miércoles, 7 de septiembre de 2022

Cita envenenada y veneno en la cita (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 1.456-
   Año 1976; primeros días de marzo; las reuniones de los militantes políticos eran, en la Argentina de entonces, cada vez más espaciadas, secretas, y tenían mínima concurrencia, ya que a todo esto había obligado la persecución de las autoridades cuyo cruento accionar, se había magnificado con la aparición de la Triple A tres años antes, de ahí que ya no se debatiera abiertamente en centros de estudiantes, sindicatos ni en unidades básicas, sino subrepticiamente en la casa de alguien, e intentando siempre aparentar que la reunión era de carácter social; una vez la misma concluida, lo debatido le era comunicado a otro sector de la agrupación mediante un delegado que se ponía en contacto con otro delegado de ese otro sector en algún lugar público, que era casi siempre una plaza; cuando la cita entre ambos era delatada por alguna de las partes y daba esto lugar al secuestro de un militante por parte de sicarios del estado, se hablaba de “cita envenenada”.
   Las caídas de compañeros por “envenenamiento” de las citas, pese a los recaudos que los militantes tomaran, eran cada vez más comunes, de ahí que en dicho año no hubiera casi ningún militante que hubiera sido designado delegado, que concurriera a una cita sin la pastilla de cianuro que la cúpula montonera había dispuesto que debía repartirse entre sus militantes así como entre todos aquellos pertenecientes a los frentes de masas, para que, en caso de verse acorralados por los represores, pudieran suicidarse y evitar así toda posibilidad de incurrir en delaciones al ser sometidos a los tormentos que ellos infligían.
   En medio de este clima extremo de violencia política, en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, dos jóvenes militantes de la Juventud Universitaria Peronista (un varón y una mujer), acordaron encontrarse cierta tarde en la plaza Rivadavia; la chica fue la primera de los dos en llegar al lugar convenido y se sentó en un banco no muy próximo a la calle, que era lo que la otra parte había pedido que hiciera; tenía una rosa en una mano que constituía el distintivo acordado para que el otro delegado (que nunca la había visto) la pudiera reconocer, y así ocurrió, ya que incluso desde una gran distancia, el joven la reconoció y se le acercó; tras saludarla y sentarse a su lado, con gran nerviosismo le comunicó ciertas cosas que en la reunión de su sector de la JUP se habían resuelto, mientras a lo lejos miraba disimuladamente a un compañero que en un banco fingía leer una revista cuando en realidad estaba ahí para vigilar el área y advertirle con una seña si veía algún indicio de peligro.
   La mujer miraba demasiado hacia los autos que pasaban, sobretodo a uno, por lo que su interlocutor le preguntó:
   -¿Qué pasa?
   -Nada -dijo ella.
   Y podía ser que no fuera “nada”, o sea, que su nerviosismo evidente fuera sencillamente el propio de la situación; él también, como ya dije, estaba muy nervioso y miraba mucho a los autos por si de alguno de ellos bajaban personas malintencionadas, y fue de hecho por este motivo que decidió adentrarse más en la plaza ya que suponía que de los sicarios querer secuestrarlo, al decidirse a agarrarlo, esperarían a que estuviera cerca de la calle para poder subirlo rápidamente a un auto, fue por eso que le dijo a la chica:
   -Vamos mejor para allá -y le señaló un monumento en el centro de la plaza, pero ella dijo:
   -¡No no! Mejor quedémonos acá porque... el sol me hace mal -e instantes después, mientras señalaba un banco muy próximo a la calle, agregó: -Ahí hay más sombra que acá; sentémonos allá.
   Entonces el joven sintió en su boca un gusto como a cianuro, si bien la pastilla de ese veneno la tenía en un bolsillo y no en la boca, lo cual lo llevó a concienciar que el veneno estaba impregnado en la cita en curso, máxime cuando al buscar con la mirada a su compañero, vio que estaba siendo interrogado por un policía, de ahí que caminara junto a la chica en dirección al banco que ella había señalado pero sólo durante escasos segundos, tras los cuales, dio media vuelta y empezó a correr con todas sus fuerzas, y no se había equivocado al presentir peligro, ya que ni bien empezó a correr, dos hombres trataron de interceptarlo, pero logró evadirlos, mientras tanto, una patota de la Triple A que estaba en un Torino, durante algunos metros lo persiguió y casi logra atropellarlo al él cruzar la calle, pero el auto quedó detenido un buen rato tras cruzársele un patrullero con el cual, los sicarios casi chocan; tras bajarse los policías y agredir verbalmente a los represores del grupo parapolicial, estos últimos se identificaron como pertenecientes a la Triple A y fue entonces que los uniformados bajaron la cabeza evidenciando pánico, y fueron puteados de arriba a abajo por el grupo de la derecha peronista que tenía justamente liberada la zona por la comisaría de ese distrito, lo cual implicaba que ningún policía podía intervenir ante su accionar. A todo esto, el militante de la JUP había llegado corriendo hasta una estación de trenes; en ese momento justo estaba por salir un tren en el cual, se coló, en uno de los asientos se acomodó y sacó la pastilla de cianuro que en uno de sus bolsillos tenía; mientras con una mano se cubría para disimular lo que hacía, con enorme nerviosismo dispuso la pastilla entre sus dientes con la firme intención de tragarla inmediatamente de ver llegar a los sicarios o de sentirse agarrado por ellos, pero fue que el tren arrancó, los minutos pasaron y cierta calma volvía a hacerse sentir en el ambiente, por lo cual, tras respirar hondo, sacó la pastilla de entre sus dientes y mientras se disponía a volverla a guardar en un bolsillo, se sintió tomado por detrás por una persona que le dijo:
   -Perdiste, pendejo.
