres combatientes, no son realmente montoneros, ya que María Clara proviene de la Federación Universitaria Anarquista Rosarina, Daniela, de la (también anarquista) Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, y Salazar, del MIR (*), pero por causas de fuerza mayor, han tenido que sumarse a Montoneros; los demás combatientes del comando (que son seis), sí son montoneros.
   El militar viaja junto a un custodio, los guerrilleros lo saben, y también saben que dos custodios más, se encuentran en los alrededores de su casa.
   El Falcon del militar de inteligencia (que es el objetivo a eliminar por los guerrilleros), para frente a su domicilio, y tanto él como su custodio, del mismo, descienden; en ese momento frenan en las dos esquinas de la calle de la vivienda en cuestión, dos vehículos; en la esquina de Avenida del Libertador y 25 de Mayo, de un Rastrojero bajan cuatro guerrilleros; en la esquina de Avenida del Libertador y Quirno Costa, los guerrilleros que de un Torino, bajan, son tres; tanto en la calle 25 de Mayo como en la calle Costa, hay un custodio; al ver bajar a los combatientes, ambos sacan sus armas pero no llegan a dispararlas, porque reciben múltiples disparos de fusiles, efectuados por los combatientes que los hacen de inmediato, caer heridos de muerte; al concienciar lo que está ocurriendo, el custodio más cercano al milico, saca su arma pero también recibe múltiples disparos y cae muerto en la vereda; mientras tanto, el militar, muy apuradamente se aproxima a la puerta de su casa, saca llaves de un bolsillo que, por los nervios del momento, deja caer; inmediatamente las vuelve a agarrar y logra abrir la puerta, que no llega a cerrar, porque tras ingresar a su vivienda, cuatro guerrilleros ingresan tras él, pero no logran ultimarlo porque desde el interior de la casa, un custodio que en el interior de la misma, se encontraba (cuya presencia, los guerrilleros, desconocían), apaga la luz (como su jefe le había ordenado que hiciera en una circunstancia como esa), el militar se tira al piso y el custodio abre fuego con una ametralladora, de lo que resulta que tres de los cuatro guerrilleros que irrumpieron en el lugar, caigan inmediatamente muertos; al advertir la situación, tanto el guerrillero que no había sido muerto (aunque sí, herido en un hombro), como los tres guerrilleros que no habían llegado a ingresar a la vivienda, emprenden la retirada, pero María Clara, tras unos cuantos pasos dados, pega la vuelta, de un bolsillo saca las dos granadas que tenía entre sus ropas y, tras sacarles el seguro, las arroja al interior del inmueble; seguidamente sale corriendo y mientras corre, escucha las explosiones que resultan en la muerte del milico de inteligencia y el custodio que en su vivienda, estaba.
   El guerrillero herido, corre por la Avenida del Libertador hasta la calle 25 de Mayo, en la cual, el conductor del Rastrojero en que, junto a tres compañeros combatientes, había llegado, los estaba esperando, al mismo sube y logra escapar del lugar; mientras tanto, los tres combatientes restantes, corren por la Avenida del Libertador hacia la calle Quirno Costa, que es la calle en la que el conductor del Torino, los debía esperar, pero al acercarse al mismo, logran ver al compañero que oficiaba de conductor, muerto sobre el volante; en ese momento, desde la distancia y desde direcciones opuestas, personas a las que no logran ubicar, les disparan sin llegar a impactarlos, es entonces que los tres guerrilleros siguen corriendo; en la calle Quirno Costa, María Clara dobla a la derecha y queda sola, lo cual hace evidente que tanto sus compañeros Salazar como Daniela, han doblado a la izquierda; al llegar a la altura aproximada de 946, la joven ve llegar a otro Ford Falcon que había agarrado por Costa, procedente de la calle San Ginés, que claramente pertenecía a represores del estado, es por eso que con su pistola, abre fuego en su contra, el cual, le es rápidamente respondido con armas largas y se refugia en el jardín del frente de una vivienda; desde ahí, se tirotea con los ocupantes del auto que, del mismo han bajado y lo usan de escudo; la combatiente rápidamente vacía su cargador y al buscar en un bolsillo, otro, que le permita seguir tirando, como saliendo de la nada, desde detrás de la joven, aparece un milico de civil que la agarra y la empuja contra una pared; el golpe contra la misma, además de hacerle soltar el arma, le deja el rostro sangrando; el milico, sin soltarla, le dice:
   -Perdiste, putita.
   Y macabramente se ríe, pero la risa no le dura ni tres segundos porque en ese momento el cañón de un fusil le es apoyado en la nuca y con el mismo le es efectuado un tiro que lo mata instantáneamente; el disparo ha sido realizado por el combatiente chileno, Salazar; al caer el militar, que tenía a María Clara contra la pared, cae también ella, entonces Salazar agarra la pistola de la joven, que había quedado en el piso, la ayuda a levantarse y la mantiene agarrada por la cintura mientras ella, con un brazo sobre uno de los hombros de su compañero, se agarra fuertemente de él, ya que de otro modo, no puede mantener la vertical, pero a ninguna parte pueden ir, porque los represores del Falcon, situados a la derecha de ellos, siguen tirándoles, además, por la izquierda de la vereda de enfrente, ve llegar a dos represores más que se parapetan tras un auto estacionado y se disponen a accionar sus armas; estos últimos represores acaban de matar al conductor del Torino en el que se suponía que se irían María Clara, Daniela y Salazar; éste último, ante tal estado de cosas, cree que las posibilidades de sobrevivir, son nulas y se prepara para morir, pero al mirar hacia arriba, ve algo que lo llena de esperanza y gritando dice:
   -¡No tiren más! ¡Nos rendimos!
   Y María Clara, que estaba bastante mareada pero no inconsciente, con voz débil e indignada, le dice:
   -¿Qué decís? ¡¿Estás loco?!
   Entonces el combatiente repite:
   -¡Nos rendimos!
   Y tira su fusil a la vereda, después hace lo propio con el arma de María Clara mientras ella, con voz aún más débil que antes, dice:
   -No, no, nnooo…
   Y lentamente caminan hacia el medio de la calle, entonces los represores situados detrás del Falcon, se acercan a ellos y desde el lado opuesto, lo mismo hacen los otros dos, mientras los apuntan con pistolas y fusiles, pero no llegan a capturarlos porque uno de los represores que frente a ellos, está, y a ambos jóvenes, se acerca, cae fulminado; inmediatamente después, lo mismo le pasa al otro que a su lado, estaba, seguidamente, la misma suerte corren los otros dos, a quienes de nada les sirvió mirar en diversas direcciones en un intento de divisar al francotirador; entonces María Clara mira hacia arriba y ve a la uruguaya Daniela, que, desde un árbol, con un arma larga de alto calibre, ha disparado certera y repetidamente contra los cuatro represores.
   Daniela baja rápidamente del árbol, se acerca al Falcon, abre una de sus puertas traseras para que Salazar ayude a subir a María Clara y suba él mismo, y tras ellos subir, cierra la puerta y sube al vehículo en calidad de conductora; en cuestión de segundos, los tres guerrilleros se encuentran muy lejos de la escena.

