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Los combatientes
de las organizaciones revolucionarias habían sido ya casi todos,
secuestrados por el estado, torturados, asesinados, y en muchos
casos, hechos desaparecer, y los que no habían terminado así,
estaban mayoritariamente fuera del país; una de las excepciones era
María Clara Tauber, que, aun sabiendo lo tremendamente peligroso
para ella que era quedarse, había decidido hacerlo para seguir
combatiendo a los represores institucionales, y a esa altura sus
hazañas (de las que este autor, hasta el momento, contó solamente
algunas) eran tantas y tan extraordinarias, que hasta había quienes
dudaban de su existencia, ya que la creían una figura legendaria,
pero María Clara, existía, y la cúpula montonera, que en los años
previos, por la represión estatal extrema en curso, había emigrado
del país, realizó el año ya mencionado, un viaje relámpago a la
Argentina para resolver ciertas cuestiones, y sabiendo de los hechos
de contrarrepresión que la ya nombrada combatiente, había realizado
en 1975, en 1976, en 1977 y hasta incluso en ese año de 1978 (por
orden de la conducción, en algunos casos, y en otros, por iniciativa
propia), quiso conocerla; ella, al compañero que le hizo llegar
el pedido de reunión, primero le dijo que no tenía interés en
conocer a los jefes montoneros, ya que ningún aprecio les tenía,
pero después, tras un poco de insistencia de su interlocutor,
accedió, y así fue que, unos días después, tomó un micro rumbo a
la costa atlántica, dado que en esa área tendría lugar el
encuentro.
Villa Gesell; mes
de mayo.
Una tarde no muy
fría, María Clara llegó a la playa; tras caminar un rato junto al
mar, se acercó a una zona de médanos, dispuso una lona en la
arena, se sentó, y mientras dirigía su mirada melancólica a las
olas, esperó la llegada del montonero que debía pasar a buscarla.
Eran las tres y
media; la playa estaba desierta.
Durante la
espera, la joven rememoró los días en que estuvo con Ulises y
Elena; recordó cuando ellos la salvaron de la patota de sicarios de
las Tres A; recordó los actos de contrarrepresión que junto a ellos
(y otros compañeros), realizó; recordó también el último hecho
que, semanas atrás, había realizado; el
mismo había ocurrido un jueves, poco después de las 20:00 horas, en
circunstancias en que dos policías, evidenciando un sentir de
impunibilidad absoluto, conversaban desvergonzadamente en un bar en
el que ella se encontraba sola en calidad de cliente, sobre un
operativo de allanamiento clandestino y secuestro de personas, del
que habían participado junto al ejército, en una vivienda situada
(no muy lejos de donde entonces estaban) en Brandsen 458, Ciudad de
Quilmes; la casa era muy importante, pertenecía a una mecenas
millonaria que, no mucho tiempo atrás, se la había prestado a unos
jóvenes bohemios para que la convirtieran en residencia de
artistas, de ahí que en la misma, hubiera muchos instrumentos
musicales que, tras secuestrar del lugar a varias personas, tanto los
milicos como los policías, procedieron a sustraer, junto con toda
una serie de otras cosas como ser: vajilla, manteles, muebles,
televisores, ropa, cortinas, etcétera; uno de los uniformados le
dijo a su compañero, que era una suerte que le hubiera tocado
participar de ese operativo, porque su hijo le había recientemente
manifestado que quería empezar a tocar la guitarra eléctrica, y
como las mismas son muy caras, no había podido comprársela, pero
ahora tenía una muy linda para regalarle en su cumpleaños.
Al escuchar lo
recién expuesto, María Clara tuvo ganas de irse del bar cuanto
antes, pero pensó que sería sospechoso y que por eso, le convenía
quedarse un rato más; así lo hizo, y cuando ambos policías, previo
a salir del negocio, pasaron al baño, pagó su consumición, salió, y una
vez fuera, se acercó al patrullero estacionado de los represores,
que tenía una de sus ventanillas traseras, baja, y tras asegurarse
de que nadie la viera, metió una mano en el interior del vehículo,
destrabó la puerta correspondiente a la ventanilla ya mencionada, la
abrió, al auto ingresó, y se acomodó en el piso; pensó en sacarse
la campera para ponérsela sobre la cabeza y así, ocultarse, pero no
lo hizo porque al mirar atrás, vio una manta oscura frente a la
luneta, que mejor le serviría a su fin pretendido; minutos después,
sin advertir la presencia de la joven, los policías subieron al
coche y, tras escuchar la puesta en marcha del motor, María Clara se
destapó y, con su revólver Taurus de alto calibre, le dio un tiro
en la nuca al conductor; su compañero, totalmente horrorizado,
gritó, la vio, y fue entonces que la combatiente le dio un tiro en
pleno rostro que, al igual que al otro uniformado, le causó de
inmediato la muerte.
