miércoles, 14 de septiembre de 2022

Lili Combatiente (segundo capítulo) (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.124-
Lili después del fuego

   Era la trasnoche del día en que Lili había decidido incursionar en una lucha armada a la que siempre había considerado totalmente inapropiada para su persona, y así lo fue hasta que la persecución de las autoridades no le dejó más que dos opciones: matar o morir.
   Tras el “bautismo de fuego” que constituyó su participación protagónica en el hecho que le causó la muerte a tres represores, a Lili le ocurrió algo por ella totalmente inesperado: seguía sintiéndose la misma persona; no tuvo la sensación de haber vivido un “antes y un después” en lo previo y posterior a haber incurrido en el hecho irreversible ya referido, ya que seguía autopercibiéndose de igual modo respecto a cuando no había matado a ningún ser humano, sin que esto signifique que hubiera en ella algo así como una “frialdad psicopática”, dado que lejos de eso, Lili había matado en circunstancias en que la sangre en su cuerpo estaba muy caliente, no obstante, durante los hechos mantuvo la mente fría, lo cual, ya antes de su accionar referido, le posibilitó concienciar que habría de actuar éticamente por ser su uso de la violencia, en defensa propia y ajena, y si bien el incurrir en un hecho grave de modo justificado no siempre resulta en tranquilidad de conciencia en aquel que lo comete, en su caso particular, así había sido.

Lili y sus compañeros, otra vez en la previa de un fuego

   Al Montoneros entrar en la clandestinidad y saber sus integrantes que ya desde antes de la muerte de Perón, pero sobretodo tras la misma, se había desplegado un accionar estatal represivo de dimensiones inéditas en el país, sus dirigentes empezaron a proveerle a sus miembros los medios que les posibilitaran sobrevivir en dicho contexto de violencia extrema; los mismos estaban constituidos por plata, armamento, documentación falsa, viviendas, autos y eventuales costeos de viajes a diversos puntos del país y del extranjero; todo esto lo podía hacer sin problemas una organización que en 1976, tenía fondos estimados en 200 millones de dólares, producto no sólo de hechos ilícitos como ser: robos a bancos y secuestros de empresarios y gerentes explotadores del trabajo ajeno y entregadores de obreros considerados “agitadores”, a la represión (por cuyas liberaciones solían pedir la reincorporación de trabajadores despedidos y aumentos de sueldos, lo cual, a veces lograban, y parte de la plata del rescate la usaban para comprar y donar víveres y ropa que repartían en los barrios más necesitados), sino también de sus medios de prensa que vendían cientos de miles de ejemplares por semana, constituyendo tal fuente legal de ingresos, una suma muy importante, sin embargo, de esto quedaban al margen los militantes de superficie que constituían las agrupaciones políticas, sociales, sindicales y estudiantiles, conformantes todas ellas de la llamada “Tendencia Revolucionaria del Peronismo” y fundadas (o refundadas) por Montoneros, de ahí que el grueso de los militantes quedara desprotegido cuando llegó la represión más cruenta y fueran así los militantes peronistas revolucionarios, básicamente, “carne de cañón”, y de ahí a su vez, el repudio por parte de tantos militantes de la tendencia, sobrevivientes de la represión estatal, a la conducción de Montoneros, ya que dicha ayuda le era solamente concedida a los Montoneros de más alto rango o a aquellos que, sin serlo, decidieran obedecer las órdenes de ejecución de los hechos más peligrosos (quienes eran parte de los “frentes de masas” y recibían alguna ayuda de la organización, constituían casos minoritarios y dicha ayuda no iba más allá de la provisión de documentos de identidad falsos para poder trabajar o abandonar el país, algún arma y pastillas de cianuro), lo cual los obligaba a realizarlos en pos de acceder a la mencionada protección, aun cuando con los mismos no estuvieran de acuerdo; algo de esto le dijo un montonero a Lili mientras estaban ocultos en una vivienda en un área suburbana de San Luis, junto a otros compañeros, la misma noche en que exitosamente había su grupo, del que ella era una nueva e ilustre integrante, rescatado a tres secuestrados por una patota del estado; también le dijo:
   -Por tu acto heroico, vas a convertirte rápido en un cuadro importante de “la orga”.
   Lili dijo:
   -Pero yo no soy montonera. Yo no creo en Montoneros, me metí en esto para sobrevivir.
   Su compañero le dijo:
   -¿Y vos te creés que todos los que estamos en esto lo hacemos por convicción?… Como más o menos te dije en tu casa: la lucha armada no tiene ya el objetivo de construir una patria socialista, sino el de sobrevivir; si estás fuera de Montoneros, quedás a la deriva en un mar de represión estatal, pero estando en la misma, una banca importante podés llegar a tener que te va a dar más posibilidades de supervivencia;… Yo tampoco creo más en la orga; creí en ella en algún momento pero el momento ya pasó;... todo ese populismo que la conducción exalta, alguna vez fue auténtico, para ya no lo es. No lo puede ser, porque la misma está totalmente alejada de las bases no sólo del pueblo, sino incluso de su misma organización; yo también estoy acá para sobrevivir, y te digo más: aun estando en Montoneros, no creo que sobreviva mucho tiempo más. Estoy seguro de que en cualquier momento voy a caer, como casi todos los compañeros, pero quiero morir peleando, y no ejecutado estando de rodillas.
   Entonces Lili, con un tono de voz suave, cargado de resignación, dijo:
   -Sos una especie de kamikaze.
