lunes, 13 de agosto de 2018

Amarre irreversible (cuento) - Martín Rabezzana


La pasión

   La pareja vivía en cierta ciudad cercana a la cordillera de los Andes; era uno de esos lugares hermosos desde cuya zona céntrica pueden verse de fondo en invierno los cerros nevados.
   Ambos tenían poco más de treinta años; tenían títulos universitarios, trabajos bien remunerados y sus vidas habían transcurrido en la más absoluta tranquilidad.
   Se habían conocido más de una década atrás y se habían enamorado perdidamente desmintiendo a la idea aceptada generalmente según la cual el enamoramiento apasionado dura sólo algunos meses o en el mejor de los casos, dos años, ya que la llama de eso que suele llamarse pasión, no había en ellos disminuido siquiera un poco en su intensidad aun tras años de convivencia, sin embargo, temiendo que tal cosa pudiera ocurrir, decidieron buscar algo que reforzara su ya sólida unión, y ese algo no podía ser el actualmente devaluadísimo casamiento que por ser tomado hoy en día masivamente a la ligera, lejos está de ser la oficialización de una relación romántica importante. Tenía que ser otra cosa, y tras mucho pensar, ella creyó haber encontrado la respuesta a su inquietud; se lo manifestó a su novio y él se sorprendió. Guardó silencio por unos segundos y después dijo:
   -Sí… ¿Por qué no?

El lazo

   El siguiente viernes fueron a uno de esos bares al que asisten parejas buscando a una tercera persona y también personas solas buscando a alguna pareja para relacionarse sexualmente entre los tres.
   Se sentaron a una mesa y pidieron bebidas; tras un rato vieron a una chica de unos veinte años sentarse a la barra; estaba vestida provocativamente y no era muy linda, pero no importaba, igual serviría; el joven miró a su novia y tras señalarle a la chica, ella asintió, entonces la mujer la llamó y con una seña le pidió que se les acercara; la chica sonrió y se señaló a sí misma por dudar de que fuera ella a quien se dirigía; la pareja le respondió que sí y ella se sentó a la mesa; tras un rato de conversación intrascendente, el hombre le dijo a la chica:
   -¿Querés que vayamos los tres a otra parte?
   La chica no respondió; se mantuvo en silencio a causa del nerviosismo que le provocaba la situación ya que lejos estaba de ser experimentada en esto, de hecho era la primera vez que asistía a uno de esos bares.
   La mujer se sentía segura de su buena presencia y también de la de su novio; no dudaba de que la chica se sintiera atraída por ellos, por lo que con suavidad y claridad en la voz, tras tomar a la joven inexperta de una mano y besársela, le dijo:
   -Tenemos muchas ganas de cojer con vos… ¿Y vos con nosotros?
   La chica, venciendo a su timidez, sonriendo dijo:
   -Yo también con ustedes.
   Tras lo cual salieron del bar y tomaron un taxi que los llevaría hasta un hotel alojamiento; una vez en la habitación, la mujer puso música a alto volumen y con su novio empezaron a desvestirse; después entre los dos desvistieron a la chica mientras la besaban y eran por ella correspondidos, entonces el joven agarró una botella de Fernet y tomó un trago, tras lo cual le dio la botella a su novia. Ella le dio de tomar a la chica y se puso detrás suyo; después tomó un poco ella y tras hacerle una seña a su novio ante la cual él asintió, la mujer golpeó fuertemente desde atrás a la chica en la cabeza con la botella llevándola a caer semiinconsciente, entonces la mujer se arrodilló poniéndosele encima y siguió golpeándola pero esta vez con los puños; su novio no se quedó atrás ya que tras tomar un velador, golpeó varias veces a la chica ya desmayada con el mismo y además la pateó; ambos la golpearon impiadosamente durante un rato hasta matarla e incluso siguieron pegándole estando ya muerta.
   Una vez que consideraron haber logrado su cometido, se miraron en silencio y sintieron una excitación sexual mayor a la que habían experimentado en toda sus vidas, y así como estaban (desnudos y ensangrentados), se besaron y se unieron sexualmente en el piso al lado de la chica muerta; tras concluir la relación sexual se ducharon mientras se besaban y abrazaban, después se vistieron y viajaron en taxi hasta su casa mientras se miraban con la sensación mutua de estar más enamorados que nunca.

