viernes, 9 de marzo de 2018

¿La mina del tema de Attaque 77??? (cuento) - Martín Rabezzana

   La vi una tarde en un club mientras tenía lugar un partido de fútbol de una división inferior; uno de esos clásicos que en el mejor de los casos convoca a unas 15 personas en el ya superpoblado Gran Buenos Aires, pero todo esto ocurrió en Tandil; una de las personas asistentes al partido era la chica en cuestión, la otra era yo.
   La escuché a lo lejos cantando alegremente mientras miraba el partido; estaba sola, entonces pensé: "Me hace acordar a la mina del tema de Attaque 77… ¿cómo se llamaba?... ¡Ah, sí! Sola en la cancha;… ¿No será ella?", y por un momento pensé que podría ser ya que aun de ser la chica de la canción un personaje ficticio, como todo ser mínimamente sensible sabe, los personajes creados para la ficción cobran vida auténtica en otro plano y a veces hasta visitan el nuestro; al recordar esto pensé: "¡Seguro que es la mina del tema que se materializó!", pero entonces noté que no cantaba hinchando por Boca como en la canción (y claro… no era un partido de Boca) y asumí que no era ella, pero lo mismo daba ya que fuera o no fuera ella, me gustó.
  Pensé en acercármele e iniciar conversación preguntándole en chiste si era la chica del tema de Attaque, pero no hizo falta porque mientras pensaba esto, ella apareció detrás de mí, me tocó un hombro y al darme vuelta vi que sonriendo me ofrecía una lata de cerveza; me dijo:
   -¿Querés?
   -¡Sí, gracias! -respondí y tomé un buen trago antes de devolverle la lata de la cual ella tomó hasta vaciarla como si de una persona sedienta en el desierto se tratara, después me dijo:
   -En internet leí un estudio que dice que las mujeres más inteligentes tienen más posibilidades de convertirse en alcohólicas.
   Yo pensé: "¡Publican cada boludez en internet!", pero no se lo dije, lo que le dije fue:
   -¿Ah sí?
   -Sí. Y yo debo ser una genia porque soy RE borracha, ah, pero eso sí: no soy triste ni ahí; soy una alcohólica antimelancólica.
   El partido ya había terminado; salimos del club y seguimos hablando durante unos minutos; de pronto, de la nada el cielo se nubló completamente al punto que parecía de noche; empezó a llover fuertemente y corriendo llegamos hasta el frente de una pizzería bajo cuyo techo nos refugiamos; ella, que además de hacerme acordar a la mina del tema de Attaque, por su forma de expresarse me hacía acordar también a la Raulito, mirando hacia el interior, dijo:
   -¡Uuuuuhhh! ¡Cómo me gustaría comer una zapi y tomarme unas cuantas birras!
   Entonces pensé que me encantaría invitarla a entrar, pero... pobretón como soy, sabía que hasta la pizza más barata (aun sin bebidas) me era inaccesible, no obstante llevé mi mano a un bolsillo como esperando que milagrosamente apareciera en el mismo el capital que me posibilitara invitarla, lo cual ocurrió ya que para mi sorpresa, encontré varios billetes grandes que no recordaba haber puesto ahí, lo cual me permitió decirle:
   -¡Entremos!
   Entramos y sentados a una mesa, comimos pizza… ah, sí; también tomamos dos o tres jarras de birra entre historias de vida contadas mutuamente; ordinarias, breves, comunes y aburridas, las mías, y extraordinarias, extensas, anormales y en extremo divertidas las de ella.