   Su compañero, en silencio asintió con la cabeza; en ese momento una partisana le preguntó a Lili sobre su ideología; ella dijo:
   -Yo nunca creí en ningún ideario; cuando militaba en la JOTAPÉ, mi hermana (que no milita en nada) me dijo: “La organización de la que participás, no cometerá delitos, pero se financia con plata sucia que viene de los delitos cometidos por los montoneros, ¿o lo negás?”; yo le dije: “Sí, es verdad, pero TODOS los partidos políticos, ya sean de izquierda, de centro o de derecha (y no me vengas con eso de “en este país”, porque es igual en todo el mundo) son financiados por inversores cuyos fondos proceden del tráfico de drogas, del lavado de dinero, de la trata de personas, de invasiones militares, de la destrucción del medio ambiente, de la explotación animal y de muchas más cosas ilícitas e inmorales;... los gobernantes más “honestos” no habrán robado, secuestrado ni matado a nadie, como si lo han hecho los montoneros, pero se hacen financiar por quienes hacen todo eso, que es lo mismo. Partiendo de esta base, no te niego que en nada difiere ser militante de superficie de ser guerrillero, ya que con la militancia desarmada del grupo armado que la organizó, estás participando de la misma empresa que los guerrilleros, desde un lugar diferente, pero tampoco en nada difiere ser militante de un partido sin facción armada o votante de cualquier candidato en elecciones en un sistema democrático representativo, de ser sustentador de las peores acciones que son la base de la financiación de toda organización política de estado;… Con el solo hecho de votar, estás dándole aprobación y sustento, a un sistema que vos misma considerás financiado con fondos procedentes de acciones injustificables por ser ilegales e inmorales. Siguiendo esta línea de pensamiento que lleva a concluir que toda política partidaria es sucia, de uno tener un mínimo de conducta ética, solamente puede hacerse anarquista y pretender que las personas voten medidas de organización social, en vez de votar a sus supuestos representantes de ella, y entonces, ante tal ideario político por uno asumido, favorable a la democracia directa, que terminaría con lo “sucio” de la política y llevaría a la disolución de todos los partidos políticos, se encuentra con viejos y jóvenes avejentados que lo tildan de “utopista”, “infantil” y más cosas así, y uno mismo termina creyendo que lo es, entonces vuelve resignadamente a defender su posición anterior (o sea, se vuelve conformista) o elige hacer lo más difícil de todo: rechazar a toda ideología y etiqueta política e intentar mejorarse a sí mismo, y por supuesto que al uno hacer eso lo acusan de ser egoísta por practicar el individualismo, pero tal crítica es infundada porque toda sociedad se compone de individualidades reunidas, por lo que si cada una de ellas fuera más individualista al buscar únicamente la propia mejoría, la sociedad toda mejoraría, y esta decisión de cambio individual es taaan difícil de tomar, que casi nadie lo quiere hacer, y de ahí la voluntad de meterse en temas sociales, políticos, dado que esa es una manera inconsciente de evadir todo intento de automejoría;… Yo he decidido militar socialmente, pero no por Montoneros ni por Perón, sino por mí misma; al ver que en las unidades básicas proveen ayuda a quienes se encuentran en la necesidad, decidí sumarme sin importarme en absoluto la bandería política de quienes tales lugares fundaron, y no lo hice por compasión hacia los sufrientes, sino por mejorar yo como individuo; hice todo por intentar ser yo misma, la persona que siempre pretendí que fueran los demás.” (Nada me respondió mi hermana a todo esto) Pero ahora ocurre que la fuerza mayor me lleva a tener que elegir entre matar o morir… y yo querría no tener que elegir entre ninguna de las dos cosas…
   Ninguno de sus dos interlocutores le respondió nada; casi que tuvieron miedo de seguir hablando con Lili de estos temas porque intuían (correctamente) que ella podría hacerlos cambiar de opinión respecto a LO QUE FUERA.
   Pocos minutos después de esta conversación, Lili se quedó dormida en un sillón y uno de los montoneros la cubrió con una manta para inmediatamente después, alejarse sigilosamente de ella y decirle al resto de los combatientes que hablaran en voz baja para no despertarla.
   Poco después, Lili vio en sueños acercarse a la casa en que ella junto a varios compañeros estaba, a varios autos Ford Falcon y vehículos militares; vio a sus ocupantes bajar de los mismos e irrumpir en la vivienda, y vio a sus compañeros intentar una defensa infructuosa que resultaba en que los seis combatientes (ella misma incluida) fueran arrastrados hacia el interior de los vehículos de los represores; se despertó totalmente sobresaltada y empezó a gritar:
   -¡Tenemos que irnos de acá ya mismo!
   -¿Qué pasa? -dijo una de las partisanas.
   -Cantaron la casa.
   -¿Qué? -dijo otro.
   -¡Que cantaron la casa!, están llegando los milicos. ¡Vámonos ya!
   -¿Cómo sabés que la cantaron?
   -Por lo que vi recién; yo veo cosas.
   -¿Qué tipo de cosas?
   -Cosas que van a pasar.
   Entonces los combatientes se miraron y dudaron, pero no mucho; uno de ellos le dijo:
   -¿Estás totalmente segura de lo que decís?
   -¡Sí sí, totalmente segura!
   Entonces los montoneros fueron rápidamente hacia un placard en el que guardaban explosivos que empezaron a disponer en diversos puntos de la casa, tras lo cual, se subieron a los dos autos en que habían llegado y se fueron del lugar.