Ya consumado el
hecho de sangre, María Clara salió del vehículo por la puerta
situada a su izquierda y después abrió la puerta del conductor
muerto, cuyo cuerpo, tras dicha apertura, cayó a la calle; ingresó
de nuevo al auto y desde el asiento del conductor, abrió la puerta
del acompañante para empujar hacia fuera del vehículo, al cuerpo
del otro policía; una vez logrado su cometido, volvió a cerrar la
puerta y a velocidad media, se fue manejando el patrullero hasta una
zona cercana a la estación de Bernal; en una calle desierta dejó
abandonado el vehículo para seguidamente ir caminando hasta la
mencionada estación y tomarse un tren.
Este tipo de
hechos había convertido a María Clara en una de las personas más
buscadas por las autoridades del país, que fundamentarían la
urgente necesidad de su captura, en el peligro que constituía para
el “pueblo”, sin tener en cuenta que antes de que el estado
intentara secuestrarla, la joven, más lejos no podía estar de
constituir un peligro para alguien; debió volverse peligrosa, para
seguir viva, de ahí que ella, así como muchos otros combatientes,
fuera violencia extrema, sí, pero de ningún modo, autogenerada, ya
que su violencia había sido generada por la violencia del estado.
Así como recordó
los hechos trágicos vividos en los últimos años, también rememoró
los momentos felices; en esos tiempos, el sólo hecho de reunirse en
algún lugar para festejar el cumpleaños de algún combatiente o de
alguno de sus hijos, implicaba un peligro extremo que hacía que la
felicidad inevitable que dichos festejos, producía, fuera como un
objeto que, de contrabando se infiltraba en sus vidas, y ese carácter
subrepticio de la positividad, la intensificaba exponencialmente y
hacía a quienes la experimentaban, vivir al máximo, y cuando
alguien, al máximo vive, el existencialismo brilla por su ausencia,
ya que ninguna duda hay de que las cosas tienen sentido, para
aquellos cuyas vidas, son por ellos, al máximo vividas.
No obstante el
nulo arrepentimiento de haber emprendido el camino que todavía
transitaba, por supuesto que habría querido que las cosas fueran de
otra manera, pero cuando las opciones son: matar o morir, la segunda,
casi que no es opción en absoluto, de ahí la convicción de que lo
que había hecho, era lo único posible para ella, por hacer, sin
embargo… seguía imaginando cómo sería su vida si no se hubiera
metido en política… seguramente llevaría una existencia ordinaria
exenta de carencias materiales tanto como de grandes lujos, propia de
la clase media, compuesta por momentos de alegría y drama, pero
sobretodo, por un largo aburrimiento que devendría inevitablemente
en un hastío que a la mayor parte de su tiempo, invadiría;
probablemente nada demasiado intenso se presentaría con asiduidad en
ese tipo de vida, que más que “vida”, bien podría denominarse
un lento y pesado transcurrir en un lugar destinado únicamente al
cumplimiento de funciones biológicas, que, serán de utilidad para
la especie, pero totalmente inútiles son, para sus individuos que
pretendan encontrar un sentido en las cosas que los haga sentir que
lo malo por lo que se atraviesa, es el camino conducente a algo
bueno; esa convicción teleológica que necesariamente se da en
quienes, intensamente viven, es casi imposible que se dé, en quienes
al mínimo, viven; fue al concienciar todo esto que aceptó su
destino y plenamente asumió que, de poder volver atrás en el
tiempo, volvería a amar como amó, a odiar como odió, a reír como río, a llorar como lloró, y a vivir como vivió.
Insubordinación y valor || Por todos los compañeros caídos
Hacía casi una
hora que la combatiente esperaba; la espera, lejos de impacientarla,
la llenó de una calma casi absoluta que mantendría durante la mayor
parte del resto del día.
En determinado
momento, un joven de barba se le acercó y le preguntó:
-¿María Clara?
-Sí -respondió
ella; tras lo cual, se levantó y junto a él, subió al auto en el
que el muchacho había llegado.
No intercambiaron
palabras en los pocos minutos que duró el viaje hasta una ruta en la
que el conductor, tras no mucho tiempo de transitarla, frenó de
pronto en la banquina, y al pasar un auto que iba en dirección
contraria, que también frenó en la banquina, no muy lejos del
vehículo en que ellos estaban, le dijo a la joven:
-Ahora tenés que
seguir en ese auto de allá; chau.
-Chau -respondió
ella.
María Clara bajó
del auto en el que estaba y subió al otro que la esperaba, que, al
igual que el anterior, también transitó durante poco tiempo a no
muy alta velocidad, antes de también frenar en la banquina, y al
también frenar en la misma, un auto que transitaba en la dirección
contraria, el conductor a su lado, le dijo:
-Tu viaje sigue
en ese auto; chau.
