domingo, 24 de octubre de 2021

Escribiendo en el no tiempo (cuento) - Martín Rabezzana

   
   Cuando alguien (aunque provenga de las masas) empieza a ocupar un puesto de poder coercitivo, pasa a conformar una aristocracia cuyos intereses están contrapuestos a los de las mayorías, de ahí que el de “gobierno popular”, sea un oxímoron, y como yo me sentía del pueblo, sentía a su vez que el enemigo mayor del mismo (y por consiguiente, el mío), nunca podría ser otro que el estado, independientemente del gobierno de turno que haya; no obstante estar para mí muy claro que todo gobierno es lo antipueblo por antonomasia, para otros no lo estaba ni lo está (ni lo estará), ya que hay quienes honestamente creen que los gobiernos populares pueden existir, y mi novia (que era una militante convencida de la Juventud Peronista) estaba entre ellos, por lo que la afinidad que tuvimos, no pasó por el lado ideológico, sino por otro, sin embargo, por acompañarla, empecé a militar a su lado en una unidad básica desde la cual nos asignaban todo tipo de tareas sociales.
   El trabajo social en barrios necesitados me parecía altamente loable y era para mí, muy gratificante, como así también, el sentir de pertenencia a una comunidad cuyos miembros fortalecían cada día un poco más, todo lazo de solidaridad que resultaba en que mucha gente que, como yo, no creía en ninguna política de estado ni mucho menos, en ningún líder, decidiera emprender la militancia social con ninguna otra intención más que la de proveer ayuda al prójimo; de ahí lo indignante que me resulta que nos metan a todos en la misma bolsa al acusarnos de haber sido “terroristas”, ya que si bien hay quienes innegablemente lo fueron, otros (la inmensa mayoría) nada tuvimos que ver con la lucha armada a la cual, a su vez, no todos justificábamos, y no hacerlo se volvía muy difícil cuando uno se enteraba de que algún compañero había sido detenido, golpeado, torturado o muerto por las autoridades, y tales hechos se estaban sucediendo con demasiada frecuencia, sin embargo, muchos siguieron siendo intransigentes en su no uso de la agresión contra los represores del estado, lo cual, de ninguna manera les garantizaba no ser en algún momento, blancos de ellos.
 
