domingo, 12 de diciembre de 2021

Noche/Día/Día/Noche (cuento) - Martín Rabezzana


   Tanto cuando ingreso como cuando salgo de mi trabajo en el sector de limpieza del subterráneo, es por supuesto, de noche, ya que el horario laboral en el mismo, empieza a las cero horas y concluye a las seis, dado que a esas horas el subte no circula, pero me ocurrió una vez, cuando estaba por terminar de trabajar (cosa de las cuatro de la mañana) y me disponía a irme, el ver que las personas empezaban a ingresar al lugar en gran cantidad, lo cual me sorprendió, y más aún cuando el subte llegó y la gente empezó a abordarlo como si fueran las 11 de la mañana; asumí que habría alguna disposición especial de la que yo no estaba enterado para que el transporte funcionara ese día desde más temprano, por lo que no le di al hecho mayor importancia, pero fue que al yo salir a la superficie, el sol brillaba; era de día, y yo, como ya dije, empiezo y concluyo mi trabajo, de noche, por lo que miré el reloj que en una muñeca llevaba y decía que eran las once de la mañana.
   Una vez fuera del subterráneo, me quedé parado mirando a mi alrededor, totalmente extrañado; al rato me dio por volver al subterráneo y todo seguía igual, es decir, el lugar estaba concurrido por mucha gente ya que eran evidentemente, las once de la mañana; volví a salir del subterráneo y mientras subía las escaleras, vi de nuevo frente a mí, al brillo del astro más cercano a la tierra, pero esta vez, sólo a través de su reflejo en la luna, ya que era de noche, entonces miré mi reloj y decía que eran las cuatro de la mañana; no entendiendo qué era lo que estaba pasando, decidí volver a ingresar al subterráneo por el lugar reservado al personal de limpieza (que no es el mismo habilitado para los demás, ya que a esa hora, la entrada pública está cerrada) y me encontré con que seguía siendo de noche, por lo que nadie más que el personal de limpieza en el lugar, había; decidí preguntarle a otros empleados, compañeros míos, qué hora era, y todos me dijeron que eran las cuatro de la mañana, pero en ningún momento les pregunté si algo como lo que acababa de ocurrirme le había también ocurrido a ellos, ya que es obvio qué es lo que habrían pensado de mí, por lo que sin decirles nada a este respecto, los saludé, volví a salir del subterráneo y me encontré otra vez con el sol brillando fuertemente, entonces decidí irme a mi casa, pero al llegar a la esquina, entre las muchas personas que pasaron a mi lado, distinguí a una que se me parecía demasiado, tanto así que no pude evitar dar media vuelta y seguirla; esa persona ingresó en el subterráneo por la entrada reservada al personal del lugar y yo hice lo mismo, entonces me encontré con que era otra vez de noche; me quedé mirando a ese tipo desde cierta distancia, tratando de que no me viera, y escuché que le preguntaba a sus compañeros, empleados del lugar (o sea, a mis compañeros), qué hora era, y le respondieron que eran las cuatro de la mañana, entonces esa persona (que a esa altura ya no pensaba que fuera parecida a mí, sino que era yo mismo), saludó y se fue; volví a seguirla y una vez fuera del subterráneo, advertí que seguía siendo de noche y miré mi reloj, que decía que eran las cuatro de la mañana, que es la hora que correspondía que fuera, entonces, habiendo ya perdido de vista a la otra versión de mí mismo, pensé en volver a mi casa, pero la sorpresa que todo esto me generó, me hizo imposible hacer más de dos cuadras, por lo que rápidamente pegué la vuelta; volví al subterráneo y ahí me quedé un buen rato pensando y repensando en todo lo recientemente vivido sin encontrarle a nada, ningún sentido, y pensando de mí mismo lo que otros pensarían si lo contaba, o sea, que debía estar perdiendo la razón, y cuando casi me convenzo a mí mismo de que así era, otro empleado de limpieza se me acerca y me pregunta la hora; yo le digo casi resignadamente (por asumir que pensaría que de él me estaba burlando):   
   -Son las cuatro de la mañana, pero tal vez sean también las once, ya que en el día de hoy, estas horas parecen darse simultáneamente.
   Nada me respondió e inmediatamente llegó otro empleado que también había salido del subterráneo y rápidamente, al mismo había vuelto a ingresar, y nos preguntó la hora; mi compañero le dijo:
   -Son las cuatro de la mañana y también las once.
   Entonces, tras asentir silenciosamente con un gesto, mientras señalaba al reloj pulsera que llevaba, dijo:
   Aaaahh! ¡Ya me parecía!... Pensé que andaba mal este reloj; menos mal que no es así.
   Tras lo cual, saludó y se fue. 
   Mi compañero, con la naturalidad propia de quien se refiere a un cambio abrupto de temperatura o a una tormenta repentina, me dijo:
   -¡Qué tiempo loco! ¿No?
   Y mientras asentía con la cabeza, yo dije:
   -Sí sí.

