viernes, 12 de noviembre de 2021

Parresía imperdonable (cuento) - Martín Rabezzana

   
   Hacia principios de los años setenta del siglo 20, en cierto bar de los alrededores de cierta universidad de la provincia de Buenos Aires, los estudiantes debatían a diario (incluyendo fines de semana) sobre cuestiones sociales; se hablaba, por supuesto, de la lucha armada como medio de respuesta de los oprimidos a gobiernos opresores, generándose grandes diferencias de opiniones, ya que había quienes la defendían y quienes la condenaban; se hablaba de lo válido o no del personalismo en política, generando esto también grandes enfrentamientos ideológicos, ya que había quienes consideraban que buscar a una persona para que oficie de representante de valores ideales, implica no solamente aceptar entregarle la propia voluntad, volviéndose uno así, un autómata teledirigido por ella, carente de toda autonomía y humanidad, sino además, negar que los valores buscados en un determinado individuo, están en todas las personas, haciendo esto innecesario buscarlos en alguien en particular, así como también había quienes desde el punto de vista opuesto, manifestaban que sin una figura humana representativa de valores positivos, las personas se sienten en una orfandad ideológica que resulta en que las mismas no logren nunca el sentir de fraternidad necesario para organizarse y trabajar mancomunadamente en favor de mejoras sociales, quedando así a merced de los prepotentes de turno, por lo cual, de ser el personalismo, algo malo, sería un mal necesario en pos de poderse evitar un mal mayor, y se debatían muchas otras cuestiones siendo por supuesto, la de la psicoterapia, totalmente insoslayable por ser Argentina, ya en aquel entonces, uno de los países del mundo con mayor cantidad de psicólogos por habitante, y a diferencia de lo que ocurre actualmente, la psicoterapia era vista entonces como un elemento absolutamente revolucionario dado que, según sus partidarios constituidos mayormente por opositores a la psiquiatría (lo cual contrasta totalmente con lo que ocurre en la actualidad), la misma era no sólo la alternativa al autoritarismo psiquiátrico, sino además, un medio de mejoramiento personal en cuya aplicación a gran escala estaría, según ellos, la solución a todo problema no sólo individual, sino también social.
   A diferencia de lo que ocurría al debatirse otras cosas, había al debatirse el tema de las psicoterapias, un consenso casi absoluto que solamente se había, hasta ese día, visto interrumpido por la divergencia de opiniones respecto a la validez (o falta de ella) de lo coercitivo en lo que hace a la aplicación del tratamiento psicológico; algunos decían que “por el bien general”, el mismo debía ser obligatorio para todos, otros decían que cosa tal constituiría una vulneración de los derechos de las personas, siendo por eso, equiparable a la nefasta psiquiatría, otros decían que debería evaluarse el caso particular, ya que en algunos, la coerción podría ser válida pero en otros, no… en fin; la cuestión es que, como ya expresé, en los muchos meses en que los asistentes al bar debatieron sobre las psicoterapias (entre ellos se encontraban muchos estudiantes de psicología y de diversas ramas de las ciencias sociales), nadie había manifestado desacuerdo con sus (supuestas) enormes bondades; ese día la cosa fue diferente.
 