   Diez terroristas de estado resultaron muertos; de los combatientes, cuatro murieron y dos, resultaron heridos.
   El balance de la operación, fue positivo, pero el costo, muuuy alto… demasssiado.


(*) Movimiento de Izquierda Revolucionaria

martes, 28 de mayo de 2024

María Clara: justicia divina (cuento) (capítulo 7) - Martín Rabezzana

(Séptimo cuento de la serie de “María Clara”, cuyas primeras seis partes se encuentran en mi libro: “MATAR MORIR VIVIR”).

-Palabras: 2.022-

Julio de 1977. Tarde soleada. Quilmes Oeste.

   María Clara Tauber (anarquista rosarina que, por voluntad de sobrevivir, se integró a Montoneros), baja de un Fiat 1600 manejado por un compañero guerrillero que la deja en la calle Triunvirato casi frente a una de las entradas pertenecientes al microbarrio conocido por los nombres de “Villa Argentina” y “Barrio Cervecero”; éste último título es tal, por ser un área comprada por la cervecería Quilmes en los años 1920 para alojar a los empleados de la misma; ella sabe esto y mira sorprendida a su alrededor, ya que el lugar (constituido por varias manzanas separadas del resto de la ciudad por un cerco de arbustos) es abundante en árboles y sus viviendas, si bien son sencillas y tienen ya varias décadas, están muy bien mantenidas y son poseedoras de gran belleza, dando cuenta esto de que un área urbana no necesita ser lujosa para ser hermosa, y el área en la que está, por supuesto que lo es; al concienciar esto, mientras camina por la calle Otto Bemberg a la altura aproximada de 2400, piensa: “Todos los barrios obreros deberían ser así”; segundos después, se corrige al decir en voz baja: “Todos los barrios del mundo, obreros o no, deberían ser así”. También piensa que le gustaría vivir ahí, pero inmediatamente considera que, a causa de la misión autoimpuesta que en ese lugar, está para cumplir, probablemente nunca pueda al mismo, volver.
   Tras caminar unas cuadras, llega al centro del microbarrio e ingresa a la capilla San José Obrero, que, a esa hora (eran las 15:50), como ella ya sabe (por haberle sido informado por un compañero de inteligencia de la organización a la que pertenece), está en total soledad, ya que el cura Osvaldo Biella, que está a cargo de la misma, en ese horario realiza diariamente una caminata de la cual, regresa poco después de las 16:00 horas.

Preferencias y obstáculo

   La iglesia católica, como muchos habrán notado, tiene preferencia por los apellidos italianos, de ahí que casi todos los curas del país americano llamado: Argentina, tengan apellidos procedentes del país sudopa llamado: Italias, y siendo dicha mega organización criminal, altamente jerarquizada y, por consiguiente, contraria al reconocimiento de la igualdad de importancia y derechos entre las personas, realiza actos de discriminación a gran escala por (casi) todos los motivos conocidos, incluyendo a los más comunes, como ser: los de “raza”, nacionalidad, sexo, clase social, intelecto, y también por otros menos comunes como ser: el de procedencia de los apellidos, de ahí que sea casi imposible que en un ámbito de formación católica en el que haya varios estudiantes cuyos apellidos son de diversas procedencias y entre los mismos, estén los italianos, no sean, los poseedores de estos últimos, los preferidos por la cúpula eclesiástica para que ocupen cargos altos dentro de los diversos espacios que conforman la iglesia, sobretodo si son del norte de las Italias, ya que si son del centro, los jerarcas católicos los consideran como de menor valor respecto a los del norte, y si son del sur… cuando los apellidos de los eclesiásticos que hayan hecho méritos como para acceder a lugares de gran importancia dentro de la iglesia, son del sur, desde el Vaticano mismo le llega a la curia argentina la “sugerencia” de preferir a clérigos cuyos apellidos sean de cualquier otro origen antes que a esos; este tipo de conducta discriminatoria y absurda, es bien conocida en los países en los que hay movimientos independentistas, ya que los líderes políticos que reclaman la independencia de ciertas regiones, prefieren a quienes tienen apellidos procedentes de las mismas y de aceptar el ingreso a sus organizaciones de quienes tienen apellidos procedentes de otras partes, difícilmente los dejen ocupar cargos de gran importancia.
   El sacerdote Biella, debido al trabajo nefasto que en esos tiempos de dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, está haciendo, sumado al hecho de que su apellido es italiano y además, septentrional, parece tener todas las posibilidades de ascender vertiginosamente en el sistema de castas, clerical, pero hay un obstáculo que debe sortear para poder continuar en su carrera ascendente; el mismo está constituido por cierta mujer; más adelante se revela si a dicho obstáculo, lo puede o no, sortear.

