martes, 14 de septiembre de 2021

Espíritu libre. Espíritu encadenador (cuento) - Martín Rabezzana


   Siempre me preguntan si era buena o mala, como si una cosa fuera excluyente de la otra, y su caso demuestra que no lo es, ya que conmigo fue muy buena, y con otros… muy mala; y es que todos estamos llenos de tendencias polivalentes y contradictorias que coexisten en permanente conflicto; no hay nadie que a esto escape, de ahí que la coherencia, como cualidad pretendidamente constitutiva de algunas personas, sea solamente una abstracción; lo real, lo auténtico, lo verdadero, es la discordancia, la contradicción, la incoherencia… lo que pasa es que en algunas personas la incoherencia se nota más que en otras, y en quienes se nota menos, se debe en general a que saben disimularla mejor que los demás. No obstante, no significa esto que la incoherencia se dé en el mismo grado en todas las personas, por lo cual, aceptando que la incoherencia es inalienable de la condición humana, podemos concluir que hay gente más y menos incoherente, y a quien lo es menos, se lo suele elogiosamente llamar “coherente”, cuando en realidad, en base a mi experiencia puedo afirmar que las personas más cercanas a la coherencia son las más jodidas de todas; como prueba de esto les hago la siguiente pregunta retórica: ¿qué es la incapacidad de admitir un error, de pedir perdón y de perdonar, sino: coherencia?... En fin… la cuestión es que, con incoherencias muy marcadas de su parte en lo que hacía a su conducta, lo intransigente en ella por mí (y en mí por ella), fue siempre el amor; ese mismo amor que, tras varios años de estar separados, la llevó a volver una tarde de algún año de la década del '40, al bar de mala muerte al que yo siempre asistía, y muchas veces con ella, pero claro… cuando su estatus era muy distinto al que entonces era, ya que ella ascendió, escaló, o dicho de modo vulgar y elocuente: trepó, y llegó tan alto que, al volver al viejo bar, deslumbró a todos como si fuera una estrella que hubiera bajado y se hubiera mezclado con nosotros, mas no obstante el deslumbramiento y el deseo generalizado de admirarla y hablarle, la concurrencia del bar, muy respetuosamente entendió que ella estaba ahí para verme a mí, por lo cual no hizo falta que el par de tipos fornidos que la acompañaba, interviniera para abrirle paso y pudiera llegar hasta la mesa alejada y desolada a la que yo me sentaba, ya que tras efusivos saludos, todos espontáneamente la dejaron pasar y le concedieron la privacidad que necesitaba para hablar conmigo.
   Ella llevaba ropa muy fina, lo cual contrastaba totalmente con la vestimenta que en tiempos pasados usaba; también la seguridad en su andar, sus gestos y palabras, contrastaba con la fragilidad que otrora en todo eso evidenciara de modo casi continuo, sin embargo… algo en su mirada y en su voz, me hacía sentir que la cálida esencia constitutiva de su persona, seguía intacta y que no se encontraba muy lejos de esa superficie fría y artificiosa.
   Yo me mantuve en silencio y en mi lugar desde que la vi entrar y hasta que llegó a mi mesa; ni siquiera le respondí con palabras cuando, con enorme timidez, me pidió permiso para sentarse frente a mí; tan solo me limité a asentir con un gesto.