El motivo

  El crimen aparentemente sin motivo había sido uno de esos casos que cada tanto se dan en el mundo en el que los integrantes de una pareja buscan crear a través de vivir un hecho intenso, un lazo emocional que los ate de por vida, y la pareja de esta historia tal vez lo haya logrado, pero… ¡Ojalá hubieran buscado un hecho no sangriento que oficiara de lazo de amarre! Ya que… sin duda los hay.

domingo, 5 de agosto de 2018

Virtud de los grandes (cuento breve) - Martín Rabezzana



   -Nunca habla mal de nadie -me dijo refiriéndose a cierta persona que en las reuniones sociales a las que asistíamos permanecía en silencio cuando los demás nos entregábamos a la crítica; yo asentí, y comprendiendo que la ausencia de maledicencia es una virtud que sólo los grandes poseen, y tras tomar conciencia de que lo maledicente estaba muy presente en nuestras personas, nos reconocimos a nosotros mismos como parásitos insignificantes.

lunes, 30 de julio de 2018

Convicción metafísica (cuento) - Martín Rabezzana

   El trabajo nocturno implica ciertos beneficios innegables siendo el más obvio y relevante, el menor nivel de tensión nerviosa que durante la noche hay, pero hay otros, poco (o nada) tenidos en cuenta por la mayoría, como la mayor posibilidad de ser testigo de hechos fantásticos, lo cual es común y mucho más de lo que se imaginan quienes nunca trabajaron más que de día; quienes sí hayan trabajado durante la noche en alguna fábrica, empresa o recinto público cualquiera, saben que en un período no muy largo de permanencia en los mismos, es INEVITABLE experimentar algo raro, extraño, inusual… SOBRENATURAL.
   