Llegada de la combatiente

   La joven, que viste ropa elegante que la hace parecer una dama distinguida de la alta sociedad, se sienta en uno de los bancos que están frente a la estatua de una virgen o de una santa o de lo que sea (ni ella ni el autor de este texto, sabemos mucho de lo referido a las figuras cristianas, católicas ni nada de eso, al punto que no podemos distinguir a una imagen de Judas, de otra de San Francisco de Asís o de Robledo Puch).
   Minutos después, el cura Osvaldo Biella, ingresa a la capilla, saluda a la joven, y tras ella presentarse y decirle que necesita confesarse, el eclesiástico la invita a acercarse al confesionario; al mismo, el hombre, que tenía 45 años, ingresa, y le pregunta a la mujer:
   -¿Qué quieres confesar, hija?
   -Quiero confesar algo muy grave… pero tengo miedo de hacerlo.
   -No tengas miedo; sea lo que sea, si te arrepientes y le pides perdón a dios, él te lo concederá.
   Los personajes del clero, que en esa época, al igual que los milicos, vivían acusando a todos los que a diferencia de ellos, no fueran fachos, de ser “apátridas” y “antiargentinos”, por algún extraño motivo, durante el ejercicio de su infame oficio de espías del estado, usan un vocabulario ajeno al ámbito nacional; María Clara, mientras sonriendo piensa en lo ridículo y contradictorio de esto, le dice:
   -No he tenido fe en dios nunca en mi vida.
   -Eso es grave, hija; MUY GRAVE, pero al venir aquí, has empezado a corregir tu error.
   -Pero no es solamente eso… he pecado, y mucho.
   -¿Puedes ser más específica?
   -He herido…
   -¿A quiénes has herido?
   -He herido a gente malvada.
   El cura dice:
   -Bueno… es normal querer lastimar a quienes nos han hecho daño; cuando eso ocurre, es difícil no decirles cosas lastimantes de las que después, nos arrepentimos, pero siempre está la posibilidad de pedir perdón y de reparar el daño hecho.
   -Pero es que… yo no me refiero a heridas abiertas con palabras.
   -¿Ah, no?… ¿y… de qué modo has hecho daño, entonces?
   -He lastimado con golpes de puño, con patadas, con cuchillos y con armas de fuego.
   Entonces el clérigo empieza a ponerse nervioso, por lo cual, guarda silencio durante algunos segundos, después pregunta:
   -¿Ha sido en defensa propia o de alguien querido?
   María Clara dice:
   -Bueno… podemos decir que sí.
   -Es realmente grave tu caso, pero insisto: si te arrepientes, recibirás el perdón de dios.
   -Pero yo no me arrepiento.
   -¿No te arrepientes?
   -No; lo volvería a hacer, y de hecho, lo volveré a hacer, y cometí un pecado aun mayor al de herir y matar.
   Entonces el cura, con miedo a la respuesta que podría sobrevenir, pregunta:
   -¿Cuál es?
   -Me he vuelto subversiva… es más: creo que nací subversiva, pero subversiva en serio, ¿eh?, en el sentido que usted lo entiende, es decir: he ingresado a una organización guerrillera, a diferencia de la mayoría de los jóvenes feligreses suyos, que generosa y desinteresadamente realizaban tareas de ayuda social en los barrios más carenciados, a los que usted anotó en listas que posteriormente le entregó a miembros de la SIDE (*) para que los secuestraran, torturaran e hicieran desaparecer.
   Entonces al cura lo embarga la necesidad de irse del lugar, pero no puede hacerlo por sentirse petrificado; en ese momento escucha un sonido que cree correspondiente al de la retracción de la corredera de una pistola, y no se equivoca, ya que la joven guerrillera ha sacado de su cartera dicha arma corta a la que le ha incorporado un silenciador; con sorpresa el hombre percibe que algo está mojando el piso; al mirar hacia abajo se da cuenta de que ese algo es su propia orina, es entonces que sale de su inmovilidad, egresa apresuradamente del confesionario y corre en dirección a la salida; la guerrillera lo apunta con su arma con la intención de dispararle pero no lo hace porque justo cuando está por hacerlo, el sacerdote tropieza y al caer, golpea su rostro contra uno de los bancos, entonces María Clara se le acerca, lo patea dos veces en las piernas, después, dos veces en las costillas, y el represor eclesiástico grita ahogadamente y suplica piedad (esa misma que él siempre le negó a quienes consideró “subversivos”); la joven guarda su pistola en la cartera, por considerar que no le hará falta, y de la misma saca un cuchillo; seguidamente se pone sobre el cura, le realiza tres cortes transversales en la garganta, después le clava el cuchillo en el abdomen y ahí se lo deja; en el mango del arma blanca puede verse el logo de Montoneros.
   Así como en otras oportunidades, ninguna huella queda de la combatiente en el arma ajusticiadora por llevar pegamento en las yemas de sus dedos.
   Tras el ajusticiamiento del clérigo, María Clara sale tranquilamente de la capilla, agarra por la calle Ayolas, en la cual, se cruza con un anciano al que le dice:
   -Hermosa tarde, ¿no?
   -Sí; INMEJORABLE.
   Seguidamente la partisana dice:
   -¡Me encanta este barrio! No lo conocía. Es la primera vez que vengo.
   -¿Vio? Sí, es muy lindo; los explotadores de la cervecería, algo bueno alguna vez hicieron por los empleados;... Ojalá se hubieran hecho más barrios como éste en todo el país.
   La joven, sonriendo asiente con la cabeza y dice:
   -Ojalá; ¡buenas tardes!
   -¡Buenas tardes! -le es respondido.
   Y sigue su camino rumbo a la salida del microbarrio; una vez fuera del mismo, ya en la calle Vicente López, en dirección contraria a sus pasos, ve llegar al Fiat 1600 de su compañero que, al verla, frena para que ella suba, y tras ella subir, arranca a velocidad media en dirección a otra ciudad. 

Villa Argentina/Barrio Cervecero, horas más tarde

   Horas después, el cura Biella es encontrado asesinado en la iglesia; al rato la policía llega al lugar y empieza a preguntar, casa por casa, a sus habitantes, si vieron u oyeron algo relacionado con el hecho en cuestión; entre los vecinos preguntados, está el anciano que brevemente conversó con María Clara; se trata de un ex empleado anarcosindicalista de la cervecería Quilmes que allá por los años ‘20, participó de huelgas y actos de sabotaje contra la fábrica, en reclamo de mejores salarios y condiciones dignas de trabajo; por eso sufrió encarcelamiento en repetidas oportunidades y tratos crueles de los uniformados; no obstante todo esto, mantuvo firme su posición, así como lo hicieron muchos otros de sus compañeros, y fue así que lograron aumentos de sueldos y viviendas dignas cercanas a sus lugares de trabajo, de ahí que el “Barrio Cervecero” esté ubicado muy cerca de la cervecería.
   El anciano, cuyo nombre era Arturo Alcorta, al serle informado el asesinato del cura, dice:
   -¿Lo mataron a Biella?… ¡Qué terrible!… ¡Pobre muchacho!
   Uno de los dos policías frente a él, le pregunta si ha visto a gente ajena al barrio esa tarde o los días pasados, entonces el anciano recuerda a María Clara, y lejos de dudar de que ella pueda haber sido la perpetradora del asesinato, por ser mujer, por haberla visto elegantemente vestida y por haberse dirigido a él con total tranquilidad y amabilidad, inmediatamente siente que fue ella la ajusticiadora, por lo que ante los policías que frente a él, en la puerta de su vivienda, están, dice:
   -Esta tarde salí a caminar por el barrio, pero no vi a nadie ajeno al mismo, y en los días pasados… que yo recuerde, tampoco.
   Tras escuchar esto último, los policías se van, el anciano cierra la puerta de su vivienda y una vez hecho esto, deja de contener la sonrisa que frente a los represores estatales, con dificultad pero con éxito, contuvo, y en voz baja, dice:
   -Biella, batidor de los milicos: pudrite en el infierno, ¡hijo de una gran puta!