   Los explosivos que habían dejado, estaban programados para detonar en diez minutos; exactamente nueve minutos y veinte segundos después, cayeron los represores que, tras irrumpir con la mayor agresividad posible, maldijeron a su suerte por haber llegado tarde y habérseles los montos escapado por muy poco, dado que el que hubiera comida en la mesa, objetos personales e incluso una pava calentándose en la cocina, daba cuenta de que sus ocupantes acababan de irse, fue entonces que uno de los represores, que evidentemente era el que comandaba las acciones, dijo:
   -Deben estar cerca -y señalando a sus correpresores, empezó a indicar en qué dirección debían buscar unos, y en qué dirección, otros; mientras tales instrucciones daba, una explosión, que fue seguida por varias otras, resultó en que 12 de los aproximadamente veinte represores del operativo compuesto por fuerzas conjuntas del ejército y la policía, murieran y quedaran los restantes, bastante heridos.
   Los combatientes se encontraban ya a una larga distancia de la casa; distancia que les impedía escuchar las ruidosas explosiones que tuvieron lugar, pero no debieron esperar mucho para enterarse de lo que había ocurrido, ya que esa misma mañana, el hecho estaba en todos los diarios.
   Estando los montoneros ya refugiados en otra casa que ese mismo día abandonarían para irse a otra provincia, uno de ellos, diario en mano, evidenciando un enorme asombro, le preguntó a Lili:
   -¿Cómo sabías lo que iba a pasar?
   Entonces ella, muy tranquilamente le dijo:
   -Ya te lo dije; veo cosas que van a pasar.
   Todos los montoneros la miraron maravillados en medio de un silencio que, por un buen rato, nadie se atrevió a romper.

   Lili era distinta a todos ellos.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Cita envenenada y veneno en la cita (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 1.456-
   Año 1976; primeros días de marzo; las reuniones de los militantes políticos eran, en la Argentina de entonces, cada vez más espaciadas, secretas, y tenían mínima concurrencia, ya que a todo esto había obligado la persecución de las autoridades cuyo cruento accionar, se había magnificado con la aparición de la Triple A tres años antes, de ahí que ya no se debatiera abiertamente en centros de estudiantes, sindicatos ni en unidades básicas, sino subrepticiamente en la casa de alguien, e intentando siempre aparentar que la reunión era de carácter social; una vez la misma concluida, lo debatido le era comunicado a otro sector de la agrupación mediante un delegado que se ponía en contacto con otro delegado de ese otro sector en algún lugar público, que era casi siempre una plaza; cuando la cita entre ambos era delatada por alguna de las partes y daba esto lugar al secuestro de un militante por parte de sicarios del estado, se hablaba de “cita envenenada”.
   Las caídas de compañeros por “envenenamiento” de las citas, pese a los recaudos que los militantes tomaran, eran cada vez más comunes, de ahí que en dicho año no hubiera casi ningún militante que hubiera sido designado delegado, que concurriera a una cita sin la pastilla de cianuro que la cúpula montonera había dispuesto que debía repartirse entre sus militantes así como entre todos aquellos pertenecientes a los frentes de masas, para que, en caso de verse acorralados por los represores, pudieran suicidarse y evitar así toda posibilidad de incurrir en delaciones al ser sometidos a los tormentos que ellos infligían.
   En medio de este clima extremo de violencia política, en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, dos jóvenes militantes de la Juventud Universitaria Peronista (un varón y una mujer), acordaron encontrarse cierta tarde en la plaza Rivadavia; la chica fue la primera de los dos en llegar al lugar convenido y se sentó en un banco no muy próximo a la calle, que era lo que la otra parte había pedido que hiciera; tenía una rosa en una mano que constituía el distintivo acordado para que el otro delegado (que nunca la había visto) la pudiera reconocer, y así ocurrió, ya que incluso desde una gran distancia, el joven la reconoció y se le acercó; tras saludarla y sentarse a su lado, con gran nerviosismo le comunicó ciertas cosas que en la reunión de su sector de la JUP se habían resuelto, mientras a lo lejos miraba disimuladamente a un compañero que en un banco fingía leer una revista cuando en realidad estaba ahí para vigilar el área y advertirle con una seña si veía algún indicio de peligro.
   La mujer miraba demasiado hacia los autos que pasaban, sobretodo a uno, por lo que su interlocutor le preguntó:
   -¿Qué pasa?
   -Nada -dijo ella.
   Y podía ser que no fuera “nada”, o sea, que su nerviosismo evidente fuera sencillamente el propio de la situación; él también, como ya dije, estaba muy nervioso y miraba mucho a los autos por si de alguno de ellos bajaban personas malintencionadas, y fue de hecho por este motivo que decidió adentrarse más en la plaza ya que suponía que de los sicarios querer secuestrarlo, al decidirse a agarrarlo, esperarían a que estuviera cerca de la calle para poder subirlo rápidamente a un auto, fue por eso que le dijo a la chica:
   -Vamos mejor para allá -y le señaló un monumento en el centro de la plaza, pero ella dijo:
   -¡No no! Mejor quedémonos acá porque... el sol me hace mal -e instantes después, mientras señalaba un banco muy próximo a la calle, agregó: -Ahí hay más sombra que acá; sentémonos allá.