   El individuo, algunos años mayor que sus compañeros, que era en la universidad un recién llegado, por lo cual no había participado previamente de los debates que los estudiantes sostenían, manifestó haber dejado la carrera de psicología por haberse decepcionado de ella, no sólo porque, al igual que ellos, en algún momento había creído que la misma constituía la liberación de la tiranía psiquiátrica, pero que posteriormente comprobó que en la práctica, la mayoría de los psicólogos “trabaja” en colaboración con los psiquiatras (o mejor dicho: trabaja para ellos), sino además porque…
   -El sistema social es malo, y no sólo a nivel local, sino mundial (asumo que en esto estamos TODOS de acuerdo) –todo asintieron -, por lo cual, el que está bien, al mismo NO SE ADAPTA, y si se empieza a adaptar, empieza a estar mal, y los psicólogos no tratan a quienes están felizmente integrados al ámbito en que sus vidas se desarrollan, ya sea el laboral, el familiar o el social, sino que tratan justamente a aquellos que con el mismo tienen conflictos generadores de un sentir de inadaptación; ahora bien: siendo el psicólogo una persona tendiente a que el inadaptado se adapte mediante el intento de convencimiento de que el problema no puede estar en su medio ambiente, sino en él, está claro que constituye un elemento defensivo del sistema social; sistema que todos consideramos terriblemente injusto; por esto es que la psicoterapia (independientemente de su escuela) es no sólo uno de los elementos defensivos de la sociedad ante una persona inadaptada por ser la inadaptación, una amenaza para ella, sino que además se está volviendo un elemento preventivo de inadaptación que busca tratar aun a aquellos que no son inadaptados, lo cual se ve claramente en el “todos necesitamos psicoterapia en algún momento”, que es un (lamentable) invento argentino, ya que no es lo que se difunde en otros países (1), y por ser, como ya dije, el inadaptado a un sistema malo, alguien que está bien, lo que se defiende desde la psicoterapia tanto como desde la psiquiatría, es al mal general, que no es otra cosa que el sistema que impera actualmente a nivel mundial; por todo esto es que considero que las psicoterapias, lejos de ser elementos de liberación, son elementos de control social y eventual represión al servicio del sistema que buscan suprimir a las formas de ser y pensar, espontáneas, individuales y vitalizadoras, para posteriormente reemplazarlas por otras automatizadas, uniformadas y robotizadas, cuya fuerza reside en la creencia errónea, masiva, ingenua y voluntaria de las personas, en que las mismas están al servicio de su bienestar.
   Y tras hacer una pausa de silencio que todos respetaron, prosiguió:
   -Los psicólogos, al igual que los psiquiatras, están para reencauzar a los “locos”, “enfermos” o “subversivos” (y evitar que los encauzados se desencaucen), que son básicamente todos aquellos que tienen la osadía de apartarse del carril que conduce a nuestra especie al matadero;… …los psicólogos, así como los psiquiatras, no ayudan en nada a las personas sufrientes ni lo harán jamás, porque no saben ayudar; no están en la vida para ayudar… -y acercándose sin saberlo a pronunciar el título de un libro aún no publicado de un autor que sería posteriormente, legendario, dijo: -Psicoterapia y psiquiatría…: vigilancia y castigo.
   Si bien los debates que los estudiantes universitarios sostenían eran muy intensos, lo que resultaba en que continuamente se interrumpieran recíprocamente, en este caso todos permanecieron en absoluto silencio, lo cual parecía indicar que había una adhesión total a lo dicho por el apóstata de las psicoterapias en general, y del psicoanálisis en particular, pero fue que al él retomar la exposición de conceptos expositores de la psicoterapia en su esencia antirrevolucionaria, una chica pagó su consumición, se levantó y sin decir una palabra, muy tranquilamente salió del bar; el joven ni lo notó ya que eran unas veinte las personas que participaban del debate; a los pocos segundos, otro estudiante hizo lo mismo, entonces el joven sí lo notó pero siguió con su discurso; a los pocos segundos, otro estudiante se fue en total y absoluto silencio; después otro, después otro y después otro, hasta que, tras más o menos dos minutos, se quedó hablando completamente solo.
   En la actualidad (o sea, cinco décadas más tarde) quien expone ideas como las del protagonista de esta historia, sufre su misma suerte.
 
 
 
(1) En décadas posteriores tal concepto tendrá, lamentablemente, alcance mundial.