martes, 7 de diciembre de 2021

1974 (cuento) - Martín Rabezzana

 

   Si tu destino es curar esta enfermedad, curarás tengas o no un médico; de la misma manera, si tu destino es no curarla, no la curarás, llames o no al médico; tu destino es, o bien uno, o bien otro; por lo tanto, no conviene llamar al médico. 

 Cicerón, Tratado del destino, XIII (De la página: "Fatalismo", de Wikipedia.)

 

   1974 (1) fue en Argentina el comienzo del fin de un ciclo histórico cargado de las más nobles y fervientes esperanzas: esperanzas de liberación nacional, esperanzas de resolución de conflictos de implicancias trágicas, esperanzas de cambiar al propio entorno, al país, al mundo e incluso, esperanzas de lograr el cambio más claramente difícil de todos: el de uno mismo; el problema es que si bien TODO está destinado al cambio, por lo cual, nunca podría decir resignadamente: “esto no cambia más”, todo parece indicar que el cambio no lo hacen las personas, sino que se hace solo. Todo cambia independientemente de nuestras acciones, deseos y voluntades; expresado más crudamente (aún): TODO está determinado. En nada de lo que hace a la creación de los hechos, participamos más que como meras figuras decorativas que acompañan al movimiento de lo que se mueve solo y creemos generalmente que se mueve por causa nuestra, y no me refiero sólo a los hechos de trascendencia mundial, sino también a los más sencillos de nuestras (intrascendentes) vidas personales (¿qué?... ¿no te gusta la idea de que así sea? ¿Creés entonces que la verdad es lo que necesitás que sea? Si así fuera “la verdad”, tu vida sería entonces lo que vos querrías que fuera, y… ¿lo es?... de ser la respuesta: “no”, tal vez tu vida toda sea una mentira, de ahí lo lógico de tu búsqueda constante de “la verdad”).
   Hay un modo muy sencillo de comprobar que TODO está determinado: viajando al pasado y tratando de cambiar algo; yo viajé atrás en el tiempo en diversas oportunidades y varias veces intenté cambiar el resultado de hechos cuyos finales eran por mí, conocidos, y NUNCA lo logré, y hasta asumo que aun si hubiera logrado cambiar algo, ese cambio también habría estado determinado previa o posteriormente (2).
   Tras mucho viajar en el tiempo, aprendí que las personas no crean sistemas. Los sistemas crean personas, así como tampoco son capaces las personas de destruir sistemas, pero sí son los sistemas, capaces de destruir personas.
 
