domingo, 5 de diciembre de 2021

La verdadera forma humana (cuento) - Martín Rabezzana

 
   
La mujer se encontró en un largo pasillo lleno de puertas; intentó abrir una, y no lo consiguió; intentó abrir otra, y tampoco lo consiguió; intentó con otra, y tampoco pudo; después intentó abrir otra, y esta vez la puerta se abrió, pero enseguida advirtió que todas las demás puertas se empezaban a abrir solas, fue entonces que se dio cuenta de que siempre había creído ser capaz de abrir puertas, pero lo suyo no había sido ni más ni menos que eso: una creencia, ya que, en realidad, las mismas se abren solas, y cuando su aparentemente espontánea apertura coincidía con su puesta de mano sobre sus picaportes, le quedaba la ilusión de que se abrían por obra suya; el saber esto la desanimó sobremanera, sin embargo, creyó que su incapacidad de abrir puertas no implicaría necesariamente una incapacidad de cerrarlas, por lo que intentó cerrar una de ellas, y no lo consiguió; intentó cerrar otra, y tampoco lo consiguió; intentó con otra, y tampoco pudo; después intentó cerrar otra, y esta vez la puerta se cerró, pero enseguida advirtió que todas las demás puertas se empezaban a cerrar solas, fue entonces que se dio cuenta de que siempre había creído ser capaz de cerrar puertas, pero lo suyo no había sido ni más ni menos que eso: una creencia, ya que, en realidad, las mismas se cierran solas, y cuando su aparentemente espontáneo cierre coincidía con su intento de cerrarlas, le quedaba la ilusión de que se cerraban por obra suya; el saber esto también la desanimó sobremanera.
   Tras experimentar lo recién contado en un sueño, la mujer se despertó, se levantó de la cama, fue hasta el baño, se miró al espejo y por primera vez pudo vislumbrar su verdadera forma existente más allá de la piel y los huesos: la misma era igual a la de un títere.
   Habiendo aceptado cuál era su verdadera forma, empezó casi obsesivamente a repetirse mentalmente lo siguiente: “Soy un títere, pero... ¿manejado por quién?”

sábado, 4 de diciembre de 2021

Los ‘20 y los ’70 (tercer -y último, creo- capítulo) (cuento) - Martín Rabezzana

 
   De los catorce anarquistas presos que de la Penitenciaría Nacional escaparon esa noche de 1923, ellos eran tres.
   Tras cambiarse de ropa y proveerse de billetes dejados en un auto estacionado por uno de sus contactos libertarios fuera de la prisión, caminaron rumbo a una pensión en la cual se alojarían; al llegar a la misma, la casera los recibió con un tono muy poco cordial y les informó que debían pagar por adelantado, y así lo hicieron; le pagaron varios días por adelantado, lo cual resultó en que la mujer cambiara su expresión severa por una totalmente amable; inmediatamente después del pago les dijo que la cena se serviría en breve, entonces los ex reclusos, tras lavarse las manos, se sentaron a una de las varias mesas que componían el comedor de los pensionistas; en el mismo estaban casi todos los que en ese lugar se alojaban (unas 20 personas); los tres estaban muy alegres y distendidos y disfrutaron de la sencilla comida como si fuera la mejor del mundo, y ocurrió que, cuando estaban por terminar de comer, un policía entró al comedor, lo cual llevó a los tres nuevos pensionistas a sentirse aterrorizados y a prepararse mentalmente para salir corriendo cuando la casera, tras el policía a ella informarle que varios presos se habían esa noche, fugado (que era lo que pensaban que inevitablemente ocurriría), le dijera que tenía a tres nuevos pensionistas, ya que eso sin ninguna duda resultaría en que quisiera verlos y pedirles que se identificaran, pero fue que el policía le dijo a la casera:
   -Parece que llegué tarde para la cena.
   -Sí; pero igual le tengo preparado algo para que se lleve.
   Y le alcanzó un recipiente con locro caliente.
   -¡Muchas gracias, señora! –dijo el policía y se fue.
