La acomodada mujer de cierta edad lo vio y se asustó, lo
cual lo hizo sentirse muy mal ya que es humillante causar miedo cuando no se lo
pretende, y por eso, y viendo la vestimenta cara que la mujer tenía, pensó que
sería soberbia, lo cual habitualmente uno piensa del otro cuando por el otro se
siente menospreciado, pero si uno hace una pausa, busca reflexionar y tener una
visión global de este tema, puede llegar a concluir que lo que lo lleva a uno a
atribuirle al otro una creencia de superioridad, es el propio
sentir de inferioridad, de lo cual el otro a veces participa pero nunca es causante, y el miedo que la mujer sentía de alguien de apariencia marginal como
él, no era causado por la soberbia sino por el desconocimiento, y ante alguien
carente de algo, ya sea en lo material o en lo que a conocimiento refiere,
más que resentirse, lo lógico y sensato es compadecerse.
Hay un mudo (Gonzalo
Giles) que tiene un programa de radio en el que se expresa con palabras
amplificadas desde su teléfono que tiene tatuada una frase con la que él se
habría sentido identificado en ese momento; es más o menos así: "a los que se
burlan y a los que me tienen miedo: no saben quién soy".
Al rato, mientras
ella esperaba vaya uno a saber qué o a quién (ya que estaban en una estación de
subte y al subte ella no lo esperaba), lo vio darle una limosna a una persona
necesitada, entonces su mirada temerosa hacia él desapareció y tristemente
sonrió; después se le acercó y le extendió un librito; él sonrió y dijo:
-Gracias. –Miró
el libro y dijo: -¡Ah! ¡Le voci
sacre del maestro!
-¿Hablás
italiano? –dijo sorprendida, ya que con esa caripela y la pilcha que tenía (era
casi una postal del año 2001 recién concluido), ella no habría dado ni dos
mangos porque hablara bien siquiera castellano.
-¿Y francés?
-Un petit peu
(un poquito);… …Dicono sia un capolavoro; la ringrazio (dicen que es una obra
maestra; le agradezco).
Mientras
esperaban, él le expuso sus conceptos sobre lo inexistente del bien y el mal,
sobre la necesidad del sentir de igualdad para que exista la paz, a lo cual,
según él, el amor se opone ya que siendo mayor el valor que uno le da a
aquellos por quienes lo siente, el sentir de igualdad hacia los seres queda
anulado, y otras ideas; estos conceptos de carácter filosófico que para él
mismo serían años más tarde carentes de toda importancia, a ella parecieron
interesarle mucho, por lo que le sugirió:
-Tendrías que
escribir un libro con todo eso.
-Es lo que estoy
haciendo.
-Ah. ¿Sos
escritor?
Él sonrió
ligeramente en silencio.
Hablaron unos
minutos más y tras él decirle que estaba pasando por dificultades económicas y
no tendría pronto ni dónde vivir, ella anotó en una agenda dos direcciones,
arrancó la hoja y se la dio; le dijo:
-Si necesitás
dónde vivir, acá podés quedarte un tiempo gratis; son residencias de
artistas; elegí la que quieras y usá la estadía para terminar tu libro.
-Él miró el
papelito con cierta desconfianza y le preguntó señalando una de las direcciones
que no era la del norte del gran Buenos Aires:
-¿Esta dirección
es del sur?
Ella asintió.
Él dijo:
-Yo iba a un
club cerca de ahí cuando era chico… -y en tono melancólico agregó: -me acuerdo de
las piedras chiquitas en la extensa entrada, de cómo crujían al pisarlas y me
acuerdo de que al tratar de conciliar el sueño me venían a la mente dunas de
arena y de esas piedras… una imagen muy agradable… Siempre me pregunté cómo
serían esos predios cerrados que hay por ahí… el colegio pupilo (el St.
George), los hosteles… pero a mí ni me dejarían entrar.
Ella dijo:
-Decime tu
nombre y aviso que te dejen entrar.