domingo, 24 de octubre de 2021

Escribiendo en el no tiempo (cuento) - Martín Rabezzana

   
   Cuando alguien (aunque provenga de las masas) empieza a ocupar un puesto de poder coercitivo, pasa a conformar una aristocracia cuyos intereses están contrapuestos a los de las mayorías, de ahí que el de “gobierno popular”, sea un oxímoron, y como yo me sentía del pueblo, sentía a su vez que el enemigo mayor del mismo (y por consiguiente, el mío), nunca podría ser otro que el estado, independientemente del gobierno de turno que haya; no obstante estar para mí muy claro que todo gobierno es lo antipueblo por antonomasia, para otros no lo estaba ni lo está (ni lo estará), ya que hay quienes honestamente creen que los gobiernos populares pueden existir, y mi novia (que era una militante convencida de la Juventud Peronista) estaba entre ellos, por lo que la afinidad que tuvimos, no pasó por el lado ideológico, sino por otro, sin embargo, por acompañarla, empecé a militar a su lado en una unidad básica desde la cual nos asignaban todo tipo de tareas sociales.
   El trabajo social en barrios necesitados me parecía altamente loable y era para mí, muy gratificante, como así también, el sentir de pertenencia a una comunidad cuyos miembros fortalecían cada día un poco más, todo lazo de solidaridad que resultaba en que mucha gente que, como yo, no creía en ninguna política de estado ni mucho menos, en ningún líder, decidiera emprender la militancia social con ninguna otra intención más que la de proveer ayuda al prójimo; de ahí lo indignante que me resulta que nos metan a todos en la misma bolsa al acusarnos de haber sido “terroristas”, ya que si bien hay quienes innegablemente lo fueron, otros (la inmensa mayoría) nada tuvimos que ver con la lucha armada a la cual, a su vez, no todos justificábamos, y no hacerlo se volvía muy difícil cuando uno se enteraba de que algún compañero había sido detenido, golpeado, torturado o muerto por las autoridades, y tales hechos se estaban sucediendo con demasiada frecuencia, sin embargo, muchos siguieron siendo intransigentes en su no uso de la agresión contra los represores del estado, lo cual, de ninguna manera les garantizaba no ser en algún momento, blancos de ellos.
 