   Cuando los tres ex reclusos advirtieron que el agente policial no estaba ahí para buscarlos a ellos, respiraron aliviados; al rato salieron al patio y mientras fumaban cigarrillos, comentaron lo recién ocurrido:
   -Ese policía vive acá, y evidentemente no sabe nada de la fuga porque es obvio que recién ahora empieza su horario laboral, pero en cualquier momento se lo van a informar, así que… nos tenemos que ir.
   Uno de sus compañeros dijo:
   -Pero si nos vamos ahora, va a quedar claro que somos los presos fugados, por eso yo creo que tenemos que quedarnos y disimular.
   Y el tercero dijo:
   -¡No no no!… yo creo que tenemos que… bah… en realidad no tengo ni idea de qué tenemos que hacer.
   Y así, entre ideas propuestas por los tres, aceptadas parcialmente por los tres y finalmente: rechazadas por los tres, pasaron varios minutos que estuvieron atiborrados de dudas y frustraciones, por lo cual, lo único que les quedó claro, era que tenían que salir a despejarse un poco, y así lo hicieron.
   Caminaron por las calles durante más de una hora mientras en silencio cada uno de ellos trataba de dilucidar qué era lo que debían hacer, y cuando en determinado momento un policía se dirigió a ellos desde atrás diciéndoles: -Caballeros –ninguno se dio vuelta, por lo que el policía insistió: -¡Caballeros! Deténganse por favor que quiero decirles unas palabras.
   Entonces los tres cruzaron la calle haciéndose los que nada habían oído, y si bien en otra oportunidad le habría resultado obvio al policía que los individuos lo ignoraban a propósito, en este caso no, porque esa noche estaba cubierta por una fina neblina que se había ido engrosando al punto que en ese momento ya era pesada niebla que poca visibilidad a gran distancia, permitía.
   Mientras los tres ex reclusos cruzaban lentamente la calle en diagonal, y el policía hacía lo propio, los cuatro pudieron escuchar a un auto acercarse a toda velocidad, por lo que los tres anarquistas debieron correr hasta llegar a la vereda para evitar ser atropellados y el policía, debió retroceder, ya que ese auto verde no parecía que fuera a detenerse ante nadie; tanto los anarquistas como el agente miraron con asombro a ese auto extraño doblar la esquina y escucharon, segundos después, un choque; entonces el policía corrió hacia el lugar del mismo y los tres anarquistas, también (pero manteniéndose a una distancia prudencial del agente policial), y cuando el uniformado estuvo cerca de la escena, pudo ver a varios individuos armados bajarse del auto marca Ford, modelo: Falcon y disparar cualquier cantidad de veces contra un patrullero, por lo cual se refugió tras un árbol y sacó su arma, y cuando los disparos concluyeron y el auto de los agresores se hubo ido, sigilosamente se acercó al vehículo policial y constató que los dos policías que había en su interior (que eran conocidos suyos), estaban muertos; a todo esto los tres anarquistas se habían mantenido en la esquina mirando desde lejos la escena, y en determinado momento uno de ellos vio a un hombre esposado correr desesperadamente por la vereda de enfrente en la que ellos estaban, por lo que, creyendo reconocer quién era esa persona, mientras la señalaba, dijo:
   -¡Miren! ¿No es Enrique?
   -No, no es –respondió uno; el otro dijo:
   -¡Sí, es!... bueno… me parece.
   Y el que lo había negado, esta vez dijo:
   -Puede ser que fuera él, pero no estoy seguro.
   Si bien su calidad de prófugos (y también la de anarquistas) los hacía rehuirles a los agentes policiales, la curiosidad que suscitó el hecho, pudo más, por lo cual, se acercaron al patrullero frente al que el policía estaba, y pudieron reconocer en él, a la misma persona que habían visto en la pensión; entonces se dieron cuenta de que por haberlos reconocido de ahí, los había llamado por la calle, y no por otro motivo; la conciencia de eso les posibilitó acercársele ya sin demasiado temor; uno de ellos le dijo:
   -¿Quiénes hicieron esto?