   Entonces, mientras lo sostenía, otro represor que junto a él estaba, le dio un culatazo de pistola en el rostro; al ver la situación, un hombre que se encontraba en el otro extremo del vagón, sacó un arma y mientras apuntaba a los sicarios de la Triple A, gritó:
   -¡Alto! ¡Gendarmería Nacional!
   Uno de los sicarios le dijo:
   -Bajá el arma porque te vas a arrepentir; somos de la…
   Pero no pudo terminar la oración porque en ese momento, su compañero de represión que estaba con el arma de fuego en la mano, la apuntó hacia el gendarme, ante lo cual, el gendarme (que estaba de civil y nada sabía del operativo, ya que era de la provincia de San Juan y se encontraba en Bahía Blanca visitando familiares) le disparó, llevándolo a caer mortalmente herido, mientras tanto, el otro sicario sacó su arma y disparó contra el gendarme que también cayó mortalmente herido, y mientras tanto… el militante de la JUP, que se había agachado ante el primer disparo, agarró el arma del primer represor caído y desde el piso le disparó al represor que quedaba en pie, llevándolo también a caer mortalmente herido, lo cual resultó en que tanto el gendarme como los dos miembros de la Triple A, quedaran abatidos en un vagón que permanecería vacío hasta llegar a la siguiente estación, dado que las personas que en el mismo viajaban, en medio de gritos, habían empezado a irse apresuradamente a otros, ante la vista de la primera arma.
   Tras todos estos hechos, el militante de la JUP (que nunca antes había empuñado un arma, ya que no era combatiente, ni miliciano ni nada, pero que no encontró ninguna dificultad para manipularla por haberla agarrado estando sin seguro y ya amartillada) saltó del vagón con el tren en movimiento (cosa que tampoco había hecho antes y que también realizó a la perfección), fue rápidamente al encuentro de otros militantes que le dieron documentos falsos para que pudiera salir del país, y así lo hizo; volvería sólo tras terminado el gobierno de facto que, pocas semanas después de estos hechos, sobrevino.
   ¡Y pensar que en el momento en que fue tomado por detrás por uno de los sicarios, el joven lamentó no haberse tomado la pastilla de cianuro!… ¡Menos mal que no lo hizo!, y menos mal que los miembros de las fuerzas represivas no dejan las armas cuando están de franco, ni cuando están en la playa de vacaciones, ni cuando los expulsan, ni cuando los jubilan, ni cuando van al baño ni...: ABSOLUTAMENTE NUNCA, y por supuesto; “menos mal”, pero sólo para el joven universitario, no así para el gendarme ni para los integrantes de la patota de la Triple A.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Lili Combatiente (cuento) - Martín Rabezzana

 -Palabras: 1.898-
   Año 1976; provincia de San Luis; el joven, en compañía de otros cuatro militantes, le dijo a la mujer:
   -Si decís que no, no hay ningún problema; no te sientas obligada a aceptar; sé perfectamente bien que siempre apoyaste a la causa popular desde la acción social y que nunca quisiste participar en acciones armadas, pero como a diferencia de lo que muchos compañeros ingenuamente creen, y esto es que, con el regreso de los milicos al poder, la represión más cruenta va a disminuir, ya que al ellos poseer de nuevo el control de las instituciones van a poder detener, enjuiciar y condenar a quienes quieran, con o sin pruebas, resultando esto en que les sea innecesario seguir reprimiendo clandestinamente, la realidad es que la mano viene cada vez más pesada, de ahí que el aprender a manejar armas ya no sea algo que los militantes de superficie deban hacer para sumarse a la lucha por el socialismo, sino para algo más necesario y elemental: sobrevivir, porque ellos, es decir, tanto la derecha peronista (ya sea la Triple A, el Comando de Organización, la CNU, la “JOTAPERRA” etc., que pese a su supuesto anticapitalismo que les impide considerarse de derecha por entender por “derecha”, la defensa del capitalismo, se han sumado a las fuerzas represivas de la derechista, capitalista y -económicamente- liberal, junta militar) como la milicada antiperonista, se han unido para combatir a la izquierda armada, desarmada e incluso a la izquierda pacifista que, por ser tal, es antiguerrillera, y ya han intensificado la represión; están viniendo por todos nosotros… es por eso que te digo lo siguiente: a 15 minutos de acá hay un descampado en el que practicamos tiro; ahora mismo estamos yendo para allá; ¿querés venir con nosotros para aprender a manejar armas?