   Entonces el joven sintió en su boca un gusto como a cianuro, si bien la pastilla de ese veneno la tenía en un bolsillo y no en la boca, lo cual lo llevó a concienciar que el veneno estaba impregnado en la cita en curso, máxime cuando al buscar con la mirada a su compañero, vio que estaba siendo interrogado por un policía, de ahí que caminara junto a la chica en dirección al banco que ella había señalado pero sólo durante escasos segundos, tras los cuales, dio media vuelta y empezó a correr con todas sus fuerzas, y no se había equivocado al presentir peligro, ya que ni bien empezó a correr, dos hombres trataron de interceptarlo, pero logró evadirlos, mientras tanto, una patota de la Triple A que estaba en un Torino, durante algunos metros lo persiguió y casi logra atropellarlo al él cruzar la calle, pero el auto quedó detenido un buen rato tras cruzársele un patrullero con el cual, los sicarios casi chocan; tras bajarse los policías y agredir verbalmente a los represores del grupo parapolicial, estos últimos se identificaron como pertenecientes a la Triple A y fue entonces que los uniformados bajaron la cabeza evidenciando pánico, y fueron puteados de arriba a abajo por el grupo de la derecha peronista que tenía justamente liberada la zona por la comisaría de ese distrito, lo cual implicaba que ningún policía podía intervenir ante su accionar. A todo esto, el militante de la JUP había llegado corriendo hasta una estación de trenes; en ese momento justo estaba por salir un tren en el cual, se coló, en uno de los asientos se acomodó y sacó la pastilla de cianuro que en uno de sus bolsillos tenía; mientras con una mano se cubría para disimular lo que hacía, con enorme nerviosismo dispuso la pastilla entre sus dientes con la firme intención de tragarla inmediatamente de ver llegar a los sicarios o de sentirse agarrado por ellos, pero fue que el tren arrancó, los minutos pasaron y cierta calma volvía a hacerse sentir en el ambiente, por lo cual, tras respirar hondo, sacó la pastilla de entre sus dientes y mientras se disponía a volverla a guardar en un bolsillo, se sintió tomado por detrás por una persona que le dijo:
   -Perdiste, pendejo.
   Entonces, mientras lo sostenía, otro represor que junto a él estaba, le dio un culatazo de pistola en el rostro; al ver la situación, un hombre que se encontraba en el otro extremo del vagón, sacó un arma y mientras apuntaba a los sicarios de la Triple A, gritó:
   -¡Alto! ¡Gendarmería Nacional!
   Uno de los sicarios le dijo:
   -Bajá el arma porque te vas a arrepentir; somos de la…
   Pero no pudo terminar la oración porque en ese momento, su compañero de represión que estaba con el arma de fuego en la mano, la apuntó hacia el gendarme, ante lo cual, el gendarme (que estaba de civil y nada sabía del operativo, ya que era de la provincia de San Juan y se encontraba en Bahía Blanca visitando familiares) le disparó, llevándolo a caer mortalmente herido, mientras tanto, el otro sicario sacó su arma y disparó contra el gendarme que también cayó mortalmente herido, y mientras tanto… el militante de la JUP, que se había agachado ante el primer disparo, agarró el arma del primer represor caído y desde el piso le disparó al represor que quedaba en pie, llevándolo también a caer mortalmente herido, lo cual resultó en que tanto el gendarme como los dos miembros de la Triple A, quedaran abatidos en un vagón que permanecería vacío hasta llegar a la siguiente estación, dado que las personas que en el mismo viajaban, en medio de gritos, habían empezado a irse apresuradamente a otros, ante la vista de la primera arma.
   Tras todos estos hechos, el militante de la JUP (que nunca antes había empuñado un arma, ya que no era combatiente, ni miliciano ni nada, pero que no encontró ninguna dificultad para manipularla por haberla agarrado estando sin seguro y ya amartillada) saltó del vagón con el tren en movimiento (cosa que tampoco había hecho antes y que también realizó a la perfección), fue rápidamente al encuentro de otros militantes que le dieron documentos falsos para que pudiera salir del país, y así lo hizo; volvería sólo tras terminado el gobierno de facto que, pocas semanas después de estos hechos, sobrevino.
   ¡Y pensar que en el momento en que fue tomado por detrás por uno de los sicarios, el joven lamentó no haberse tomado la pastilla de cianuro!… ¡Menos mal que no lo hizo!, y menos mal que los miembros de las fuerzas represivas no dejan las armas cuando están de franco, ni cuando están en la playa de vacaciones, ni cuando los expulsan, ni cuando los jubilan, ni cuando van al baño ni...: ABSOLUTAMENTE NUNCA, y por supuesto; “menos mal”, pero sólo para el joven universitario, no así para el gendarme ni para los integrantes de la patota de la Triple A.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Lili Combatiente (cuento) - Martín Rabezzana

 -Palabras: 1.898-
   Año 1976; provincia de San Luis; el joven, en compañía de otros cuatro militantes, le dijo a la mujer:
   -Si decís que no, no hay ningún problema; no te sientas obligada a aceptar; sé perfectamente bien que siempre apoyaste a la causa popular desde la acción social y que nunca quisiste participar en acciones armadas, pero como a diferencia de lo que muchos compañeros ingenuamente creen, y esto es que, con el regreso de los milicos al poder, la represión más cruenta va a disminuir, ya que al ellos poseer de nuevo el control de las instituciones van a poder detener, enjuiciar y condenar a quienes quieran, con o sin pruebas, resultando esto en que les sea innecesario seguir reprimiendo clandestinamente, la realidad es que la mano viene cada vez más pesada, de ahí que el aprender a manejar armas ya no sea algo que los militantes de superficie deban hacer para sumarse a la lucha por el socialismo, sino para algo más necesario y elemental: sobrevivir, porque ellos, es decir, tanto la derecha peronista (ya sea la Triple A, el Comando de Organización, la CNU, la “JOTAPERRA” etc., que pese a su supuesto anticapitalismo que les impide considerarse de derecha por entender por “derecha”, la defensa del capitalismo, se han sumado a las fuerzas represivas de la derechista, capitalista y -económicamente- liberal, junta militar) como la milicada antiperonista, se han unido para combatir a la izquierda armada, desarmada e incluso a la izquierda pacifista que, por ser tal, es antiguerrillera, y ya han intensificado la represión; están viniendo por todos nosotros… es por eso que te digo lo siguiente: a 15 minutos de acá hay un descampado en el que practicamos tiro; ahora mismo estamos yendo para allá; ¿querés venir con nosotros para aprender a manejar armas?
