miércoles, 26 de febrero de 2020

Amor fati (cuento) - Martín Rabezzana


El destino conduce a quienes lo aceptan y arrastra a quienes se le resisten.


Séneca

   Yo me encontraba de vacaciones con mi familia en Villa General Belgrano (provincia de Córdoba); en ese lugar abundan los arroyos cuyos alrededores verdosos son muy atractivos de día y de noche, si bien cuando era chico, de noche los mismos, lejos de causarme atracción, me causaban rechazo por resultarme atemorizantes, pero en esta oportunidad ya era grande, por lo que el temor a visitarlos en horario nocturno era ya para mí completamente nulo.
   Antes de dormir (tipo dos de la madrugada) muchas veces yo solía acercarme hasta cierto arroyo y pasar un rato sentado frente al mismo en total soledad; una noche, para mi grata sorpresa, una mujer apareció y nos pusimos a hablar; "¿De dónde sos? ¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Córdoba? ¿Venís siempre acá?", etcétera; mientras conversamos caminamos bordeando el arroyo hasta llegar a una zona de aguas cuya profundidad permitía nadar, entonces ella se sacó la prenda superior que tenía y estando ya en traje de baño, me dijo:
   -Voy a entrar al agua. ¿Venís?
   Yo respondí:
   -No… hace un poco de frío como para entrar al agua.
   Ella, sonriendo dijo:
   -Bueno; yo sí voy a entrar -e ingresó al agua y nadó con una gracia propia de una nadadora profesional.
   Yo la miraba sabiendo que me perdía de mucho más que del divertimento del baño nocturno si no la acompañaba, por lo que cambié de opinión y decidí entrar al agua, entonces me saqué las alpargatas y la remera, y cuando apenas hube ingresado a las aguas, la vi sumergirse y a los varios segundos la vi emerger dando manotazos y pronunciando algunas palabras con dificultad; era obvio que se estaba ahogando, por eso me apuré en adentrarme a la parte profunda en que ella estaba para rescatarla, pero por más que nadé en todas las direcciones, no la encontré; los minutos pasaron y ella no aparecía; una corriente debía haberla arrastrado; entonces entré en pánico y salí del agua con la intención de avisarle a alguien lo que había ocurrido, pero en cuanto salí, pisé una piedra filosa que me causó una herida profunda que me provocó un dolor intenso; entonces me desperté en mi habitación totalmente sobresaltado; todo había sido un sueño.
  
   Eran las dos de la mañana y tras un rato de intentar infructuosamente volver a conciliar el sueño, me levanté, me puse las bermudas, las alpargatas y la remera, y salí en dirección al arroyo que habitualmente visitaba; tras varios minutos de permanecer en la orilla, apareció la mujer de mi sueño y se repitió la conversación que en el mismo tuvimos. Entonces sentí que el sueño había sido premonitorio y tenía el objetivo de alertarme sobre lo que a la mujer le ocurriría para que lo evitara, por eso cuando tras caminar en dirección a la zona de aguas profundas ella me dijo que quería bañarse, le pedí que no lo hiciera, pero por más que insistí, ella se decidió a entrar igual, pero esta vez entré yo con ella ya que pensé que estando a su lado, podría cuidarla y sacarla inmediatamente del agua de ella mostrar el menor indicio de dificultad al nadar; nadamos con tranquilidad durante algunos minutos y en determinado momento ella se sumergió y yo la seguí; bajo el agua me tomó afectuosamente de las manos y tras algunos segundos me soltó, entonces ya no pude verla; salí a la superficie y miré en todas las direcciones pero no la vi por ninguna parte; salí del agua muy nervioso deseando que la mujer me hubiera hecho una broma y me sorprendiera apareciendo de improviso desde detrás de un árbol o algo así, pero eso no ocurrió, por lo que decidí buscar a alguien para avisarle lo que había pasado, pero mientras caminaba pisé una piedra filosa que me causó una herida profunda que me provocó un dolor intenso, entonces me desperté en mi habitación totalmente sobresaltado; otra vez todo había sido un sueño.
  Los días pasaron y seguí soñando lo mismo: me encontraba con la mujer a orillas del arroyo, íbamos a la zona de aguas profundas, entrábamos al agua y ella desaparecía sin que yo pudiera evitarlo; a esa altura yo pensaba que seguiría soñando lo mismo hasta que pudiera cambiarle el final a la historia, ya que sentí que me estaba predestinado salvarla, pero como nunca podía lograrlo, me resigné a que el sueño siguiera su curso sin yo oponer resistencia a lo que en el mismo aconteciera, y fue que una noche (la última antes de volver a mi casa en Magda Buen Ayre) fui al arroyo al que habitualmente iba y caminé hasta la zona de aguas profundas, pero la mujer no apareció (ya que sólo en sueños aparecía y estaba seguro de en ese momento estar en la vigilia), entonces entré al agua solo, nadé un rato y al salir de la misma, pisé una piedra filosa que me causó una herida profunda que me provocó un dolor intenso, entonces me desperté, pero no en mi habitación de la casa que con mi familia alquilábamos para vacacionar, sino a orillas de la zona profunda del arroyo; al abrir los ojos vi a la mujer de mis sueños sobre mí sonreírme con enorme alegría y supe que su expresión de felicidad se debía a que había logrado resucitarme tras darme primeros auxilios (todo esto sí ocurrió en la vigilia).
   Ella había casualmente pasado por ahí y al verme desde lejos en el agua nadando con dificultad por haberme acalambrado, ingresó a la misma y me sacó cuando yo me encontraba en estado de inconciencia; entonces entendí que me había estado oponiendo al libro del destino que en sus páginas tenía escrito que no era yo quien debía salvar a la mujer, sino ella a mí.
   Cuando dejé de oponer resistencia a lo que para mi vida estaba predeterminado, los acontecimientos siguieron libremente su curso y dejé de tener ese sueño recurrente.