   El policía respondió:
   -No lo sé, pero sé que lo van a pagar, y que… -entonces se calló ante el ruido de un avión que pasó que lo llevó a mirar hacia arriba; después miró a los costados y notó que todo a su alrededor era distinto: las casas y los edificios eran diferentes y más altos, así como también eran muy diferentes, los autos que transitaban.
   Uno de los anarquistas, señalando al terreno baldío que a uno de sus lados estaba, dijo:
   -¿No tendría que estar la cárcel, ahí?
   Entonces todos advirtieron con enorme asombro que así debía ser y no era.
   Finalmente el policía dijo lo que todos pensaban y ninguno se animaba a decir:
   -No estamos en nuestro mundo.
   Y no se había equivocado, ya que si bien se encontraban en el mismo planeta en el que habían nacido, cada periodo temporal transcurrido en un determinado espacio, constituye un mundo.
   Los cuatro caminaron durante varias cuadras intercambiando muy pocas palabras; la sorpresa que todos tenían les había conferido un estado de ánimo que alternaba entre el miedo, el asombro, la incredulidad y la incertidumbre.
   Como a la media hora vieron aparecer por entre la niebla al Falcon verde que el policía había visto un rato antes del cual se habían bajado quienes mataron a sus compañeros; cuando vieron por primera vez a dicho vehículo, el mismo se estaba dirigiendo a participar de un operativo de desaparición de personas, pero al llegar al lugar, se les informó que en las inmediaciones habían asesinado a dos de sus colegas y quienes lo habían hecho, se habían ido en el auto en que viajaban, por lo que se les ordenó patrullar la zona con el objetivo de encontrarlos, pero con quien se encontraron fue con uno de los compañeros de los policías por ellos asesinado, que, al ver al auto acercarse, con ira no disimulada, dijo:
   -Les llegó la hora, hijos de puta.
   Y se puso en medio de la calle en posición de tiro; cuando el auto estuvo muy cerca de su persona, disparó varias veces contra el mismo, lo cual resultó en que su conductor fuera herido de muerte y perdiera el control del vehículo que chocó contra un árbol dejando el choque también heridos de muerte, a dos de sus tres restantes ocupantes.
   El policía se acercó hasta el auto con su arma, listo para disparar, y tras mirar hacia su interior y creer que todos sus ocupantes estaban muertos (o heridos de muerte), dio media vuelta y no advirtió así que el que estaba situado en el asiento directamente posterior al del conductor (que había quedado con el rostro desangrante por el choque pero no estaba malherido), agarraba el arma del compañero de represión muerto que tenía al lado y la dirigía contra él con la intención de matarlo. Al ver esto, uno de los anarquistas se acercó rápidamente a la ventanilla abierta de la parte delantera derecha del auto, agarró el arma que el represor ahí sentado tenía en la cintura, y disparó contra el pasajero del asiento trasero que (y esto a ninguno de los anarquistas ni al policía, sorprendió) estaba vestido con ropas eclesiásticas, ya que era uno de los tantos capellanes que habitualmente participaban de los secuestros de personas realizados masivamente por patotas como esa organizadas desde el estado cuya intención era la de eliminar a toda posible oposición a la imposición de medidas económicas liberales, que, como tales, son únicamente favorables al gran empresariado transnacional, que era el que había diseñado y financiado el plan de represión extrema que las Fuerzas Armadas, la policía y la curia, estaban ejecutando.
   El policía, al advertir que uno de los anarquistas le había salvado la vida, con un gesto de alivio, se lo agradeció.
   Los demás anarquistas se acercaron al auto y agarraron las armas que los represores tenían, y cuando instantes después escucharon sirenas, casi corriendo se fueron del lugar.
   Mientras caminaban por las calles de la ciudad, vieron a los lejos a varios vehículos del ejército que los hizo tomar conciencia de que lo terrible que estaba ocurriendo, si bien no era entendido por ellos en sus causas, se estaba dando a gran escala; también tomaron por eso conciencia de que, sin ninguna duda, lo que habían hecho con los ocupantes del auto verde, había sido un mal necesario y justificado.