   La mujer, con evidente nerviosismo, tras algunos segundos de vacilación que en su sentir equivalieron a largos minutos, respondió moviendo la cabeza de lado a lado, tras lo cual, el joven le dijo:
   -Está bien; estás en tu derecho; chau Lili.
   Le dio un beso y se dirigió a la puerta de salida seguido por los otros jóvenes que también la saludaron, pero en cuanto el partisano puso la mano sobre el picaporte, la mujer dijo:
   -¡Esperen!… Voy con ustedes.
   Entonces, casi de un salto se levantó de la silla en la que estaba sentada y fue con ellos hacia uno de los dos autos en que el grupo, dividido en dos partes, iría hasta el lugar en cuestión; una vez en el mismo, una de las dos integrantes femeninas del grupo de montoneros que la había ido a buscar, le enseñó a cargar un revólver y después se lo dio, mientras los otros combatientes disponían varios maniquíes en diversos lugares a los que habían vestido con uniformes militares y policiales; a dichos muñecos los habían sacado de un galpón en el que a su vez, guardaban armas; tras algunas instrucciones de la combatiente, Lili disparó contra uno de los maniquíes pero erró, por lo cual, todos la animaron diciéndole que no se preocupara, ya que la siguiente vez lo haría bien, y efectivamente, así fue; el siguiente disparo dio en el blanco así como muchos de los siguientes que efectuó con el revólver con que había empezado a hacer fuego, tanto como con otras armas como ser, las de tipo FAL (fusil automático liviano) y FAP (fusil automático pesado), que por ser armas básicas en el ámbito militar, debía necesariamente aprender a manejar ante la posibilidad de que capturaran y desarmaran a militares.
   Lo último que le enseñaron ese día, fue a sacarle el seguro a una granada para luego arrojarla hacia los represores, si bien esto no pasó del plano teórico, ya que no hicieron detonar ningún explosivo; la partisana que esto le enseñó, si bien no era rubia, por su tono amable y displicente aun al momento de manejar elementos peligrosos, evocaba inevitablemente a la figura de la ya legendaria María Antonia Berger; esa integrante de las FAR, sobreviviente de la “Masacre de Trelew” que, según la oficialidad, fue muerta en un enfrentamiento en 1979, y si bien los “enfrentamientos” que se difundían a través de comunicados militares y que la prensa reproducía eran casi siempre fraguados, lo cual se hacía evidente en el hecho de que las personas muertas a tiros por las autoridades, en la mayoría de los casos no fueran guerrilleras y sus cuerpos fueran encontrados con disparos en la espalda e incluso, con piyamas y camisones, dando cuenta esto de que habían sido sacadas de sus casas en momentos en que se encontraban durmiendo, o sea, en momentos de total indefensión, en el caso de María Antonia, había sido parcialmente cierto, dado que ella, al ser encontrada por militares, se atrincheró en su vivienda, disparó contra ellos y al concienciar que se encontraba en un callejón sin salida, tras una parodia de negociación que los milicos habían hecho en que seguramente le dijeron que si se entregaba quedaría a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (lo cual implicaba quedar detenido legalmente), simuló aceptar, dejó su arma de fuego y salió de su refugio pero escondiendo previamente bajo su ropa, una gran cantidad de explosivos que, tras ser capturada por las fuerzas represivas, detonaron, resultando esto en que el famoso “5 X 1” (*) peronista, se cumpliera sobradamente, ya que fueron más de cinco los militares que murieron con ella.
   La práctica duró varias horas y, a diferencia de lo que Lili pensaba que sentiría, lejos de serle desagradable el manejo de armas, rápidamente le empezó a gustar, por lo que se había divertido bastante.
   Una vez concluido el primer entrenamiento con armas de Lili, ella, junto a dos de los cinco combatientes (los tres restantes estaban haciendo guardia por si alguien se acercaba), las volvieron a llevar al galpón ya mencionado junto con los maniquíes (si bien, por supuesto, conservaron con ellos las armas más chicas). Acto seguido subieron nuevamente a los dos autos y se fueron del lugar.
   Estaba anocheciendo.
   Las estrellas y la luna parecían alumbrar más fuerte que nunca.
   La temperatura ambiental era moderada y, por consiguiente, de lo más agradable.
   Los sonidos externos al auto que desde el mismo se oían, eran los de las hojas y ramas de los árboles agitadas por el viento.
   Debido a la calma circundante, más que en autos por una ruta, los combatientes sentían estar viajando en embarcaciones a vela en medio de un mar apacible.
   Los jóvenes experimentaban la famosa calma previa a la tormenta, y esto debe tomarse literalmente, ya que a los pocos minutos de viaje, se desató una lluvia torrencial que a todos ellos sorprendió, dado que segundos antes el cielo se encontraba totalmente despejado.