(De chico estuve en Villa General Belgrano y les digo que el lugar está una re maza).

martes, 28 de enero de 2020

Clarisa, “ella” y yo (cuento) - Martín Rabezzana


  
   Por "popular" se suele entender: de clase baja, pero yo nunca lo entendí así; yo, por "popular" siempre entendí algo que tiene arraigo en todos los estratos socioculturales y no sólo en uno, y el tipo y "ella" lo tenían ya que (sin negar que también tenían detractores en todos los ámbitos) eran apreciados por personas de clase alta, media y baja. Gente de izquierda, de centro, de derecha y hasta por algunos que habían sido libertarios (por inverosímil que suene), por lo que el título de "populares", a ellos les corresponde totalmente, lo que sí les digo es que no me pidan que imparta juicio sobre la calidad de lo "popular", ya que no sé si tal cosa sea buena o mala; la cuestión es que a "ella" (su nombre no será mencionado, por eso la llamaré simplemente "ella", ya que nadie creería que la conocí ni menos que semejante minón me apretó contra sí muchas veces) la conocí cuando era chico (muy chico); era amiga de una vecina que al saber que por las tardes me quedaba solo, se había desinteresadamente impuesto la tarea de cuidarme.
   Mi cuidadora, que se llamaba Clarisa, parecía tenerle resentimiento a los hombres, pero a mí me quería mucho (claro… yo todavía no era un hombre) y yo la quería mucho a ella.
  Las tardes que pasé con Clarisa conformaron mis recuerdos más preciados; nos divertíamos mucho juntos; me encantaba estar con ella.
  Cuando se empezaba a terminar la tarde y se acercaba la hora de su trabajo, Clarisa se maquillaba y vestía de un modo que era desaprobado por el entorno "decente"; yo así lo percibía pero no entendía el por qué de tal desaprobación (como no lo entiendo tampoco ahora), y en esas tardes en que me cuidaba (a veces en mi casa y a veces en la suya), "ella" habitualmente la visitaba y nos reíamos, jugábamos a muchas cosas, tomábamos mate y comíamos tostadas (esto último, sólo Clarisa y yo porque "ella" nunca quería comer nada).
   A "ella" la recuerdo grande de edad (no porque lo fuera, sino porque yo era muy chico), pero en realidad era apenas adolescente (varios años menor que Clarisa); era flaquita… linda… pálida… frágil… sobretodo, frágil, por eso me sorprendió sobremanera la ira con que se expresaría (y se conduciría) públicamente años más tarde, ya que esa forma de ser aparenta ser contraria a la fragilidad mencionada, pero en realidad ahora entiendo que la furia agresiva es la forma que toma la debilidad cuando está en su punto más alto, de ahí que esa "fuerza" que mostraría, no fuera más que aparente.
   A "ella", yo le gustaba; a esa edad (tenía unos 6 años) a casi todas las mujeres le gustaba; lamentablemente no estaba preparado entonces para recibir del sexo opuesto todas sus bondades, y cuando crecí y finalmente lo estuve, el gusto que mayormente las mujeres en general tenían por mí, disminuyó hasta casi desvanecerse por completo.
