domingo, 26 de abril de 2020

La nula trascendencia de la literatura (cuento) - Martín Rabezzana


   Al escritor se le acercaron dos investigadores policiales que le pidieron que se identificara, tras lo cual le pidieron que los acompañara hasta el recinto policial ya que querían hacerle algunas preguntas; como él se esperaba que cosa tal ocurriera en cualquier momento, no se sorprendió ni se puso nervioso.
   Una vez en la seccional, fue conducido hasta una oficina, ahí se le pidió que tomara asiento y, sin que nadie le preguntara nada, el escritor dijo:
   -Alguna vez me acusarán de ser tergiversador por incluir en mi literatura a personajes de la realidad y contar de ellos historias distintas a las que realmente vivieron, pero será una acusación injusta ya que yo soy literato, no historiador, por lo que no me interesa la rigurosidad histórica al hacer literatura aunque la misma esté basada en hechos realmente ocurridos; yo invento cosas y, para mi sorpresa, resulta que muchas de ellas realmente tuvieron lugar sin que yo lo supiera mientras las escribía, y así es que, sin quererlo, al escribir cuentos del género policial, terminé resolviendo cualquier cantidad de crímenes cuyas autorías no habían sido establecidas, por eso es que muchas de las personas conocedoras de dichos casos y lectoras de mis libros, sin duda han creído que yo tenía una información especial por conocer a testigos de los casos en cuestión o a descendientes de ellos, dado que muchos de los casos policiales que ficcionalicé, son de tiempos remotos, pero en realidad, como ya dije, yo inventé (o al menos, creí inventar) muchas de las cosas que resultaron en su esclarecimiento; nunca creí que se correspondieran con la realidad, pero dado que evidentemente así es, debe ser que poseo retrocognición, que es la capacidad de percibir hechos desconocidos por uno ocurridos en el pasado… por todo esto no me sorprende que me hayan hecho venir hasta acá, ya que sin duda tengo mucho que aportarle a la policía en materia de información debido a esta capacidad inusitada que tengo de resolver crímenes sin siquiera buscarlo, al componer obras literarias, así que, les pregunto: ¿cuál es el caso que me han traído para resolver?
   Los dos policías se miraron extrañados y uno de ellos dijo:
   -¿Usted es escritor?
   -Sí, claro, y justamente por conocer mis libros ustedes me buscaron, ¿o no?
   El otro policía movió la cabeza en señal de negación, y dijo:
   -No, en realidad lo queríamos entrevistar por las quejas de los vecinos por los ruidos molestos del club del cual usted es presidente.
   Entonces el sorprendido fue el escritor, que dijo:
   -¡Pero yo no presido ningún club!
   Entonces uno de los policías le preguntó su nombre y al él responder, se le dijo que justamente a esa persona buscaban, pero para asegurarse de que no había ningún error, le pidió su documento; el literato se lo dio y el policía, tras mirarlo se lo pasó a su compañero mientras decía en voz baja:
   -Nos equivocamos de persona; este tipo tiene el mismo nombre y apellido de aquel a quien buscamos, pero su segundo nombre es otro.
   Su compañero dijo:
   -Ahhh… sí…
   Ambos policías se sintieron incómodos y tras algunos segundos en silencio, uno de ellos dijo:
  -Disculpe el error, muchacho; puede irse. Ah, y suerte con la literatura.
   Y el otro dijo:
  -Sí, eso; que tenga mucho éxito con sus libros.
   El escritor les agradeció, y, muy decepcionado, se levantó de la silla y salió del recinto policial.

   Mientras caminaba de vuelta a su casa, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar.