(*) Secretaría de Inteligencia del Estado

domingo, 5 de mayo de 2024

VIVIR MORIR VIVIR (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.101-


   Junio de 1997; en una de las esquinas de España y Loria de Lomas de Zamora, había el año ya mencionado, un “restó-bar” al que con mi novia Celeste, una noche me dirigí; poco antes de llegar al local, diversas imágenes por mí, incomprendidas, empezaron a agolparse en mi mente, por ese motivo detuve mi marcha y Celeste me preguntó:
   -¿Qué pasa, Fabián?
   Y tras algunos segundos, disimulando, dije:
   -Nada nada;… pensé que nos habíamos equivocado de calle, pero no.
   Instantes después, ingresamos al negocio.
   Ya sentados a la mesa, llegó el mozo y le pedimos ñoquis y gaseosas; mientras esperábamos que nos llevara el pedido, nuevamente me ocurrió el ver pasar frente a mis ojos, todo tipo de escenas que no comprendí; las mismas, por momentos se me presentaban en cámara lenta y por otros, en cámara rápida; esto me incomodó sobremanera, por lo que me levanté de la silla y le dije a Celeste:
   -Voy al baño.
   Y al baño fui, con la intención de recomponerme de la sorpresa de lo que acababa de experimentar.
   Me mojé un poco el rostro, en un intento de despertarme del todo, ya que si bien no estaba cansado, sentía como si lo que entonces me estaba ocurriendo, fuera el resultado del no haberme despertado del todo, esa mañana, y ocurrió que, al mirarme al espejo, vi un rostro distinto al mío, tan distinto, que correspondía al de otra persona, pero esa otra persona, intuí que era yo mismo; entonces vi a esa otra persona, que era un adolescente de apenas unos años menos que yo, en una unidad básica situada en algún lugar de la misma ciudad perteneciente a Magdalena del Buen Ayre en que entonces, estaba (es decir, Lomas de Zamora), recibir ciertas instrucciones y recomendaciones por parte de un militante de la Juventud Peronista.
   -Mirá Manuel: el revólver, si bien tiene capacidad para menos balas que la pistola, para la defensa personal, es mucho más conveniente porque para accionar la pistola, necesitás usar ambas manos, y si por ejemplo, llegan tipos con armas en mano a un lugar con la intención de secuestrarte, y vos tenés una pistola y con una mano la sacás de un bolsillo o de debajo de tu cinturón, no podés dispararla inmediatamente porque no está lista para ser disparada, dado que para que dispare, con la otra mano le tenés que retraer la corredera; en ese interin, te pueden llegar a disparar antes de que vos le dispares a ellos, en cambio, como al revólver le podés sacar el seguro y amartillarlo con una sola mano, podés dispararlo más rápidamente e incluso, si lo tenés oculto en un bolsillo, desde el mismo podés abrir fuego; eso no lo podés hacer con una pistola, por eso, lo mejor es tener dos armas: un revólver y una pistola, pero si vas a llevar una sola, yo te recomiendo el revólver.
   Tras escuchar esto, Manuel (que era yo en mi existencia material inmediatamente anterior) agarró el revólver y el muchacho le explicó cómo se cargaba, cómo debía sostenerse y algunas otras cosas más; ese joven, perteneciente a la izquierda peronista y militante de superficie en una unidad básica (que en lo últimos tiempos había debido volverse “de combate”), hasta hacía pocos meses atrás, tenía por tarea ir a los barrios más carenciados para evaluar qué necesidades en los mismos, había, y organizar a los militantes para ir a prestarle ayuda a sus residentes; es decir, una tarea netamente solidaria que a años luz estaba de la lucha armada; el joven militante de la JOTAPÉ, había tenido que armarse por la represión feroz desplegada por la Triple A que, día a día, aumentaba, y todo esto, ante la inacción total de la conducción nacional de Montoneros, que ante la represión mencionada, había pasado a la clandestinidad y se había negado a enviarle combatientes a los militantes de los frentes de masas para protegerlos, convirtiéndolos así, en carne de cañón; ése fue el motivo por el que muchos de los militantes no armados, empezaron a tomar armas aun contra su voluntad, en un intento de sobrevivir.
   Manuel, que en ese año de 1975 estaba en quinto año de la secundaria y pertenecía a la UES (*), dudó mucho sobre si debía empuñar armas, ya que sentía que hacerlo no le serviría de nada, porque pensaba que si una patota de sicarios te va a buscar, aun si estás armado y lográs herir o matar a alguno, por su superioridad numérica, van a lograr su cometido, de ahí la inutilidad de armarse, pero a la vez, de uno sentir que la caída es inevitable, lo que pretende es caer peleando; aun así, mucho dudó sobre si debía portar el arma que acababa por primera vez, de agarrar, y fue tal el malestar que el portarla, le generó, que tras algunas semanas, decidió deshacerse de ella y en un intento de protegerse, decidió también dejar la UES.
   Las semanas, los meses y los años, pasaron, y muchos de los compañeros de Manuel, fueron secuestrados, torturados y en muchos casos, hechos desaparecer de modo permanente por el estado; él resignadamente aceptó que en cualquier momento le tocaría sufrir lo mismo, ya que sabía que incluso a quienes habían dejado de militar, los iban a buscar, pero nunca era en un cien por ciento de los casos, y así es que, ya para el año 1977, se sentía tranquilo porque asumía que quien a esa altura no había caído, no iba a caer más, pero no tan tranquilo como para pensar siquiera en estudiar en la universidad, por lo militarizada que estaba (el golpe militar había sido el año anterior), de ahí que tras terminar la secundaria, se haya dedicado a trabajar en cualquier cosa; en ese año de 1977, estaba trabajando como empleado en una ferretería.
   Manuel había conocido a una chica llamada Catalina, que tenía su misma edad y un año atrás había llegado a Lomas de Zamora desde Santa Fe, para vivir con unos tíos, a cuya casa sus padres la habían mandado por haber ya sido secuestrados, compañeros de ella pertenecientes a la Juventud Guevarista (centro de estudiantes en el cual, ella, durante algunos meses, militó).