   A "ella" la escuché varias veces hablar con Clarisa de cierto hombre que terminaría siendo un mártir de la bandería (negra) de los humildes, por lo que me consta que ese "mito" que se difundió sobre su relación con él, no es tal;… es todo cierto; me acuerdo perfectamente del día en que Clarisa le dio plata para que pudiera irse a la capital a buscar a su amor detenido y atormentado hasta la muerte por haber cometido el "pecado" de predicarle a los pobres contra el estado, la burguesía, el capitalismo, la iglesia, las cárceles y los manicomios; su única arma era la palabra y la misma bastó para que las autoridades lo consideraran merecedor de aniquilación; a tratar de verlo y salvarlo "ella" se fue a la capital (pudo verlo pero no salvarlo); los otros motivos que se han presentado históricamente para explicar su decisión de irse de su pueblo, son erróneos.
   Por lo recién contado es que nunca pude entender cómo "ella" pudo posteriormente reivindicar a los mismos que reprimieron a los libertarios de modos tan crueles como, por ejemplo, arrojándolos vivos al Río de la Plata atados a piedras; en aquellos años treinta, cosas así eran moneda corriente en el país así como los fusilamientos clandestinos… …Nunca entendí cómo pudo soportar tratar con gente que era responsable directa de la misma represión que aquel que probablemente haya sido su único verdadero amor, sufrió; nunca entendí cómo pudo llamar "locos" a los anarquistas no sólo por todo lo ya expresado, sino además porque ella misma llegó a sufrir (justamente por intentar rescatar a su amor) las consecuencias de ese título tras haberle sido aplicado; tras eso ocurrir, fue sometida a aberraciones médicas tan espantosas e injustificables como la lobotomía;… …¿Cómo pudo olvidarse de esas cosas? Y si no las olvidó, ¿cómo pudo justificarlas?... …La única explicación sensata a esto es que cuando tomás al poder, el poder te toma a vos, dejás de ser quien sos y empezás a ser alguien distinto al que hasta entonces eras; alguien totalmente contrario a quien pretendías ser.
  Sin pretender justificarla, digo que ahora sé que sólo hiere quien está herido, de ahí que en cada una de sus acciones lesivas contra otros, se haya ido revelando un estado de debilidad emocional que a causa de su ejercicio del poder, no hizo más que agravarse.
   En fin… su historia es muy conocida, por lo que ya sabrán cómo siguió cuando se fue a la capital y cómo terminó, y respecto a Clarisa, como ya dije, ella me quería mucho y yo la quería mucho a ella, pero entonces no lo sabía (al menos no sabía cuánto la quería), por eso no pude llorarla cuando la mataron y recién pude hacerlo años después, y en ese llanto acumulado había, además de dolor por su ausencia, culpa por no haberla llorado antes.
   Sé que es egoísta de mi parte, pero por un lado siento que es mejor que Clarisa ya no esté en este mundo porque de haber seguido acá, me habría visto llegar a grande y seguramente se habría decepcionado (como lo estoy yo de mí mismo) por lo insignificante que soy… …por suerte me conoció sólo en mi mejor versión.

   No pienso en la amiga de Clarisa demasiado, sólo de vez en cuando, y al recordarla mi sentir es generalmente neutro.
   A Clarisa la recuerdo TODOS los días con mucho amor y de vez en cuando la sueño; muchas veces me habla pero no puedo escucharla;… tal vez algún día logre entender lo que me dice.