viernes, 27 de marzo de 2020

Risa-mata-suicidio (cuento) – Martín Rabezzana


  
   Una tarde, con los ojos vidriosos la mujer puso veneno para ratas en un vaso de agua y se dispuso a tomarlo, pero justo en ese momento sonó el timbre; ¿quién podría ser? Como estaba a punto de suicidarse, dudó de si valía la pena acercarse hasta la puerta para preguntar quién era, pero la curiosidad (que es lo último que se pierde, y no la esperanza, a diferencia de lo que dice el refrán) la venció, por lo que dejó el vaso sobre la mesa y se acercó a la puerta a través de cuya mirilla vio a un hombre vestido con un overol; preguntó:
   -¿Quién es?
   -Vengo por el arreglo del televisor, señora.
   "¿El arreglo del televisor?", pensó, y tras unos segundos recordó que ella misma había ido esa mañana a un negocio de reparación de electrodomésticos para pedir que algún empleado se acercara hasta su casa para arreglar su televisor que estaba funcionando mal, ya que ella no tenía a nadie que la ayudara a llevarlo hasta allá (la historia transcurre en los años sesenta del siglo veinte, por lo que se trataba de un televisor de grandes dimensiones y peso, para cuyo transporte se requería de al menos dos fisicoculturistas; aparato que, dicho sea de paso, tenía una de esas antenas conformadas por láminas de acero que había que eventualmente doblar y enganchar en el centro, lo cual era peligrosísimo porque si uno enganchaba mal alguna, saltaba y azotaba como látigo pudiéndole sacar a uno un ojo).
   La mujer, a través de la puerta, dijo:
   -Pero habían quedado en llamar por teléfono para avisarme cuando el reparador estuviera por venir.
   -Sí, pero hay un desperfecto en el servicio telefónico y por eso no pudimos comunicarnos.
   Ella dudó unos segundos y después se decidió a abrir; el técnico de electrodomésticos la saludó sonriente y rápidamente fue conducido por la mujer hasta el living donde se encontraba el televisor; el hombre preguntó qué problema tenía el aparato y ella le dijo que la imagen saltaba; él lo prendió y tras constatar el problema, dijo:
   -Sí sí.
   Después lo apagó, lo desenchufó y tras sacar algunas herramientas de la caja que llevaba, lo desarmó y dijo que la reparación le tomaría más o menos una hora.
   Mientras realizaba la reparación, el tipo, que era muy conversador, le hablaba a la mujer que, por tener un pésimo estado de ánimo, le respondía con monosílabos, sin embargo él seguía hablándole; en un momento le dijo:
   -Un amigo mío, por el sueldo no alcanzarle para más, se compró un auto muuuy chiquito, y era tan angosto, que ni bien ingresaba un pie, pisaba la calle.
   A lo que la mujer, transgrediendo a sus ya mencionadas monosilábicas réplicas, dijo:
   -Entonces no era un auto, era una moto.
   -Nooo; era más angosto que una moto, pero a él le alcanzaba porque era muy flaco; tan flaquito que cuando se ponía de perfil, era invisible.
   Entonces la mujer, sorprendiéndose a sí misma, se rió; tras varios segundos de reírse, se sintió más amable, por lo que muy cortésmente le preguntó si quería un café, a lo que el reparador dijo:
   -No gracias, señora. Yo soy más de matear.
   -Bueno, entonces le preparo mate. ¿Lo toma amargo?
   -Lo tomo amargo.
   Y fue a la cocina a prepararlo; al tenerlo listo, le extendió el mate y él le agradeció; tras tomar el primero, le dijo:
   -Un primo mío que una vez se fue de viaje a Finlandia, me dijo que allá hace tanto frío, que cuando se servía un mate con agua hirviendo, a los dos segundos ya estaba congelado; por eso los finlandeses no toman mate.
   -Aahhh. ¿Es por eso? –dijo la mujer, y se rió.
   El hombre siguió con la reparación que interrumpía brevemente para tomar el mate que la mujer le cebaba, y como habían pasado varios minutos de conversación más o menos seria, el hombre sintió que ya era momento de decir otra cosa ocurrente; dijo:
   -El otro día estaba leyendo en el diario sobre músicos clásicos y me enteré de algo; ¿sabe qué se dice de Paganini?
   -No; ¿qué se dice?
   -Que hizo un pacto con satán para ser el mejor violinista de la historia, y como prueba de su filiación con el diablo la gente aducía que podía verse a su imagen translúcida a su lado cuando daba un concierto, pero eso, claro…. ¡sólo la gente muy ignorante lo puede creer! La verdad es que a satán podía vérselo en los recitales de Paganini pero porque era admirador suyo, y no porque hubiera hecho un pacto con él.
   La mujer se rió.
   En los minutos siguientes el reparador siguió diciendo cosas graciosas que a la mujer la alegraron, y tras casi una hora de haber iniciado la reparación, dijo:
   -Bueno; vamos a ver si el televisor ya funciona bien -entonces lo rearmó, lo enchufó y lo encendió; señalando a la pantalla, dijo: -Se ve perfecto; ¡problema solucionado!
   Tras lo cual le informó a la mujer cuál era el precio de la reparación y ella fue a buscar la plata para pagarle, entonces le pagó y le dijo:
   -¡Muchas gracias!
   -No; gracias a usted por contratar nuestros servicios y gracias también por los mates.
   Se dirigió a la puerta y tras salir, dijo:
   -¡Chau!
   -¡Chau! –respondió ella.
   Tras el hombre irse, la mujer mantuvo durante varios minutos seguidos una sonrisa que llegaba hasta a volverse risa cada tanto al recordar los chistes que el reparador había hecho, y por el estado de alegría en que estaba, sólo cuando volvió a la cocina y vio el vaso con veneno para ratas sobre la mesa, se acordó de que hasta hacía apenas una hora, tenía la intención de matarse por el dolor que un desengaño amoroso le había provocado.
   Sin dudarlo en absoluto, agarró el vaso y lo vació en la pileta de lavar los platos, tras lo cual abrió la canilla.
   Ante tal estado de bienestar, suicidarse habría sido no sólo ridículo, sino además, imposible.