   Ya se había iniciado la medianoche de ese primer día en que empecé a trabajar en cierto teatro municipal en calidad de barrendero/limpiaventanas/lustraasientos, etcétera; mi compañero hablaba casi sin parar y tras casi una hora de trabajo me dijo que iba a poner agua para el mate, entonces le dije:
   -Dale, andá yendo que yo enseguida voy.
   Pero ni se movió, entonces le pregunté:
   -¿Qué pasa?
   Me dijo:
   -Acompañame porque… ir solo detrás del escenario es…
   Tras unos segundos, dije:
   -¿Es qué?
   -Es para gente más valiente que yo.
   Entonces paré de barrer y sin preguntarle nada, lo acompañé hasta detrás del escenario donde había una pava eléctrica que calentaría el agua para el mate; mientras tanto me contó de las visiones de espectros que experimentó en el lugar en que estábamos. También me dijo que no solo él los había visto, sino también los demás empleados; me dijo que había escuchado que a la medianoche se abre un portal dimensional que se cierra tras seis horas que le permite a los seres del mundo espiritual visitar el nuestro; yo le dije que todo eso podía explicarse por los efectos psicoactivos de la cafeína ya que aumenta el nivel de cortisol lo cual puede llegar a alterar la percepción, y dicha hormona también aumenta con la falta de sueño, por lo que es lógico que en los trabajos de horario nocturno sean comunes las alucinaciones ya que es también común que las personas tengan sueño a altas horas de la noche y que intenten combatirlo con un gran consumo de cafeína, de ahí que esté todo dado para que experimenten visiones extrañas que nada tienen de sobrenatural.
   Tras escuchar todo esto, mi compañero dijo:
   -¡Faaaaaa, cheee!... ¿cómo sabés todo eso?
   Yo le dije:
   -Son las ventajas de leer algo más que el boleto del bondi (o la tarjeta sube) -¡Pero qué hijo de puta que fui, carajo! ¡Incurrí en el vicio destacado por Bakunin que es el orgullo de inteligencia!... La discriminación por intelecto es la que más abunda entre quienes superaron (o al menos creen haberlo hecho) a las demás, y no hay mayor boludo que aquel que menosprecia a otro por ser falto de desarrollo intelectual, y por tomar conciencia de esto es que rápidamente me excusé diciendo: -¡No lo tomés en serio! No vayas a creer que soy un intelectualista ya que yo desprecio al ámbito intelectual.
   -¿Ah sí? ¿Por qué?
   -Porque el desarrollo intelectual se sucede paralelamente al subdesarrollo de la compasión, del respeto por la vida ajena, de la bondad… básicamente: de la calidad humana, por eso es que detrás de todo sometimiento a gran escala de toda forma de vida conocida y destrucción del medio ambiente, hay siempre intelectuales… El intelectualismo conlleva el germen de la destrucción propia y ajena… …El desarrollo intelectual te empeora a nivel personal y te disminuye la capacidad de apreciar lo más sencillo e importante de la existencia sin lo cual no hay bienestar alguno posible, de ahí que los intelectuales sean (salvo raras excepciones que confirman la regla) extremadamente resentidos y miserables, y de ahí lo absurdo de menospreciar a alguien por carecer de desarrollo intelectual como si con el mismo no se perdiera más de lo que se gana, por eso cuando alguien menosprecia a los demás por ser supuestamente faltos de intelecto, asumiendo así que el mismo es positivo, es oportuno recordarle que sin un Einstein no habría bomba atómica… …Bueh; sigamos laburando.
   Si bien mi sentir respecto de lo recién dicho es actualmente el mismo, en lo que respecta a mi pensamiento cambié bastante ya que me di cuenta de que en esos años había caído en el otro extremo de la discriminación tradicional que es el de discriminar al discriminador, no advirtiendo que el antirracismo es racismo ya que tiene las mismas bases, es decir, el racista (en el sentido amplio de la palabra racismo) se siente superior a aquel a quien menosprecia por su condición, y el antirracista también; éste último, que suele autodenominarse igualitarista, se siente superior a quien tiene valores jerárquicos y por eso es que a fin de cuentas es igual a su opuesto que lejos de estar realmente en conflicto con él, lo complementa, por lo cual se dan vida mutuamente, es por eso que sin el racista no existiría el igualitarista, sin el fascista no existiría el liberal, sin el estado no existiría el anarquista y sin el malo no existiría el bueno, de lo cual se puede concluir que si destruimos a los otros (física o ideológicamente) nos destruimos a nosotros mismos porque NECESITAMOS DE LOS OTROS PARA SER NOSOTROS, de ahí lo absurdo del querer destruir al otro por tener valores opuestos a los de uno o de creerse por encima de él ya que en realidad todos los valores son iguales dado que unos permiten la existencia de los otros, por eso para mí quien realmente está por encima de la generalidad, quien en serio es superior, no es el que acepta unos u otros valores, sino aquel que los trasciende a todos ya que sólo al trascenderlos se logra no juzgar, lo cual a uno le posibilita alcanzar la armonía consigo mismo sin la cual no es posible la armonía con los demás, pero todo esto lo resolví mucho después del tiempo en que se desarrolla la historia en cuestión que ya mismo retomo.
   Nada raro ocurrió esa noche ni la del día posterior, pero a la semana siguiente sí ocurrieron cosas extrañas como que se escucharan golpes en el techo (que atribuí al aterrizaje de palomas aunque al salir a ver no divisara a ninguna) y que el telón se corriera solo, y tras constatar que no había nadie que lo hubiera corrido y como estaba solo, me lo expliqué a mí mismo con lo ya dicho sobre los efectos psicoactivos de la cafeína y la falta de sueño, pero la verdad es que no me lo creía y me quise convencer a mí mismo de que estaba tranquilo cuando en realidad estaba asustado.
   Al día siguiente, mientras con mi compañero barríamos un pasillo junto a las butacas, en el escenario aparecieron dos figuras humanas; mi compañero al percibirlo, mientras señalaba al escenario, dijo:
   -¡Mirá!
   -Miré al escenario y le dije:
   -Describime lo que ves.
   -Veo a un hombre y a una mujer que parecen estar cantando, pero no se escucha nada; la mujer tiene un vestido rojo y…
   -¡El hombre está de traje y tiene un sombrero como de los años 30! -dije yo interrumpiéndolo.
   -¡Sí! -dijo mi compañero.
   Evidentemente veíamos lo mismo.
   Tras más o menos un minuto de mirar a las figuras en el escenario sintiendo una mezcla de escalofríos, miedo y asombro, las mismas se desvanecieron.
   Quedaba todavía una hora de trabajo y la pasamos casi sin hablar debido a la conmoción que lo experimentado nos causó.
   La noche siguiente mi compañero me dijo:
   -Mirá lo que encontré en el depósito.
   Y desplegó un póster viejo en el que se publicitaba la obra musical cuyos protagonistas habíamos visto la noche anterior sobre el escenario, pero… el teatro era nuevo. No podía ser entonces que fueran los espectros de actores que habían actuado en ese lugar una obra en alguna de las primeras décadas del siglo veinte ya que en ese entonces el teatro no existía, sin embargo, la dirección presentada en el póster daba cuenta de que había habido en ese mismo lugar un recinto público en el que se habían realizado obras teatrales, por lo que en realidad sí podía ser; en la imagen se veía a un guapo del 900 junto a una mujer de vestido claramente rojo ya que si bien la fotografía en ese tiempo era en blanco y negro, para los afiches publicitarios las mismas solían ser coloreadas; me dijo:
   -Si lo interpretamos desde la óptica que me presentaste, lo que vimos no eran fantasmas ya que fue el producto de una alucinación, pero… -señalando el póster -¿cómo se explica esto?
   Y tras unos segundos de intentar racionalizar lo ocurrido, depuse las armas intelectuales de las que se agarra todo cobarde racional en pos de no admitir la existencia de lo metafísico y dije:
   -Lo que vimos no se explica con lo que te dije; esa explicación para este caso es una mierda. Olvidala.
   -¿Entonces qué fue lo que vimos?
    Yo, con convicción metafísica, le respondí:
    -Fantasmas.