martes, 31 de diciembre de 2019

Visiones infames en la “María Elena” o: Ella y él (cuento) - Martín Rabezzana



   Lo primero que vio fue un enorme fogonazo, después vio caer al piso a un tipo trajeado al estilo de los años 20 del siglo pasado. Después, como si fuera a través de sus propios ojos, vio al que había disparado el arma que causó el resplandor, despertarse en ese lugar no pudiendo sentir ni oír. Sólo podía ver, y después… ya no… Al rato se hizo la noche, el día, la luz, la oscuridad, el frío, el calor, el tiempo, el no tiempo, el todo y la nada; todo eso lo vio y lo sintió simultáneamente ya que estaba en el todo/nada que es ese lugar que desde este plano llamamos comúnmente "muerte", y ese estado de sentires simultáneos tuvo lugar en una habitación de la otrora casa quinta situada en Monte Grande de Alberto Barceló, quien fuera en varias oportunidades intendente de Avellaneda; a ese lugar había ido con sus amigos ya que en esos años 90 (a diferencia de lo que ocurre actualmente, ya que se hizo una restauración para que el lugar sea usado por el poder judicial) la quinta estaba abandonada y era sabido que se podía ingresar a la misma sin dificultad, y así fue, ya que esa medianoche los cuatro jóvenes franquearon un paredón e ingresaron a esa enorme casa llamada la "María Elena" y la recorrieron enteramente, y fue en un momento en que el joven protagonista de esta historia se apartó de los demás y entró a una habitación en la que había una celda, que tuvo las visiones que ya conté, y previamente a eso sintió un cambio abrupto de temperatura, pero no se trató de un descenso de la misma, a diferencia de lo que habitualmente se dice que ocurre cuando en un lugar hay actividad paranormal, ya que en este caso la temperatura se elevó considerablemente, lo cual fue muy notorio porque era pleno invierno; ese cambio drástico de temperatura es señal inequívoca de que algo raro está teniendo lugar, aunque las personas de mente cerrada (que en su común necedad eligen casi siempre para definirse el título de "escépticas") digan que tal cambio se debe a cualquier otra cosa y no a actividad paranormal, pero no lo dirían si estuvieran en donde el adolescente entonces estaba ni menos de experimentar (como le había ocurrido a él) visiones de hechos ocurridos en los años 20 en ese lugar que en esos años oficiaba de mazmorra destinada a aquellos considerados enemigos por ese ser despreciable que fue Alberto Barceló.
   Lo que el joven experimentó lo asustó sobremanera ya que nada parecido le había ocurrido antes, pero tras salir del cuarto y reencontrarse con sus amigos, nada les dijo de todo esto por temor a que lo consideraran loco (como tan tontamente hacen casi todas las personas ante alguien cuya forma de sentir, de pensar o de ser, no entienden).
   Tras varios minutos más de caminata por el lugar, volvieron a subirse al auto propiedad del padre del único de ellos que tenía edad para manejar en el que habían llegado, y salieron de Monte Grande con dirección a sus respectivas casas en la ciudad cervecera de Magda Buen Ayre.
   Mientras los demás hablaban, el joven que tuvo la experiencia paranormal se hizo el dormido durante casi todo el trayecto de vuelta a su hogar para no tener que entrar en conversación y recordó una y otra vez lo que en la alguna vez mazmorra de la "María Elena", vio, y tras algunos minutos volvió a tener una visión, pero no era una repetida, sino una nueva: vio al hombre de su primera visión que había matado a balazos a otro, acariciar con un sentir profundo de amor y compasión a una prostituta, entonces entendió que el individuo había abierto fuego contra quien era un polaco perteneciente a la Zwi Migdal y gerente de un prostíbulo propiedad de Barceló, con el objetivo de liberar a una mujer empleada ahí contra su voluntad; tal intento (infructuoso) de liberación, al hombre se lo habían hecho pagar en la celda clandestina de la "María Elena" en la que su vida concluyó.

   Muchos años después de la visita a la casa quinta en cuestión, mientras transitaba una vereda de una ciudad de Magdalena del Buen Ayre, el protagonista de esta historia se cruzó con una mujer de su misma edad que llevaba a dos chicos de la mano (evidentemente sus hijos); no recordaba haberla visto antes y ella tampoco a él, sin embargo ella le dirigió una mirada llena de positividad y tras algunos segundos, no pudiendo reprimir una expresión de afecto por ella misma no entendida racionalmente, le cerró el paso y le dijo:
   -¡Gracias!
   Tras lo cual lo besó en la mejilla y siguió su camino.
   Él no entendió inmediatamente quién era ella ni por qué le había agradecido, pero sí lo entendió tras un rato, entonces, mientras recordaba a la mujer del prostíbulo de su visión, a media voz, dijo:
   -¡Era ella!
   Y recordando al desafortunado hombre que murió en la mazmorra de la quinta de Barceló, dijo:
   -Y era yo…