   Les paso a compartir experiencias personales mías en que comprobé la existencia del determinismo: por haberme interesado mucho en el periodo de los setenta del siglo veinte, en el 2021 decidí viajar a 1974 (utilizando un medio que no les voy a revelar) para intentar advertirle a unos militantes que ese día su unidad básica sería atacada por una patota de la Triple A, pero cuando estuve a unas pocas cuadras de la misma, me caí; rápidamente me levanté y cuando intenté cruzar la calle, se desató una lluvia torrencial, entonces retrocedí para refugiarme en un negocio cualquiera que casualmente vendía paraguas; compré uno y salí de vuelta a la calle, pero una vez ahí, la lluvia paró, el sol repentinamente salió y de la nada se alzó un viento huracanado que me impidió momentáneamente el avance; como soy una persona muy atlética, pese al fenómeno meteorológico en curso, logré avanzar una cuadra en un tiempo que debe haber sido récord (una hora, más o menos), entonces el viento dejó de soplar y pude caminar de nuevo normalmente, pero seguidamente ocurrió que cuando estuve por cruzar a la cuadra en la que se encontraba la unidad básica, por algún motivo entonces para mí, misterioso, aparecí a cientos de metros de la misma y empecé a caminar velozmente para a tal lugar, llegar rápido, pero me pasó lo mismo que minutos antes me había pasado, es decir: una vez que estuve por cruzar a la cuadra en que estaba la unidad básica, aparecí de pronto a cientos de metros de distancia de ella; de nuevo intenté dirigirme ahí, esta vez, corriendo, y lo mismo me volvió a pasar, entonces escuché un estruendo de bomba y después, disparos, y ni intente ya acercarme a la unidad básica por saber que ya era tarde, la cuestión es que en ese momento empecé a sospechar que no era capaz de alterar el curso de los acontecimientos por estar el mismo, determinado, sin embargo, a los pocos días lo volví a intentar.
   Una mañana del ya mencionado año, contacté a un muchacho revolucionario para que me vendiera dinamita (cuando le dije que era para matar a López Rega, no me quiso cobrar); una vez provisto de los explosivos, me dirigí muy contento a una calle por la cual pasaría el auto de "el brujo”, me subí a un árbol y cuando el infame “Lopecito” estuvo por pasar, encendí la mecha de varios cartuchos y los arrojé uno a uno en dirección a su auto, pero para mi sorpresa, se desmaterializaron en el aire resultando esto en que ninguno cumpliera con mi objetivo; evidentemente no estaba determinado que López Rega fuera asesinado.
   Después intenté ganar la lotería comprando un billete cuyos números yo sabía que saldrían por diarios de la época que había consultado en el siglo 21, pero cuando en la radio escuchaba que anunciaban justamente esos números, mi billete se convertía en arena que se escapaba de mis manos; no obstante, volví a comprar otro billete con la intención de transgredir a lo determinado (que entre otras cosas, para mi vida era evidentemente no hacerme rico nunca), y lo mismo volvió a pasarme.
   En otra oportunidad intenté… no; me parece que los ejemplos de hechos cuyos finales intenté cambiar y no pude, son suficientes; la cuestión es que, al parecer, tenemos libertad para intentar cambiar el curso que siguen las cosas, pero no tenemos la capacidad de lograrlo, ya que las cosas son de la única forma posible por ser, por lo que intentar moldearlas con el objetivo de que sean como nosotros deseamos, es inútil.
 
   1974, como para tantos otros, fue para mí, el año en que mis esperanzas de tener injerencia en el cambio de curso de las cosas, se derrumbaron; como ya dije, esto le pasó a muchos otros en ese mismo año, pero debo ser yo el único al que le pasó habiendo nacido en 1980.

 
 
 
 
(1) Sí: 1974, y no 1976, ya que las esperanzas de cambio social se vinieron abajo mucho antes del golpe de estado.

(2) Para hablar de “predeterminismo” hay que asumir que el tiempo se mueve sólo hacia delante, y yo creo que no necesariamente es así; en caso de moverse hacia atrás, los hechos del presente no están determinados por lo ya ocurrido, sino por aquello aún por ocurrir, de ahí que sea apropiado hablar en tal caso de “posdeterminismo”, pero como ignoro en qué dirección el tiempo se mueve, prefiero decir “determinismo” sin ningún prefijo.

domingo, 5 de diciembre de 2021

La verdadera forma humana (cuento) - Martín Rabezzana

 
   
La mujer se encontró en un largo pasillo lleno de puertas; intentó abrir una, y no lo consiguió; intentó abrir otra, y tampoco lo consiguió; intentó con otra, y tampoco pudo; después intentó abrir otra, y esta vez la puerta se abrió, pero enseguida advirtió que todas las demás puertas se empezaban a abrir solas, fue entonces que se dio cuenta de que siempre había creído ser capaz de abrir puertas, pero lo suyo no había sido ni más ni menos que eso: una creencia, ya que, en realidad, las mismas se abren solas, y cuando su aparentemente espontánea apertura coincidía con su puesta de mano sobre sus picaportes, le quedaba la ilusión de que se abrían por obra suya; el saber esto la desanimó sobremanera, sin embargo, creyó que su incapacidad de abrir puertas no implicaría necesariamente una incapacidad de cerrarlas, por lo que intentó cerrar una de ellas, y no lo consiguió; intentó cerrar otra, y tampoco lo consiguió; intentó con otra, y tampoco pudo; después intentó cerrar otra, y esta vez la puerta se cerró, pero enseguida advirtió que todas las demás puertas se empezaban a cerrar solas, fue entonces que se dio cuenta de que siempre había creído ser capaz de cerrar puertas, pero lo suyo no había sido ni más ni menos que eso: una creencia, ya que, en realidad, las mismas se cierran solas, y cuando su aparentemente espontáneo cierre coincidía con su intento de cerrarlas, le quedaba la ilusión de que se cerraban por obra suya; el saber esto también la desanimó sobremanera.
   Tras experimentar lo recién contado en un sueño, la mujer se despertó, se levantó de la cama, fue hasta el baño, se miró al espejo y por primera vez pudo vislumbrar su verdadera forma existente más allá de la piel y los huesos: la misma era igual a la de un títere.
   Habiendo aceptado cuál era su verdadera forma, empezó casi obsesivamente a repetirse mentalmente lo siguiente: “Soy un títere, pero... ¿manejado por quién?”