   Tras caminar durante aproximadamente una hora, un patrullero advirtió su presencia y empezó a perseguirlos, por lo cual, los cuatro hombres empezaron a correr y a detenerse brevemente sólo para dispararle, y mientras corrieron, advirtieron que el vehículo policial empezó a desvanecerse en paralelo con el cambio de todo a su alrededor, que, tras ellos correr varias cuadras, volvió a ser como la ciudad de la que, sin haberlo buscado, habían salido.
   Una vez de vuelta en “La Tierra del Fuego porteña”, los anarquistas se dirigieron a la pensión y el policía, al sector que le habían asignado vigilar, al cual se acercó un superior para informarle que se habían fugado varios presos de la Penitenciaría Nacional, por lo que debía estar atento.
   La mañana siguiente encontró a los tres anarquistas prófugos sentados a la mesa con la intención de tomar el desayuno, entonces entraron a la pensión varios policías y le hicieron a los pensionistas y a la casera, preguntas sobre la fuga que había ocurrido en la prisión, y cuando uno de los agentes policiales estuvo por acercarse a los tres para interrogarlos y pedirles que se identificaran, apareció de pronto el policía ahí alojado que había viajado en el tiempo con ellos, que a su vez era conocido por los policías que acababan de entrar a la pensión, y le dijo:
   -Ni te molestes en preguntarle nada a estos tres; son unos extranjeros que se alojan acá desde hace unos meses y hablan un idioma que ni sé cuál es; no hablan una palabra de castellano, pero son simpáticos; a mí me caen bien.
   Entonces el policía, con una sonrisa que daba cuenta de que entre su colega y él, había confianza, lo saludó y se fue sin interrogar a ninguno de los tres ex reclusos que respiraron aliviados.
   Los anarquistas permanecieron en esa pensión durante una semana; después se fueron rumbo a otra provincia.
   Nunca hablaron con el policía sobre lo ocurrido esa extraña noche ni sobre la fuga de la prisión; sobre esto último no hacía falta que el agente les preguntara nada, ya que todo estaba más que claro.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Los '20 y los '70 (segundo capítulo) (cuento) - Martín Rabezzana


   Tras la fuga en 1923 de 14 anarquistas presos en la Penitenciaría Nacional (la “Tierra del Fuego porteña”), se dieron diversas experiencias entre todos los prófugos, siendo el común denominador en todas ellas: lo extraño.
   El plan de todos los fugados (menos el de uno) era el de permanecer en las inmediaciones de la cárcel para despistar a las autoridades que seguramente esperaban que, tras escapar del centro de detención, intentaran inmediatamente irse de la ciudad.
   Unos camaradas libertarios que sabían del plan de fuga, les habían dicho que ocultarían ropa y plata en determinado auto que dejarían estacionado y cerrado sin llave, en una determinada calle cercana a la cárcel; la plata era mucha dado que dichos camaradas poseían billetes en cantidad casi ilimitada porque no sólo en lo ideológico eran camaradas, sino también en lo que a oficio respecta, es decir: eran falsificadores de dinero.
   Tras los prófugos encontrar el auto, cambiarse y repartirse equitativamente los billetes, acordaron dividirse en diferentes grupos; uno de ellos (constituido por dos personas) ingresó a un bar en el cual comieron y bebieron con la avidez propia de quienes han pasado hambre y sed durante años.
   Tras unas dos horas, los ex reclusos salieron del bar y empezaron a buscar un lugar en el cual dormir.