   Yo estaba todavía herido; no puedo decir que estuviera “malherido”, ya que las heridas más graves que ella me había dejado, ya habían (casi todas) cicatrizado, por eso mi instinto de conservación me hacía presumir un grave peligro ante su presencia, dado que ella tenía el poder de reabrirlas todas con un solo gesto, una sola palabra o un solo silencio, pero ninguna intención hiriente tenía hacia mí, de hecho, jamás la tuvo ni tampoco yo hacia ella; el daño en nosotros recíprocamente infligido, había sido sencillamente el que, de modo inevitable, se da tarde o temprano cuando se juega con fuego, y ambos habíamos jugado con fuego y nos habíamos quemado; habíamos jugado con el filo cortante de una pasión amorosa y nos habíamos cortado; habíamos caminado por el borde de un precipicio y nos habíamos caído; después nos separamos y cada uno aprendió a vivir lejos del otro, pero no por eso aprendimos a dejar de querernos, ya que hasta podría decirse que la lejanía nos enseñó a querernos aún más, y por supuesto… esto se dio muy a pesar de nuestra voluntad, ya que al ambos decidir transitar caminos distintos, habríamos deseado que el amor por el otro, en nosotros se apagara en pos de que la separación dejara de doler, pero eso nunca ocurrió.
   Ella me miró con los ojos llenos de dulzura y me dijo:
   -¿Necesitás algo?
   Yo le sonreí tristemente y solamente le dije:
   -No.
   Pero le mentí, porque yo necesitaba que se sublevara contra lo que ella sentía que era su destino y pudiéramos así, ser finalmente compatibles e indivisibles para siempre, pero no consideré siquiera sugerírselo porque cosa tal habría implicado pedirle que dejara de ser quien era, y a una ella que no fuera ella, yo no habría podido amarla con tanta intensidad.
   Yo era alguien que defendía a su “yo” del “yo” que las instituciones le querían imponer, y ella, por el contrario, quería ser (literalmente) las instituciones impositoras de un “yo” homogéneo, dócil y pasivo, y esas voluntades contrapuestas, una vez mezcladas, habían creado un sentir incendiario en ambos, que resultaba en que la unión material entre nosotros, estuviera destinada a durar poco tiempo.
   Ella dijo:
   -Alguien me dijo lo siguiente refiriéndose a dos personas: “Él era un espíritu libre y ella, un espíritu encadenador, que es siempre un espíritu previamente encadenado”;… no lo dijo de nosotros, pero sentí como si nos hubiera descrito perfectamente.
   Después me tomó de una mano y pude sentir entre nosotros una unión mayor que la que podría haber sentido si se hubiera tratado de una conjunción pija-concha, lo cual me resultaba desgarrador, al punto que, si bien por un lado la quería, por otro, la rechazaba; la parte que de mí rechazaba a dicha unión, me llevó a soltarme de su mano, pero por breves instantes, ya que tras los mismos, la parte que de mí la anhelaba, prevaleció, entonces acerqué mi silla a la de ella y sentado a su lado, la abracé, me abrazó y nos abrazamos; entonces le dije:
   -Volvió la encadenadora con sus cadenas –y susurrando, agregué: -pero ya no quiere estar encadenada ni encadenar a nadie; volvió para cerrar heridas, liberarnos y despedirse.
   Ella nada dijo por entender que todo estaba dicho y que sólo restaba apreciar al máximo ese momento que se extendería por algunos minutos, tras los cuales, se levantó y se fue de mi vida como se iría no mucho tiempo después, de la vida misma.