   La lluvia caía con una intensidad tal, que hacía imposible no sólo una visibilidad buena, sino incluso una visibilidad regular, por lo que el auto en el que Lili junto a dos montoneros (un varón y una mujer) viajaban, debió bajar drásticamente la velocidad; en tales circunstancias ocurrió que un auto que pasaba en dirección contraria, los chocó de costado; tras el choque, ambos autos se detuvieron; nadie resultó herido ni hubo tampoco daños materiales graves en ninguna de las partes debido a la baja velocidad a la que ambos vehículos transitaban; en ese momento dejó de llover; tanto el combatiente varón que manejaba como la mujer que iba en el asiento delantero del acompañante, bajaron del auto para ver en qué estado se encontraban quienes viajaban en el otro vehículo, que era un Ford Falcon, y ocurrió que al ellos acercarse al baúl, escucharon golpes que de su interior procedían, entonces entendieron inmediatamente que el Falcon era parte de un operativo estatal de secuestro e intentaron sacar sus armas, pero no llegaron a hacerlo porque dos de los tres represores que viajaban en el ya mencionado auto, habían velozmente bajado del mismo y los apuntaban con fusiles; uno de ellos les dijo:
   -¡Dejen los fierros en el piso, rápido!
   Los montoneros dudaron unos instantes y finalmente hicieron lo que se les pidió; mientras tanto Lili, que iba con los combatientes en el asiento trasero del auto y no había bajado junto a ellos, al ver bajar a los dos represores blandiendo armas, descendió del vehículo y se escondió detrás del mismo; desde allí pudo ver que además de esos dos represores, había otro en el asiento trasero que ahí se había quedado vigilando a otro secuestrado que iba acostado en el piso; él también, tras haber bajado la ventanilla, apuntaba un arma hacia los guerrilleros, entonces, aprovechando el hecho de no haber sido aún vista por los represores, la joven empuñó el revólver de grueso calibre que bajo su ropa llevaba, lo amartillo, se acercó rápida y sigilosamente al Ford Falcon y disparó contra el represor que en el asiento trasero se encontraba, en ese momento los otros dos que apuntaban a los montoneros, se dieron vuelta pero no llegaron a disparar porque Lili abrió inmediatamente fuego contra ellos, y no lo hizo sólo una vez, sino dos, ya que tras la primera serie de disparos, volvió a apuntar su arma hacia el represor situado dentro del auto y le infligió un segundo disparo, lo cual también hizo con los otros dos, vaciando así el cargador de su arma, lo cual llevó a los represores a caer heridos de muerte.
   Momentos previos a disparar, Lili no había visto en los represores sus verdaderas formas, ya que en su percepción habían adquirido el aspecto de los maniquíes con uniformes policiales y militares que horas atrás le habían servido de blancos en su práctica de tiro; una vez los tres abatidos, pudo ver de nuevo en ellos, figuras humanas.
   Tras los seis disparos certeros efectuados por Lili, los combatientes la felicitaron e inmediatamente procedieron a liberar a las dos personas que estaban en el baúl y a aquella que se encontraba en el asiento trasero; todas estaban encapuchadas y con las manos atadas; en ese momento llegó el otro auto en que viajaban los demás montoneros que, de los dos vehículos en que los partisanos viajaban, era el que iba adelante; por sus ocupantes haber perdido de vista al auto de sus compañeros durante la tormenta, habían resuelto pegar la vuelta, y tras serle a ellos rápidamente informado lo recién ocurrido, felicitaron a la nueva combatiente, hicieron subir a dos de los tres liberados a su vehículo (el restante se iría con el otro) y, tras los montoneros del primer auto haber agarrado las armas de los represores que, tiradas en la ruta habían quedado, se fueron a gran velocidad, fue entonces que Lili despertó abruptamente del trance en el que vio todos estos sucesos no ocurridos y posibles por ocurrir, y se encontró de nuevo frente a los combatientes tras haber respondido negativamente a la pregunta de si quería ir con ellos para aprender a manejar armas; fue por estas visiones que experimentó en esos escasos segundos que pasaron entre que el montonero se despidió y se acercó a la puerta de salida, que Lili cambió de opinión y les dijo: “¡Esperen!… Voy con ustedes.”


(*) “...¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!”, expresó Perón públicamente tras los bombardeos genocidas de 1955 a la Plaza de Mayo que constituyeron el principio del fin del segundo gobierno peronista.

lunes, 22 de agosto de 2022

Masacre en Nordelta (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.134-
   Una noche de viernes, allá por principios de la década de los años dos mil, mientras la juventud se empeñaba en divertirse dinamitando su salud, un joven alternaba la toma de un mate tras otro con un frenético atarearse con la corrección de un guion de cine que acababa de terminar de escribir y que esperaba fuera aceptado por productores para su realización; en eso lo llamaron por teléfono y, tras el saludo de convención, una voz femenina dijo:
   -En un rato te pasamos a buscar.
   -No puedo salir hoy, estoy ocupado -respondió el joven.
   -Vamos para allá.
   Y cortó.
   Al rato llegaron varios jóvenes (chicas y chicos) que llenaron de humo la casa en la que el escritor estaba solo, ya que sus familiares se habían ido de viaje, además de llenar las mesas de botellas de Fernet y vodka (esta última bebida, de la marca más económica).
   La mina que lo había llamado le volvió a decir de salir, pero él volvió a decirle que no podía por estar esa noche muy ocupado; al ella preguntarle con qué estaba ocupado, le dijo:
   -Recién terminé un guion para una película; me falta terminar de corregirlo y después me tocará acosar a productores cinematográficos y allegados a ellos para que se dignen leerlo.
   -¡Buenísimo! ¿Y de qué trata?