   La mujer, con evidente nerviosismo, tras algunos segundos de vacilación que en su sentir equivalieron a largos minutos, respondió moviendo la cabeza de lado a lado, tras lo cual, el joven le dijo:
   -Está bien; estás en tu derecho; chau Lili.
   Le dio un beso y se dirigió a la puerta de salida seguido por los otros jóvenes que también la saludaron, pero en cuanto el partisano puso la mano sobre el picaporte, la mujer dijo:
   -¡Esperen!… Voy con ustedes.
   Entonces, casi de un salto se levantó de la silla en la que estaba sentada y fue con ellos hacia uno de los dos autos en que el grupo, dividido en dos partes, iría hasta el lugar en cuestión; una vez en el mismo, una de las dos integrantes femeninas del grupo de montoneros que la había ido a buscar, le enseñó a cargar un revólver y después se lo dio, mientras los otros combatientes disponían varios maniquíes en diversos lugares a los que habían vestido con uniformes militares y policiales; a dichos muñecos los habían sacado de un galpón en el que a su vez, guardaban armas; tras algunas instrucciones de la combatiente, Lili disparó contra uno de los maniquíes pero erró, por lo cual, todos la animaron diciéndole que no se preocupara, ya que la siguiente vez lo haría bien, y efectivamente, así fue; el siguiente disparo dio en el blanco así como muchos de los siguientes que efectuó con el revólver con que había empezado a hacer fuego, tanto como con otras armas como ser, las de tipo FAL (fusil automático liviano) y FAP (fusil automático pesado), que por ser armas básicas en el ámbito militar, debía necesariamente aprender a manejar ante la posibilidad de que capturaran y desarmaran a militares.
   Lo último que le enseñaron ese día, fue a sacarle el seguro a una granada para luego arrojarla hacia los represores, si bien esto no pasó del plano teórico, ya que no hicieron detonar ningún explosivo; la partisana que esto le enseñó, si bien no era rubia, por su tono amable y displicente aun al momento de manejar elementos peligrosos, evocaba inevitablemente a la figura de la ya legendaria María Antonia Berger; esa integrante de las FAR, sobreviviente de la “Masacre de Trelew” que, según la oficialidad, fue muerta en un enfrentamiento en 1979, y si bien los “enfrentamientos” que se difundían a través de comunicados militares y que la prensa reproducía eran casi siempre fraguados, lo cual se hacía evidente en el hecho de que las personas muertas a tiros por las autoridades, en la mayoría de los casos no fueran guerrilleras y sus cuerpos fueran encontrados con disparos en la espalda e incluso, con piyamas y camisones, dando cuenta esto de que habían sido sacadas de sus casas en momentos en que se encontraban durmiendo, o sea, en momentos de total indefensión, en el caso de María Antonia, había sido parcialmente cierto, dado que ella, al ser encontrada por militares, se atrincheró en su vivienda, disparó contra ellos y al concienciar que se encontraba en un callejón sin salida, tras una parodia de negociación que los milicos habían hecho en que seguramente le dijeron que si se entregaba quedaría a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (lo cual implicaba quedar detenido legalmente), simuló aceptar, dejó su arma de fuego y salió de su refugio pero escondiendo previamente bajo su ropa, una gran cantidad de explosivos que, tras ser capturada por las fuerzas represivas, detonaron, resultando esto en que el famoso “5 X 1” (*) peronista, se cumpliera sobradamente, ya que fueron más de cinco los militares que murieron con ella.
   La práctica duró varias horas y, a diferencia de lo que Lili pensaba que sentiría, lejos de serle desagradable el manejo de armas, rápidamente le empezó a gustar, por lo que se había divertido bastante.
   Una vez concluido el primer entrenamiento con armas de Lili, ella, junto a dos de los cinco combatientes (los tres restantes estaban haciendo guardia por si alguien se acercaba), las volvieron a llevar al galpón ya mencionado junto con los maniquíes (si bien, por supuesto, conservaron con ellos las armas más chicas). Acto seguido subieron nuevamente a los dos autos y se fueron del lugar.
   Estaba anocheciendo.
   Las estrellas y la luna parecían alumbrar más fuerte que nunca.
   La temperatura ambiental era moderada y, por consiguiente, de lo más agradable.
   Los sonidos externos al auto que desde el mismo se oían, eran los de las hojas y ramas de los árboles agitadas por el viento.
   Debido a la calma circundante, más que en autos por una ruta, los combatientes sentían estar viajando en embarcaciones a vela en medio de un mar apacible.
   Los jóvenes experimentaban la famosa calma previa a la tormenta, y esto debe tomarse literalmente, ya que a los pocos minutos de viaje, se desató una lluvia torrencial que a todos ellos sorprendió, dado que segundos antes el cielo se encontraba totalmente despejado.