   La despedida terminó de sanar en nosotros las heridas que quedaban por cerrar que ambos nos habíamos infligido.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Orgullo de rechazo a la telefonía moderna (cuento) - Martín Rabezzana

 

   El tipo, que jamás le había siquiera levantado la voz, ante la pregunta de la mina sobre por qué no tenía teléfono celular, había respondido:
   -Porque no me gustan.
   La respuesta no satisfizo a la preguntante, por lo cual, con el tema insistió, e insistió, e insistió y… se dio entonces lo que podríamos llamar: un atentado contra la propiedad tecnológica; tras el mismo ocurrir, le pidió que guardara silencio y escuchara atentamente lo que le diría.
   -Allá por el dos mil, en mi barrio habían unos conocidos que iban a cuanta manifestación hubiera y sacaban fotos de todo. Después las llevaban a revelar, tras lo cual recorrían los medios de prensa para preguntar si les interesaba comprarlas, y muchas veces así era; así empezaron una carrera en la fotografía no siendo profesionales; un día, uno de ellos me ofreció ser parte de su grupo; me dijo que sin importar quién sacara las fotos que los medios compraran, lo ganado se repartía equitativamente entre todos, que, conmigo, seríamos tan sólo cuatro personas, y me dijo que me prestaba una cámara y todo, pero yo no acepté porque no me tomé a dicha actividad en serio como laburo; asumí que podrían ganar buena plata pero hasta ahí; ni se me ocurrió preguntarle cuánto ganaban, y sabiendo que el riesgo en esa actividad era mucho (palazos de “cosacos”, o sea, de la policía montada, intoxicación con gases lacrimógenos, eventual atropello de multitudes cuando se inician las corridas, y más cosas), le agradecí su oferta pero la rechacé, pero cuando varios meses después vi que con lo que ganaba como fotógrafo ¡se pudo comprar un cero kilómetro!, le pregunté si seguía vigente la oferta de sumarme a su equipo, me dijo que sí, y al día siguiente fui con él y otros fotógrafos aficionados a una manifestación de trabajadores despedidos; no pasó nada y las fotos que sacamos no nos sirvieron porque lo que vende, es el kilombo en serio y el mismo no se había producido en dicho caso, por lo que ni siquiera nos molestamos en ir a los medios para intentar vendérselas; en las semanas siguientes, la cosa fue igual; yo estaba a punto de abandonar la “carrera” (si es que se me permite llamarla así), pero fue que finalmente hubo una manifestación (de la que prefiero no dar datos concretos) y se dio lo que tarde o temprano se da: represión policial con palazos, balazos de goma, pedradas a los uniformados, gases lacrimógenos, etc.; ese día saqué no sé cuántas fotos, y sumadas a las de mis compañeros, teníamos cientos, y por supuesto, muchas eran vendibles, por lo cual nos dirigimos a varios medios importantes y nos pagaron una buena suma; y así ocurrió muchas veces más, por lo que rápidamente empecé a vivir de la fotografía que se volvió para mí, además de un trabajo bien remunerado, una salida a una vida de aburrimiento, ya que lo presenciado en los kilombos mencionados, constituyen experiencias valiosísimas, por lo cual, el trabajo era una aventura continua;… En los 2000 empezaron a proliferar las cámaras fotográficas digitales, lo cual resultó en que tuviéramos mucha competencia, ya que la gente común empezó a sacar fotos de cualquier cosa y en cualquier parte, pero como no era para tanto la cosa, la competencia no amenazaba a nuestro negocio, pero cuando se popularizaron los teléfonos celulares con cámaras incorporadas (sobretodo los “inteligentes”, a principios de la década del 2010), se nos acabó el negocio porque demasiada gente empezó a tener una cámara a mano y a sacar fotos y filmar, y cuando algún hecho grave ocurre, no sólo abundan las personas que sacan fotos, sino además, ¡las que se las regalan a los medios!, por lo cual, ahora puede ser que en algún momento los grandes medios te lleguen a comprar alguna foto tuya si consideran que es mejor que la que sus propios fotógrafos sacaron, pero es algo excepcional, ya que no se puede contar con que ocurra seguido; ya no puedo vivir de la fotografía como sí podía en "mi época”, como dicen los viejos (y es que ya, lo que se dice “joven”, no soy), y esa época seguiría siendo MI ÉPOCA si no fuera por telefonitos de mierda como ese que te acabo de reventar contra el piso;… ¡¡¡¿entendés por qué los odio tanto y por qué NUNCA tendría uno?!!!
   La mina, en total y absoluto silencio, asintió.

jueves, 2 de septiembre de 2021

El acólito de Tacchi (cuento) - Martín Rabezzana


Cuento dedicado a Carlos Tacchi (recaudador incorruptible de la DGI) y a todos los forros de mierda que atienden en negocios, no dan recibos de compra y ni se molestan en saludar a los clientes.