   Un día, mientras Eugenia (mi novia), varios compañeros procedentes de La Plata y Avellaneda y yo, estábamos comiendo algo en un patio de nuestra unidad básica situada en Quilmes, escuchamos un enorme estruendo ante el cual, todos nos tiramos al piso; seguidamente escuchamos gritos cargados de insultos procedentes de los miembros de la agrupación de derecha que había puesto en lo que todos sentíamos que era nuestra casa, una bomba; por suerte nadie estaba en ese momento en el cuarto principal de la unidad básica donde se dio la explosión, por lo cual, no hubo muertos ni heridos; tras el humo disiparse y los fascistas advertir que a nadie habían dañado, irrumpieron en el local blandiendo armas de fuego y se dirigieron a la parte del fondo en la que nosotros estábamos, por lo que todos subimos a la terraza decididos a escapar por los techos; Eugenia, que no estaba cerca de mí, al ver que yo intentaba ir hacia ella y advertir que los atacantes estaban más cerca de mi persona que de los demás, me gritó que me fuera sin ella; viendo que no estaba sola, sino con otros compañeros, le hice caso y corrí en dirección opuesta a ella, sobre varios techos; al llegar al techo de una casa situada en una esquina, salté a un árbol y tras verificar desde el mismo que los represores no estuvieran en esa cuadra, bajé y corrí más rápido y furiosamente que nunca; corrí, corrí y corrí… hasta que no pude más, entonces me detuve y permanecí acuclillado en una vereda durante un buen rato;… Mientras intentaba recuperar el aliento, noté que el día se oscurecía velozmente, al punto que de pronto, se hizo de noche, lo cual me pareció imposible porque poco antes de que debiera escapar de la unidad básica, recuerdo perfectamente haber mirado un reloj, y marcaba las dos de la tarde; después, al retomar la marcha, noté que había casas y edificios que nunca había visto antes; los autos que pasaban eran también extraños para mí, no sólo por sus diseños, sino también por el sonido procedente de sus motores y carrocerías;… seguí caminando por esa ciudad que, por sus diferencias respecto a la que yo conocía, no sentía que fuera la mía, y cuando creí reconocer la casa de un militante de la JP de una unidad básica de la zona de Bernal, golpeé a su puerta y por la ventana, un señor mayor me dijo:
   -¿Sí? 
   Entonces, muy nervioso le dije:
   -Buenas noches; estoy buscando a Ernesto… -y considerando la posibilidad de que esa no fuera su casa, expliqué: -No estoy seguro de que viva acá;... lo que pasa es que estoy medio confundido.
   El señor se quedó mirándome con asombro; después, sin nada decirme, cerró de golpe la ventana y yo me dispuse a irme, pero enseguida escuché que abría la puerta y salía de la casa, entonces me miró fijamente por un motivo que no comprendí; en eso, casi llorando, me abrazó y totalmente conmovido, me dijo:
   -¡Estás vivo!
   Al escucharlo hablar esta última vez, creí reconocer en el tono de su voz a un conocido del cual, en ese momento tuve “flashbacks” que me hicieron dar cuenta de que la persona mayor que estaba frente a mí, era aquel joven de mis tiempos llamado Ernesto; yo era también el joven de aquellos tiempos, pero… ya no me encontraba en mis tiempos… y no estaba envejecido… y… no entendía nada…
   Ernesto me dijo:
   -Entrá.
   Entré a su casa y nos sentamos a la mesa, entonces me dijo:
   -¡Esto es imposible!… todos te creímos muerto, y no sólo resulta que estás vivo, ¡sino que además seguís teniendo poco más de 20 años! – y dudando de sí mismo, dijo: -¿Es verdad todo esto, o lo estoy soñando?
   -Es verdad es verdad… -le respondí prontamente, y tras decirle que yo estaba más sorprendido que él, le pregunté: -¿En qué año estamos?
   -En el 2021.
   -En el 2021 –repetí yo riéndome con una mezcla de tristeza, resignación y contenida desesperación.
   Después, con miedo a preguntar, pregunté:
   -¿Qué pasó con los demás compañeros?
   Ante lo cual, tuve al silencio y a un gesto de tristeza más que elocuente por respuesta; igual, debía insistir porque necesitaba saber.
   -¿Qué pasó con Eugenia?
   Entonces miró al piso sin responder; yo me levanté y palmeándole ligeramente un hombro, le insistí:
   -Dale… decime qué pasó.
   Entonces, tras tomar aire profundamente, me dijo:
   -Ella fue la única que logró escapar aquel día del 74 en el que reventaron a tu unidad básica; a los otros, los mataron a todos; los cazaron ese mismo día uno por uno; bah… en realidad, vos también evidentemente pudiste escapar, pero todos te dimos por muerto, y ella… si bien ese día pudo huir, cayó en manos de una patota de represores tras el golpe de estado que hubo en el 76;… ahí sí que no se salvó casi nadie;… masacraron a casi todos los militantes de la tendencia revolucionaria del peronismo y demás agrupaciones de izquierda y anarquistas; además, hicieron desaparecer a sus cuerpos; a las embarazadas, tras tener a sus bebés, se los robaron y después las mataron… …Los milicos hicieron un desastre del que todavía hoy el país no se recuperó… Yo estuve exiliado durante esos años, por eso sobreviví; si me hubiera quedado, ahora seguramente sería uno de los 30 mil desaparecidos.
   Entonces, lenta e inconteniblemente, me puse a llorar.
   Tras un rato de permanecer en la casa de Ernesto, abruptamente sentí la necesidad de salir y tomar aire, y así lo hice aun contra su voluntad, ya que él me decía que debía quedarme esa noche ahí, para al día siguiente ver qué se hacía con mi situación (yo no creía que mucho se pudiera hacer).
   Una vez en la calle empecé a caminar cada vez más rápido, hasta que, totalmente conmovido, empecé a repetir la palabra “no” una y otra vez, progresivamente más fuerte; en eso, sin siquiera advertirlo, me vi corriendo en medio de la calle repitiendo a gritos la palabra que expresaba mi rechazo a mi destino, y mientras corría, sentía a mis fuerzas acabarse al punto que en determinado momento caí rendido al piso mientras expresaba mis deseos de morir, pero no morí, sino que desperté en 1974 tras lo que había sido una breve siesta… Eugenia estaba a mi lado; la abracé y… casi le cuento todo… pero no lo hice; solamente le dije que la amaba y que ese día, la historia no la escribirían ellos, sino nosotros.