-Chau- respondió
la mujer -y volvió a bajar y a subir al otro auto que la condujo
hasta una zona semirural.
En cierto
momento, en un camino de tierra, el conductor frenó y a la joven le
dijo:
-Ahora tenés que
seguir sola; la casa queda a unos 600 metros para allá -y señaló
en determinada dirección -; es la única casa que hay por acá, así
que, la vas a ver seguro; chau -le dijo.
-Chau -respondió
la combatiente.
María Clara bajó
del vehículo y caminó hasta la casa, que se encontraba en un área
boscosa.
La vivienda era
de dos plantas y parecía abandonada; al acercarse a la misma, de
distintas direcciones, salieron once combatientes (siete varones y
cuatro mujeres) con armas en la cintura que, por estar esperándola,
ni le preguntaron quién era; simplemente la saludaron (con enorme
admiración, ya que a esa altura, la guerrillera rosarina tenía un
estatus legendario) y uno de ellos le preguntó si estaba armada.
-Sí; tengo un
revólver en la cintura.
Entonces el
montonero le dijo:
-Dámeló; cuando
salgas te lo devuelvo.
María Clara se
lo dio, él se lo puso sobre su propia cintura, y otro montonero
dijo:
-Te pido
disculpas, pero igual tenemos que registrarte.
La combatiente
dijo:
-Está bien -y
levantó ambos brazos.
Entonces una de
las guerrilleras la palpó de armas y tras constatar que ninguna otra
arma, tenía, uno de los combatientes (el mismo al que ella le había
dado su arma), le dijo:
-Seguime.
Y ella lo siguió
hasta el piso superior de la casa de dos plantas en el cual, estaban
los tres máximos líderes de Montoneros, es decir: Mario Firmenich,
Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja.
Tras golpear a la
puerta y decir: “Llegó María Clara”, la abrió, y tras la
joven trasponerla, el combatiente la cerró y se quedó en carácter
de guardia en el pasillo.
El primero en
acercársele fue Firmenich, que intentó saludarla con un beso, pero
María Clara hizo la cara a un lado y le extendió la mano; así fue
también que saludó a los otros dos jefes de “la orga”; después
fue invitada a sentarse a una mesa; de un lado se sentó ella,
enfrente se sentaron los tres líderes montoneros.
Roberto Perdía
le dijo:
-María Clara…
es realmente increíble todo lo que hiciste en estos años; ¡sos la
combatiente perfecta!
Fernando Vaca
Narvaja, dijo:
-Por tu valor,
deberías tener un alto grado en nuestro ejército, y bien sabés que
te lo ofrecimos, pero nunca quisiste aceptarlo; me gustaría saber
por qué.
A lo que la
mujer, respondió:
-No tengo interés
en tener mando… me hice combatiente para sobrevivir, pero no soy
montonera; estoy en montoneros, que no es lo mismo.
Su declaración
incomodó visiblemente a los tres hombres; Perdía preguntó:
-¿Y qué sos?
-Soy anarquista.
Tras algunos
segundos de silencio, Firmenich le preguntó:
-¿Querés tomar
algo? ¿Un café, una gaseosa, un vino?
-No; por ahora
no; gracias.
Firmenich, alias
“Pepe”, le dijo:
-Bueno... mirá
María Clara: además de para felicitarte por lo heroico de tus
acciones, queríamos verte para informarte personalmente sobre lo que
pensamos hacer dentro de un tiempo;… ahora se viene el mundial de
fútbol, y las acciones de sabotaje que pensamos realizar, si bien
van a desgastar a la dictadura, no serán suficientes para hacerla
caer, pero las acciones que tenemos planeado realizar el año que
viene, sí que la pondrán de rodillas;… como sabrás, muchos
combatientes están en el exterior, y desde ahí los estamos
preparando para volver al país y realizar una contraofensiva que
nos dará una victoria segura; a la misma pretendemos que te sumes.
La combatiente
dijo:
-¿”Victoria
segura"?… ¿Es un chiste?… ¡Si quedan re pocos montoneros, y
casi ningún combatiente de otras organizaciones!… Todos los que
fueron mis compañeros a lo largo de estos años, están muertos;
quedo yo nomás.
Perdía dijo:
-Bueno… en
realidad, en el exterior hay bastantes más combatientes de los que
vos te imaginás, y con acciones coordinadas que ya estamos
programando, el golpe que le vamos a asestar a la dictadura, va a ser
para ella, mortal, entonces el pueblo nos reconocerá como salvadores
de la patria.
María Clara hizo
un gesto de resignada tristeza, al constatar lo evidentemente lejanos
de la realidad que estaban los tres hombres frente a ella; segundos
después, les preguntó:
-¿Por qué no
protegieron a los militantes de los frentes de masas?