   -Va a ser una película del género fantástico sobre un comando del ERP que en los años setenta se dispone a atacar un cuartel militar y cuando al mismo ingresa, sus integrantes dan un “salto en el tiempo” (que es como se denomina en dicho género a los viajes temporales que ocurren por motivos inesperados y desconocidos) y aparecen en el primer lustro de los años dos mil en un barrio cerrado, barrios que, no casualmente empezaron a crearse poco después del exterminio de los grupos guerrilleros, ya que con los mismos funcionando, no se podrían haber creado. La cuestión es que una vez en dicho lugar, se muestran totalmente desconcertados y tras unos minutos de caminar, desde la distancia un vigilador los ve, e inmediatamente agarra su “walkie talkie” con la intención de alertar a los demás vigiladores de la presencia de los combatientes, pero a último momento el hombre, que tenía más de 50 años, desiste por creer reconocer a varios ex camaradas en el grupo armado cuyos integrantes (hombres y mujeres) visten ropa militar, ya que en su juventud había sido parte del PRT-ERP, pero se dice a sí mismo: “¡No puede ser!”, sin embargo, era… entonces se acerca al grupo sigilosamente y sus integrantes, que eran más o menos 12 (y había unos 60 más que se habían dispersado por otras áreas del “cantri”) lo apuntan con sus fusiles, ahí él dice: “¡Camaradas!… ¿Se acuerdan de mí?”, y pronuncia su nombre, entonces varios de los combatientes, tras vacilar un poco, lo reconocen y se sorprenden; bajan sus armas y el vigilador, tras expresarles que era una cosa increíble que estuvieran ahí, les cuenta que están en los años dos mil; les dice que tras menos de dos años del golpe de estado del 76, a los guerrilleros los mataron casi a todos, como así también a miles de militantes de partidos de izquierda que no tenían facciones armadas, gremialistas, estudiantes secundarios y universitarios, docentes, abogados de víctimas de la represión estatal, militantes de derechos humanos y familiares y amigos de víctimas de las autoridades cuyo único “delito” había sido reclamar por las vidas de sus seres queridos, y que los que sobrevivieron y eran de la izquierda revolucionaria, fueran partisanos o no, tras la represión de los setenta, no lograron nunca reagruparse, de ahí que el “Partido Revolucionario de los Trabajadores”, así como el “Ejército Revolucionario del Pueblo”, hayan dejado de existir; les explica que están en un “country”; “¿En un qué?”, pregunta un combatiente, y el vigilador le responde: “En un country, que es un área que la alta burguesía cerró para su propio uso en la cual, hay viviendas lujosas además de grandes espacios “naturales” en los que los conchetos construyen campos deportivos, y todo esto en muchos casos, en zonas de humedales que, cuando llueve, absorben el agua; al erradicarse los humedales, el agua de la lluvia provoca inundaciones que los mismos conchetos no sufren, porque disponen de terraplenes que expulsan al agua hacia fuera de sus ciudades amuralladas, de ahí que los “cantris”, o “barrios cerrados” (que a esta altura son lo mismo) sean culpables de un desastre ecológico que además, aumenta la pobreza en la sociedad, ya que quienes sufren inundaciones no siendo pobres, pueden perder todo (incluso la vida) y terminan así, volviéndose pobres, y quienes ya lo son, ¡ni hablar!, además, los habitantes de los alrededores de los cantris sufren comúnmente de falta de agua por los “cántriers” usarla en exceso para crear sus lagos artificiales y regar sus espacios verdes; les dice que todo eso constituye la más alta expresión del capitalismo, que nadie hace nada para contrarrestarlo y que la situación es cada vez peor porque ese barrio privado en que están (se encontraban en Nordelta), que acapara recursos que dejan en la necesidad a las mayorías, es tan solo uno de los literalmente cientos de barrios de las mismas características que existen en Buenos Aires y en el resto del país, que siguen proliferando en paralelo con el aumento de la pobreza del pueblo, dando cuenta esto de que los habitantes de dichos barrios (que en muchos casos son traficantes de armas, de drogas, lavadores de dinero, estafadores y explotadores legales e ilegales del trabajo ajeno) no son realmente parte del mismo, sino de un antipueblo apátrida que más que con Argentina, tanto en lo cultural como en lo humano, se identifica con Gran Bretaña (y el monstruo innombrable que de dicho país, deriva), entonces uno de sus ex camaradas le recrimina que él esté trabajando en la protección de dichas propiedades y el vigilador baja la cabeza por sentirse totalmente avergonzado y trata de excusarse diciéndoles que otro trabajo no había encontrado y que por tener una familia que mantener, no tiene opción y debe hacer lo que hace; les dice que además ya está viejo para hacerle la guerra revolucionaria a los conchetos, y que aun si así decidiera hacerlo, está solo, entonces sus ex camaradas le dicen que ya no está solo, que ellos están ahí y le piden que vuelva a incorporarse al ejército partisano; en ese momento los sesenta restantes combatientes que se habían dispersado, aparecen trayendo como prisioneros a otros vigiladores; los combatientes que habían hablado con el ex miembro del ERP, les transmiten todo lo que él les había dicho y rápidamente todos resuelven que al capitalismo asesino que se materializa en donde entonces estaban, hay que herirlo de muerte; uno de los combatientes le da un fusil al vigilador y tras éste empuñarlo, muy emocionado, dice: “Hoy vuelvo a ser joven e idealista”. Tras lo cual, le indica a los combatientes en dónde hay un lugar en el que mantener en calidad de presos a los otros vigiladores, y después de ellos llevarlos y dejarlos ahí, el ex miembro del ERP (que a esta altura ya no era “ex”, por haberse al mismo reincorporado, de ahí que en ese momento fuera en realidad un “ex ex”), por ser un baqueano de esa área usurpada por la alta burguesía, rápidamente expone un panorama de la misma y da indicaciones sobre cuáles son los lugares por atacar primero, siendo los mismos, por supuesto, los más cercanos a la salida; también les indica cuáles son los lugares en que se guarda combustible; entonces, los poco más de 70 combatientes se separan en varios grupos y empiezan a tirar granadas de mano y otros explosivos; algunos, tras hacerse con bidones de nafta, los derraman en las mansiones y después tiran fósforos encendidos, y cuando los infames nordeltenses apátridas tratan de escapar de sus castillos, son fusilados, lo cual resulta en que muera cualquier cantidad de conchetos. Después el comando del ERP vuelve a saltar en el tiempo resultando esto en que al llegar las autoridades, a ninguno de sus miembros encuentren y… bueh… ese sería más o menos el final.