   Por el bienestar que me producía la compañía de esa chica, los minutos y las horas pasaron casi como si fueran segundos; me sabía privilegiado por estar con ella al punto que me sentía la persona más afortunada del mundo; nada habría querido más que hacer durar eternamente ese día en el cual se derrumbó totalmente mi creencia en la inexistencia de la felicidad.
   Tras algunas horas, salimos de la pizzería (estábamos muuuy borrachos); para entonces ya había dejado de llover; caminamos unas cuadras y llegamos al Lago del Fuerte, lugar cuya belleza es ENORME; nos sentamos en el pasto que, extrañamente estaba seco y ella sacó una petaca de whisky, tomó un trago y me convidó; mientras tomaba la miré y noté que estaba cada vez más linda, y no sólo eso, sino que además noté que su ropa no era como la recordaba ya que si bien era la misma, estaba limpia y parecía nueva mientras que durante el partido, apenas unas horas antes, estaba zaparrastrosa, lo cual me pareció muy raro pero no se lo atribuí a una visión distorsionada en mí por el alcohol ya que se supone que el mismo no afecta los sentidos al punto de alterar la percepción ni de hacerle perder a uno hasta la noción del tiempo y el espacio, y hasta eso parecía haberme ocurrido ya que recapitulando me di cuenta de que cuando ella se me acercó y por detrás me tocó el hombro para ofrecerme cerveza, no habían pasado ni diez segundos desde que la había visto en otra parte del estadio alejada de donde yo estaba; no había tiempo material para que se me acercara tan rápido; ¿cómo había hecho?;… también recordé que el partido terminó a las 16:45 y cuando llegamos a la pizzería (que estaba a sólo algunas cuadras del club) ya era de noche;… puede ser que la menor iluminación producto de la tormenta haya creado una apariencia de nocturnidad, pero el reloj de la pizzería decía que eran las 22:00 horas; yo no le di importancia en el momento ya que asumí que funcionaba mal, y hay más cosas raras: el cielo estaba totalmente claro cuando estábamos por salir del club y de pronto se nubló y empezó a llover, y por rápido que se desate una tormenta, no parecía lógica la velocidad que tuvieron las nubes al cubrir el cielo; también recordé que ante la pizzería encontré en un bolsillo de mi pantalón varios billetes que me permitieron invitarla a entrar; yo sé que no los tenía al salir de mi casa; ¿cómo habían llegado ahí? Y después ocurrió que salimos de la pizzería en dirección al Lago del Fuerte y llegamos en pocos minutos, ¡pero la pizzería en la que estuvimos se encuentra a varios kilómetros de ese lugar! ¿Cómo llegamos tan rápido? Y por último: el pasto en que nos sentamos estaba seco, ¡y había llovido torrencialmente hasta hacía menos de una hora! Entonces creí haber perdido la razón en el mejor de los sentidos ya que lo vivido con esa chica ese día me hizo absolutamente feliz, pero rápidamente descarté esta idea y sentí que la subversión de las leyes naturales que había presenciado no estaba en mi imaginación, era real y estaba siendo causada por ella.
   Tras el primer silencio de algunos minutos que guardamos en todo el día, la miré conmovido pero en calma, y suavemente le pregunté:
   -¿Sos la chica de la canción de Attaque?... ¿Sos producto de mi imaginación?... ¿Sos un fantasma, o?.... …¿Quién sos?
   Ella no respondió, sólo sonrió, se me acercó y me besó.
   Lo siguiente que recuerdo es que me desperté al amanecer sobre el pasto del Lago del Fuerte; ella ya no estaba.
   Y al final me quedé con la duda de si era o no era la mina del tema de Attaque 77...