   La lluvia caía con una intensidad tal, que hacía imposible no sólo una visibilidad buena, sino incluso una visibilidad regular, por lo que el auto en el que Lili junto a dos montoneros (un varón y una mujer) viajaban, debió bajar drásticamente la velocidad; en tales circunstancias ocurrió que un auto que pasaba en dirección contraria, los chocó de costado; tras el choque, ambos autos se detuvieron; nadie resultó herido ni hubo tampoco daños materiales graves en ninguna de las partes debido a la baja velocidad a la que ambos vehículos transitaban; en ese momento dejó de llover; tanto el combatiente varón que manejaba como la mujer que iba en el asiento delantero del acompañante, bajaron del auto para ver en qué estado se encontraban quienes viajaban en el otro vehículo, que era un Ford Falcon, y ocurrió que al ellos acercarse al baúl, escucharon golpes que de su interior procedían, entonces entendieron inmediatamente que el Falcon era parte de un operativo estatal de secuestro e intentaron sacar sus armas, pero no llegaron a hacerlo porque dos de los tres represores que viajaban en el ya mencionado auto, habían velozmente bajado del mismo y los apuntaban con fusiles; uno de ellos les dijo:
   -¡Dejen los fierros en el piso, rápido!
   Los montoneros dudaron unos instantes y finalmente hicieron lo que se les pidió; mientras tanto Lili, que iba con los combatientes en el asiento trasero del auto y no había bajado junto a ellos, al ver bajar a los dos represores blandiendo armas, descendió del vehículo y se escondió detrás del mismo; desde allí pudo ver que además de esos dos represores, había otro en el asiento trasero que ahí se había quedado vigilando a otro secuestrado que iba acostado en el piso; él también, tras haber bajado la ventanilla, apuntaba un arma hacia los guerrilleros, entonces, aprovechando el hecho de no haber sido aún vista por los represores, la joven empuñó el revólver de grueso calibre que bajo su ropa llevaba, lo amartillo, se acercó rápida y sigilosamente al Ford Falcon y disparó contra el represor que en el asiento trasero se encontraba, en ese momento los otros dos que apuntaban a los montoneros, se dieron vuelta pero no llegaron a disparar porque Lili abrió inmediatamente fuego contra ellos, y no lo hizo sólo una vez, sino dos, ya que tras la primera serie de disparos, volvió a apuntar su arma hacia el represor situado dentro del auto y le infligió un segundo disparo, lo cual también hizo con los otros dos, vaciando así el cargador de su arma, lo cual llevó a los represores a caer heridos de muerte.
   Momentos previos a disparar, Lili no había visto en los represores sus verdaderas formas, ya que en su percepción habían adquirido el aspecto de los maniquíes con uniformes policiales y militares que horas atrás le habían servido de blancos en su práctica de tiro; una vez los tres abatidos, pudo ver de nuevo en ellos, figuras humanas.
   Tras los seis disparos certeros efectuados por Lili, los combatientes la felicitaron e inmediatamente procedieron a liberar a las dos personas que estaban en el baúl y a aquella que se encontraba en el asiento trasero; todas estaban encapuchadas y con las manos atadas; en ese momento llegó el otro auto en que viajaban los demás montoneros que, de los dos vehículos en que los partisanos viajaban, era el que iba adelante; por sus ocupantes haber perdido de vista al auto de sus compañeros durante la tormenta, habían resuelto pegar la vuelta, y tras serle a ellos rápidamente informado lo recién ocurrido, felicitaron a la nueva combatiente, hicieron subir a dos de los tres liberados a su vehículo (el restante se iría con el otro) y, tras los montoneros del primer auto haber agarrado las armas de los represores que, tiradas en la ruta habían quedado, se fueron a gran velocidad, fue entonces que Lili despertó abruptamente del trance en el que vio todos estos sucesos no ocurridos y posibles por ocurrir, y se encontró de nuevo frente a los combatientes tras haber respondido negativamente a la pregunta de si quería ir con ellos para aprender a manejar armas; fue por estas visiones que experimentó en esos escasos segundos que pasaron entre que el montonero se despidió y se acercó a la puerta de salida, que Lili cambió de opinión y les dijo: “¡Esperen!… Voy con ustedes.”


(*) “...¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!”, expresó Perón públicamente tras los bombardeos genocidas de 1955 a la Plaza de Mayo que constituyeron el principio del fin del segundo gobierno peronista.

lunes, 22 de agosto de 2022

Masacre en Nordelta (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.134-
   Una noche de viernes, allá por principios de la década de los años dos mil, mientras la juventud se empeñaba en divertirse dinamitando su salud, un joven alternaba la toma de un mate tras otro con un frenético atarearse con la corrección de un guion de cine que acababa de terminar de escribir y que esperaba fuera aceptado por productores para su realización; en eso lo llamaron por teléfono y, tras el saludo de convención, una voz femenina dijo:
   -En un rato te pasamos a buscar.
   -No puedo salir hoy, estoy ocupado -respondió el joven.
   -Vamos para allá.
   Y cortó.
   Al rato llegaron varios jóvenes (chicas y chicos) que llenaron de humo la casa en la que el escritor estaba solo, ya que sus familiares se habían ido de viaje, además de llenar las mesas de botellas de Fernet y vodka (esta última bebida, de la marca más económica).
   La mina que lo había llamado le volvió a decir de salir, pero él volvió a decirle que no podía por estar esa noche muy ocupado; al ella preguntarle con qué estaba ocupado, le dijo:
   -Recién terminé un guion para una película; me falta terminar de corregirlo y después me tocará acosar a productores cinematográficos y allegados a ellos para que se dignen leerlo.
