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martes, 4 de junio de 2024

María Clara y compañía: América en armas (cuento) - Martín Rabezzana

(Octavo cuento de la serie de “María Clara”, cuyas primeras seis partes se encuentran en mi libro: “MATAR MORIR VIVIR”).

(No esperen grandes razonamientos desarrollados por el narrador, complejos diálogos ni función poética de este capítulo; el mismo está constituido por una trama de pura y cruda, violencia setentista).

-Palabras: 1.426-   

Fines de marzo de 1976. Pocos días después del golpe de estado. Diez y cuarto de la noche, pasadas.

   Desde una distancia prudencial, dos vehículos con combatientes revolucionarios, siguen a un Ford Falcon en el cual, se desplaza un militar de alto rango, perteneciente al servicio de inteligencia del ejército, rumbo a su domicilio, situado en Avenida del Libertador al 739 (aproximadamente), de la ciudad bonaerense de San Fernando; una de las combatientes del comando es María Clara Tauber, otro es un chileno cuyo apodo es el de: “Salazar”, otra es una uruguaya apodada: “Daniela”, que, al igual que Salazar, emigró a la Argentina e ingresó a Montoneros en un intento de lograr sobrevivir, o, al menos, de morir peleando, ante la cacería desplegada contra los militantes revolucionarios en su país de origen, aun a sabiendas de que acá, en materia represiva, la cosa era aún peor; estos tres combatientes, no son realmente montoneros, ya que María Clara proviene de la Federación Universitaria Anarquista Rosarina, Daniela, de la (también anarquista) Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, y Salazar, del MIR (*), pero por causas de fuerza mayor, han tenido que sumarse a Montoneros; los demás combatientes del comando (que son seis), sí son montoneros.
   El militar viaja junto a un custodio, los guerrilleros lo saben, y también saben que dos custodios más, se encuentran en los alrededores de su casa.
   El Falcon del militar de inteligencia (que es el objetivo a eliminar por los guerrilleros), para frente a su domicilio, y tanto él como su custodio, del mismo, descienden; en ese momento frenan en las dos esquinas de la calle de la vivienda en cuestión, dos vehículos; en la esquina de Avenida del Libertador y 25 de Mayo, de un Rastrojero bajan cuatro guerrilleros; en la esquina de Avenida del Libertador y Quirno Costa, los guerrilleros que de un Torino, bajan, son tres; tanto en la calle 25 de Mayo como en la calle Costa, hay un custodio; al ver bajar a los combatientes, ambos sacan sus armas pero no llegan a dispararlas, porque reciben múltiples disparos de fusiles, efectuados por los combatientes que los hacen de inmediato, caer heridos de muerte; al concienciar lo que está ocurriendo, el custodio más cercano al milico, saca su arma pero también recibe múltiples disparos y cae muerto en la vereda; mientras tanto, el militar, muy apuradamente se aproxima a la puerta de su casa, saca llaves de un bolsillo que, por los nervios del momento, deja caer; inmediatamente las vuelve a agarrar y logra abrir la puerta, que no llega a cerrar, porque tras ingresar a su vivienda, cuatro guerrilleros ingresan tras él, pero no logran ultimarlo porque desde el interior de la casa, un custodio que en el interior de la misma, se encontraba (cuya presencia, los guerrilleros, desconocían), apaga la luz (como su jefe le había ordenado que hiciera en una circunstancia como esa), el militar se tira al piso y el custodio abre fuego con una ametralladora, de lo que resulta que tres de los cuatro guerrilleros que irrumpieron en el lugar, caigan inmediatamente muertos; al advertir la situación, tanto el guerrillero que no había sido muerto (aunque sí, herido en un hombro), como los tres guerrilleros que no habían llegado a ingresar a la vivienda, emprenden la retirada, pero María Clara, tras unos cuantos pasos dados, pega la vuelta, de un bolsillo saca las dos granadas que tenía entre sus ropas y, tras sacarles el seguro, las arroja al interior del inmueble; seguidamente sale corriendo y mientras corre, escucha las explosiones que resultan en la muerte del milico de inteligencia y el custodio que en su vivienda, estaba.