   La noche en la que tras largos años volvieron a caminar por la ciudad, estaba envuelta en una tenue neblina que rápidamente se volvió espesa niebla que poco y nada dejaba ver más allá de unos cuantos metros, por lo que sólo por el sonido pudieron percibir al auto que a toda velocidad se acercaba mientras lentamente cruzaban una calle; ante su inminente paso terminaron cruzándola casi corriendo (de no haberlo hecho habrían sido atropellados por el vehículo); al llegar a la esquina, el auto (que era un Ford Falcon de color verde) dobló y tras algunos segundos se oyó un choque que llevó a los dos hombres a intentar acercarse al lugar del suceso con la intención de prestar ayuda a los posibles heridos, pero en cuanto a la esquina llegaron, escucharon una innumerable cantidad de disparos que los hizo pegar media vuelta y retirarse; al encontrarse ya a varias cuadras del lugar del hecho, uno de los ex reclusos le dijo al otro:
   -¿Viste lo que era ese auto?
   -Sí… era raro;… nunca había visto un auto así; la forma que tenía era extraña; también el sonido y la velocidad a la que iba, eran extraños; el auto ese era como…
   Entonces, por estar embargado por el asombro, no prosiguió, por lo que su interlocutor le preguntó:
   -¿Era como qué?
   -Como del futuro.
   Su compañero, que estaba tan asombrado como él, nada dijo y retomaron su marcha en busca de un lugar donde dormir.
   A los pocos segundos advirtieron que todos los autos que pasaban eran también, al igual que aquel que casi los atropella, “como del futuro”, así como la urbanización que los rodeaba, motivo por el cual, se sintieron totalmente extraviados ya que tomaron conciencia de que se encontraban en una ciudad que no era aquella que habían conocido; era otra, con ciertas características que en alguna medida (aunque ínfima) la asemejaban a aquella en la que hasta hacía apenas un rato, habían estado, pero en la mayor parte de lo que vieron, solamente encontraron diferencias.
   Al doblar una esquina se encontraron con que a mitad de cuadra dos tipos empuñando armas se bajaban de un auto (que también era un Falcon) y se lanzaban sobre un hombre joven que fue por ellos fuertemente golpeado; los anarquistas corrieron hacia ellos y cuando ambos represores se disponían a subirlo al auto, los recién a la escena llegados, los empujaron y golpearon, por lo cual, cayeron al piso y con ellos, sus armas, entonces el joven al que habían intentado llevar al auto (que era un combatiente del ERP) (1) agarró una de las armas de fuego y disparó contra los dos represores hasta vaciar el cargador, causándole a ambos, la muerte, después agarró el arma del otro represor que había quedado en el suelo, se la puso en la cintura, subió al vehículo y se sentó frente al volante; a todo esto los anarquistas, que estaban totalmente sorprendidos, se quedaron parados en la vereda sin casi moverse, entonces el joven les gritó:
   -¡Vamos muchachos! ¡Suban!
   Y así lo hicieron; uno subió al asiento del acompañante y el otro, al de la parte trasera; tras arrancar a toda velocidad, el joven les dijo:
   -¡Gracias, che! ¡Me salvaron! –y tras algunos segundos, preguntó:
   -¿Son de las FAR (2) o de Montoneros?
   -No somos nada de eso –respondió uno de los hombres.
   -Ah, ¿y qué son?
   -Somos anarquistas -respondió el otro.
   -Anarquistas… ¡Ja! ¡Y yo que creía que a esta altura no quedaba ninguno!... Por suerte me equivoqué –y momentos después, dijo: -Me estaban esperando esos hijos de puta; tenían rodeada a toda la manzana de mi casa con cualquier cantidad de milicos; al verme por la calle en dirección a mi vivienda, un vecino me lo advirtió, por eso me fui para otro lado, pero tienen previsto que eso pueda ocurrir, de ahí que dejen siempre a un auto dando vueltas por la zona… lo que no tenían previsto esos fachos era que se cruzarían con dos discípulos de Néstor Majnó –y se rió.
   No muchas cuadras después, el partisano dijo:
   -Muy lejos no vamos a llegar en este auto.
   -¿Por qué? –preguntó uno de los anarquistas.
   -Porque casi no queda nafta, así que vamos hasta el puente de allá –y lo señaló –y vemos qué hacemos.