lunes, 2 de diciembre de 2019

Cine/teatro Magda Buen Ayre (cuento) – Martín Rabezzana



   Cualquier viernes a la noche en que uno se quede en su casa, tiene gusto a fracaso (al menos durante la primera juventud o al comienzo de la segunda), por lo que decidí salir aunque esa vez no tuviera a nadie que me acompañara.
   Eran tipo las diez y el clima era el esperado para una noche de primavera, o sea, fresco pero no frío; un clima ideal (por lo menos para mi gusto).
   Tras caminar un largo rato sin rumbo por las calles de Magdalena del Buen Ayre, entré a uno de esos restaurantes de comida saludable que por suerte están en expansión, no obstante, compensé lo hipotóxico de la comida vegetal que consumí con el alcohol de la bebida que tomé; tras terminar de comer volví a la calle en donde seguí vagando con la esperanza de que algo (¡lo que fuera!) pasara, pero nada ocurría. Mientras tanto pensaba en que mi habilidad para escribir me sirve tanto en este mundo como a Diógenes "el cínico" le sirvió la que (irónicamente, sin duda) manifestó tener al ser tomado como esclavo, ya que la leyenda cuenta que en tal circunstancia, su esclavista le preguntó qué sabía hacer, a lo que Diógenes le respondió: "mandar".
   En fin… seguí caminando y me llamó la atención un cine/teatro que con grandes letras luminosas se presentaba como: Magda Buen Ayre; no dudé un segundo en entrar, y no sólo por no tener nada que hacer, sino además por las ganas que tenía de ver por dentro ese lugar cuya fachada era hermosa y que yo nunca había visto antes, ya que a pesar de pasar por esa calle seguido, no recordaba haberlo visto, por lo que asumí que era nuevo.
   Entre al cine/teatro y me puse en la cola de la boletería para sacar una entrada y ver cualquier película; tras unas quince personas haber comprado sus entradas, llegó mi turno; la persona empleada en la boletería era una mujer negra (muy atractiva) que lucía una vestimenta algo exótica; yo, señalándole un afiche de una película que estaba anunciada para ser exhibida en algunos minutos, le dije:
   -Una para esa, por favor –y le extendí la plata.
   Tuve que señalarle el afiche en vez de nombrarle la película ya que en el mismo no había ningún título. Había solamente una imagen abstracta; la mujer, sonriendo me dio la entrada y el acomodador me dijo que me apurara ya que la película estaba por empezar, entonces entré rápidamente a la sala y me acomodé en una butaca; lo primero que noté fue que en la sala estaba yo solo a pesar de haber estado muy concurrida la cola para sacar entradas, por lo que habiendo varias salas, supuse que las demás personas habían entrado a alguna de las otras.
   La sala era de tamaño medio y estaba impecable; evidentemente el cine/teatro en su totalidad era una obra de arte arquitectónica extraordinaria; a los pocos segundos de haberme sentado, se apagaron las luces y me dispuse a ver la película, pero en la pantalla no apareció ningún filme, sino una serie de luces intermitentes a las que (posteriormente) relacioné con el elemento diseñado para alterar la percepción sin drogas llamado: "Dream machine"; pensé que se trataba de un error técnico que sería pronto subsanado, pero los minutos pasaron y tal cosa no ocurrió, por lo que me levanté de mi asiento y salí de la sala con la intención de contarle la situación a algún empleado del lugar, pero una vez fuera de la misma, me encontré con que el edificio parecía abandonado desde décadas atrás, ya que las paredes estaban cubiertas de humedad. El piso de madera, que hasta hacía apenas minutos estaba reluciente, lucía entonces opaco, agrietado y cubierto de tierra, y el cielo raso estaba lleno de telarañas;… Todo era muuuy raro, pero igual pude mantener la calma y empecé a llamar a media voz a algún empleado; dije:
   -Hooolaaaa… ¿Hay algún empleado del lugar presente?
   Nadie respondió, por lo que decidí ingresar nuevamente a la sala pero no pude porque encontré a su puerta cerrada con cadena y candados.
   Salí del cine/teatro y miré hacia arriba, entonces vi a las nubes desplazarse muy rápido como si el tiempo estuviera pasando a gran velocidad, y seguramente así era ya que tras menos de un minuto, el sol salió y me encontré repentinamente a plena luz del día.