Él la miró sin
dudar de que fuera verdad lo que le decía, pero como si temiera romper el "hechizo" con preguntas sobre el tema, nada le preguntó y tan solo le dijo:
-Gracias.
Eligió la residencia del sur, le dejó anotado su nombre, después se despidieron y
él se fue.
Nunca volvería a
verla.
Tras unos días
él se dirigió al lugar; se identificó y le abrieron el portón; entró y vio
un predio enorme, verde, hermoso;
después una empleada lo condujo hasta la casa en que se alojaría; era una
mansión poblada de gente mayormente joven; la vivienda era tan grande que un
par de cuartos eran equivalentes en tamaño a una casa normal entera; la
empleada lo condujo hasta la habitación que le tenían reservada en una planta superior y le dijo:
-Te quedás tres
meses, ¿no? Hasta ahí es sin cargo para vos; es lo que me informaron.
-Eeehhh… sí.
-Bueno, en un
rato se sirve la cena, así que preparate para bajar.
-Bueno.
Dejó su mochila
llena de ropa sobre la cama y al rato se dirigió al comedor; una vez en la mesa
entró en conversación con los demás residentes; eran todos artistas de algo,
locales y extranjeros; uno le preguntó:
-¿Cuánto te
cobra la vieja por quedarte?
Rápidamente se
le ocurrió decir:
-Un poquito.
No quiso revelar
que estaba ahí sin pagar porque presentía que los demás habían pagado, lo cual
después confirmó al hablar con otros residentes, ya que el lugar era una
residencia que la mujer de edad le alquilaba a artistas a módico precio en pos
de promover la creación de arte; entonces entendió que la mujer en cuestión era
una especie de Victoria Ocampo moderna y que él había recibido, aunque no fuera
oficial, una beca.
Si bien la
ciudadela daba como para no salir nunca, la vida seguía pasando por el exterior
durante el día, y, la noche, era el momento para volver.
Una noche una
chica se le acercó después de comer y le dijo:
-Quienes
idealizan a los artistas se decepcionarían si nos conocieran, incluso los
mismos artistas.
-¿Por qué?
-Porque somos
normales… …Una vez leí una nota a un músico que dijo que el artista es artista
sólo cuando crea arte, el resto del tiempo es como cualquier otra persona, y es
verdad, por eso debe ser decepcionante conocernos para quienes nos idealizan
pensando que tenemos una forma especial de ver y sentir las cosas, y por eso
muchos artistas hacen un personaje de sí mismos en sus vidas personales: para
no decepcionar con su normalidad.
Él, sonriendo le
dijo:
-A mí me gusta
la normalidad.
Ella dijo:
-¿En serio?
-Sí; me refiero
a lo sencillo y positivo de la cotidianeidad.
Ella lo pensó un
poco y sonriendo dijo:
-A mí también.
Pasaron los
días, las semanas y los meses que se compusieron de momentos que no voy a
describir, y cuando hubieron pasado tres meses, el escritor se fue del lugar y
a los pocos días intentó buscar a la mujer que le había dado la "beca" para
agradecerle; llamó a sus antiguos coresidentes pero ninguno sabía dónde encontrarla;
volvió a la residencia de artistas y preguntó por ella; le dieron una dirección
del norte del gran Buenos Aires (San Isidro) donde podría encontrarla; fue a
buscarla pero al preguntar por la mujer, quienes habían escuchado de ella
decían que había habido una persona que correspondía a la descripción que él les dio,
pero que hacía mucho que…
Volvió a la
estación de subte donde la había conocido esperando encontrarla; esperó varias
horas pero ella nunca apareció. Entonces entendió que la mujer que le había
dado la "beca" era la mismísima Victoria Ocampo que se había materializado para
ayudarlo porque su pasión por el arte la había llevado en vida a alentar su
creación, y aún tras morir dicha necesidad siguió existiendo en su espíritu, lo
cual la hizo necesitar de volver de… bueno;… en realidad esto último es
mentira.
A pesar de su
falta de reconocimiento y éxito comercial, no creo que en lo artístico el escritor
la haya decepcionado.