   Catalina también creía a esa altura que se había salvado de caer, fue por eso que, no mucho tiempo atrás, había decidido salir a bares y otros lugares, como no lo había hecho en años, y fue así que se conocieron y fue en ese mismo bar en el que me encontraba en el año 1997, que una noche de junio de 1977, me vi con ella (siendo yo entonces, Manuel), que acababa de decirme que estaba embarazada, lo cual, a pesar de nuestra juventud y precariedad de recursos económicos, a ambos nos puso muy felices.
   Ya habían terminado de comer; Manuel acababa de pagarle al mozo y tanto él como su novia, se disponían a irse, entonces, al negocio entró la policía y empezó a pedirle documentos a los clientes; notando a su novio muy nervioso, Catalina le dijo:
   -Tranquilo; no va a pasar nada.
   Un policía se acercó hasta la mesa de los jóvenes, y al varón le dijo:
   -Documento. 
   Él se lo dio, y tras el represor mirarlo detenidamente, se lo devolvió y el joven se sintió tremendamente aliviado, pero después se lo pidió a Catalina y tras el uniformado, verlo, le dijo:
   -Me va a tener que acompañar.
   Manuel, levantando la voz (cosa muy peligrosa por hacer, frente a uno de esos personajes pertenecientes mayoritariamente a la clase baja, que encuentran en el ingreso a las fuerzas represivas, una salida a su condición de oprimidos para pasar a ser opresores), dijo:
   -¡No!
   Y Catalina, tras tomarlo de una mano, le dijo:
   -Tranquilo tranquilo; no pasa nada; decile a mis tíos que me vayan a buscar a la comisaría.
   Seguidamente la vio salir junto al policía y ser metida a un patrullero.
   Lo más rápido que pudo, se dirigió a la casa de los tíos de Catalina y les contó lo que había pasado, entonces, tras ellos decirle que mejor sería que él no fuera con ellos, porque a la hora de detener gente, las autoridades tienen preferencia por los jóvenes, fueron a buscarla a la comisaría correspondiente al área en el que se encontraba el bar al que habían ido, pero les dijeron que ahí no estaba; después fueron a otra comisaría, después, a otra y a otra; en todas, lo mismo les decían.
   Los meses pasaron y Catalina no aparecía; ya en 1978, Manuel aceptó que a su novia la habían matado y fue por eso que lamentó no haber tenido un arma consigo aquella trágica noche, ya que si bien, no habría podido salvarla, podría al menos haber matado al policía que le habría de robar a su novia y al hijo de ambos que en su interior, llevaba; lo que habría pasado con su persona tras hacer eso, no le importaba, y fue el dolor extremo por su desaparición, por saber lo terrible que sin dudas, a Catalina le habían hecho, y además, por la culpa de no haber hecho nada para evitar que se la llevaran, que en determinado momento no aguantó más, y se tiró desde el séptimo piso en el que vivía.
   Tras ver a ese joven, que, como ya expresé, era yo en mi existencia material anterior, muerto en el piso, las imágenes que por mi cabeza, pasaban, cesaron, y pude ver de nuevo en el espejo, a mi yo conocido.
   Salí del baño y, tratando de mostrarme tranquilo (lo cual, me fue muuuy difícil), volví a la mesa y cené con Celeste, cuyo rostro, en algún momento tomó la forma del de Catalina, haciéndome eso sentir que ella era la nueva materialización de la que, en mi existencia material anterior, había sido mi novia.
   Al pensar en todo esto, no entiendo cómo logré mantener la calma, ya que lo por mí, visto y sentido, en lo que fueron, apenas instantes que, para mí, equivalieron a varias horas, fue extremadamente conmocionante, pero lo hice.
   Tras terminar de comer, pagué, y nos dispusimos a irnos, pero antes de que nos levantáramos, llegó la policía, que, hasta finales de la década del ‘90, realizaba razzias a gran escala en locales nocturnos (y en la calle) en las que, por absolutamente NINGÚN MOTIVO VÁLIDO, detenía gente; la excusa era la “averiguación de antecedentes” y la no portación de documento nacional de identidad.
   Un policía llegó hasta nuestra mesa y me dijo:
   -Documento.
   Yo se lo di, y al mirar al uniformado, reconocí en él, al mismo policía que en 1977 se había llevado a Catalina; en el año mencionado, el represor del estado era un joven de poco más de veinte años; ese año de 1997, tenía poco más de cuarenta, pero a pesar del cambio en su apariencia producto del paso del tiempo, ninguna dude tuve de quién era.
   Tras mirarlo, el policía me devolvió el documento y le pidió el suyo a Celeste, entonces yo guardé mi DNI en un bolsillo y al hacerlo, en el mismo sentí un revólver que, por motivos por mí, desconocidos, en ese lugar se había materializado; inmediatamente supe qué era lo que debía hacer con ese hijo de re mil puta: MATARLO.
   Con una mano dentro del bolsillo, le saqué el seguro al revólver, lo amartillé y me dispuse a abrir fuego contra el policía, pero no hizo falta, porque justo en ese momento, un reflector muy pesado que se encontraba colgado del techo, cuya función era la de iluminar al pequeño escenario situado cerca de nosotros, en el que dos veces por semana, algún músico hacía una presentación, cayó sobre él, causándole la muerte; en ese mismo momento, el revólver que desde dentro de un bolsillo, yo empuñaba, se desmaterializó.
   A los pocos segundos del hecho, agarré el DNI de Celeste, que había quedado en el piso, se lo di, y salimos del negocio; una vez en la calle, en medio del frío de la noche, para mi enorme alegría, Celeste me dijo que estaba embarazada.
   Dudé en si debía contarle lo que había vivido esa noche en el bar, ya que asumí que lo más probable era que no me creyera, de todas formas, ninguna falta hizo, porque días después, ella experimentó algo similar a lo que yo experimenté, y comprendimos entonces que la vida nos había dado la oportunidad de continuar lo que en nuestra existencia material anterior, por motivos ajenos a nuestra voluntad, había quedado inconcluso.