   Al rato sonó el teléfono y ella atendió.
  -¿Hola?
  -Hola señora. La llamo del negocio de reparación de electrodomésticos; era para avisarle que lamentablemente hoy estuvimos sobrecargados de trabajo y por eso nos fue imposible mandarle a un empleado para realizar el arreglo que solicitó; los tres empleados que tengo no tuvieron siquiera un minuto libre hoy, pero le prometo que mañana sí vamos a estar en condiciones de mandarle a alguien; le pido mil disculpas.
   La mujer se mantuvo en silencio unos segundos por la sorpresa, por lo que su interlocutor dijo:
   -¿Hola, hola? ¿Me escucha?
   Ella se recompuso y le dijo que no se preocupara ya que su televisor había empezado a funcionar bien, por lo que ya no hacía falta que le mandara a nadie.
   Tras colgar el teléfono se preguntó una y mil veces quién había sido el hombre que además de arreglarle el televisor, le había salvado la vida, pero jamás llegaría a saberlo.

Epílogo (génesis del cuento)

   La mujer mayor, me dijo: "Lo que te voy a contar me pasó cuando era joven allá por los años sesenta, y aunque no lo puedas creer, te juro que es cierto;… Como sos escritor, lo que te voy a contar tal vez te sirva para escribir." Y me contó una historia; tras escucharla, le dije: "Le creo. ¡Y claro que me va a servir para escribir!" Entonces escribí: "Risa-mata-suicidio".