   El tipo, un día de algún año de la década del noventa del siglo 20, le dijo al empleado de la librería:
   -Existe la idea en mucha gente de que la agresividad presente en personas de clase baja, se debe a la falta en ella de educación, por eso sería que entre la gente más formada culturalmente, la agresividad, es menor (entendiendo a la agresividad como la tendencia a insultar, agarrarse a golpes o usar armas); esta idea es de lo más pelotuda ya que existen evidencias de sobra de que en paralelo con el aumento del desarrollo intelectual que se produce con la formación cultural, aumenta la agresividad, de ahí que las catástrofes no naturales tengan SIEMPRE por diseñadoras, a personas altamente intelectualizadas, es decir, a personas pertenecientes a esa casta superior denominada “científica”; esa gente es la que ha llevado la violencia a la mayor escala (bombas atómicas, holocaustos, destrucción del medio ambiente y un largo etcétera) y la que nos llevará al fin de nuestra vida como especie;… como más o menos explicó Sábato en algún ensayo: para poder mandar un misil teledirigido con absoluta precisión a miles de kilómetros de distancia y destruir a poblaciones enteras, las matemáticas son imprescindibles; sin grandes matemáticos que calculen distancias, velocidad, y otras cosas, algo así no podría hacerse, de ahí lo pelotudo de sacralizar a las ciencias como si fueran poseedoras de una positividad absoluta, cuando son en realidad, agentes antibióticos que sólo pueden traernos flagelos de toda clase… en fin;… la cuestión es que yo admito que en paralelo con el aumento del intelecto, disminuye la agresión, pero sólo la menor, o sea, la salvaje: peleas, insultos, etc., pero aumenta la mayor, o sea, la civilizada: guerras, destrucción del medio ambiente, etc., y a ésta última la mayoría no la reconoce como agresión en absoluto, sin embargo, lo es;… la violencia menor se da en la gente de clase baja en mayor medida pero no por falta de formación cultural, sino por el hecho de que las necesidades básicas insatisfechas, generan un resentimiento que se manifiesta en agresión física; de tales necesidades estar satisfechas, dicha agresividad disminuiría en dichas personas aunque no aumentara su formación cultural. De ahí lo lógico del concepto de alguien (no recuerdo de quién), según el cual, el problema mayor no lo generan las clases sociales, sino la pobreza, y la pobreza es en gran medida causada en este país, por la evasión de impuestos.
   Vayamos unos minutos hacia atrás: el tipo había entrado a la librería, el empleado no lo había saludado (ni lo habían saludado tampoco los demás empleados las anteriores veces que había ido ahí a comprar), había comprado varios libros, no le habían dado recibo de compra y entonces había dicho:
   -Cada vez que vengo a comprar, no me decís ni “hola” ni “chau”;… Quiero saber si es por algo personal en mi contra o si sos maleducado con todo el mundo, y antes de que me respondas, te informo lo siguiente: si no me saludás por tener algo en contra de mi persona, te lo dejo pasar, pero si sos maleducado con todo el mundo, no te la dejo pasar NI A PALOS; en tal caso, tengo que castigarte en defensa de la sociedad TODA.
   Vayamos unos minutos más atrás todavía: el tipo le había presentado al empleado de la librería, una credencial falsa de inspector de lo que entonces era la DGI (Dirección General Impositiva), y eso había bastado para aterrorizarlo dado que, como ya dije, tras él pagar su compra, no le había dado recibo; a esos maleducados de mierda que atienden negocios y que a uno no lo saludan y que además, no dan recibos de compra salvo que uno se los exija (sabiéndolos obligatorios cuando la compra supera cierto monto), basta con pedírselos para que empiecen a sudar como si estuvieran en medio del desierto del Sahara a las tres de la tarde, aunque hagan cero grados, ya que saben que su no emisión, habilita la clausura legal de un establecimiento. ¡Pero claro! ¿Quién va a ser el jodido que haga la denuncia de tal hecho? Y de esto sí ocurrir, al inspector que llegue de la entidad recaudadora de impuestos, lo coimean y… ¡problema resuelto!, por lo cual, el tipo sabía que había que vengarse de otro modo por la mala educación de los empleados del negocio y del dueño del mismo que, además de haber contratado a personas maleducadas, les había ordenado no dar recibos.
   El falso inspector, dijo:
   -Si me hubieras saludado, yo habría dejado pasar las irregularidades de este negocio y habría procedido a clausurar al de al lado.
   El empleado decidió no responder a la pregunta sobre si no lo había saludado por tener algo en su contra o por ser él, maleducado con todo el mundo, ya que asumió que contestara lo que contestara, algo malo ocurriría, por lo cual, tras agarrar un sobre con billetes destinado a pagar coimas que tenía ya preparado y dejarlo en el mostrador frente al falso inspector de la DGI, dijo:
   -Lamento todos estos inconvenientes, caballero; le pido disculpas y le pido además que acepte este sobre que lo compensará por todo.
   El falso inspector agarró el sobre y muy tranquilamente procedió a hacerlo pedazos delante de la mirada terriblemente horrorizada del empleado de la librería; después le dijo:
   -Por gente como usted el país está como está.
   Después caminó unos pasos hacia la salida y se detuvo, dio media vuelta y dijo:
   -Mi jefe tiene razón; a los evasores… ¡hay que hacerlos mierda!
   Y como si manipulara una ametralladora invisible, hizo como que tiroteaba el negocio; tras lo cual, agregó:
   -Ya tendrá noticias mías. –Y se fue.
  
   Tras la partida del falso inspector de la librería, el empleado de la misma, muy asustado, comentó todo el episodio con sus compañeros que, sin que les quedara claro quién era realmente la persona que se había presentado como inspector de la DGI, dijeron cosas de tipo: “Debe ser un loco”. “Puede ser que fuera de verdad un inspector, uno de esos incorruptibles”. “Por ahí es las dos cosas”, pero nadie acertó; habría acertado únicamente aquel que hubiera dicho: “Era un justiciero del pueblo”.
 