   -¡Buenísimo! ¿Y de qué trata?
   -Va a ser una película del género fantástico sobre un comando del ERP que en los años setenta se dispone a atacar un cuartel militar y cuando al mismo ingresa, sus integrantes dan un “salto en el tiempo” (que es como se denomina en dicho género a los viajes temporales que ocurren por motivos inesperados y desconocidos) y aparecen en el primer lustro de los años dos mil en un barrio cerrado, barrios que, no casualmente empezaron a crearse poco después del exterminio de los grupos guerrilleros, ya que con los mismos funcionando, no se podrían haber creado. La cuestión es que una vez en dicho lugar, se muestran totalmente desconcertados y tras unos minutos de caminar, desde la distancia un vigilador los ve, e inmediatamente agarra su “walkie talkie” con la intención de alertar a los demás vigiladores de la presencia de los combatientes, pero a último momento el hombre, que tenía más de 50 años, desiste por creer reconocer a varios ex camaradas en el grupo armado cuyos integrantes (hombres y mujeres) visten ropa militar, ya que en su juventud había sido parte del PRT-ERP, pero se dice a sí mismo: “¡No puede ser!”, sin embargo, era… entonces se acerca al grupo sigilosamente y sus integrantes, que eran más o menos 12 (y había unos 60 más que se habían dispersado por otras áreas del “cantri”) lo apuntan con sus fusiles, ahí él dice: “¡Camaradas!… ¿Se acuerdan de mí?”, y pronuncia su nombre, entonces varios de los combatientes, tras vacilar un poco, lo reconocen y se sorprenden; bajan sus armas y el vigilador, tras expresarles que era una cosa increíble que estuvieran ahí, les cuenta que están en los años dos mil; les dice que tras menos de dos años del golpe de estado del 76, a los guerrilleros los mataron casi a todos, como así también a miles de militantes de partidos de izquierda que no tenían facciones armadas, gremialistas, estudiantes secundarios y universitarios, docentes, abogados de víctimas de la represión estatal, militantes de derechos humanos y familiares y amigos de víctimas de las autoridades cuyo único “delito” había sido reclamar por las vidas de sus seres queridos, y que los que sobrevivieron y eran de la izquierda revolucionaria, fueran partisanos o no, tras la represión de los setenta, no lograron nunca reagruparse, de ahí que el “Partido Revolucionario de los Trabajadores”, así como el “Ejército Revolucionario del Pueblo”, hayan dejado de existir; les explica que están en un “country”; “¿En un qué?”, pregunta un combatiente, y el vigilador le responde: “En un country, que es un área que la alta burguesía cerró para su propio uso en la cual, hay viviendas lujosas además de grandes espacios “naturales” en los que los conchetos construyen campos deportivos, y todo esto en muchos casos, en zonas de humedales que, cuando llueve, absorben el agua; al erradicarse los humedales, el agua de la lluvia provoca inundaciones que los mismos conchetos no sufren, porque disponen de terraplenes que expulsan al agua hacia fuera de sus ciudades amuralladas, de ahí que los “cantris”, o “barrios cerrados” (que a esta altura son lo mismo) sean culpables de un desastre ecológico que además, aumenta la pobreza en la sociedad, ya que quienes sufren inundaciones no siendo pobres, pueden perder todo (incluso la vida) y terminan así, volviéndose pobres, y quienes ya lo son, ¡ni hablar!, además, los habitantes de los alrededores de los cantris sufren comúnmente de falta de agua por los “cántriers” usarla en exceso para crear sus lagos artificiales y regar sus espacios verdes; les dice que todo eso constituye la más alta expresión del capitalismo, que nadie hace nada para contrarrestarlo y que la situación es cada vez peor porque ese barrio privado en que están (se encontraban en Nordelta), que acapara recursos que dejan en la necesidad a las mayorías, es tan solo uno de los literalmente cientos de barrios de las mismas características que existen en Buenos Aires y en el resto del país, que siguen proliferando en paralelo con el aumento de la pobreza del pueblo, dando cuenta esto de que los habitantes de dichos barrios (que en muchos casos son traficantes de armas, de drogas, lavadores de dinero, estafadores y explotadores legales e ilegales del trabajo ajeno) no son realmente parte del mismo, sino de un antipueblo apátrida que más que con Argentina, tanto en lo cultural como en lo humano, se identifica con Gran Bretaña (y el monstruo innombrable que de dicho país, deriva), entonces uno de sus ex camaradas le recrimina que él esté trabajando en la protección de dichas propiedades y el vigilador baja la cabeza por sentirse totalmente avergonzado y trata de excusarse diciéndoles que otro trabajo no había encontrado y que por tener una familia que mantener, no tiene opción y debe hacer lo que hace; les dice que además ya está viejo para hacerle la guerra revolucionaria a los conchetos, y que aun si así decidiera hacerlo, está solo, entonces sus ex camaradas le dicen que ya no está solo, que ellos están ahí y le piden que vuelva a incorporarse al ejército partisano; en ese momento los sesenta restantes combatientes que se habían dispersado, aparecen trayendo como prisioneros a otros