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jueves, 19 de septiembre de 2024

Mora (cuento) - Martín Rabezzana

(“Mora” -cuento publicado en mi libro número 17: "Llamamiento a la violencia"-, es la continuación de mi cuento: “Casa montonera”, publicado en mi libro número 12: “Material subversivo”).

-Palabras: 2.414-


   Recuerdo que cuando era chico, a veces dudaba de si lo que veía estando despierto, era realmente parte de la vigilia, y no porque viera cosas extrañas, ya que no era así, sino por saber que durante el sueño, generalmente consideramos que estamos despiertos, de ahí que sea lógico formularse la pregunta de si cuando creemos estar despiertos, lo estamos realmente, y dado que lo que acabo de decir, asumo que nos ha pasado a todos, asumo también que a (casi) todos nos pasa el dejar de hacernos esa pregunta al llegar a la adolescencia o a la adultez, y en mi caso, así había sido hasta que conocí a Mora, a quien, previo a encontrar en la vigilia una noche de cierto año de la década del 2000, había visto en un sueño.
   Inmediatamente después de ver a dicha chica en la vigilia por vez primera (Mora me había contactado en un bar), fui por ella conducido hasta cierta casa, situada en la ciudad de Magdalena del Buen Ayre, llamada: Quilmes, en donde, tras una breve conversación, me tomó de las manos y experimenté algo denominable: “desdoblamiento astral”; tal extraña y en extremo positiva, experiencia, me hizo dudar de si lo por mí, esa noche vivido, había sido un sueño o no; me costó definirlo, al punto que, tras varios días, consideré que sí lo había sido, pero después pensé que, del encuentro haber realmente ocurrido, en el bar en el que ella me había contactado, alguien debería haberla visto, por lo cual, al mismo me dirigí y una vez ahí, uno de los empleados, tras yo preguntarle si recordaba haberme visto el pasado viernes con una chica que me sacó del lugar casi arrastrándome, me respondió afirmativamente. Eso me llenó de alegría porque era la prueba de que Mora tenía existencia verdadera, si bien lo que siguió, fue decepción, ya que al preguntarle si tenía idea de en dónde podría encontrarla, me respondió que no, que ésa había sido la única vez que la había visto.
   El desdoblamiento astral al cual, Mora me había inducido, resultó en que, de un momento a otro, yo dejara de estar en la casa en la cual, con ella estaba, y apareciera solo en medio de la calle en un barrio que parecía ser el mío, pero en una frecuencia distinta, dado que parecía deshabitado y muchas casas estaban ausentes, además, a un costado tenía un bosque inexistente en la “realidad”, al cual atravesé, y tras salir del mismo me encontré con la casa a la que Mora me había llevado, envuelta en neblina; tras yo entrar a la misma, vi a un grupo de montoneros (hombres y mujeres) pasar un rato agradable previo a que irrumpieran represores de Grupos de Tareas y mataran a algunos y se llevaran por la fuerza a los demás; entre esos combatientes que terminarían desaparecidos, vi a un hombre y una mujer; al volver al estado de conciencia ordinario, Mora me dijo que ellos éramos nosotros.
   Tras decirme esto último, Mora (que recién al despedirse de mí, me había dicho su nombre) se fue; antes de irse, me prometió que volvería a buscarme, y durante mucho tiempo pensé que había mentido, ya que durante casi dos años, no la volví a ver en la vigilia ni tampoco, en sueños, hasta que finalmente, Mora volvió a buscarme una levemente fría, tarde-noche de sábado, en que en soledad me encontraba caminando por la ciudad de Quilmes en dirección a un bar; yo iba por la vereda de la Plaza del Bicentenario de la calle Colón y cuando me disponía a doblar a la derecha y agarrar por Moreno, Mora, desde atrás me chistó, yo detuve mi marcha, miré hacia atrás y la vi; se veía bastante distinta a la noche en que la conocí, ya que entonces, vestía ropa informal; esta vez estaba arreglada como para una salida nocturna; llevaba un vestido ajustado que hacía resaltar su atractiva figura, sin embargo, la reconocí inmediatamente por su pelo negro brillante, lacio y abundante, que enmarcaba su hermoso y americanísimo rostro de tonalidad oscura; al verla sentí un desconcierto y una emoción, enormes, propios de quien consigue algo que por mucho tiempo, anheló; “Mora...”, dije larga y pausadamente, entonces ella, dirigiéndome una amplia y hermosa sonrisa, dijo mi nombre con la misma entonación que yo había usado para nombrarla a ella; me dio un beso y, mientras lo señalaba, le dije que me dirigía a un bar (*), que está situado en la calle Moreno, casi esquina Conesa. “¿Querés venir?”, le pregunté: “¡Claro que quiero!”, me respondió.
   Tras haber entrado al bar, nos dirigimos a la planta superior en donde hay una vista muy linda a la Plaza del Bicentenario; nos sentamos a una mesa y cuando nos atendieron, le pregunté a Mora qué quería comer y tomar. “Tarta de manzana y café”, respondió. Yo dije que quería lo mismo.
   Tras hablar de cualquier cosa durante unos minutos, le pregunté algo que necesitaba saber:
   -¿Me encontraste por casualidad?
   Ella negó con la cabeza y sonriendo dijo:
   -No; te busqué… -y tras agarrarme una mano, agregó: -¡y te encontreeeé!
   Durante ese contacto físico que Mora hizo conmigo, además de sentirme aún más infundido de bienestar de lo que ya estaba, me sentí invadido por imágenes retrospectivas setentistas que claramente correspondían a nuestras vidas inmediatamente anteriores a las entonces en curso; nos vi conocernos en la escuela; nos vi besarnos, abrazarnos, entremezclarnos; nos vi participar en manifestaciones. Nos vi militar socialmente. Nos vi empuñar armas. Nos vi disparándolas... nos vi (y nos sentí) interdependientes; inseparables... indivisibles;... tras algunos segundos me soltó y volví al presente; nada le dije a este respecto ya que asumí que no hacía falta, por intuir que ella ya sabía lo que en mí, había causado.
   Si bien sabía que la siguiente pregunta podría parecer una recriminación (y no lo era), no pude evitar formulársela:
   -¿Por qué no viniste antes a buscarme?
   Entonces Mora, con un tono muy calmo, me dijo:
   -Vine por vos cuando tenía que venir; ni antes ni después.
   Tal misteriosa respuesta, aumentó sobremanera la atracción que por ella, yo ya sentía.