martes, 10 de julio de 2018

Flores blancas del adiós (cuento) - Martín Rabezzana


    Era un día agradable de septiembre del año 1957, más precisamente el 21 (primer día del año de primavera); la mujer de poco menos de treinta años bajó de su auto en los alrededores de una estación de trenes situada en el barrio de Olivos; estaba vestida de forma sencilla pero elegante y por su expresión distendida, hasta parecía alegre; nadie al verla habría sospechado que su sentir habitual lejos estaba de ser positivo ya que, por el contrario, era insoportablemente negativo, pero ese día, aunque muchos lo descrean, la paz absoluta la envolvía.
   Mientras caminaba tranquilamente rumbo a la estación, divisó un puesto de venta de flores ante el cual se detuvo para sentir mejor el aroma de las mismas; el adolescente encargado del negocio le dijo:
   -¿Quiere llevarse algunas, señora?
   Ella asintió en silencio, después dijo:
   -Necesito flores para despedir a alguien.
   El vendedor dijo:
   -Las rosas blancas son muy usadas para las despedidas.
   -Llevo una docena de rosas blancas, entonces.
   -Muy bien.
   El muchacho le envolvió las flores, se las entregó y al ella pagarle, rozó la mano del vendedor, y como el billete con el que había pagado era superior en valor al costo de la compra, la mujer dijo:
   -Quedate con el vuelto, y feliz primavera.
    Y mientras decía esto último ella le sonrió de un modo tan profundo, agradable y honesto, que el joven no pudo sostenerle la mirada, por lo que la dirigió al piso mientras le dijo:
   -Muchas gracias señora, y feliz primavera para usted también. Buen día.
   -¡Buen día! -respondió ella muy animadamente mientras reanudaba su marcha hacia la estación.
   El vendedor de flores la miró mientras se alejaba y en voz baja dijo:
   -¡Qué linda!

   Tras una media hora el empleado del puesto de flores vio a una ambulancia pasar camino a la estación, después vio a varias personas hacia allí dirigirse apresuradamente entre las que había algunos policías; era obvio que algo había pasado, pero, ¿qué?... En eso apareció un pibe lustrabotas que parecía volver de la estación, entonces el vendedor de flores le preguntó:
   -¿Venís de la estación?
   -Sí.
   -¿Qué pasó?
   -Una señora se mató tirándose bajo el tren.
   El joven vendedor se sintió conmocionado y con mucho temor preguntó:
   -¿Cómo era esa señora?
   -No sé, no la vi. El lugar estaba lleno de gente y no pude ver mucho, solamente llegué a ver las flores blancas que dicen que llevaba, desparramadas por el suelo. ¡Ah! Y parece que era actriz de cine porque eso comentaban algunas personas que la habían visto.
   El vendedor de flores tenía los ojos vidriosos y con mucho esfuerzo logró contener las lágrimas; el lustrabotas notó su malestar y se sintió incómodo, por lo que decidió seguir su camino; se despidió:
   -Chau.
   Por el estado de shock en que se encontraba, el vendedor de flores no pudo responder el saludo.
   Se mantuvo un largo rato en silencio y apesadumbrado rememorando una y otra vez el paso de la mujer por su vida.
   Tras algunos minutos sacó de su bolsillo el billete con el que la actriz le había pagado las flores y supo que nunca podría gastarlo; lo guardaría para siempre ya que el mismo tenía para él un valor emocional infinitamente superior al material por implicar su simple contemplación, una vuelta imaginaria al momento en que tuvo contacto con ella, un contacto que no por haber sido ínfimo y breve había dejado de quedar grabado de forma indeleble en la memoria de su cuerpo físico y espiritual.



(Cuento inspirado por el caso de la actriz Norma Giménez -1930/1957- y dedicado respetuosamente a ella).