martes, 19 de octubre de 2021

Justicia soñada (cuento) - Martín Rabezzana

   El tipo asistió a una reunión social a la que fue invitado por un conocido y a cuyos asistentes no conocía; durante la misma se mantuvo en silencio hasta casi el final, escuchando toda clase de descalificaciones cargadas de resentimiento por parte de todos los que hicieron uso de la palabra, alusivas a varias personas, pero sobretodo a una; se trataba de un antiguo amigo de muchos de los allí presentes que se había ido del país; de él hablaron pestes; lo basurearon, lo denostaron, lo expusieron en todas sus (supuestas) miserias, defectos y errores; no le justificaron siquiera una de sus faltas por más insignificante que fuera; cada uno de los que de él habló, tenía una anécdota en la que lo hacía quedar siempre como el peor; de uno sacar una conclusión de dicha persona en base al sentir común que por ella entre los asistentes a la reunión, había, habría sido que Santiaguito (así se llamaba) era el mismísimo satán, por más que en realidad, las cosas que de él se contaban, no fueran tan graves, e incluso algunas no fueran siquiera dignas en absoluto de ser consideradas faltas, por lo cual, era obvio que dicha persona constituía lo que suele denominarse “chivo expiatorio”, que es aquel individuo (o grupo de individuos) al que en una sociedad, la mayor parte de sus miembros inculpa con la intención de hacerlo pagar por las faltas de todos; haciendo cosa tal, las divisiones existentes entre todos los demás integrantes de ella, se ven temporalmente disueltas ya que los une el resentimiento común, además de que tal práctica los hace sentirse completamente libres de toda culpa y de todo cargo; la cuestión es que la reunión que duró casi tres horas, llegaba a su fin.
   Al invitado desconocido por casi todos, que se había mantenido en silencio, uno de los asistentes a la reunión, al ver que se disponía a irse, le dijo:
   -Che, ¡vos no dijiste nada en toda la noche!… te dedicaste a comer papas fritas y a tomar cerveza, nomás; decí algo antes de irte, que todavía hay tiempo.
   Entonces, tras pensarlo unos segundos, dijo:
   -Bueno,... eehhh… no; mejor no digo nada.
   Su interlocutor insistió:
   -¡Dale! No seas tímido.
   Entonces, venciendo a la reticencia que tenía a expresar lo que realmente tenía ganas de expresar, dijo:
   -Estaba pensando que si yo me enterara de que alguno de ustedes habla alguna vez de mí como hablaron esta noche del Santiaguito ese, lo mínimo que haría (lo mínimo, ¿eh?, y mirá que soy tranquilo, pero todo tiene un límite) sería comprarme una Ithaka y salir a buscarlo para… bueh; imagínensé lo demás.
   Todos permanecieron en silencio unos segundos, tras los cuales, su interlocutor se empezó a reír y casi todos los demás, también, por asumir que lo dicho había sido en broma; el único que no se rió, fue quien hizo la supuesta broma, que fue uno de los primeros en irse de la reunión.
   Tras el extraño invitado haberse ido, aquel que le había hablado, le dijo a las varias personas que todavía estaban presentes:
   -¿Quién habrá invitado a ese forro?... se quiso hacer el pulenta y seguro que es un terrible mantequita y un cagón que no mata ni a un mosquito;… a ese maricón, si lo llego a ver otra vez por acá, ¿saben la que le doy, no? Je je je;…¡qué gil de cuarta, por favor!
   Los demás asintieron en silencio.
   La reunión terminó y cada uno de sus asistentes se fue a su casa.
 