   Una vez en el puente, los tres ocupantes del auto bajaron del mismo y el joven del ERP, señalando al tren que por debajo de ellos se aproximaba, les dijo:
   -¿Alguna vez saltaron a un tren en movimiento?
   -Varias veces –respondió uno de los hombres sin mentir, ya que en sus cortas pero intensas vidas libertarias, ambos habían tenido que escapar de las autoridades en numerosas oportunidades siendo para ellos los vehículos de escape más comunes, los trenes a los que abordaban subrepticiamente desde los techos y de los cuales bajaban estando casi siempre los vehículos, en movimiento.
   -Ésta será otra, entonces.
   Y al pasar el tren por debajo de ellos, a su techo saltaron y sentados en el mismo, viajaron durante varios minutos.
   El combatiente, tras advertir lo anticuado de la vestimenta de los hombres, les dijo:
   -Ustedes no son de acá, ¿no?
   -No –dijo uno de los anarquistas.
   -Y, ¿de dónde son?
   El otro anarquista respondió:
   -Somos de muy lejos –y tras algunos segundos, le dijo: -Te va a parecer rara la pregunta, pero por favor respondela: ¿en qué fecha estamos?
   -Hoy es 24 de agosto.
   -Sí, pero ¿de qué año?
   -¿De qué año?... de 1976.
   Ambos anarquistas se miraron sin saber qué decirse, por lo que permanecieron en silencio tratando de aparentar tranquilidad.
   Al rato el partisano les dijo:
   -Por acá cerca hay una casa “limpia” que mi organización tiene para estos casos; ahí nos podemos quedar al menos esta noche… ya estamos por llegar, así que prepárense para saltar porque en la estación no bajamos, ya que ahí seguro que nos va a estar esperando otra patota.
   -¿Otra qué? –dijo uno de los anarquistas.
   -Otra patota –y recordando que si bien no le habían dicho de dónde eran, pero era obvio que del mismo lugar que él, no procedían, consideró que tal vez por ese motivo no habían comprendido al término por él empleado, por lo que inmediatamente dijo: –Un escuadrón de la muerte del estado como el que me fue a buscar hace un rato.
   Y tras algunos cientos de metros más, el combatiente les indicó que había que bajar del techo para después saltar; así lo hicieron, y ocurrió que tras el joven del ERP saltar del tren y mirar a su alrededor, no vio a ninguno de los anarquistas a pesar de ellos haber saltado incluso antes que él; los buscó durante un rato y finalmente se rindió por aceptar que en ese lugar no estaban; totalmente sorprendido, emprendió su camino hacia la casa ya mencionada; por su parte, los dos anarquistas habían también buscado al combatiente tras saltar del tren y no lo habían encontrado, pero no se sorprendieron demasiado ya que esa era tan sólo una más de las muchas cosas extrañas que esa noche habían vivido.
   Se dirigieron a una avenida por la cual caminaron durante un buen rato y en determinado momento advirtieron que todo a su alrededor, cambiaba: conforme avanzaban, los autos que veían pasar eran cada vez más ruidosos; los edificios y las casas eran cada vez más bajos y cuando todo el panorama a su alrededor se les hizo totalmente reconocible, tomaron conciencia de haber vuelto a su tiempo; con enorme alegría se encaminaron hacia la zona de “La Tierra”; una vez ahí, uno de sus camaradas prófugos los vio desde una ventana y salió a su encuentro; los hizo entrar a la vivienda en la cual estaban también otros ex reclusos fugados y tras los cálidos saludos, todos les hicieron muchas preguntas, ante las cuales, uno de ellos dijo:
   -Ahora les vamos a contar lo que nos pasó esta larga noche.
   Y el otro anarquista agregó:
   -Pero les advierto que lo que van a escuchar, no es fácil de creer, ¿eh? –y le preguntó a su amigo: -¿Quién de los dos empieza?