   … … …

   Mora y yo estuvimos hablando en ese bar, casi dos horas; el encuentro era para mí, un sueño hecho realidad, o tal vez, una realidad hecha sueño, y en ese sueño/realidad, realidad/sueño, lo hablado, lejos estaba de ser lo que comúnmente la gente habla en la vida real, pero esto era la vida real (¿o no?); ella era real, yo también, pero me sentía como invadido por una positividad que me parecía más propia de la irrealidad que de la realidad, de ahí que yo me preguntara a mí mismo (otra vez) si me encontraba despierto o soñando, y como tras analizar mi anterior encuentro con ella, había resuelto que de uno cuestionarse cosa tal, es porque se encuentra en un nivel de conciencia superior tanto al del sueño como al de la vigilia, cuyo nombre para mí no puede ser otro que alguno que derive del nombre: “Mora”, la respuesta era la siguiente: no estaba despierto ni dormido.

… … …

   Tras Mora preguntarme sobre qué importaba más para mí, si el espíritu o la materia, le dije:
   -Yo soy bastante maniqueísta; me cuesta no sentir que la materia es negativa, y como todo tiene una contraparte, me cuesta no sentir que lo positivo, es el espíritu.
   Ella dijo:
   -Pero… ¿no considerás que lo material y lo espiritual, son opuestos complementarios e interdependientes y que, por lo tanto, para que exista uno, tiene que existir el otro?
   -Sí -le respondí.
   -Entonces, de ser así, los opuestos conforman una unidad cuyas partes hay que tratar de conciliar por ser igualmente importantes y necesarias. Es decir, conviene apreciar tanto a la materia como al espíritu.
   Yo le dije:
   -Puede ser, pero el desprecio por lo material, tiene su positividad.
   Visiblemente desconcertada, Mora me preguntó:
   -Y… ¿en qué consistiría?
   -En que el desprecio por la materia tiene como contraparte necesaria, el aprecio por el alma, de ahí que, por ejemplo, cosas problemáticas como el racismo, serían superadas si cultiváramos el desprecio por la materia, ya que eso llevaría a apreciar al alma de los seres, o sea, a su esencia, independientemente de la forma material que la contenga.
   Ella lo pensó unos segundos, y me dijo:
   -Puede ser que tengas razón, pero puede ser también que, aunque ése sea un camino conducente al desarrollo de la capacidad de apreciar al contenido de las cosas y los seres, independientemente de sus formas, no sea el único. Yo creo que hay otros.
   -¿Por ejemplo? -le pregunté, y ella respondió:
   -Yo creo que lo físico puede ser la puerta de entrada a lo álmico;… A mí me parece que en muchos casos, el aprecio por la forma es conducente a la búsqueda y aprecio de su contenido, de ahí que el aprecio por la materia sea muchas veces necesario para entrar en contacto con el espíritu, y de ahí a su vez, que la atracción física hacia los demás, lejos de merecer ser menospreciada por “superficial”, merezca ser valorada por ser potencialmente conducente a lo profundo de los seres.
   Yo le dije:
   -Puede ser, pero... ¿qué pasa cuándo no apreciamos a la forma del otro?... Cuando la forma de algo o alguien, nos disgusta, solemos ni querer conocer su contenido.
   Ella dijo:
   -En tal caso, sí conviene despreciar a la materia en pos de poder apreciar a la esencia, pero… ¿qué pasa cuando sí apreciamos del otro, a su forma material?… ahí no nos es necesario despreciar a la materia y hasta nos conviene apreciarla porque, como ya expresé: es justamente ese aprecio por la forma lo que nos va a llevar a buscar su contenido, de ahí que el aprecio por la forma, que entre las personas tiene por expresión máxima, la atracción físico-sexual, nos lleve a desear fundirnos con ellas, y esa unión material, es un medio para trascender la materia y alcanzar la plenitud espiritual.
   Tras algunos segundos, yo dije:
   -O sea: como según tu criterio, conviene no darle importancia a la materia pero solamente cuando la misma no nos gusta, vos proponés practicar un rechazo por la materia, pero no absoluto, sino selectivo.