(*) Unión de Estudiantes Secundarios.

miércoles, 24 de abril de 2024

María Clara: sublime violencia (cuento) (capítulo 6) - Martín Rabezzana

-Palabras: 3.086-
1978.

   Los combatientes de las organizaciones revolucionarias habían sido ya casi todos, secuestrados por el estado, torturados, asesinados, y en muchos casos, hechos desaparecer, y los que no habían terminado así, estaban mayoritariamente fuera del país; una de las excepciones era María Clara Tauber, que, aun sabiendo lo tremendamente peligroso para ella que era quedarse, había decidido hacerlo para seguir combatiendo a los represores institucionales, y a esa altura sus hazañas (de las que este autor, hasta el momento, contó solamente algunas) eran tantas y tan extraordinarias, que hasta había quienes dudaban de su existencia, ya que la creían una figura legendaria, pero María Clara, existía, y la cúpula montonera, que en los años previos, por la represión estatal extrema en curso, había emigrado del país, realizó el año ya mencionado, un viaje relámpago a la Argentina para resolver ciertas cuestiones, y sabiendo de los hechos de contrarrepresión que la ya nombrada combatiente, había realizado en 1975, en 1976, en 1977 y hasta incluso en ese año de 1978 (por orden de la conducción, en algunos casos, y en otros, por iniciativa propia), quiso conocerla; ella, al compañero que le hizo llegar el pedido de reunión, primero le dijo que no tenía interés en conocer a los jefes montoneros, ya que ningún aprecio les tenía, pero después, tras un poco de insistencia de su interlocutor, accedió, y así fue que, unos días después, tomó un micro rumbo a la costa atlántica, dado que en esa área tendría lugar el encuentro.

Villa Gesell; mes de mayo.

   Una tarde no muy fría, María Clara llegó a la playa; tras caminar un rato junto al mar, se acercó a una zona de médanos, dispuso una lona en la arena, se sentó, y mientras dirigía su mirada melancólica a las olas, esperó la llegada del montonero que debía pasar a buscarla.
   Eran las tres y media; la playa estaba desierta.
   Durante la espera, la joven rememoró los días en que estuvo con Ulises y Elena; recordó cuando ellos la salvaron de la patota de sicarios de las Tres A; recordó los actos de contrarrepresión que junto a ellos (y otros compañeros), realizó; recordó también el último hecho que, semanas atrás, había realizado; el mismo había ocurrido un jueves, poco después de las 20:00 horas, en circunstancias en que dos policías, evidenciando un sentir de impunibilidad absoluto, conversaban desvergonzadamente en un bar en el que ella se encontraba sola en calidad de cliente, sobre un operativo de allanamiento clandestino y secuestro de personas, del que habían participado junto al ejército, en una vivienda situada (no muy lejos de donde entonces estaban) en Brandsen 458, Ciudad de Quilmes; la casa era muy importante, pertenecía a una mecenas millonaria que, no mucho tiempo atrás, se la había prestado a unos jóvenes bohemios para que la convirtieran en residencia de artistas, de ahí que en la misma, hubiera muchos instrumentos musicales que, tras secuestrar del lugar a varias personas, tanto los milicos como los policías, procedieron a sustraer, junto con toda una serie de otras cosas como ser: vajilla, manteles, muebles, televisores, ropa, cortinas, etcétera; uno de los uniformados le dijo a su compañero, que era una suerte que le hubiera tocado participar de ese operativo, porque su hijo le había recientemente manifestado que quería empezar a tocar la guitarra eléctrica, y como las mismas son muy caras, no había podido comprársela, pero ahora tenía una muy linda para regalarle en su cumpleaños.
   Al escuchar lo recién expuesto, María Clara tuvo ganas de irse del bar cuanto antes, pero pensó que sería sospechoso y que por eso, le convenía quedarse un rato más; así lo hizo, y cuando ambos policías, previo a salir del negocio, pasaron al baño, pagó su consumición, salió, y una vez fuera, se acercó al patrullero estacionado de los represores, que tenía una de sus ventanillas traseras, baja, y tras asegurarse de que nadie la viera, metió una mano en el interior del vehículo, destrabó la puerta correspondiente a la ventanilla ya mencionada, la abrió, al auto ingresó, y se acomodó en el piso; pensó en sacarse la campera para ponérsela sobre la cabeza y así, ocultarse, pero no lo hizo porque al mirar atrás, vio una manta oscura frente a la luneta, que mejor le serviría a su fin pretendido; minutos después, sin advertir la presencia de la joven, los policías subieron al coche y, tras escuchar la puesta en marcha del motor, María Clara se destapó y, con su revólver Taurus de alto calibre, le dio un tiro en la nuca al conductor; su compañero, totalmente horrorizado, gritó, la vio, y fue entonces que la combatiente le dio un tiro en pleno rostro que, al igual que al otro uniformado, le causó de inmediato la muerte.
   Ya consumado el hecho de sangre, María Clara salió del vehículo por la puerta situada a su izquierda y después abrió la puerta del conductor muerto, cuyo cuerpo, tras dicha apertura, cayó a la calle; ingresó de nuevo al auto y desde el asiento del conductor, abrió la puerta del acompañante para empujar hacia fuera del vehículo, al cuerpo del otro policía; una vez logrado su cometido, volvió a cerrar la puerta y a velocidad media, se fue manejando el patrullero hasta una zona cercana a la estación de Bernal; en una calle desierta dejó abandonado el vehículo para seguidamente ir caminando hasta la mencionada estación y tomarse un tren.
   Este tipo de hechos había convertido a María Clara en una de las personas más buscadas por las autoridades del país, que fundamentarían la urgente necesidad de su captura, en el peligro que constituía para el “pueblo”, sin tener en cuenta que antes de que el estado intentara secuestrarla, la joven, más lejos no podía estar de constituir un peligro para alguien; debió volverse peligrosa, para seguir viva, de ahí que ella, así como muchos otros combatientes, fuera violencia extrema, sí, pero de ningún modo, autogenerada, ya que su violencia había sido generada por la violencia del estado.
   Así como recordó los hechos trágicos vividos en los últimos años, también rememoró los momentos felices; en esos tiempos, el sólo hecho de reunirse en algún lugar para festejar el cumpleaños de algún combatiente o de alguno de sus hijos, implicaba un peligro extremo que hacía que la felicidad inevitable que dichos festejos, producía, fuera como un objeto que, de contrabando se infiltraba en sus vidas, y ese carácter subrepticio de la positividad, la intensificaba exponencialmente y hacía a quienes la experimentaban, vivir al máximo, y cuando alguien, al máximo vive, el existencialismo brilla por su ausencia, ya que ninguna duda hay de que las cosas tienen sentido, para aquellos cuyas vidas, son por ellos, al máximo vividas.
   No obstante el nulo arrepentimiento de haber emprendido el camino que todavía transitaba, por supuesto que habría querido que las cosas fueran de otra manera, pero cuando las opciones son: matar o morir, la segunda, casi que no es opción en absoluto, de ahí la convicción de que lo que había hecho, era lo único posible para ella, por hacer, sin embargo… seguía imaginando cómo sería su vida si no se hubiera metido en política… seguramente llevaría una existencia ordinaria exenta de carencias materiales tanto como de grandes lujos, propia de la clase media, compuesta por momentos de alegría y drama, pero sobretodo, por un largo aburrimiento que devendría inevitablemente en un hastío que a la mayor parte de su tiempo, invadiría; probablemente nada demasiado intenso se presentaría con asiduidad en ese tipo de vida, que más que “vida”, bien podría denominarse un lento y pesado transcurrir en un lugar destinado únicamente al cumplimiento de funciones biológicas, que, serán de utilidad para la especie, pero totalmente inútiles son, para sus individuos que pretendan encontrar un sentido en las cosas que los haga sentir que lo malo por lo que se atraviesa, es el camino conducente a algo bueno; esa convicción teleológica que necesariamente se da en quienes, intensamente viven, es casi imposible que se dé, en quienes al mínimo, viven; fue al concienciar todo esto que aceptó su destino y plenamente asumió que, de poder volver atrás en el tiempo, volvería a amar como amó, a odiar como odió, a reír como río, a llorar como lloró, y a vivir como vivió.