domingo, 15 de marzo de 2020

Esto NO ocurrió en el Parque de la ….. (cuento) - Martín Rabezzana


   Estando yo en uno de los tantos trabajos "intelectuales" que tuve (o sea, en el sector limpieza) en cierto parque de diversiones cuando tenía poco tiempo de haber sido inaugurado, pude ser testigo del ascenso y caída (estrepitosa y a un piso sin acolchado) de muuuchos artistas, ya que cuando el parque recién abrió, había no sólo juegos mecánicos, sino también toda una serie de espectáculos infantiles teatrales y circenses (sin animales no humanos) que, por falta de público fueron levantados uno tras otro en los últimos meses del primer año por los (malditos) directivos de la empresa que de conmiseración para con el personal, no tenían nada, ya que de haberla tenido habrían bancado a dichos espectáculos aunque en lo económico no redituaran mucho dado que el éxito general del parque resultaba en que los mismos pudieran ser mantenidos igual, pero no… No sólo no les importaba la diversidad artística del lugar, sino tampoco las vidas ni los sueños de aquellos que en los espectáculos mencionados, trabajaban; todo esto me lo dijo un malabarista durante un descanso de un ensayo de uno de sus actos que, gracias a su trabajo en el parque había pasado de laburar por monedas frente a los semáforos, a tener un sueldo todos los meses que le permitía mantenerse; yo iba a decirle que los directivos del parque no tenían la culpa de que los pibes prefirieran los juegos mecánicos a ver actos teatrales y circenses, pero no se lo dije ya que habría quedado como que me ponía del lado de ellos, entonces tuve que guardarme expresiones de tipo: "¿Por qué los chicos no aprecian a quienes con toda pasión ejercen sus oficios artísticos cuyo objetivo es brindarles positividad?... …¿Por qué prefieren a esas insensibles moles mecánicas que te revuelven todo lo que lastraste (y tomaste) causándote un vómito probable y una nausea segura?.. ¿Por qué prefieren esos absurdos autitos chocadores y no a ustedes? …¡Qué pendejos de mierda, carajo!"; no le dije ninguna de estas cosas (si hubiera dicho lo de los autitos chocadores, habría sido muy hipócrita porque yo también los habría preferido siendo chico, y la verdad que siendo grande, también), lo que dije fue:
   -¡Qué basura que son los directivos del parque!
   Los días pasaron y el espectáculo en que participaba el malabarista fue finalmente levantado; el último día de su función (que se realizó a sala casi vacía), me acerqué a su sala para saludarlo y desearle suerte en la vida, pero noté que no estaba por ningún lado; cuando la obra terminó le pregunté a uno de los actores en dónde estaba el malabarista y me dijo que: "terminó como terminó" porque su sueño había sido trabajar en una empresa importante que le permitiera vivir de su arte, y como lo había logrado y se sentía recontra feliz, al serle comunicado su despido, le sacaron toda felicidad y las ganas de seguir adelante, por eso no vio otra salida más que… y no pudiendo seguir hablando por la emoción, se retiró.
   En las semanas posteriores levantaron varios otros espectáculos similares y se corría el rumor de que muchos de sus artistas habían perdido mucho más que el trabajo, pero no lo quise creer ya que era consciente de que la gente es ficcionadora, dramatizadora y exageradora por naturaleza, por lo que continuamente inventa, agrava y sobredimensiona a los hechos menores en pos de añadirles emoción al relatarlos, pero fue que llegó la última función de estos espectáculos que le conferían al parque una diversidad artística valiosísima, y a mí me tocó (junto a otros empleados) limpiar el escenario una vez que todos se hubieron ido; los demás empleados de limpieza se demoraron por lo que yo fui el primero en llegar al lugar; apenas empecé a barrer el piso vi algo que nunca voy a olvidar: una de las integrantes del espectáculo teatral estaba colgando de una soga a un costado del escenario, y entendí entonces que los rumores sobre el final trágico y común de tantos artistas teatrales y circenses del parque, no eran productos de imaginaciones febriles. Eran ciertos.
   Tras recuperarme un poco de la impresión que me dio el ver a la mina en la horca, le fui a avisar al gerente del lugar lo que había visto, y el tipo, sin sorprenderse en absoluto (debido a que lo mismo había ocurrido ya en varias oportunidades), me dijo:
   -De esto ni una palabra a nadie, ¿eh? Y menos a los medios.
   Yo rápidamente dije:
   -No no.
   Y cumplí (hasta ahora).

miércoles, 26 de febrero de 2020

Amor fati (cuento) - Martín Rabezzana


El destino conduce a quienes lo aceptan y arrastra a quienes se le resisten.


Séneca

   Yo me encontraba de vacaciones con mi familia en Villa General Belgrano (provincia de Córdoba); en ese lugar abundan los arroyos cuyos alrededores verdosos son muy atractivos de día y de noche, si bien cuando era chico, de noche los mismos, lejos de causarme atracción, me causaban rechazo por resultarme atemorizantes, pero en esta oportunidad ya era grande, por lo que el temor a visitarlos en horario nocturno era ya para mí completamente nulo.
   Antes de dormir (tipo dos de la madrugada) muchas veces yo solía acercarme hasta cierto arroyo y pasar un rato sentado frente al mismo en total soledad; una noche, para mi grata sorpresa, una mujer apareció y nos pusimos a hablar; "¿De dónde sos? ¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Córdoba? ¿Venís siempre acá?", etcétera; mientras conversamos caminamos bordeando el arroyo hasta llegar a una zona de aguas cuya profundidad permitía nadar, entonces ella se sacó la prenda superior que tenía y estando ya en traje de baño, me dijo:
   -Voy a entrar al agua. ¿Venís?
   Yo respondí:
   -No… hace un poco de frío como para entrar al agua.
   Ella, sonriendo dijo:
   -Bueno; yo sí voy a entrar -e ingresó al agua y nadó con una gracia propia de una nadadora profesional.
   Yo la miraba sabiendo que me perdía de mucho más que del divertimento del baño nocturno si no la acompañaba, por lo que cambié de opinión y decidí entrar al agua, entonces me saqué las alpargatas y la remera, y cuando apenas hube ingresado a las aguas, la vi sumergirse y a los varios segundos la vi emerger dando manotazos y pronunciando algunas palabras con dificultad; era obvio que se estaba ahogando, por eso me apuré en adentrarme a la parte profunda en que ella estaba para rescatarla, pero por más que nadé en todas las direcciones, no la encontré; los minutos pasaron y ella no aparecía; una corriente debía haberla arrastrado; entonces entré en pánico y salí del agua con la intención de avisarle a alguien lo que había ocurrido, pero en cuanto salí, pisé una piedra filosa que me causó una herida profunda que me provocó un dolor intenso; entonces me desperté en mi habitación totalmente sobresaltado; todo había sido un sueño.
  