sábado, 4 de diciembre de 2021

Los ‘20 y los ’70 (tercer -y último, creo- capítulo) (cuento) - Martín Rabezzana

 
   De los catorce anarquistas presos que de la Penitenciaría Nacional escaparon esa noche de 1923, ellos eran tres.
   Tras cambiarse de ropa y proveerse de billetes dejados en un auto estacionado por uno de sus contactos libertarios fuera de la prisión, caminaron rumbo a una pensión en la cual se alojarían; al llegar a la misma, la casera los recibió con un tono muy poco cordial y les informó que debían pagar por adelantado, y así lo hicieron; le pagaron varios días por adelantado, lo cual resultó en que la mujer cambiara su expresión severa por una totalmente amable; inmediatamente después del pago les dijo que la cena se serviría en breve, entonces los ex reclusos, tras lavarse las manos, se sentaron a una de las varias mesas que componían el comedor de los pensionistas; en el mismo estaban casi todos los que en ese lugar se alojaban (unas 20 personas); los tres estaban muy alegres y distendidos y disfrutaron de la sencilla comida como si fuera la mejor del mundo, y ocurrió que, cuando estaban por terminar de comer, un policía entró al comedor, lo cual llevó a los tres nuevos pensionistas a sentirse aterrorizados y a prepararse mentalmente para salir corriendo cuando la casera, tras el policía a ella informarle que varios presos se habían esa noche, fugado (que era lo que pensaban que inevitablemente ocurriría), le dijera que tenía a tres nuevos pensionistas, ya que eso sin ninguna duda resultaría en que quisiera verlos y pedirles que se identificaran, pero fue que el policía le dijo a la casera:
   -Parece que llegué tarde para la cena.
   -Sí; pero igual le tengo preparado algo para que se lleve.
   Y le alcanzó un recipiente con locro caliente.
   -¡Muchas gracias, señora! –dijo el policía y se fue.
   Cuando los tres ex reclusos advirtieron que el agente policial no estaba ahí para buscarlos a ellos, respiraron aliviados; al rato salieron al patio y mientras fumaban cigarrillos, comentaron lo recién ocurrido:
   -Ese policía vive acá, y evidentemente no sabe nada de la fuga porque es obvio que recién ahora empieza su horario laboral, pero en cualquier momento se lo van a informar, así que… nos tenemos que ir.
   Uno de sus compañeros dijo:
   -Pero si nos vamos ahora, va a quedar claro que somos los presos fugados, por eso yo creo que tenemos que quedarnos y disimular.
   Y el tercero dijo:
   -¡No no no!… yo creo que tenemos que… bah… en realidad no tengo ni idea de qué tenemos que hacer.
   Y así, entre ideas propuestas por los tres, aceptadas parcialmente por los tres y finalmente: rechazadas por los tres, pasaron varios minutos que estuvieron atiborrados de dudas y frustraciones, por lo cual, lo único que les quedó claro, era que tenían que salir a despejarse un poco, y así lo hicieron.
   Caminaron por las calles durante más de una hora mientras en silencio cada uno de ellos trataba de dilucidar qué era lo que debían hacer, y cuando en determinado momento un policía se dirigió a ellos desde atrás diciéndoles: -Caballeros –ninguno se dio vuelta, por lo que el policía insistió: -¡Caballeros! Deténganse por favor que quiero decirles unas palabras.
   Entonces los tres cruzaron la calle haciéndose los que nada habían oído, y si bien en otra oportunidad le habría resultado obvio al policía que los individuos lo ignoraban a propósito, en este caso no, porque esa noche estaba cubierta por una fina neblina que se había ido engrosando al punto que en ese momento ya era pesada niebla que poca visibilidad a gran distancia, permitía.