vigiladores; los combatientes que habían hablado con el ex miembro del ERP, les transmiten todo lo que él les había dicho y rápidamente todos resuelven que al capitalismo asesino que se materializa en donde entonces estaban, hay que herirlo de muerte; uno de los combatientes le da un fusil al vigilador y tras éste empuñarlo, muy emocionado, dice: “Hoy vuelvo a ser joven e idealista”. Tras lo cual, le indica a los combatientes en dónde hay un lugar en el que mantener en calidad de presos a los otros vigiladores, y después de ellos llevarlos y dejarlos ahí, el ex miembro del ERP (que a esta altura ya no era “ex”, por haberse al mismo reincorporado, de ahí que en ese momento fuera en realidad un “ex ex”), por ser un baqueano de esa área usurpada por la alta burguesía, rápidamente expone un panorama de la misma y da indicaciones sobre cuáles son los lugares por atacar primero, siendo los mismos, por supuesto, los más cercanos a la salida; también les indica cuáles son los lugares en que se guarda combustible; entonces, los poco más de 70 combatientes se separan en varios grupos y empiezan a tirar granadas de mano y otros explosivos; algunos, tras hacerse con bidones de nafta, los derraman en las mansiones y después tiran fósforos encendidos, y cuando los infames nordeltenses apátridas tratan de escapar de sus castillos, son fusilados, lo cual resulta en que muera cualquier cantidad de conchetos. Después el comando del ERP vuelve a saltar en el tiempo resultando esto en que al llegar las autoridades, a ninguno de sus miembros encuentren y… bueh… ese sería más o menos el final.
   Entonces todos los jóvenes que con gran atención habían escuchado lo que el escritor dijo, coincidieron en que la idea era buenísima, por lo cual, aplaudieron fevorosamente; la mina que lo había llamado, dijo:   
   -¡Uaaaaau, che! ¡Nunca escuché un final más feliz!… ¿Y cómo se va a llamar la película?
   -“Masacre en Nordelta”.
   Al escuchar el nombre del proyecto, todos rieron.
   Y tras un rato de escabiar, fumar y hablar de cualquier cosa, la mina volvió a insistirle al escritor con salir (los demás hicieron lo mismo) y finalmente lo convencieron, entonces, estando en el sur del Gran Buenos Aires, se subieron a una Renault Trafic que manejaría el único de los ocho jóvenes del grupo que esa noche no había tomado ni tomaría alcohol, y se dirigieron a una autopista con destino a… “¿Dónde?”, preguntó el escritor, pero nadie respondió, y tras canciones que muchos cantaban procedentes de los parlantes del pasacassette, alguien le preguntó si se sabía canciones de los años revolucionarios, y claro que él se sabía varios temitas argentosetentistas que, gracias al vodka barato que en la camioneta había consumido, empezó a cantar sin necesidad de que le insistieran:
   -¡Montoneros FAR y ERP! ¡Con las armas al poder! ¡Montoneros FAR y ERP! ¡Con las armas al poder!
   Y tras apenas dos veces de pronunciar esas palabras, los restantes ocupantes de la camioneta cantaron con él ésa, y otras canciones de liberación como las que dicen: Santucho, Pujadas, la patria liberada. Santucho, Pujadas, la patria liberada. /// Todos los guerrilleros, son nuestros compañeros. Todos los guerrilleros son nuestros compañeros, y: Ya van a ver. Ya van a ver. Cuando venguemos (a) los muertos de Trelew. Ya van a ver
   Y tras salir de la autopista, encontrándose ya en el norte del Gran Buenos Aires, más precisamente en el municipio de Tigre, se acercaron a una zona en que el escritor nunca antes había estado, por lo cual le preguntó a la mina que lo había ido a buscar, que era la persona del grupo con la que más relación tenía, en dónde estaban, ella, señalando un lugar en la distancia a través de una ventanilla, le dijo:
   -Estamos llegando a Nordelta.
   Estacionaron la Trafic y de la misma bajaron, y mientras reían, bailaban y cantaban canciones revolucionarias (cosa que el escritor no habría hecho de no haber estado muy alcoholizado, por eso digo: ¡aguante el alcohol!, dado que, como dice más o menos Horacio Guarany en una película en la que alude a su padre, que era una persona triste y desanimada, salvo cuando tomaba alcohol, ya que bajo sus efectos, reía, bailaba y cantaba: “¿Qué tan malo puede ser el alcohol si le devuelve a un hombre el canto, el baile y la risa?”), apareció un patrullero del cual bajaron tres guardianes del capital (o sea, tres policías) que de pésima manera, le pidieron al grupo de jóvenes que transitaba por una vereda, que pusiera las manos contra la pared, y una vez que todos y cada uno de ellos así lo hizo, tan sólo por diversión, uno de los policías le dio un culatazo en la nuca a uno de los jóvenes que lo hizo caer; una vez en el piso, otro de ellos lo pateó y todos los jóvenes los insultaron y a punto estuvieron de lanzarse sobre ellos y ser por los policías, asesinados, ya que estos los apuntaban con sus armas, y fue al ver esta situación que un grupo armado de más o menos 12 personas, cuyos integrantes (hombres y mujeres) estaban vestidos con ropa militar, apareció y redujo a golpes a los tres policías así como a aquel que se había quedado en el patrullero; uno de los que pertenecía al grupo armado, preguntó:
   -¿En dónde estamos?