   El guerrillero herido, corre por la Avenida del Libertador hasta la calle 25 de Mayo, en la cual, el conductor del Rastrojero en que, junto a tres compañeros combatientes, había llegado, los estaba esperando, al mismo sube y logra escapar del lugar; mientras tanto, los tres combatientes restantes, corren por la Avenida del Libertador hacia la calle Quirno Costa, que es la calle en la que el conductor del Torino, los debía esperar, pero al acercarse al mismo, logran ver al compañero que oficiaba de conductor, muerto sobre el volante; en ese momento, desde la distancia y desde direcciones opuestas, personas a las que no logran ubicar, les disparan sin llegar a impactarlos, es entonces que los tres guerrilleros siguen corriendo; en la calle Quirno Costa, María Clara dobla a la derecha y queda sola, lo cual hace evidente que tanto sus compañeros Salazar como Daniela, han doblado a la izquierda; al llegar a la altura aproximada de 946, la joven ve llegar a otro Ford Falcon que había agarrado por Costa, procedente de la calle San Ginés, que claramente pertenecía a represores del estado, es por eso que con su pistola, abre fuego en su contra, el cual, le es rápidamente respondido con armas largas y se refugia en el jardín del frente de una vivienda; desde ahí, se tirotea con los ocupantes del auto que, del mismo han bajado y lo usan de escudo; la combatiente rápidamente vacía su cargador y al buscar en un bolsillo, otro, que le permita seguir tirando, como saliendo de la nada, desde detrás de la joven, aparece un milico de civil que la agarra y la empuja contra una pared; el golpe contra la misma, además de hacerle soltar el arma, le deja el rostro sangrando; el milico, sin soltarla, le dice:
   -Perdiste, putita.
   Y macabramente se ríe, pero la risa no le dura ni tres segundos porque en ese momento el cañón de un fusil le es apoyado en la nuca y con el mismo le es efectuado un tiro que lo mata instantáneamente; el disparo ha sido realizado por el combatiente chileno, Salazar; al caer el militar, que tenía a María Clara contra la pared, cae también ella, entonces Salazar agarra la pistola de la joven, que había quedado en el piso, la ayuda a levantarse y la mantiene agarrada por la cintura mientras ella, con un brazo sobre uno de los hombros de su compañero, se agarra fuertemente de él, ya que de otro modo, no puede mantener la vertical, pero a ninguna parte pueden ir, porque los represores del Falcon, situados a la derecha de ellos, siguen tirándoles, además, por la izquierda de la vereda de enfrente, ve llegar a dos represores más que se parapetan tras un auto estacionado y se disponen a accionar sus armas; estos últimos represores acaban de matar al conductor del Torino en el que se suponía que se irían María Clara, Daniela y Salazar; éste último, ante tal estado de cosas, cree que las posibilidades de sobrevivir, son nulas y se prepara para morir, pero al mirar hacia arriba, ve algo que lo llena de esperanza y gritando dice:
   -¡No tiren más! ¡Nos rendimos!
   Y María Clara, que estaba bastante mareada pero no inconsciente, con voz débil e indignada, le dice:
   -¿Qué decís? ¡¿Estás loco?!
   Entonces el combatiente repite:
   -¡Nos rendimos!
   Y tira su fusil a la vereda, después hace lo propio con el arma de María Clara mientras ella, con voz aún más débil que antes, dice:
   -No, no, nnooo…
   Y lentamente caminan hacia el medio de la calle, entonces los represores situados detrás del Falcon, se acercan a ellos y desde el lado opuesto, lo mismo hacen los otros dos, mientras los apuntan con pistolas y fusiles, pero no llegan a capturarlos porque uno de los represores que frente a ellos, está, y a ambos jóvenes, se acerca, cae fulminado; inmediatamente después, lo mismo le pasa al otro que a su lado, estaba, seguidamente, la misma suerte corren los otros dos, a quienes de nada les sirvió mirar en diversas direcciones en un intento de divisar al francotirador; entonces María Clara mira hacia arriba y ve a la uruguaya Daniela, que, desde un árbol, con un arma larga de alto calibre, ha disparado certera y repetidamente contra los cuatro represores.
   Daniela baja rápidamente del árbol, se acerca al Falcon, abre una de sus puertas traseras para que Salazar ayude a subir a María Clara y suba él mismo, y tras ellos subir, cierra la puerta y sube al vehículo en calidad de conductora; en cuestión de segundos, los tres guerrilleros se encuentran muy lejos de la escena.

   Diez terroristas de estado resultaron muertos; de los combatientes, cuatro murieron y dos, resultaron heridos.
   El balance de la operación, fue positivo, pero el costo, muuuy alto… demasssiado.


(*) Movimiento de Izquierda Revolucionaria