   Mientras los tres ex reclusos cruzaban lentamente la calle en diagonal, y el policía hacía lo propio, los cuatro pudieron escuchar a un auto acercarse a toda velocidad, por lo que los tres anarquistas debieron correr hasta llegar a la vereda para evitar ser atropellados y el policía, debió retroceder, ya que ese auto verde no parecía que fuera a detenerse ante nadie; tanto los anarquistas como el agente miraron con asombro a ese auto extraño doblar la esquina y escucharon, segundos después, un choque; entonces el policía corrió hacia el lugar del mismo y los tres anarquistas, también (pero manteniéndose a una distancia prudencial del agente policial), y cuando el uniformado estuvo cerca de la escena, pudo ver a varios individuos armados bajarse del auto marca Ford, modelo: Falcon y disparar cualquier cantidad de veces contra un patrullero, por lo cual se refugió tras un árbol y sacó su arma, y cuando los disparos concluyeron y el auto de los agresores se hubo ido, sigilosamente se acercó al vehículo policial y constató que los dos policías que había en su interior (que eran conocidos suyos), estaban muertos; a todo esto los tres anarquistas se habían mantenido en la esquina mirando desde lejos la escena, y en determinado momento uno de ellos vio a un hombre esposado correr desesperadamente por la vereda de enfrente en la que ellos estaban, por lo que, creyendo reconocer quién era esa persona, mientras la señalaba, dijo:
   -¡Miren! ¿No es Enrique?
   -No, no es –respondió uno; el otro dijo:
   -¡Sí, es!... bueno… me parece.
   Y el que lo había negado, esta vez dijo:
   -Puede ser que fuera él, pero no estoy seguro.
   Si bien su calidad de prófugos (y también la de anarquistas) los hacía rehuirles a los agentes policiales, la curiosidad que suscitó el hecho, pudo más, por lo cual, se acercaron al patrullero frente al que el policía estaba, y pudieron reconocer en él, a la misma persona que habían visto en la pensión; entonces se dieron cuenta de que por haberlos reconocido de ahí, los había llamado por la calle, y no por otro motivo; la conciencia de eso les posibilitó acercársele ya sin demasiado temor; uno de ellos le dijo:
   -¿Quiénes hicieron esto?
   El policía respondió:
   -No lo sé, pero sé que lo van a pagar, y que… -entonces se calló ante el ruido de un avión que pasó que lo llevó a mirar hacia arriba; después miró a los costados y notó que todo a su alrededor era distinto: las casas y los edificios eran diferentes y más altos, así como también eran muy diferentes, los autos que transitaban.
   Uno de los anarquistas, señalando al terreno baldío que a uno de sus lados estaba, dijo:
   -¿No tendría que estar la cárcel, ahí?
   Entonces todos advirtieron con enorme asombro que así debía ser y no era.
   Finalmente el policía dijo lo que todos pensaban y ninguno se animaba a decir:
   -No estamos en nuestro mundo.
   Y no se había equivocado, ya que si bien se encontraban en el mismo planeta en el que habían nacido, cada periodo temporal transcurrido en un determinado espacio, constituye un mundo.
   Los cuatro caminaron durante varias cuadras intercambiando muy pocas palabras; la sorpresa que todos tenían les había conferido un estado de ánimo que alternaba entre el miedo, el asombro, la incredulidad y la incertidumbre.
   Como a la media hora vieron aparecer por entre la niebla al Falcon verde que el policía había visto un rato antes del cual se habían bajado quienes mataron a sus compañeros; cuando vieron por primera vez a dicho vehículo, el mismo se estaba dirigiendo a participar de un operativo de desaparición de personas, pero al llegar al lugar, se les informó que en las inmediaciones habían asesinado a dos de sus colegas y quienes lo habían hecho, se habían ido en el auto en que viajaban, por lo que se les ordenó patrullar la zona con el objetivo de encontrarlos, pero con quien se encontraron fue con uno de los compañeros de los policías por ellos asesinado, que, al ver al auto acercarse, con ira no disimulada, dijo:
   -Les llegó la hora, hijos de puta.
   Y se puso en medio de la calle en posición de tiro; cuando el auto estuvo muy cerca de su persona, disparó varias veces contra el mismo, lo cual resultó en que su conductor fuera herido de muerte y perdiera el control del vehículo que chocó contra un árbol dejando el choque también heridos de muerte, a dos de sus tres restantes ocupantes.