   Entonces todos los jóvenes que con gran atención habían escuchado lo que el escritor dijo, coincidieron en que la idea era buenísima, por lo cual, aplaudieron fevorosamente; la mina que lo había llamado, dijo:   
   -¡Uaaaaau, che! ¡Nunca escuché un final más feliz!… ¿Y cómo se va a llamar la película?
   -“Masacre en Nordelta”.
   Al escuchar el nombre del proyecto, todos rieron.
   Y tras un rato de escabiar, fumar y hablar de cualquier cosa, la mina volvió a insistirle al escritor con salir (los demás hicieron lo mismo) y finalmente lo convencieron, entonces, estando en el sur del Gran Buenos Aires, se subieron a una Renault Trafic que manejaría el único de los ocho jóvenes del grupo que esa noche no había tomado ni tomaría alcohol, y se dirigieron a una autopista con destino a… “¿Dónde?”, preguntó el escritor, pero nadie respondió, y tras canciones que muchos cantaban procedentes de los parlantes del pasacassette, alguien le preguntó si se sabía canciones de los años revolucionarios, y claro que él se sabía varios temitas argentosetentistas que, gracias al vodka barato que en la camioneta había consumido, empezó a cantar sin necesidad de que le insistieran:
   -¡Montoneros FAR y ERP! ¡Con las armas al poder! ¡Montoneros FAR y ERP! ¡Con las armas al poder!
   Y tras apenas dos veces de pronunciar esas palabras, los restantes ocupantes de la camioneta cantaron con él ésa, y otras canciones de liberación como las que dicen: Santucho, Pujadas, la patria liberada. Santucho, Pujadas, la patria liberada. /// Todos los guerrilleros, son nuestros compañeros. Todos los guerrilleros son nuestros compañeros, y: Ya van a ver. Ya van a ver. Cuando venguemos (a) los muertos de Trelew. Ya van a ver
   Y tras salir de la autopista, encontrándose ya en el norte del Gran Buenos Aires, más precisamente en el municipio de Tigre, se acercaron a una zona en que el escritor nunca antes había estado, por lo cual le preguntó a la mina que lo había ido a buscar, que era la persona del grupo con la que más relación tenía, en dónde estaban, ella, señalando un lugar en la distancia a través de una ventanilla, le dijo:
   -Estamos llegando a Nordelta.
   Estacionaron la Trafic y de la misma bajaron, y mientras reían, bailaban y cantaban canciones revolucionarias (cosa que el escritor no habría hecho de no haber estado muy alcoholizado, por eso digo: ¡aguante el alcohol!, dado que, como dice más o menos Horacio Guarany en una película en la que alude a su padre, que era una persona triste y desanimada, salvo cuando tomaba alcohol, ya que bajo sus efectos, reía, bailaba y cantaba: “¿Qué tan malo puede ser el alcohol si le devuelve a un hombre el canto, el baile y la risa?”), apareció un patrullero del cual bajaron tres guardianes del capital (o sea, tres policías) que de pésima manera, le pidieron al grupo de jóvenes que transitaba por una vereda, que pusiera las manos contra la pared, y una vez que todos y cada uno de ellos así lo hizo, tan sólo por diversión, uno de los policías le dio un culatazo en la nuca a uno de los jóvenes que lo hizo caer; una vez en el piso, otro de ellos lo pateó y todos los jóvenes los insultaron y a punto estuvieron de lanzarse sobre ellos y ser por los policías, asesinados, ya que estos los apuntaban con sus armas, y fue al ver esta situación que un grupo armado de más o menos 12 personas, cuyos integrantes (hombres y mujeres) estaban vestidos con ropa militar, apareció y redujo a golpes a los tres policías así como a aquel que se había quedado en el patrullero; uno de los que pertenecía al grupo armado, preguntó:
   -¿En dónde estamos?
   Entonces el escritor, mirando al combatiente con gran sorpresa, se le acercó y le dijo:
   -Cerca de Nordelta.
   -¿De dónde? -preguntó y miró a sus compañeros que, con gestos evidenciaron no haber tampoco escuchado nunca de ese lugar.
   Entonces el escritor estuvo seguro de que no se equivocaba al asumir que el desconocimiento del infame vocablo de “Nordelta”, daba cuenta de que los individuos procedían de otro tiempo.
   Tras unos breves instantes de silencio, la mina que al escritor había ido a buscar, por evidentemente haber asumido lo mismo que él sobre quiénes eran esas personas vestidas de verde, empezó a cantar lo siguiente:
   -¡Todos los guerrilleros, son nuestros compañeros! ¡Todos los guerrilleros, son nuestros compañeros!
   Y fue secundada por todos los demás jóvenes que a esa altura habían perfectamente entendido que la ficción se estaba volviendo realidad.