Insubordinación y valor || Por todos los compañeros caídos

   Hacía casi una hora que la combatiente esperaba; la espera, lejos de impacientarla, la llenó de una calma casi absoluta que mantendría durante la mayor parte del resto del día.
   En determinado momento, un joven de barba se le acercó y le preguntó:
   -¿María Clara?
   -Sí -respondió ella; tras lo cual, se levantó y junto a él, subió al auto en el que el muchacho había llegado.
   No intercambiaron palabras en los pocos minutos que duró el viaje hasta una ruta en la que el conductor, tras no mucho tiempo de transitarla, frenó de pronto en la banquina, y al pasar un auto que iba en dirección contraria, que también frenó en la banquina, no muy lejos del vehículo en que ellos estaban, le dijo a la joven:
   -Ahora tenés que seguir en ese auto de allá; chau.
   -Chau -respondió ella.
   María Clara bajó del auto en el que estaba y subió al otro que la esperaba, que, al igual que el anterior, también transitó durante poco tiempo a no muy alta velocidad, antes de también frenar en la banquina, y al también frenar en la misma, un auto que transitaba en la dirección contraria, el conductor a su lado, le dijo:
   -Tu viaje sigue en ese auto; chau.
   -Chau- respondió la mujer -y volvió a bajar y a subir al otro auto que la condujo hasta una zona semirural.
   En cierto momento, en un camino de tierra, el conductor frenó y a la joven le dijo:
   -Ahora tenés que seguir sola; la casa queda a unos 600 metros para allá -y señaló en determinada dirección -; es la única casa que hay por acá, así que, la vas a ver seguro; chau -le dijo.
   -Chau -respondió la combatiente.
   María Clara bajó del vehículo y caminó hasta la casa, que se encontraba en un área boscosa.
   La vivienda era de dos plantas y parecía abandonada; al acercarse a la misma, de distintas direcciones, salieron once combatientes (siete varones y cuatro mujeres) con armas en la cintura que, por estar esperándola, ni le preguntaron quién era; simplemente la saludaron (con enorme admiración, ya que a esa altura, la guerrillera rosarina tenía un estatus legendario) y uno de ellos le preguntó si estaba armada.
   -Sí; tengo un revólver en la cintura.
   Entonces el montonero le dijo:
   -Dámeló; cuando salgas te lo devuelvo.
   María Clara se lo dio, él se lo puso sobre su propia cintura, y otro montonero dijo:
   -Te pido disculpas, pero igual tenemos que registrarte.
   La combatiente dijo:
   -Está bien -y levantó ambos brazos.
   Entonces una de las guerrilleras la palpó de armas y tras constatar que ninguna otra arma, tenía, uno de los combatientes (el mismo al que ella le había dado su arma), le dijo:
   -Seguime.
   Y ella lo siguió hasta el piso superior de la casa de dos plantas en el cual, estaban los tres máximos líderes de Montoneros, es decir: Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja.
   Tras golpear a la puerta y decir: “Llegó María Clara”, la abrió, y tras la joven trasponerla, el combatiente la cerró y se quedó en carácter de guardia en el pasillo.
   El primero en acercársele fue Firmenich, que intentó saludarla con un beso, pero María Clara hizo la cara a un lado y le extendió la mano; así fue también que saludó a los otros dos jefes de “la orga”; después fue invitada a sentarse a una mesa; de un lado se sentó ella, enfrente se sentaron los tres líderes montoneros.
   Roberto Perdía le dijo:
   -María Clara… es realmente increíble todo lo que hiciste en estos años; ¡sos la combatiente perfecta!
   Fernando Vaca Narvaja, dijo:
   -Por tu valor, deberías tener un alto grado en nuestro ejército, y bien sabés que te lo ofrecimos, pero nunca quisiste aceptarlo; me gustaría saber por qué.
   A lo que la mujer, respondió:
   -No tengo interés en tener mando… me hice combatiente para sobrevivir, pero no soy montonera; estoy en montoneros, que no es lo mismo.
   Su declaración incomodó visiblemente a los tres hombres; Perdía preguntó:
   -¿Y qué sos?
   -Soy anarquista.
   Tras algunos segundos de silencio, Firmenich le preguntó:
   -¿Querés tomar algo? ¿Un café, una gaseosa, un vino?
   -No; por ahora no; gracias.
   Firmenich, alias “Pepe”, le dijo:
   -Bueno... mirá María Clara: además de para felicitarte por lo heroico de tus acciones, queríamos verte para informarte personalmente sobre lo que pensamos hacer dentro de un tiempo;… ahora se viene el mundial de fútbol, y las acciones de sabotaje que pensamos realizar, si bien van a desgastar a la dictadura, no serán suficientes para hacerla caer, pero las acciones que tenemos planeado realizar el año que viene, sí que la pondrán de rodillas;… como sabrás, muchos combatientes están en el exterior, y desde ahí los estamos preparando para volver al país y realizar una contraofensiva que nos dará una victoria segura; a la misma pretendemos que te sumes.
   La combatiente dijo:
   -¿”Victoria segura"?… ¿Es un chiste?… ¡Si quedan re pocos montoneros, y casi ningún combatiente de otras organizaciones!… Todos los que fueron mis compañeros a lo largo de estos años, están muertos; quedo yo nomás.