   Entonces el escritor, mirando al combatiente con gran sorpresa, se le acercó y le dijo:
   -Cerca de Nordelta.
   -¿De dónde? -preguntó y miró a sus compañeros que, con gestos evidenciaron no haber tampoco escuchado nunca de ese lugar.
   Entonces el escritor estuvo seguro de que no se equivocaba al asumir que el desconocimiento del infame vocablo de “Nordelta”, daba cuenta de que los individuos procedían de otro tiempo.
   Tras unos breves instantes de silencio, la mina que al escritor había ido a buscar, por evidentemente haber asumido lo mismo que él sobre quiénes eran esas personas vestidas de verde, empezó a cantar lo siguiente:
   -¡Todos los guerrilleros, son nuestros compañeros! ¡Todos los guerrilleros, son nuestros compañeros!
   Y fue secundada por todos los demás jóvenes que a esa altura habían perfectamente entendido que la ficción se estaba volviendo realidad.

miércoles, 3 de agosto de 2022

La anticiencia = camino de liberación (cuento) - Martín Rabezzana

   -Palabras: 1.497-

   
   En una reunión de una agrupación política en formación, alguien dio su opinión sobre por qué ciertas personas empoderadas se conducen de determinado modo, y previo a la misma, realizó un preámbulo que no pasó desapercibido para uno de los individuos que del debate, participaba; le dijo:
   -Lamentablemente es bastante común eso que acabás de hacer.
   -¿A qué te referís?
   -A eso de decir: “Yo no soy psicólogo, pero…” y ahí empezar a exponer un análisis personal de por qué alguien hace lo que hace, como si hubiera que haber cursado estudios en psicología para poder con fundamento opinar sobre temas relativos a la conducta, y eso da cuenta de que vos, al igual que tanta otra gente de hoy en día, convalidás que ciertos conocimientos (y sus respectivos tratamientos), en este caso, psicológicos, sean propiedad privada de un grupo determinado de personas, de ahí que antes de ingresar a dicho campo, pidas permiso por sentir que el mismo no es tuyo, cuando en realidad, dicho campo ES DE TODOS, por eso TODOS nos podemos y nos DEBEMOS meter, y si hay que echar a alguien de dicho campo, es a aquellos que lo tienen alambrado y dicen que les pertenece.
   Entonces la persona que había realizado el mencionado preámbulo, dijo:
  -Y… pero es lógico que alguien que estudió una determinada materia tenga un conocimiento mayor de ella que alguien que no la estudió y, por consiguiente, que el primero tenga una opinión sobre la misma, más válida que el segundo.
   -Y eso, según vos, significa que su palabra vale más que el sentido común de los no diplomados cuando el mismo lleva a concluir algo totalmente distinto a lo expresado por el “experto”.
  -Y, en muchos casos sí, ya que hay cosas que a simple vista parecen ser de una manera y creemos entenderlas, pero al analizarlas en detalle las redescubrimos y reinterpretamos de manera completamente diferente.
   -Entonces, si por ejemplo, yo viera que alguien que consume psicofármacos prescritos por una autoridad médica, no se puede ni levantar de la cama y que cuando lo hace anda arrastrándose lastimosamente porque en lo físico y anímico está destruido (además de padecer de toda una serie de otras cosas que antes de tomar dichas drogas, no padecía), y mediante el ejercicio del más elemental razonamiento, desacreditara al profesional de la antisalud de turno que los haya prescrito al decirle: “Esas pastillas que tomás, te están haciendo MAL”, vos me descalificarías diciéndome: “No sos médico. No tenés conocimientos para opinar sobre temas de salud”... o si el cielo se cubriera de nubes negras, empezara a relampaguear y en base a eso yo expresara que se aproxima una fuerte tormenta, vos me descalificarías diciéndome: “No sos meteorólogo, no tenés conocimientos para opinar sobre el clima”, ¿o no?... En tales casos, según vos, ¿cuál de nosotros habría expresado algo ridículo? La respuesta es obvia, porque hay cosas que son taaaan evidentes, que no requieren de ningún estudio para ser comprendidas ni interpretadas correctamente; otro ejemplo: si una cantidad determinada de plata te alcanza para comprar cada vez menos cosas, ¿tenés que ser economista para poder sacar una conclusión sensata al respecto?, que, claro está, en este caso no podría ser otra que la siguiente: el ministro de economía está haciendo las cosas mal. ¡Por supuesto que no!, sin embargo, si expresás cosa tal delante de un economista oficialista del gobierno durante el cual se da el periodo de recesión en que vivís, no te va a decir que tenés razón, ya que mediante toda una serie de sofismos, que por su complejidad no podrás rebatir, salvo que vos mismo seas economista, te va a querer convencer de que la situación económica está cada vez mejor, y que tu falta de conocimientos técnicos en materia económica te llevan a interpretar los hechos de manera equivocada; te va a decir cosas como que lo que considerás un retroceso, es en realidad una toma de impulso necesaria para irse con todo para adelante, de