   Esa misma noche, el asistente a la reunión que le había pedido al extraño invitado que hablara, se encontraba durmiendo con su esposa, a la cual, horas antes le había hablado del hombre al que había definido como “mantequita”, “cagón” y de otras maneras más; en eso escuchó ruidos en la cocina y se levantó preocupado, pero tras mirar por la ventana que daba a un jardín y concluir que no había nadie, decidió volver a la cama; un rato después volvió a escuchar un ruido que lo hizo volver a la cocina, y al acercarse a la ventana, vio en el jardín al extraño asistente a la reunión, amartillar una Ithaka y posteriormente, apuntarlo, lo cual lo hizo sentirse terriblemente atemorizado;… Quiso irse pero las piernas no le respondían, entonces, suplicando y temblando, dijo:
   -No… por favor; yo no hablé mal de vos en serio, fue todo en chiste… no podés por un comentario al pasar, hacerme esto… …¡Dale che!… no seas malo; se nota que sos buen tipo. ¡No podés hacerme esto!.... ¡No podeeeeeeeéss!
   Pero el individuo armado hizo caso omiso a lo que escuchó y disparó; entonces el maldiciente se despertó gritando de lo que había sido simplemente una pesadilla.
   Su mujer, que acababa de despertarse, lo miró con un desagrado que él no comprendió, por lo que le preguntó:
   -¿Qué pasa?
   Ella nada le dijo, simplemente le señaló la parte inferior de su persona que se encontraba bajo el cubrecama y las sábanas, y al él levantarlos, tomó conciencia de que durante la pesadilla se había hecho encima tanto lo primero, como lo segundo.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Instantes que son eternidades (cuento) - Martín Rabezzana



   Yo estuve presente cuando a principios de los años setenta del siglo 20, en el patio de la universidad a la que asistía en La Plata, ante una multitud de estudiantes, subido a una silla para ser visto mejor, en voz muy alta uno de nuestros compañeros, dijo lo siguiente:
   -De todos los temas por nosotros abordados, hay uno fundamental que no hemos considerado lo suficiente y se hace urgente que lo hagamos: todos sabemos que el sistema social es absolutamente nefasto, y no me refiero sólo al de este país, sino al que impera actualmente en todo el mundo; la humanidad va hacia la destrucción total por culpa de sus propias acciones, por lo cual, se hace necesario esclarecer de dónde viene el mal mayor; todos me dirán que de los burgueses, de los oligarcas, de los capitalistas, y es cierto, pero hay un ámbito del cual salió toda esa gente y esto no lo podemos seguir ignorando; ¿cuál es ese ámbito?... ¡Este en el que estamos, compañeros! ¡EL ÁMBITO UNIVERSITARIO!... De este lugar que tanto amamos y en el que tanta fe tenemos, sale la clase dirigente que explota a los trabajadores, que organiza guerras, saqueos y que destruye al medio ambiente… ¡De acá, de nuestra querida universidad salen los explotadores del mañana de las masas, los continuadores de esta catástrofe no natural que nos llevará hacia el final más trágico como especie!
  