   En los días siguientes, los empleados del negocio empezaron a saludar a los clientes y a emitir recibos de compra, después, viendo que no pasaba nada, ya no.
 

jueves, 12 de agosto de 2021

La “milvidas” (cuento) - Martín Rabezzana


Sacra desobediente

   Ella le contó que allá en Trelew, a principios de los setenta (1), había sido una de las personas que participó de la (sacra) desobediencia civil que, entre otras cosas, llevó a que se conformara una comisión de solidaridad con los (tristemente célebres) presos políticos (pero claro; junto a su familia, ya que en esos años era chiquita); le contó de los gratos recuerdos que tenía de estar preparando en la cocina junto a su mamá, cosas dulces para llevarle a los detenidos; le contó de lo maravilloso que fue ese sentir comunitario entre personas renuentes a mirar para otro lado ante las injusticias por otros sufridas; le contó de las asambleas sucedidas en el teatro abierto de modo permanente sólo interrumpidas por los recitales de músicos en las que se expresaba rechazo al accionar arbitrario de las autoridades y apoyo a quienes terminarían siendo mártires emblemáticos de toda una generación, dando lugar, sin saberlo, a un antes y un después en su ciudad; después le contó que, siendo más grande, alternó en los ámbitos más peligrosos salvando la vida por milagro más veces de las que podía recordar;… ella era una sobreviviente de todo, pero de esas que más que sufrir la vida, la habían bien vivido y al máximo disfrutado, y sin embargo… ¡era tan joven todavía!
Tenía apenas un lustro de edad más que él, pero él sentía que ella había vivido mil vidas, él en cambio, ninguna; esto lo hacía sentirse disminuido hasta la nulidad ante ella, y ella parecía notarlo, entonces se reía y lo besaba con la intención de sacarlo de ese nivel de inferioridad y elevarlo hasta el suyo, y SIEMPRE lo lograba, y no es la humedad de su boca, el calor de sus pechos ni el gusto de su concha lo que recordaría de ella como lo más excitante, ya que por mucho que lo fuera, lo sexual con ella era una parte de un inmenso todo cuya intensidad no disminuía en ningún momento, ni siquiera ante las situaciones más triviales e intrascendentes, ya que ella era la sensualidad y sexualidad personificadas y en sus máximas expresiones.
   No obstante todo lo dicho que da cuenta de una persona inolvidable, ya nadie más que él la recordaba en esa década del noventa… ¿por qué? Porque todos los que habían sido parte de su vida ya estaban muertos, salvo él, claro, y si bien lamentó que ella ya no estuviera, su paso fugaz por su vida (y por la vida), por haber estado tan cargado de intensísima positividad, le hacía creer que lo trágico es el no morir joven; al menos en el caso de ella así habría sido; trágico habría sido verla en decadencia; disminuida en vitalidad, pero nada de esto ocurrió ya que pasó al plano espiritual envuelta en un esplendor vital absoluto.

Mucho más que la hora

   “Esa no te da ni la hora”, le había dicho un conocido suyo una tarde en una plaza, tras verla desde lejos y él manifestar su gusto por ella y su intención de acercársele, entonces ella, haciéndose la que lo veía por vez primera, se le acercaba y lo besaba apasionadamente. Después se iba caminando lentamente y ya desde cierta distancia, lo llamaba con la mano, entonces él se iba con ella ante la sorpresa (y envidia) de sus conocidos; ella misma había tenido la idea de actuar esa escena que, por mucho haberle gustado a ambos, terminarían actuándola en varias ocasiones más; sin embargo, no podría decirse que la realidad superara a la ficción, ya que estando con ella, una y otra se entremezclaban al punto de volverse indistinguibles, y cuando creía poder distinguir a una de otra, tanto la realidad como la ficción eran estados potenciados.
   Estar con ella era como vivir todo a la vez aunque no pasara nada, ya que lo que provocaba era verdadero amor. Ese que, como Alberto Migré describió en una de sus novelas: traspone la piel, diferenciándose así del falso amor, por éste último sentirse de la piel para fuera; el que ella hacía sentir era de la piel para dentro.

