Hasta los años
sesenta, en temporada de verano eran muchos los colectivos que transportaban
gente desde lo que hoy llamamos Ciudad Autónoma de Buenos Aires hacia el sur
del Gran Buenos Aires durante los fines de semana; el objetivo era bañarse en
el Río de la Plata cuyas costas habían visto desembarcar a los ingleses en el
siglo diecinueve en sus infructuosos intentos de conquistar el país; en el
siglo veinte dichas costas eran balnearios en que el microturismo interno
abundaba y abundaban en los mismos, los bares, restaurantes y los vendedores
ambulantes de refrigerios así como los espectáculos musicales, teatrales y
cinematográficos, ya que hasta pantallas de cine se desplegaban en el
balneario; hoy en día cuando los ancianos le cuentan todo esto a las nuevas
generaciones, la pregunta general suele ser: "¿en serio?", y el descreimiento
es comprensible dado que la contaminación del río hizo que después de los
sesenta no fuera más apto para bañarse, lo cual resultó en que el turismo
decreciera en más del noventa por ciento decreciendo paralelamente la economía
de un lugar hasta entonces, próspero; la clase media alta que componía la zona
del río se desplazó un par de kilómetros río afuera, de ahí que la parte alta
camino al mismo sea pudiente y la zona ribereña sea marginal, lo cual crea un
contraste infaltable en todo buen lugar, aunque la necedad a algunos les impida
reconocerlo.
Una tarde de la
primera década del siglo veintiuno me los encontré durante una de mis largas
caminatas; yo iba por la zona pudiente de la ciudad previa a la bajada en
dirección al río; eran dos chicas y dos chicos de unos veinti algo; estaban
vestidos con ropa algo anticuada y miraban sorprendidos a los autos y las casas
a su alrededor; uno de ellos me preguntó:
-Disculpame flaco,
¿no sabés dónde está la parada del colectivo que va para capital? No te digo un
colectivo común, el de los turistas.
Me sorprendí y
le respondí:
-No -y una de
las chicas me dijo:
-Lo que pasa es
que en el río nos alejamos del grupo y parece que el colectivo en que vinimos
se fue sin nosotros.
La otra chica
dijo:
-Tendremos que
volver a capital en tranvía.
Por algún motivo
no lo tomé en chiste, por lo que quise explicarles:
-Las vías, como
pueden ver, todavía están, pero el tranvía… -entonces me detuve; inmediatamente
recordé que en los años noventa un linyera se me acercó mientras esperaba el
tren y me dijo que en la zona alta de la ciudad, camino al río, cada tres años
se abre un portal de tiempo que puede ser traspasado por aquellos cuyo sentir
es el de estar en una época equivocada; yo asentí de forma condescendiente por
compadecerme de lo que asumí que era un desvarío alcohólico, pero al ver a esos
jóvenes sentí que lo que me había dicho podría ser cierto; proseguí diciéndoles
lo siguiente:
-El tranvía en
cualquier momento pasa, así que, espérenlo acá. ¿Necesitan monedas?
-No, gracias,
tenemos -me dijo sonriendo una de las chicas. Después, ella y los demás se
despidieron.
-Chau.
-Chau -les
respondí y me fui.
Al llegar a la
esquina me escondí tras un árbol y los espié; se habían sentado en el cordón de
la vereda y esperaban; tras unos cinco minutos el tranvía apareció de la nada y
subieron; yo, que ya no dudaba de que fueran viajeros del tiempo, corrí hacia
el tranvía con la intención de subirme y emigrar de esta época; no estaba lejos
y creí poder alcanzarlo, pero esta vez, no sé por qué, sentí a las piernas
pesadas como ocurre en los sueños al intentar escapar de algo (aunque esto no
fuera un sueño), por lo que por más que corrí, no alcancé al tranvía que se fue
sin mí;… …Maldije a mi suerte varias veces, después me calmé, me acuclillé para
recuperar fuerzas y dije a media voz:
-¡En tres años
vuelvo!