   Perdía dijo:
   -Bueno… en realidad, en el exterior hay bastantes más combatientes de los que vos te imaginás, y con acciones coordinadas que ya estamos programando, el golpe que le vamos a asestar a la dictadura, va a ser para ella, mortal, entonces el pueblo nos reconocerá como salvadores de la patria.
   María Clara hizo un gesto de resignada tristeza, al constatar lo evidentemente lejanos de la realidad que estaban los tres hombres frente a ella; segundos después, les preguntó:
   -¿Por qué no protegieron a los militantes de los frentes de masas?
   Vaca Narvaja dijo:
   -Porque las operaciones militares que dispusimos, requerían de todos los combatientes, y las mismas tenían por objetivo, neutralizar la capacidad ofensiva del enemigo; al ésta ser neutralizada, los militantes de los frentes, podrían estar seguros.
   La mujer dijo:
   -Pero la cosa no se dio así… casi todos cayeron como moscas.
   Perdía dijo:
   -Es verdad; las cosas no salieron como habíamos planeado, ya que el despliegue ofensivo del enemigo, fue mucho mayor que el que suponíamos que sería.
   Tras varios segundos, María Clara dijo:
   -Yo creo que ustedes dispusieron que los militantes desarmados quedaran desprotegidos, para que no tuvieran más opción que la de hacerse guerrilleros, ya que sólo de ese modo, podrían tener posibilidades de sobrevivir, y eso equivalió a obligarlos a meterse en la lucha armada, lo cual, me parece repudiable.
   Firmenich rápidamente dijo:
   -Estás equivocada; nosotros no obligamos a nadie a meterse en la lucha por la liberación nacional; cada persona que integra Montoneros, lo hace por convicción.
   Entonces la combatiente, levantando levemente la voz, dijo:
   -¡Mentira!… Yo, como ya expresé, me uní a Montoneros para sobrevivir, y no fui la única que por eso, se hizo combatiente; yo jamás creí en ustedes ni en su causa, y el hecho de que se hayan ido del país, en vez de quedarse para combatir a los represores, como sí lo hicimos tantos de nosotros, demuestra que siempre trataron a sus propios militantes, como objetos descartables.
   A lo que Firmenich, respondió:
   -María Clara:… entiendo que estés dolida por todo lo que pasaste durante estos años, pero es obvio que no estás comprendiendo la complejidad de la situación;… respecto a nuestra salida del país, te digo lo siguiente: estuvimos durante mucho tiempo pensando en qué se debería hacer, si el estado empezaba a reprimir a mucha mayor escala de lo que lo venía haciendo, y se resolvió que, en tal caso, lo más conveniente sería que la conducción, emigrara, ya que sin conductores, ningún vehículo va a ninguna parte, y esto no fue una decisión unilateral nuestra, dado que fue sometido a votación, y la mayoría de los militantes montoneros, votó a favor de que así se hiciera.
   Y con un tono calmo, María Clara dijo:
   -Sí… me acuerdo de la votación... ...yo voté en contra… -Y tras algunos instantes que transcurrieron en medio de una tensa calma, la joven dijo: -Ahora sí tengo ganas de tomar algo; cualquier gaseosa, estaría bien.
   Entonces Fernando Vaca Narvaja se acercó a la puerta, y al combatiente que estaba detrás de la misma, le pidió que llevara cuatro vasos y una botella de litro de alguna gaseosa; éste, así lo hizo, y fue que cuando el joven (que era el mismo al que María Clara le había entregado su arma que en ese momento, llevaba a la altura de la cintura) dispuso sobre la mesa, la bandeja en que llevaba los vasos y la botella, la anarquista le sacó el revólver, se levantó, y le dijo que se pusiera junto a sus jefes; el muchacho se puso a la izquierda de Roberto Perdía mientras la joven, sin apuntarlos, sostenía el arma frente a los tres líderes montoneros que en ese momento, se encontraban de pie, ya que al ver a la combatiente sacarle el arma a su subalterno, se levantaron inmediatamente de sus sillas; Perdía le dijo:
   -¿Qué hacés, María?
   Vaca Narvaja, con tono entre amenazante y conciliador, dijo:
   -Pensá mejor lo que vas a hacer, porque…
   Y Firmenich, dijo:
   -Nena… tranquila; no sé por qué te ponés así, pero te digo que…
   Entonces bastó un acercamiento de la mano de alguno de los jefes guerrilleros, a un bolsillo de su pantalón, en un intento inequívoco de sacar un arma, para que María Clara levantara su revólver de siete tiros y disparara tres veces contra ellos, lo cual, los hizo inmediatamente caer al suelo; el primer impactado fue Firmenich, que estaba a la izquierda desde la óptica de la guerrillera; el segundo, Vaca Narvaja, que de los tres jefes, era el que estaba en el medio, y finalmente, Perdía; tras los tres líderes guerrilleros, caer, María Clara fue hasta detrás de la mesa que los separaba, por el lado izquierdo, que era el opuesto a aquel en el que estaba el guerrillero al que le había sacado el arma, que, muy nervioso, contemplaba la escena, y le disparó nuevamente a cada uno de ellos.
   A los tres jefes montoneros, María Clara, mató.

   A su revólver le quedaba una bala.