Falsa ausencia

   Un día se acabaron las brevísimas mañanas con ella, los brevísimos mediodías, las brevísimas tardes y las brevísimas noches (que en su espíritu durarían una eternidad) y comenzaron los larguísimos días, conformados por larguísimas mañanas, larguísimos mediodías, larguísimas tardes y larguísimas noches, sin ella, al punto que a lo negativo e interminable lo habría desde entonces de definir como: “lo sin ella”, pero… ¿en serio se había ido?... En ciertas filosofías orientales dicen que una vez que uno asimila totalmente a la positividad espiritual de una persona, ya no necesita de su objeto simbólico que es su cuerpo material, dado que es como un papel en el que está escrita la letra de una canción que un cantante quiere memorizar; para lograrlo deberá leerla varias veces, pero una vez la letra por él memorizada, podrá desprenderse del papel en que está escrita sin que esto signifique un desprecio por su contenido, ya que el mismo está guardado en su interior, haciendo esto a la conservación del papel, algo totalmente innecesario, y como ya expresé: lo mismo se aplica a las personas, ya que una vez que de alguna de ellas interiorizamos a toda su positividad espiritual, su presencia material no nos hace más falta dado que su esencia álmica, de nuestro interior no se va nunca; por empezar a sentir que esto último le había en gran medida ocurrido, en cierto momento empezó a dejar de recordarla con dolor y le empezó a sobrevenir una remembranza de ella de carácter casi totalmente positivo.




(1) En 1971 tuvieron lugar actos de solidaridad por parte de los trelewenses para con los guerrilleros presos en su vecina ciudad de Rawson pertenecientes a Montoneros, las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), consistentes mayormente en visitas a las cárceles, ya que, si bien Trelew era un lugar en el que, a diferencia del resto del país, no había grandes actos de represión del estado ni tampoco, grupos civiles armados tendientes a responderla, por lo cual se podría asumir que sus habitantes verían con malos ojos a quienes en alguna medida llevaran hacia su ciudad algo de las convulsiones sociales nacionales ajenas a su cotidianeidad, lo que ocurrió fue que muchos trelewenses se interesaron en conocer cuáles eran las motivaciones de los guerrilleros, por lo cual, tras conocer personalmente a familiares de los detenidos en Rawson que solían parar en Trelew, que entre otras cosas, compartieron con ellos las cartas de sus seres queridos presos, los ciudadanos solidarios trelewenses empezaron a considerar que lejos de ser los guerrilleros, personas que buscaban la violencia por la violencia misma, actuaban en respuesta a una violencia estatal previa, por eso crearon una comisión de solidaridad con los detenidos que no le gustó en absoluto a las autoridades, que, tras fusilar ilegalmente en 1972 a varios de los guerrilleros presos (hechos que fueron conocidos como "La masacre de Trelew"), realizaron en Trelew y las vecinas ciudades de Rawson y Puerto Madryn, allanamientos en un centenar de casas, requisaron a vehículos y transeúntes a gran escala y detuvieron a varias personas arbitrariamente por supuestas sospechas de complicidad en lo que fue la fuga de los guerrilleros previa a los fusilamientos; todo esto fue en realidad una represalia tendiente a disciplinar a la sociedad y generar un miedo en ella, paralizador, que evitara la expansión de la simpatía hacia los guerrilleros, pero lejos de ocurrir esto, se dieron en Trelew, huelgas y levantamientos masivos
pacíficos en los que miles de personas en las calles reclamaron la libertad de los ciudadanos arbitrariamente detenidos (¡y la lograron!), que, entre otras cosas, incluyeron la ocupación del “Teatro Español”, que permaneció abierto durante una semana día y noche y en el cual se manifestaban libremente las personas en contra de la represión estatal que, según los militares, se había hecho “con la colaboración del pueblo”; esa SEMANA GLORIOSA DE INSURRECCIÓN POPULAR en Trelew, demostró que la voluntad de las masas era diametralmente opuesta a la del estado.
   Lo referente a los levantamientos populares pacíficos de Trelew, quedó eclipsado por los previos y entonces recientes hechos de fuga, los fusilamientos de los guerrilleros detenidos y la posterior represión militar ocurrida en la despedida a ellos, por eso ha sido muy poco tratado aun por aquellos que (como yo) tienen por fuente principal de información sobre estos hechos, al libro “La pasión según Trelew”, de Tomás Eloy Martínez, en la que da cuenta de dicha insurrección, no obstante, según mi criterio, la misma no ha tenido la debida continuidad en lo que respecta a lo investigativo, ya que considero que el libro mencionado debería haber sido el punto de partida de una investigación más profunda que hasta ahora, no se hizo. 


Posdatas del 20/06/2022. 1: El cuento "La milvidas", fue la base de mi novela corta: "Ania milvidas".

Posdata 2: Cuando expresé que la investigación sobre la insurrección en Trelew no había tenido una debida continuidad, no habia todavía visto el documental "Prohibido dormir", de Paula Bassi y Diego Pauli, publicado en Vimeo: https://vimeo.com/71898250