   Un día, mientras Eugenia (mi novia), varios compañeros procedentes de La Plata y Avellaneda y yo, estábamos comiendo algo en un patio de nuestra unidad básica situada en Quilmes, escuchamos un enorme estruendo ante el cual, todos nos tiramos al piso; seguidamente escuchamos gritos cargados de insultos procedentes de los miembros de la agrupación de derecha que había puesto en lo que todos sentíamos que era nuestra casa, una bomba; por suerte nadie estaba en ese momento en el cuarto principal de la unidad básica donde se dio la explosión, por lo cual, no hubo muertos ni heridos; tras el humo disiparse y los fascistas advertir que a nadie habían dañado, irrumpieron en el local blandiendo armas de fuego y se dirigieron a la parte del fondo en la que nosotros estábamos, por lo que todos subimos a la terraza decididos a escapar por los techos; Eugenia, que no estaba cerca de mí, al ver que yo intentaba ir hacia ella y advertir que los atacantes estaban más cerca de mi persona que de los demás, me gritó que me fuera sin ella; viendo que no estaba sola, sino con otros compañeros, le hice caso y corrí en dirección opuesta a ella, sobre varios techos; al llegar al techo de una casa situada en una esquina, salté a un árbol y tras verificar desde el mismo que los represores no estuvieran en esa cuadra, bajé y corrí más rápido y furiosamente que nunca; corrí, corrí y corrí… hasta que no pude más, entonces me detuve y permanecí acuclillado en una vereda durante un buen rato;… Mientras intentaba recuperar el aliento, noté que el día se oscurecía velozmente, al punto que de pronto, se hizo de noche, lo cual me pareció imposible porque poco antes de que debiera escapar de la unidad básica, recuerdo perfectamente haber mirado un reloj, y marcaba las dos de la tarde; después, al retomar la marcha, noté que había casas y edificios que nunca había visto antes; los autos que pasaban eran también extraños para mí, no sólo por sus diseños, sino también por el sonido procedente de sus motores y carrocerías;… seguí caminando por esa ciudad que, por sus diferencias respecto a la que yo conocía, no sentía que fuera la mía, y cuando creí reconocer la casa de un militante de la JP de una unidad básica de la zona de Bernal, golpeé a su puerta y por la ventana, un señor mayor me dijo:
   -¿Sí? 
   Entonces, muy nervioso le dije:
   -Buenas noches; estoy buscando a Ernesto… -y considerando la posibilidad de que esa no fuera su casa, expliqué: -No estoy seguro de que viva acá;... lo que pasa es que estoy medio confundido.
   El señor se quedó mirándome con asombro; después, sin nada decirme, cerró de golpe la ventana y yo me dispuse a irme, pero enseguida escuché que abría la puerta y salía de la casa, entonces me miró fijamente por un motivo que no comprendí; en eso, casi llorando, me abrazó y totalmente conmovido, me dijo:
   -¡Estás vivo!
   Al escucharlo hablar esta última vez, creí reconocer en el tono de su voz a un conocido del cual, en ese momento tuve “flashbacks” que me hicieron dar cuenta de que la persona mayor que estaba frente a mí, era aquel joven de mis tiempos llamado Ernesto; yo era también el joven de aquellos tiempos, pero… ya no me encontraba en mis tiempos… y no estaba envejecido… y… no entendía nada…
   Ernesto me dijo:
   -Entrá.
   Entré a su casa y nos sentamos a la mesa, entonces me dijo:
   -¡Esto es imposible!… todos te creímos muerto, y no sólo resulta que estás vivo, ¡sino que además seguís teniendo poco más de 20 años! – y dudando de sí mismo, dijo: -¿Es verdad todo esto, o lo estoy soñando?
   -Es verdad es verdad… -le respondí prontamente, y tras decirle que yo estaba más sorprendido que él, le pregunté: -¿En qué año estamos?
   -En el 2021.
   -En el 2021 –repetí yo riéndome con una mezcla de tristeza, resignación y contenida desesperación.
   Después, con miedo a preguntar, pregunté:
   -¿Qué pasó con los demás compañeros?
   Ante lo cual, tuve al silencio y a un gesto de tristeza más que elocuente por respuesta; igual, debía insistir porque necesitaba saber.
   -¿Qué pasó con Eugenia?
   Entonces miró al piso sin responder; yo me levanté y palmeándole ligeramente un hombro, le insistí:
   -Dale… decime qué pasó.
   Entonces, tras tomar aire profundamente, me dijo:
   -Ella fue la única que logró escapar aquel día del 74 en el que reventaron a tu unidad básica; a los otros, los mataron a todos; los cazaron ese mismo día uno por uno; bah… en realidad, vos también evidentemente pudiste escapar, pero todos te dimos por muerto, y ella… si bien ese día pudo huir, cayó en manos de una patota de represores tras el golpe de estado que hubo en el 76;… ahí sí que no se salvó casi nadie;… masacraron a casi todos los militantes de la tendencia revolucionaria del peronismo y demás agrupaciones de izquierda y anarquistas; además, hicieron desaparecer a sus cuerpos; a las embarazadas, tras tener a sus bebés, se los robaron y después las mataron… …Los milicos hicieron un desastre del que todavía hoy el país no se recuperó… Yo estuve exiliado durante esos años, por eso sobreviví; si me hubiera quedado, ahora seguramente sería uno de los 30 mil desaparecidos.
   Entonces, lenta e inconteniblemente, me puse a llorar.
   Tras un rato de permanecer en la casa de Ernesto, abruptamente sentí la necesidad de salir y tomar aire, y así lo hice aun contra su voluntad, ya que él me decía que debía quedarme esa noche ahí, para al día siguiente ver qué se hacía con mi situación (yo no creía que mucho se pudiera hacer).
   Una vez en la calle empecé a caminar cada vez más rápido, hasta que, totalmente conmovido, empecé a repetir la palabra “no” una y otra vez, progresivamente más fuerte; en eso, sin siquiera advertirlo, me vi corriendo en medio de la calle repitiendo a gritos la palabra que expresaba mi rechazo a mi destino, y mientras corría, sentía a mis fuerzas acabarse al punto que en determinado momento caí rendido al piso mientras expresaba mis deseos de morir, pero no morí, sino que desperté en 1974 tras lo que había sido una breve siesta… Eugenia estaba a mi lado; la abracé y… casi le cuento todo… pero no lo hice; solamente le dije que la amaba y que ese día, la historia no la escribirían ellos, sino nosotros.