   El policía se acercó hasta el auto con su arma, listo para disparar, y tras mirar hacia su interior y creer que todos sus ocupantes estaban muertos (o heridos de muerte), dio media vuelta y no advirtió así que el que estaba situado en el asiento directamente posterior al del conductor (que había quedado con el rostro desangrante por el choque pero no estaba malherido), agarraba el arma del compañero de represión muerto que tenía al lado y la dirigía contra él con la intención de matarlo. Al ver esto, uno de los anarquistas se acercó rápidamente a la ventanilla abierta de la parte delantera derecha del auto, agarró el arma que el represor ahí sentado tenía en la cintura, y disparó contra el pasajero del asiento trasero que (y esto a ninguno de los anarquistas ni al policía, sorprendió) estaba vestido con ropas eclesiásticas, ya que era uno de los tantos capellanes que habitualmente participaban de los secuestros de personas realizados masivamente por patotas como esa organizadas desde el estado cuya intención era la de eliminar a toda posible oposición a la imposición de medidas económicas liberales, que, como tales, son únicamente favorables al gran empresariado transnacional, que era el que había diseñado y financiado el plan de represión extrema que las Fuerzas Armadas, la policía y la curia, estaban ejecutando.
   El policía, al advertir que uno de los anarquistas le había salvado la vida, con un gesto de alivio, se lo agradeció.
   Los demás anarquistas se acercaron al auto y agarraron las armas que los represores tenían, y cuando instantes después escucharon sirenas, casi corriendo se fueron del lugar.
   Mientras caminaban por las calles de la ciudad, vieron a los lejos a varios vehículos del ejército que los hizo tomar conciencia de que lo terrible que estaba ocurriendo, si bien no era entendido por ellos en sus causas, se estaba dando a gran escala; también tomaron por eso conciencia de que, sin ninguna duda, lo que habían hecho con los ocupantes del auto verde, había sido un mal necesario y justificado.
   Tras caminar durante aproximadamente una hora, un patrullero advirtió su presencia y empezó a perseguirlos, por lo cual, los cuatro hombres empezaron a correr y a detenerse brevemente sólo para dispararle, y mientras corrieron, advirtieron que el vehículo policial empezó a desvanecerse en paralelo con el cambio de todo a su alrededor, que, tras ellos correr varias cuadras, volvió a ser como la ciudad de la que, sin haberlo buscado, habían salido.
   Una vez de vuelta en “La Tierra del Fuego porteña”, los anarquistas se dirigieron a la pensión y el policía, al sector que le habían asignado vigilar, al cual se acercó un superior para informarle que se habían fugado varios presos de la Penitenciaría Nacional, por lo que debía estar atento.
   La mañana siguiente encontró a los tres anarquistas prófugos sentados a la mesa con la intención de tomar el desayuno, entonces entraron a la pensión varios policías y le hicieron a los pensionistas y a la casera, preguntas sobre la fuga que había ocurrido en la prisión, y cuando uno de los agentes policiales estuvo por acercarse a los tres para interrogarlos y pedirles que se identificaran, apareció de pronto el policía ahí alojado que había viajado en el tiempo con ellos, que a su vez era conocido por los policías que acababan de entrar a la pensión, y le dijo:
   -Ni te molestes en preguntarle nada a estos tres; son unos extranjeros que se alojan acá desde hace unos meses y hablan un idioma que ni sé cuál es; no hablan una palabra de castellano, pero son simpáticos; a mí me caen bien.
   Entonces el policía, con una sonrisa que daba cuenta de que entre su colega y él, había confianza, lo saludó y se fue sin interrogar a ninguno de los tres ex reclusos que respiraron aliviados.
   Los anarquistas permanecieron en esa pensión durante una semana; después se fueron rumbo a otra provincia.
   Nunca hablaron con el policía sobre lo ocurrido esa extraña noche ni sobre la fuga de la prisión; sobre esto último no hacía falta que el agente les preguntara nada, ya que todo estaba más que claro.