sábado, 10 de febrero de 2018

El Zero y el pibe de las rastas (cuento) - Martín Rabezzana



   A quien tiene la envidiable habilidad de adaptarse a todo (contextos, situaciones y personas), se lo denomina comúnmente: todoterreno, de ahí que a quien no se adapta a nada y se siente de más en todas partes se lo pueda denominar: ceroterreno, y así era él definible, de ahí su apodo tomado del número alusivo a la nulidad: cero (pero eligió escribirlo con Z), ya que no se adaptaba a nada, lo cual se supone que denota negatividad a nivel personal, pero… ¿es realmente así esto?... Si convenimos en que las cosas en el mundo están mal, sólo quien no se adapta a ellas puede estar bien, no obstante, admito que no toda persona inadaptada está bien, pero sí que todo aquel que está bien es necesariamente un inadaptado.

   Zero trabajaba en un vivero allá por principios de los años 2000; el sueldo era bueno ya que le pagaban en negro (aun quienes estaban en blanco solían cobrar en negro); en tiempos de crisis económica ésa es casi la única manera de tener un trabajo no profesional bien remunerado (menos mal que todo cambió desde entonces y ahora está todo re bien laboralmente) (y sí, fue un chiste).
    Todos los días pasaba frente al vivero un fana de Bob Marley; aun sin la remera del cantante se lo reconocía como tal por las rastas, la barba y el gorrito característico de los aficionados al reggae; la primera vez que vio a Zero le dijo:
   -Hola.
   -Hola.
   -¿Acá venden plantas fumables?
   -No, todo lo de acá es legal (menos el sueldo que nos lo pagan en negro).
   -Ah. Bueno, chau.
   -Chau.
   Al otro día volvió a pasar y a preguntar lo mismo y lo mismo se le respondió; a los pocos días volvió a preguntar lo mismo y obtuvo la misma respuesta; días después volvió y preguntó lo mismo, y presintiendo que la negativa no sería por él aceptada (ya sea por falta de lucidez debido a su alto consumo de humo o simplemente porque no se convencía de que fuera cierto lo que se le respondía), ante la pregunta consabida, Zero le dijo:
   -Mirá: en la plaza de enfrente hay plantas de "…"; las de hojas blanquitas se llaman "…" y las de hojas amarillitas se llaman "…"; podés hacer infusiones con esas hojas y tomarlas.
   El joven de las rastas muy animadamente dijo:
   -Y… ¿pegan?
   -Re… pegan. Eso sí: una clase de hojas es tan tóxica que si la tomás, te morís, la otra no; la tomás y no te morís, y lo bueno es que son legales y gratis.
   -Ajá. ¿Y cuál es la que te mata y cuál la que no?
   -Aaahh, eso no lo sé; decímelo vos.
   El joven de las rastas asintió en silencio y sonriendo dijo:
   -¡Gracias, che!
   Y se fue a la plaza a recolectar las hojas.
   Desde la distancia Zero lo miraba junto a un compañero de trabajo que había escuchado la conversación y le dijo:
   -Bueh… por lo menos por un tiempo este no jode más.
   Pasaron los días y el pibe de las rastas no volvía a pasar por el vivero, por lo que el compañero de trabajo de Zero ya mencionado, le dijo:
   -Che, me parece que se tomó las hojas más tóxicas el pibe, por eso no pasa más por acá… Para mí que lo mataste.
   -Naaa… ¡Si fue un chiste! ¿Cómo te vas a morir por tomarte esas plantas?
   Y en parte por sed, en parte por cambiar de tema, Zero dijo:
   -¿Hay algo de tomar?
   Su compañero le señaló un rincón en que había una botella de licor Legui, a lo que Zero dijo:
   -¡Hace calor! ¿No hay birra fría?
   -No, pero hay agua en la heladera.
   Zero no lo dudó y agarró la botella de Legui; decidió dejar el agua para cuando el licor se acabara; mientras tomaba de la botella pensaba: "¿Y si lo maté al pibe?... ¡Nooooo!... Tenía buena onda aunque fuera bastante rompepelotas, pero nadie se muere por tomarse una infusión de… ¿O sí?"
   Pasaron varios días más y el joven de las rastas seguía sin pasar por el vivero, por lo que el compañero de Zero, que ya le había comentado (buchoneado, mejor dicho) al otro empleado lo que al joven de las rastas Zero le había recomendado tomar, con indignación le dijo:
   -Me parece que sí lo mataste con lo que le dijiste que tomara… ¿Me podés decir qué te hizo el pobre pibe?
   -Nada, y no lo maté.
   El otro empleado dijo:
   -¿Y entonces por qué no volvió a pasar por acá? Pasaba TODOS LOS DÍAS aun antes de que vos entraras a trabajar acá.
   Zero, nervioso dijo:
   -Y… lo que pasa es que… seguramente no vuelve a pasar por acá porque... -entonces se quebró y agarrando con una y otra mano a sus compañeros de las remeras, sollozando dijo:
   -¡Tienen razón! Lo maté, lo maté… ¡LO MATEEEEÉ! ¡Pero fue sin querer!;… Me caía bien el pobre pibe; yo no quería matarlo, pero lo hice… …¡Soy un hijo de puta, soy un hijo de puta… SOY UN HIJO DE P…!
   Y en ese momento fue interrumpido por la bocina de una bicicleta. Tilín-tilín; era el pibe de las rastas que pasaba saludando efusivamente con la mano y diciendo:
   -Hoolaaa chicos. Chaaauuu.
   Zero lo vio y se re alegró; se puso en medio de la calle y mientras lo veía irse, le devolvió el saludo agitando enérgicamente las manos y diciendo:
   -¡Chaaauu piiibeeee!
   Después, con enorme y visible felicidad, empezó a decir a alto volumen con melodía musical y acompañando sus palabras con pasos de baile:
   -¡No lo maté. No lo maté, no… lo… mateeeé!
   Y no lo había matado.
   El motivo por el cual el pibe de las rastas había dejado un tiempo de pasar frente al vivero fue que se había ido unos días de vacaciones a la costa.
   Menos mal.