   Pero no llegó a responderle porque justo en ese momento uno de los habitantes de la vivienda anunció gritando que había llegado otro de los fugados de la penitenciaría; todos se le acercaron para saludarlo y rápidamente procedieron a cortarle las esposas que en sus muñecas traía; él también tenía una historia increíble (y verdadera) para contar.
 
 
(1) Ejército Revolucionario del Pueblo
(2) Fuerzas Armadas Revolucionarias

martes, 23 de noviembre de 2021

Los '20 y los '70 (cuento) - Martín Rabezzana

 
   El anarquista había logrado concretar la a priori imposible hazaña de escapar (1) de la temible cárcel de la “Tierra del Fuego porteña” (Penitenciaría Nacional) (2) junto a varios camaradas que, al igual que él, habían sido encarcelados tras el allanamiento que la policía había realizado en su imprenta clandestina desde la cual, no solamente se escribían e imprimían textos propagandísticos, sino además, billetes; actividad que lejos estaba de ser extraordinaria ya que la falsificación de dinero era el delito más común entre los militantes libertarios de aquellos años 20 del siglo veinte.
   Todos (menos él) habían acordado quedarse durante un tiempo en las inmediaciones de la cárcel en las cuales se habían instalado muchos ex detenidos por a su vez, haberse instalado ahí sus familias en tiempos en que justamente estaban detenidos, dado que así ellas podían visitarlos con asiduidad; en ese lugar les había parecido sensato quedarse algunas semanas antes de partir hacia otras ciudades ya que las autoridades jamás buscarían justamente ahí (en sus alrededores) a los reclusos recientemente fugados; tal previsión había sido correcta; los que en esa área permanecieron durante un tiempo, no fueron recapturados, pero él, que no confiaba en que tal plan diera buenos resultados, decidió “cruzar el charco” ya que sabía que en Uruguay, sus camaradas ácratas le brindarían alojamiento, por lo cual, la noche de invierno lloviznosa en que escapó de la cárcel, se dirigió al puerto dispuesto a abordar un barco de carga con rumbo a Montevideo; una vez frente a uno de ellos, miró en todas las direcciones para asegurarse de que nadie lo viera y con paso rápido intentó embarcarse, pero de la nada apareció un policía que le dio la voz de alto, entonces emprendió una huida desesperada por los alrededores del puerto que culminó cuando, totalmente agotado de tanto correr (y por las privaciones y apremios sufridos en prisión), cayó al suelo desde el cual, resignadamente aceptó que los policías que lo estaban siguiendo, lo encontraran y recondujeran a la penitenciaría, y así ocurrió; dos policías llegaron hasta donde el anarquista había caído rendido y lo insultaron, lo patearon, lo esposaron y después lo condujeron al interior del patrullero en que pensaban llevarlo de vuelta a “La Tierra”.
  
   Camino a la prisión, los policías continuaron con sus insultos contra el detenido; le decían que en “La Tierra” le esperaba lo peor (lo cual era cierto) y que esta vez de ese lugar no saldría con vida, y mientras realizaban esas (y otras) agresiones verbales, el conductor del patrullero empezó a notar algo extraño que lo llevó a decirle a su compañero:
   -¿Sabés en dónde estamos?
   Su compañero, que hasta entonces no le había prestado atención al camino, empezó a mirar en todas las direcciones y, con tono de absoluto desconcierto, dijo:
   -No tengo ni idea.
   El auto siguió transitando unas cuadras más hasta donde se suponía que estaba la cárcel, pero en ese lugar la cárcel no estaba. Lo que había era un enorme terreno baldío frente al cual, estacionaron; ambos agentes bajaron del vehículo y permanecieron en silencio evidenciando asombro en sus miradas ya que el lugar que veían, era y no era el mismo que conocían, dado que había diferencias notables en la urbanización, así como también en los autos que transitaban.