   Ella asintió en silencio con la cabeza. Yo dije:
   -Por ahí tenés razón -e inmediatamente me dijo:
   -Claro que tengo razón, y te voy a probar que lo físico, lejos de alejarnos de lo álmico, puede llevar a dos seres, a unirse espiritualmente.
   Entonces Mora, que estaba sentada delante de mí, se levantó de su asiento, se sentó a mi lado y me besó en los labios; durante los primeros segundos, el beso fue “apto para todo público”, pero después me metió la lengua y ya no lo fue más, y menos aún lo fue, lo que hizo después, que fue agarrarme de las manos y ponerlas sobre sus pechos. Seguidamente se levantó el vestido y me hizo tocar su entrepierna mientras en voz baja y en extremo seductora, me decía que la tenía recontra peluda, “como a vos te gusta, ¿o no?”, yo le dije que sí; a los pocos segundos, muy amablemente un empleado del bar nos pidió que nos retiráramos (no nos importó porque igual, no teníamos pensado quedarnos mucho más tiempo en ese lugar), así que pagué, y salimos a la calle; una vez en la misma, Mora me abrazó fuertemente desde un costado y me dijo que fuéramos hasta cierto negocio de ropa femenina en el que estaba trabajando, del cual, ella tenía llave y a esa hora ya estaba cerrado. Llegamos al negocio, situado en la calle Alsina, tras caminar por Moreno las poco más de cuatro cuadras que del bar nos separaban, y una vez dentro del mismo, volvimos a besarnos apasionadamente; yo le dije:
   -Te pensé y te soñé durante años, Mora.
   Ella me dijo:
   -Yo también a vos.
   Seguidamente volvió agarrarme de una mano, a llevarla hacia su entrepierna y me pidió que por ahí le pasara la lengua, entonces la alcé en brazos y la conduje a un sillón de tres cuerpos que cerca de nosotros se encontraba, en el cual, suavemente la deposité, después le saqué los zapatos y la bombacha, le levanté el vestido, ella abrió las piernas y le pasé la lengua por la concha durante un buen rato. Después ella se levantó, me bajó el cierre del pantalón, yo me lo desabroché, y me practicó sexo oral. Posteriormente me pidió que la penetrara, lo cual, hice; tras amarnos en distintas posiciones, se dio vuelta y volvió a pedirme que la penetrara, pero esta vez, analmente, lo cual, también hice, y en esa unión material con Mora, sentí alcanzar la plenitud espiritual de la cual, minutos atrás, ella me había hablado, y ese hablarme a ese respecto, constituyó prácticamente una promesa suya de plenitud para mi persona, que cumplió en su totalidad, ya que la misma, no terminó para mí, nunca, dado que en mi interior, está, y emerge cada vez que recuerdo esos momentos (y otros por venir) en que dentro de ella, estuve, tanto en lo físico como en lo álmico.
   Tras hacer el amor, mientras estábamos abrazados en el sillón, Mora me dijo que en esta vida estábamos destinados a volver a encontrarnos para concluir lo que en la anterior, dejamos inconcluso; yo sonreí y pensé que se refería a nuestra relación, pero ella, además de a eso, se refería a algo que no me manifestó en ese momento con palabras, sino con una acción bastante elocuente que consistió en acercarse a un mueble, sacar del mismo un revólver y apuntarlo hacia un maniquí, mientras con su voz, recreaba el sonido de disparos.
   Yo, al verla haciendo eso, me levanté, caminé hacia ella, la abracé por detrás, y le dije:
   -Mora: yo te sigo en la vida y en la muerte.


(*) El resto-bar se llama: “La Chocolatta Green”; según algunos, dicho negocio, que es una sucursal de otra “Chocolatta”, situada en la calle Lavalle, no existía en los primeros años de la década del 2000 en que la historia transcurre, ya que habría sido inaugurado varios años después, lo cual, no me consta, pero admito que podría ser cierto, pero también es cierto que las leyes del tiempo y el espacio eran transgredidas a voluntad por Mora, haciendo esto posible que tanto ella como su acompañante, hayan estado en tal lugar en esos años.