Vaca Narvaja
dijo:
-Porque las
operaciones militares que dispusimos, requerían de todos los
combatientes, y las mismas tenían por objetivo, neutralizar la
capacidad ofensiva del enemigo; al ésta ser neutralizada, los
militantes de los frentes, podrían estar seguros.
La mujer dijo:
-Pero la cosa no
se dio así… casi todos cayeron como moscas.
Perdía dijo:
-Es verdad; las
cosas no salieron como habíamos planeado, ya que el despliegue
ofensivo del enemigo, fue mucho mayor que el que suponíamos que
sería.
Tras varios
segundos, María Clara dijo:
-Yo creo que
ustedes dispusieron que los militantes desarmados quedaran
desprotegidos, para que no tuvieran más opción que la de hacerse
guerrilleros, ya que sólo de ese modo, podrían tener posibilidades
de sobrevivir, y eso equivalió a obligarlos a meterse en la lucha
armada, lo cual, me parece repudiable.
Firmenich
rápidamente dijo:
-Estás
equivocada; nosotros no obligamos a nadie a meterse en la lucha por
la liberación nacional; cada persona que integra Montoneros, lo
hace por convicción.
Entonces la
combatiente, levantando levemente la voz, dijo:
-¡Mentira!…
Yo, como ya expresé, me uní a Montoneros para sobrevivir, y no fui
la única que por eso, se hizo combatiente; yo jamás creí en
ustedes ni en su causa, y el hecho de que se hayan ido del país, en
vez de quedarse para combatir a los represores, como sí lo hicimos
tantos de nosotros, demuestra que siempre trataron a sus propios
militantes, como objetos descartables.
A lo que
Firmenich, respondió:
-María Clara:…
entiendo que estés dolida por todo lo que pasaste durante estos
años, pero es obvio que no estás comprendiendo la complejidad de la
situación;… respecto a nuestra salida del país, te digo lo
siguiente: estuvimos durante mucho tiempo pensando en qué se debería
hacer, si el estado empezaba a reprimir a mucha mayor escala de lo
que lo venía haciendo, y se resolvió que, en tal caso, lo más
conveniente sería que la conducción, emigrara, ya que sin
conductores, ningún vehículo va a ninguna parte, y esto no fue una
decisión unilateral nuestra, dado que fue sometido a votación, y la
mayoría de los militantes montoneros, votó a favor de que así se
hiciera.
Y con un tono
calmo, María Clara dijo:
-Sí… me
acuerdo de la votación... ...yo voté en contra… -Y tras algunos
instantes que transcurrieron en medio de una tensa calma, la joven
dijo: -Ahora sí tengo ganas de tomar algo; cualquier gaseosa,
estaría bien.
Entonces Fernando
Vaca Narvaja se acercó a la puerta, y al combatiente que estaba
detrás de la misma, le pidió que llevara cuatro vasos y una botella
de litro de alguna gaseosa; éste, así lo hizo, y fue que cuando el
joven (que era el mismo al que María Clara le había entregado su
arma que en ese momento, llevaba a la altura de la cintura) dispuso
sobre la mesa, la bandeja en que llevaba los vasos y la botella, la
anarquista le sacó el revólver, se levantó, y le dijo que se
pusiera junto a sus jefes; el muchacho se puso a la izquierda de
Roberto Perdía mientras la joven, sin apuntarlos, sostenía el arma
frente a los tres líderes montoneros que en ese momento, se
encontraban de pie, ya que al ver a la combatiente sacarle el arma a
su subalterno, se levantaron inmediatamente de sus sillas; Perdía le
dijo:
-¿Qué hacés,
María?
Vaca Narvaja, con
tono entre amenazante y conciliador, dijo:
-Pensá mejor lo
que vas a hacer, porque…
Y Firmenich,
dijo:
-Nena…
tranquila; no sé por qué te ponés así, pero te digo que…
Entonces bastó
un acercamiento de la mano de alguno de los jefes guerrilleros, a un
bolsillo de su pantalón, en un intento inequívoco de sacar un arma,
para que María Clara levantara su revólver de siete tiros y
disparara tres veces contra ellos, lo cual, los hizo inmediatamente
caer al suelo; el primer impactado fue Firmenich, que estaba a la
izquierda desde la óptica de la guerrillera; el segundo, Vaca
Narvaja, que de los tres jefes, era el que estaba en el medio, y
finalmente, Perdía; tras los tres líderes guerrilleros, caer, María
Clara fue hasta detrás de la mesa que los separaba, por el lado
izquierdo, que era el opuesto a aquel en el que estaba el guerrillero
al que le había sacado el arma, que, muy nervioso, contemplaba la
escena, y le disparó nuevamente a cada uno de ellos.
A los tres jefes montoneros, María Clara, mató.
A su revólver le
quedaba una bala.