   Nada entendieron de lo que vieron, y tras caminar por el terreno durante algunos minutos, decidieron volver al patrullero y una vez en el mismo, yiraron y yiraron durante una media hora tratando infructuosamente de encontrar a la cárcel; mientras tanto, el anarquista detenido había advertido que la sorpresa que los policías tenían (la cual él también tenía) les había conferido vulnerabilidad, en cambio a él le había conferido fuerza y esperanza, lo cual lo llevó a burlarse de los policías y a acusarlos de estar locos por haber visto un terreno deshabitado en donde él sí había visto a la cárcel; los policías empezaron a dudar de sus propias percepciones y resolvieron volver al lugar en el que se suponía que estuviera la cárcel; en ese momento la fina neblina que a la noche envolvía, se volvió gruesa niebla que resultó en que la visibilidad se redujera drásticamente, por ese motivo chocaron contra un Ford Falcon verde que iba en dirección contraria a gran velocidad, lo cual le causó a los ocupantes de ambos vehículos, heridas menores; el accidente dejó levemente conmocionados a los dos policías del patrullero, fue entonces que el anarquista detenido aprovechó para escaparse y rápidamente se escondió tras un contenedor de materiales de construcción desde donde vio todo lo que segundos después aconteció.
   Del auto al que habían chocado, se bajaron varios tipos furiosos que insultaron a los policías a los que no reconocieron como tales dado que el auto policial de los años 20 en que ellos viajaban, era muy distinto al que se usaba en los años 70 en que entonces se encontraban (amén de los uniformes), por lo cual, al acercarse al vehículo que los había chocado, un miembro de lo que era un Grupo de Tareas de la ESMA que se dirigía a realizar uno de sus infames operativos, mientras blandía un arma de fuego, gritando les dijo:
   -¿Adónde mierda iban, payasos, así vestidos? ¿A una fiesta de disfraces?
   Entonces los policías intentaron sacar sus armas, lo cual fue inmediatamente advertido por los represores de la patota que reaccionaron disparando una innumerable cantidad de veces contra el vehículo provocándole a sus dos ocupantes, la muerte.
   El anarquista, que había visto todo el episodio desde una segura distancia, esperó a que los ocupantes del Falcon verde se fueran antes de él mismo irse del lugar, lo cual ocurrió tras menos de un minuto de sucedida la balacera.
   Con las manos esposadas empezó a correr por calles que apenas reconocía, después, ante el cansancio, dejó de correr y empezó a caminar lo más rápido que pudo, y a medida que las cuadras pasaban, el entorno se volvía para él, cada vez menos desconocido, ya que sin él entonces saberlo, estaba retrocediendo en el tiempo, por lo cual, al cruzar cierta cuadra, se encontró en la década del 60; al cruzar la siguiente, en la del 50; al cruzar la siguiente, en la del 40; al cruzar la siguiente, en la del 30, y al cruzar la siguiente, en la del 20, es decir, en la suya; una vez en la misma, se dirigió a la zona de la “Tierra del Fuego porteña” en donde sí estaba esta vez la cárcel, y se reencontró en una de sus viviendas con varios de los reclusos prófugos que lo recibieron muy alegremente, le cortaron las esposas y por supuesto, le preguntaron qué le había pasado esa noche, entonces el anarquista, previendo que lo que iba a contar resultaría increíble, dijo lo siguiente:
   -Les voy a contar todo pero con una condición.
   Uno de sus amigos dijo:
   -¿Cuál?
   -Que se abstengan totalmente de decirme “loco”, “mentiroso”, “versero”… cosas así.
   Todos asintieron, entonces uno de sus interlocutores dijo:
   -¡Dale!… ¡contá contá!
   El anarquista tomó aire profundamente y después dijo:
   -Resulta que…
 
 
(1) En el año 1923 se produjo la fuga de 14 presos de la Penitenciaría Nacional.
(2) En el barrio capitalino nacional de Palermo, existió una prisión llamada oficialmente: “Penitenciaría Nacional” e informalmente: “Tierra del Fuego”; este último título se hizo extensivo a sus alrededores; funcionó desde 1877 hasta 1961; tras su demolición, hubo un terreno deshabitado durante muchos años hasta que se construyó lo que actualmente es el Parque Las Heras.