   Entonces todos aplaudimos, ya que lo dicho por nuestro compañero constituía una verdad innegable; después dijo:
   -Si queremos realizar un cambio en serio, un cambio de fondo, no basta con alterar un poco las estructuras de este sistema, ya que eso es siempre tendiente a que las cosas cambien sólo superficialmente y en esencia, sigan intactas;… si queremos que este lugar donde se imparte conocimiento deje de ser el foco infeccioso que enferma a toda la sociedad, que es, debemos ser nosotros quienes decidan lo que acá mismo se enseña, y eso implica que debamos ser nosotros quienes elijan las materias, al profesorado y a las autoridades todas que rijan este lugar, y de no sernos concedidos estos derechos, lamentablemente, por el bien de la humanidad toda, deberemos oponernos total e intransigentemente a las universidades; ¡deberemos destruirlas! Y una vez destruidas, podremos reconstruirlas para que sirvan a un fin totalmente opuesto al que hasta ahora, han servido.
   Entonces todos aplaudimos más fuerte que nunca y la ovación que se escuchó, fue realmente increíble.
   Mientras nuestro compañero esperaba a que hiciéramos silencio para continuar con su discurso, pasó algo totalmente extraño: sentí a mi alrededor un silencio absoluto que no se correspondía con los aplausos en curso de los estudiantes ni con sus gestos claramente vociferantes; después, todos empezaron a moverse en cámara lenta, inclusive yo mismo, y noté que el color de todo a mi alrededor, se perdía; tras algunos segundos, todo lo vi en blanco y negro; miré extrañado a una compañera que se encontraba a mi lado, y estaba claro que a ella le pasaba lo mismo ya que me miró evidenciando total asombro; entonces, mientras nuestro compañero retomaba su discurso que no pude oír, varios impactos de bala lo hicieron caer de la silla en la que estaba parado; si bien, como ya dije, todo a mi alrededor se había silenciado, la excepción fueron los disparos, ya que los escuché perfectamente; luego vi a la multitud dispersarse en la cual estaba yo mismo, que escapé corriendo del patio de la universidad, y siempre en cámara lenta, ya que el ritmo de la vida toda, parecía haberse ralentizado, y cuando finalmente estuve en la calle, el sonido, los colores y la velocidad del movimiento, volvieron.
   A nuestro compañero, que no sobrevivió, le empezamos a rendir homenaje todos los años, a veces en público y a veces (por seguridad) en privado.
   Al comparar experiencias, todos los asistentes al discurso de nuestro compañero, coincidimos en que en los momentos previos y posteriores a su asesinato, vivimos todo en cámara lenta, sin sentido auditivo (salvo por el momento de los disparos) y en blanco y negro.
   Todavía no entendemos a qué pudo deberse.

domingo, 10 de octubre de 2021

El antiviaje del antihéroe (cuento) - Martín Rabezzana

 

   Cuando se habla de las personas excluidas del sistema, se suele hacer teniéndose en cuenta factores casi únicamente económicos, cuando en realidad, hay muchos motivos por los cuales una persona puede estar al margen de una sociedad que no pasan por lo económico; por ejemplo: aquellos que tienen poca o nula comunicación con los convivientes, con los compañeros de estudio o de trabajo… aquellos que no tienen metas… aquellos que sí las tienen y no las alcanzan… aquellos que, no obstante alcanzarlas, se sienten vacíos… aquellos que no saben querer, tanto como aquellos que sí saben y quieren demasiado… aquellos que no se sienten comprendidos por nadie por más intentos que hagan por serlo… aquellos que tienen dificultades graves para relacionarse con los demás, tanto como aquellos que tienen para eso, demasiada facilidad, lo cual los lleva a ir de fuego en fuego para finalmente, morir de frío (1)… aquellos que habitualmente asisten a reuniones sociales y mientras los demás discuten acaloradamente o se ríen, permanecen en silencio…: TODOS ELLOS SON PARIAS DE ESTE SISTEMA. EXCLUIDOS… MARGINALES, y nada cambia el hecho de que tengan trabajos bien remunerados, vistan elegantemente, coman tres veces por día ni que tengan relaciones no conflictivas con las personas que componen sus entornos, ya que aun así, a este sistema NO PERTENECEN… y estas personas marginales no constituyen casos excepcionales, por lo que no hace falta trasponer los márgenes de una ciudad para encontrarlas, dado que abundan en todas partes, sobretodo en las grandes urbes, lo cual es lógico, ya que en las mismas rige un estilo de vida mayormente artificializado/automatizado/robotizado, que no puede más que ser insalubre para todo ser vivo, ya que las sociedades humanas modernas no son aptas para nadie, ni siquiera para las mismas personas que las crearon, de ahí que el sentir de no pertenencia a ellas, sea más la regla que la excepción.

   El saberse marginal hace que algunas personas se quieran ir, pero… ¿adónde ir?... El bosque es un lugar apropiado para perderse (y encontrarse), y hacia el mismo una noche se dirigió sin intención alguna de que su incursión constituyera ningún “viaje de héroe”, ya que su idea no era la de ir para volver, contar lo vivido y salvar a otros, sino la de entrar y no regresar; morir y no renacer; deshacerse para nunca más rehacerse;… ahí, en el bosque, se internó y extravió.