martes, 19 de octubre de 2021

Justicia soñada (cuento) - Martín Rabezzana

   El tipo asistió a una reunión social a la que fue invitado por un conocido y a cuyos asistentes no conocía; durante la misma se mantuvo en silencio hasta casi el final, escuchando toda clase de descalificaciones cargadas de resentimiento por parte de todos los que hicieron uso de la palabra, alusivas a varias personas, pero sobretodo a una; se trataba de un antiguo amigo de muchos de los allí presentes que se había ido del país; de él hablaron pestes; lo basurearon, lo denostaron, lo expusieron en todas sus (supuestas) miserias, defectos y errores; no le justificaron siquiera una de sus faltas por más insignificante que fuera; cada uno de los que de él habló, tenía una anécdota en la que lo hacía quedar siempre como el peor; de uno sacar una conclusión de dicha persona en base al sentir común que por ella entre los asistentes a la reunión, había, habría sido que Santiaguito (así se llamaba) era el mismísimo satán, por más que en realidad, las cosas que de él se contaban, no fueran tan graves, e incluso algunas no fueran siquiera dignas en absoluto de ser consideradas faltas, por lo cual, era obvio que dicha persona constituía lo que suele denominarse “chivo expiatorio”, que es aquel individuo (o grupo de individuos) al que en una sociedad, la mayor parte de sus miembros inculpa con la intención de hacerlo pagar por las faltas de todos; haciendo cosa tal, las divisiones existentes entre todos los demás integrantes de ella, se ven temporalmente disueltas ya que los une el resentimiento común, además de que tal práctica los hace sentirse completamente libres de toda culpa y de todo cargo; la cuestión es que la reunión que duró casi tres horas, llegaba a su fin.
   Al invitado desconocido por casi todos, que se había mantenido en silencio, uno de los asistentes a la reunión, al ver que se disponía a irse, le dijo:
   -Che, ¡vos no dijiste nada en toda la noche!… te dedicaste a comer papas fritas y a tomar cerveza, nomás; decí algo antes de irte, que todavía hay tiempo.
   Entonces, tras pensarlo unos segundos, dijo:
   -Bueno,... eehhh… no; mejor no digo nada.
   Su interlocutor insistió:
   -¡Dale! No seas tímido.
   Entonces, venciendo a la reticencia que tenía a expresar lo que realmente tenía ganas de expresar, dijo:
   -Estaba pensando que si yo me enterara de que alguno de ustedes habla alguna vez de mí como hablaron esta noche del Santiaguito ese, lo mínimo que haría (lo mínimo, ¿eh?, y mirá que soy tranquilo, pero todo tiene un límite) sería comprarme una Ithaka y salir a buscarlo para… bueh; imagínensé lo demás.
   Todos permanecieron en silencio unos segundos, tras los cuales, su interlocutor se empezó a reír y casi todos los demás, también, por asumir que lo dicho había sido en broma; el único que no se rió, fue quien hizo la supuesta broma, que fue uno de los primeros en irse de la reunión.
   Tras el extraño invitado haberse ido, aquel que le había hablado, le dijo a las varias personas que todavía estaban presentes:
   -¿Quién habrá invitado a ese forro?... se quiso hacer el pulenta y seguro que es un terrible mantequita y un cagón que no mata ni a un mosquito;… a ese maricón, si lo llego a ver otra vez por acá, ¿saben la que le doy, no? Je je je;…¡qué gil de cuarta, por favor!
   Los demás asintieron en silencio.
   La reunión terminó y cada uno de sus asistentes se fue a su casa.
 
   Esa misma noche, el asistente a la reunión que le había pedido al extraño invitado que hablara, se encontraba durmiendo con su esposa, a la cual, horas antes le había hablado del hombre al que había definido como “mantequita”, “cagón” y de otras maneras más; en eso escuchó ruidos en la cocina y se levantó preocupado, pero tras mirar por la ventana que daba a un jardín y concluir que no había nadie, decidió volver a la cama; un rato después volvió a escuchar un ruido que lo hizo volver a la cocina, y al acercarse a la ventana, vio en el jardín al extraño asistente a la reunión, amartillar una Ithaka y posteriormente, apuntarlo, lo cual lo hizo sentirse terriblemente atemorizado;… Quiso irse pero las piernas no le respondían, entonces, suplicando y temblando, dijo:
   -No… por favor; yo no hablé mal de vos en serio, fue todo en chiste… no podés por un comentario al pasar, hacerme esto… …¡Dale che!… no seas malo; se nota que sos buen tipo. ¡No podés hacerme esto!.... ¡No podeeeeeeeéss!
   Pero el individuo armado hizo caso omiso a lo que escuchó y disparó; entonces el maldiciente se despertó gritando de lo que había sido simplemente una pesadilla.
   Su mujer, que acababa de despertarse, lo miró con un desagrado que él no comprendió, por lo que le preguntó:
   -¿Qué pasa?
   Ella nada le dijo, simplemente le señaló la parte inferior de su persona que se encontraba bajo el cubrecama y las sábanas, y al él levantarlos, tomó conciencia de que durante la pesadilla se había hecho encima tanto lo primero, como lo segundo.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Instantes que son eternidades (cuento) - Martín Rabezzana