   Eran las dos de la mañana y tras un rato de intentar infructuosamente volver a conciliar el sueño, me levanté, me puse las bermudas, las alpargatas y la remera, y salí en dirección al arroyo que habitualmente visitaba; tras varios minutos de permanecer en la orilla, apareció la mujer de mi sueño y se repitió la conversación que en el mismo tuvimos. Entonces sentí que el sueño había sido premonitorio y tenía el objetivo de alertarme sobre lo que a la mujer le ocurriría para que lo evitara, por eso cuando tras caminar en dirección a la zona de aguas profundas ella me dijo que quería bañarse, le pedí que no lo hiciera, pero por más que insistí, ella se decidió a entrar igual, pero esta vez entré yo con ella ya que pensé que estando a su lado, podría cuidarla y sacarla inmediatamente del agua de ella mostrar el menor indicio de dificultad al nadar; nadamos con tranquilidad durante algunos minutos y en determinado momento ella se sumergió y yo la seguí; bajo el agua me tomó afectuosamente de las manos y tras algunos segundos me soltó, entonces ya no pude verla; salí a la superficie y miré en todas las direcciones pero no la vi por ninguna parte; salí del agua muy nervioso deseando que la mujer me hubiera hecho una broma y me sorprendiera apareciendo de improviso desde detrás de un árbol o algo así, pero eso no ocurrió, por lo que decidí buscar a alguien para avisarle lo que había pasado, pero mientras caminaba pisé una piedra filosa que me causó una herida profunda que me provocó un dolor intenso, entonces me desperté en mi habitación totalmente sobresaltado; otra vez todo había sido un sueño.
  Los días pasaron y seguí soñando lo mismo: me encontraba con la mujer a orillas del arroyo, íbamos a la zona de aguas profundas, entrábamos al agua y ella desaparecía sin que yo pudiera evitarlo; a esa altura yo pensaba que seguiría soñando lo mismo hasta que pudiera cambiarle el final a la historia, ya que sentí que me estaba predestinado salvarla, pero como nunca podía lograrlo, me resigné a que el sueño siguiera su curso sin yo oponer resistencia a lo que en el mismo aconteciera, y fue que una noche (la última antes de volver a mi casa en Magda Buen Ayre) fui al arroyo al que habitualmente iba y caminé hasta la zona de aguas profundas, pero la mujer no apareció (ya que sólo en sueños aparecía y estaba seguro de en ese momento estar en la vigilia), entonces entré al agua solo, nadé un rato y al salir de la misma, pisé una piedra filosa que me causó una herida profunda que me provocó un dolor intenso, entonces me desperté, pero no en mi habitación de la casa que con mi familia alquilábamos para vacacionar, sino a orillas de la zona profunda del arroyo; al abrir los ojos vi a la mujer de mis sueños sobre mí sonreírme con enorme alegría y supe que su expresión de felicidad se debía a que había logrado resucitarme tras darme primeros auxilios (todo esto sí ocurrió en la vigilia).
   Ella había casualmente pasado por ahí y al verme desde lejos en el agua nadando con dificultad por haberme acalambrado, ingresó a la misma y me sacó cuando yo me encontraba en estado de inconciencia; entonces entendí que me había estado oponiendo al libro del destino que en sus páginas tenía escrito que no era yo quien debía salvar a la mujer, sino ella a mí.
   Cuando dejé de oponer resistencia a lo que para mi vida estaba predeterminado, los acontecimientos siguieron libremente su curso y dejé de tener ese sueño recurrente.



(De chico estuve en Villa General Belgrano y les digo que el lugar está una re maza).