   Algunas veces con tristeza y otras, con alegría; algunas veces con debilidad y otras, con fuerza; algunas veces con esperanza y otras, sin ella: habló, gritó, bendijo, maldijo, suplicó, exigió, caminó, corrió, saltó y cayó… sin fuerzas… rendido… exhausto, y después: durmió tranquila y profundamente; cuando se despertó y del bosque salió, el entorno ya no era el mismo que había conocido, sino una ciudad totalmente opuesta a las de este tiempo y espacio, ya que estaba más vitalizada que desvitalizada; más viva que muerta; más infundida de positividad que de negatividad, y todo ese fluir de fuerza vital empezó a envolverlo, a atraparlo y absorberlo, y a medida que esto ocurría, trataba de racionalizarlo, pero no lo lograba porque las palabras se le mezclaban, se le confundían, se le escapaban, hasta que finalmente se fueron del todo de su ser, dado que ninguna falta ya le hacían; había escapado del yugo de las palabras expulsantes del pensamiento y del sentimiento, de todo aquello que no puede ser nombrado, que es mucho más que aquello que sí puede nombrarse, y esa pérdida de todo vocablo constituyó un encuentro con un entendimiento no racional, casi completamente exento de negatividad, y eso no fue todo: mientras caminaba maravillado por esa ciudad que parecía más antigua que moderna, más espiritual que material, más ficticia que verdadera, las personas que a su lado pasaban, tanto como las edificaciones que lo rodeaban, fueron perdiendo claridad, definición… forma; todo a su alrededor se volvió informe; todo se diluyó en una gran nada que parecía estar revelándose en su carácter de TODO; la totalidad… el absoluto… el universo que contenía a todos los multiversos, tanto como el no tiempo que contenía a todos los tiempos, fueron desapareciendo del exterior para ir poco a poco, reapareciendo en su propio interior; en ese lugar el antihéroe murió y renació miles de veces, y en cada nuevo nacimiento sentía estarse elevando hasta alturas por él previamente insospechadas en su existencia.
   Lo generalmente considerado absurdo, lo por todos tenido por irreal, lo supuestamente inexistente, era entonces para él: sensato, verdadero, fáctico.
   Nada había en ese lugar que no infundiera en sus visitantes un sentir de plenitud libertador de las cadenas de la razón, y conforme se rompían las cadenas, los espíritus desplegaban sus alas cuyas extensiones permitían abrazar hasta los confines más recónditos de lo por ellos imaginado, tanto como los de lo por ellos inimaginado.
   Las puertas cerradas que en ese lugar encontró, ante su presencia se abrieron, y tras él cruzarlas, se pulverizaron; las barreras que le impidieron el paso, ante su presencia se levantaron, y tras él dejarlas atrás, se esfumaron; los caminos cerrados que le impidieron avanzar, ante su presencia se volvieron sendas rodeadas de flores, y tras su paso, se desmaterializaron.
   El viaje no era el destino, ni el destino, el viaje, ya que ambos extremos de esa misma unidad, habían sido por él, asimilados y de ese modo, trascendidos… habían para él quedado atrás el día y la noche. La luz y la oscuridad. El sueño y la vigilia. El placer y el dolor. La victoria y la derrota. El orgullo y la vergüenza. La riqueza y la pobreza. El amor y el odio. La fuerza y la debilidad. Lo ordinario y lo extraordinario. El conocimiento y la ignorancia. Lo perdido y lo encontrado. Lo construido y lo destruido. Lo incluido y lo excluido. El éxito y el fracaso. La inquietud y la calma. La felicidad y la desdicha. El sonido y el silencio. El cielo y la tierra. El cuerpo y el alma. Lo bueno y lo malo. Lo real y lo irreal. El principio y el fin. La vida y la muerte.

   Lo había todo asimilado, y así, a todo lo había trascendido.

 

(1) Aforismo de Antonio Porchia: “Quien va de fuego en fuego, muere de frío”.