ahí que creas que todo está cada vez peor cuando en realidad, según él, todo está cada vez mejor, y lo más grave de esto es que si el economista tiene buen manejo de la palabra, podría llegar a convencerte aunque tu situación siga claramente desmejorando, es decir, aunque la plata a vos y a la mayor parte de la población, te siga alcanzando cada vez para menos cosas, y esto pasa con todas las ciencias bajo cuya tiranía, vivimos; todas ellas tienen representantes que continuamente nos quieren vender que toda una serie de cosas que todos reconocemos mediante el ejercicio del razonamiento más elemental, en su carácter negativo, son en realidad, de carácter positivo, así como que lo positivo es en realidad, negativo, cuando eso es lo que le conviene al sistema de dominación para cuya defensa han nacido TODOS LOS DIPLOMADOS EN CIENCIAS… Las ciencias son usadas para hacerse con el poder y una vez en el mismo, las autoridades se sirven de ellas para suprimir toda autonomía de pensamiento en la población, que cuanto más intelectualizada está, menos confía en su propio criterio y más confía en el de aquellos que están diplomados en ciencias (¡qué paradoja! La gente más intelectualizada es la menos pensante), ya que eso le permite a los empoderados mantener y acrecentar su poderío, y no es “el mal uso” que se le da a las ciencias, el problema, sino la intelectualización excesiva que convierte a una persona común, en científica y en cientificista cuando llega a su grado más alto de corrupción como ser humano, es decir, el problema del sometimiento de unos pocos a las mayorías, es causado por las ciencias, ya que es la naturaleza misma de ellas lo que lleva a actuar despiadadamente porque en el exceso de intelectualización que deriva en una inteligencia cada vez mayor, hay, como cosa inevitable, una crueldad progresivamente mayor, de ahí que la intelectualización que para mí, es válida, es la que llega hasta el punto en que uno tiene conocimientos suficientes como para cuestionar a las ciencias pero sin llegar a ser experto en ellas, y cuando se da ese cuestionamiento, lo que sobreviene tarde o temprano de modo inevitable, es el descrédito subversivo y liberador… Por ejemplo: ¿qué pasaría si durante un sistema monárquico que, como tal, se basa en la creencia en que un dios le dio autoridad a una persona para gobernar a las masas, si todos sus gobernados se hicieran ateos? ¿Se sostendría o se vendría abajo?... El sistema actual se basa en las ciencias para ejercer la dominación, de ahí que haya científicos en todo lugar en donde hay poder;… ¿qué pasaría si en esta era cientificista todos dejáramos de creer en las ciencias? ¿Se sostendría el control social y la represión estatales que justamente, dependen de las ciencias para su funcionamiento? Obviamente la respuesta es NO; no se sostendría, se vendría abajo, de ahí que el combate por realizar, no deba ser contra el capital económico, sino contra el capital intelectual que está concentrado en sectores denominados “científicos”, y no significa lo que propongo que pretenda que todos nos volvamos científicos para atacar a la ciencia, ya que eso sería como pretender erradicar a la violencia armada de determinado grupo, proponiendo que todos nos armemos para combatirlo. Lo que propongo es dejar de creer en las ciencias ya que han venido, no a reemplazar a las religiones, sino a sumarse a ellas dado que son sus diversificaciones solidificadas.
   Mientras el individuo decía estas cosas, las personas a su alrededor se mantenían en silencio prestando gran atención a lo que escuchaban, no significando esto que estuvieran de acuerdo con lo expuesto, de hecho, su lenguaje gestual daba cuenta de que no lo estaban en absoluto, sin embargo, aun quienes de entre ellas pensaban rebatirle al discursista todos y cada uno de sus fundamentos, esperaron a que terminara de hablar para hablar ellas.
  El individuo anticiencia, tras una breve pausa, continuó diciendo:
   -Debemos enarbolar la bandera de la anticiencia, ya que en la destrucción del dios ciencia, está la única liberación verdadera; debemos terminar de una vez y para siempre con la creencia supersticiosa según la cual, la ciencia es la verdad; debemos desacralizar a todo aquel que, por su título científico, está investido de facultades impositivas sobre los demás, debemos…
   Y mientras decía esto último, el individuo, para sorpresa de todos aquellos que lo escuchaban, se empezó a volver translúcido, y tras escasos segundos, se hizo totalmente inaudible y después, invisible.
   Las más o menos 25 personas que participaban del debate, estaban totalmente sorprendidas y entre ellas se preguntaron qué le había pasado al individuo anticiencia; se dijeron cosas de tipo: “Habrá sido una proyección psíquica de alguien”; “Habrá sido un viajero de otra dimensión”; “Habrá sido un extraterrestre”, pero ninguna de ellas tuvo razón; la respuesta al por qué de su desaparición, es la siguiente: nadie había creído en él.