   Tras mirar con gran sorpresa en todas las direcciones, resolví caminar hasta la plaza más cercana con la esperanza de encontrar a alguien a quien preguntarle dónde me encontraba, y creí que en una plaza podría llegar a encontrar a alguien, lo cual no parecía factible en la calle, ya que parecía ser yo el único transeúnte, y mientras más caminaba, más confirmaba que la ciudad de Magdalena del Buen Ayre en que me encontraba, se había vuelto una "ciudad fantasma", pero lejos de sentir miedo, lo que sentí fue una inmensa paz como si la quietud del exterior se hubiera infiltrado en mi interior; llegué a una esquina y vi a lo lejos a la morocha empleada del cine/teatro; con una seña de la mano me pidió que me le acercara, entonces empecé a caminar hacia ella pero ella se alejó, entonces detuve mi marcha y ella al notarlo volvió a indicarme que la siguiera, entonces volví a caminar hacia ella; tras transitar menos de una cuadra las construcciones de la ciudad empezaron a mutar hacia un estilo arquitectónico medievalesco, y como poco tiempo atrás había visto en la televisión un informe sobre "Campanópolis", pensé: "Esto se parece a Campanópolis", y tras algunos segundos, con convicción agregué: "No se parece: es".
   Caminé por el lugar y advertí que el mismo estaba habitado por muchas personas, ya que algún ser bondadoso parecía haberlo expropiado para ponerlo a disposición de todos los ciudadanos que, con la debida organización previa, podían postularse para pasar ahí unos días de esparcimiento con comida y alojamiento gratuitos (todo esto lo asimilé en ese momento de modo emocional sin necesidad de que me fuera explicado).
   La gente del lugar era de lo más variada, ya que no sólo había de todos los diferentes grupos estéticos por mí ya conocidos (es decir, los denominados común e incorrectamente: "razas"), sino también de otros que jamás había visto, entonces comprendí que los filósofos pitagóricos tenían razón al considerar que el interior de la tierra está habitado por seres inteligentes, ya que varios de ellos estaban entonces viviendo en la superficie y pasaban a mi lado. La cuestión es que más allá del asombro positivo que me causaba estar donde estaba y experimentar lo que experimentaba, no olvidaba que la empleada del cine me había pedido que la siguiera, pero la había perdido de vista, por lo que caminé durante casi una hora por Campanópolis (que en realidad en ese espacio temporal no se llamaba así, dado que tras su expropiación pasó a carecer de todo nombre) tratando de encontrarla, pero no lo logré, por lo que me resigné a no volver a verla y sentí malestar por primera vez en muchas horas ya que desde que había entrado al cine/teatro, mi sentir era de gran positividad; me senté a descansar en un banco público y tras un rato, me puse de nuevo en marcha; tras doblar una esquina el lugar volvió a convertirse en las inmediaciones del cine/teatro de Magdalena del Buen Ayre en el cual estaba horas antes, y si bien la urbanización correspondía a la de la realidad ordinaria y esta vez sí había gente en la calle, a lo lejos vi un mar cuyas aguas cambiaban regularmente de color, que antes no estaba; caminé hacia su playa y permanecí de pie mirando la puesta del sol (que seguramente era una de las tantas del día porque en ese lugar, así como repentinamente el sol salía, se iba) y entonces, cuando ya no lo esperaba, apareció la empleada del cine/teatro y me tomó de las manos, las llevó a sus hermosos labios, y las besó; quise decirle algo pero no pude. Ella tampoco me dijo nada y no parecía siquiera pretender hablarme, entonces entendí que es correcta la idea filosófica según la cual toda denominación que hagamos de un objeto o de un ser, constituye un reduccionismo limitante que nos impide entenderlo no sólo en su totalidad, sino también parcialmente, ya que a partir de las palabras aplicadas a ellos, vemos a las características estáticas que creímos percibir al darles nombres y dejamos así de advertir que están en permanente cambio, por lo cual el vocabulario es un impedimento para la comprensión de la esencia de todo lo existente, pero para mí había dejado de serlo ya que desde el primer contacto que las manos de la mujer hicieron con las mías, sin necesidad de palabras, entendí TODO.