   Yo estuve presente cuando a principios de los años setenta del siglo 20, en el patio de la universidad a la que asistía en La Plata, ante una multitud de estudiantes, subido a una silla para ser visto mejor, en voz muy alta uno de nuestros compañeros, dijo lo siguiente:
   -De todos los temas por nosotros abordados, hay uno fundamental que no hemos considerado lo suficiente y se hace urgente que lo hagamos: todos sabemos que el sistema social es absolutamente nefasto, y no me refiero sólo al de este país, sino al que impera actualmente en todo el mundo; la humanidad va hacia la destrucción total por culpa de sus propias acciones, por lo cual, se hace necesario esclarecer de dónde viene el mal mayor; todos me dirán que de los burgueses, de los oligarcas, de los capitalistas, y es cierto, pero hay un ámbito del cual salió toda esa gente y esto no lo podemos seguir ignorando; ¿cuál es ese ámbito?... ¡Este en el que estamos, compañeros! ¡EL ÁMBITO UNIVERSITARIO!... De este lugar que tanto amamos y en el que tanta fe tenemos, sale la clase dirigente que explota a los trabajadores, que organiza guerras, saqueos y que destruye al medio ambiente… ¡De acá, de nuestra querida universidad salen los explotadores del mañana de las masas, los continuadores de esta catástrofe no natural que nos llevará hacia el final más trágico como especie!
  
   Entonces todos aplaudimos, ya que lo dicho por nuestro compañero constituía una verdad innegable; después dijo:
   -Si queremos realizar un cambio en serio, un cambio de fondo, no basta con alterar un poco las estructuras de este sistema, ya que eso es siempre tendiente a que las cosas cambien sólo superficialmente y en esencia, sigan intactas;… si queremos que este lugar donde se imparte conocimiento deje de ser el foco infeccioso que enferma a toda la sociedad, que es, debemos ser nosotros quienes decidan lo que acá mismo se enseña, y eso implica que debamos ser nosotros quienes elijan las materias, al profesorado y a las autoridades todas que rijan este lugar, y de no sernos concedidos estos derechos, lamentablemente, por el bien de la humanidad toda, deberemos oponernos total e intransigentemente a las universidades; ¡deberemos destruirlas! Y una vez destruidas, podremos reconstruirlas para que sirvan a un fin totalmente opuesto al que hasta ahora, han servido.
   Entonces todos aplaudimos más fuerte que nunca y la ovación que se escuchó, fue realmente increíble.
   Mientras nuestro compañero esperaba a que hiciéramos silencio para continuar con su discurso, pasó algo totalmente extraño: sentí a mi alrededor un silencio absoluto que no se correspondía con los aplausos en curso de los estudiantes ni con sus gestos claramente vociferantes; después, todos empezaron a moverse en cámara lenta, inclusive yo mismo, y noté que el color de todo a mi alrededor, se perdía; tras algunos segundos, todo lo vi en blanco y negro; miré extrañado a una compañera que se encontraba a mi lado, y estaba claro que a ella le pasaba lo mismo ya que me miró evidenciando total asombro; entonces, mientras nuestro compañero retomaba su discurso que no pude oír, varios impactos de bala lo hicieron caer de la silla en la que estaba parado; si bien, como ya dije, todo a mi alrededor se había silenciado, la excepción fueron los disparos, ya que los escuché perfectamente; luego vi a la multitud dispersarse en la cual estaba yo mismo, que escapé corriendo del patio de la universidad, y siempre en cámara lenta, ya que el ritmo de la vida toda, parecía haberse ralentizado, y cuando finalmente estuve en la calle, el sonido, los colores y la velocidad del movimiento, volvieron.
   A nuestro compañero, que no sobrevivió, le empezamos a rendir homenaje todos los años, a veces en público y a veces (por seguridad) en privado.
   Al comparar experiencias, todos los asistentes al discurso de nuestro compañero, coincidimos en que en los momentos previos y posteriores a su asesinato, vivimos todo en cámara lenta, sin sentido auditivo (salvo por el momento de los disparos) y en blanco y negro.
   Todavía no entendemos a qué pudo deberse.