viernes, 2 de febrero de 2018

Queriendo volver a los ochenta (cuento) - Martín Rabezzana


   Tras varios tragos de la bebida espirituosa "local" por excelencia (Fernet), al tipo le dio por expresarle al joven lo siguiente:
   -¡No sabés lo que fueron los años ochenta! ...En esa década, durante mi adolescencia, en el ya legendario Electric Circus, vi a varios grupos también legendarios en pleno apogeo como Los Fabulosos Cadillacs, Soda Stereo, GIT y Sumo; después de la presentación del grupo (que siempre era tempranito porque después el boliche seguía como discoteca), la fiesta seguía con música electrónica grabada;… Ese boliche era lo más; para que te des una idea de lo groso que era, basta decir que no sólo iba gente de Quilmes y de otros lugares de zona sur, sino que hasta iba gente de Ciudad de Buenos Aires (y para que un cabaense salga de ese metro cuadrado en que vive, se requiere casi de un milagro)… …Esa discoteca brillaba los viernes y sábados de los gloriosos años ochenta… El domingo era día de esparcimiento tranquilo entre familias amigas que solía pasarse en el parque Pereyra donde se realizaban pícnics; si hacía calor se iba a las playas de Punta Lara ya que en esa época las aguas no estaban tan contaminadas y se podía ingresar al río sin el peligro para la salud que existe ahora, si no, se iba al Ital Park ya que algún miembro menor de la familia siempre quería ser llevado a ese lugar, y tras muchas insistencias infructuosas, lo conseguía; tras algunas horas en los juegos, pintaba el hambre y (sin ánimo de ofender a ningún vegano) (el vegetalianismo acá todavía no lo practicaba casi nadie) la comida obligatoria era en Pumper o en la Lechería Blanca… …Si había poca plata, otro programa común de fin de semana consistía en organizar reuniones en la casa de algún familiar o amigo que tuviera una videocasetera (no la tenía mucha gente) y ver una película; ese programa era taaan bueno que solía ser el favorito aun de quienes por adinerados podían acceder a un evento social más costoso ya que lo especial de la intimidad del "cine en casa", era con justa razón enormemente valorado como lo era también el simple hecho de ir entre todos hasta el videoclub a alquilar la película… …¡Jaaa!... ¡Qué felices que éramos en los ochenta! Y pensar que en ese tiempo anhelábamos lugares y épocas felices distantes sin saber que ya éramos felices como nunca volveríamos a serlo... No sabíamos lo que teníamos, y eso que no minimizo en absoluto los problemas que entonces había (inflación, cortes de luz, razzias policiales, entre otras cosas muy negativas), pero lo positivo era igualmente intenso, en cambio ahora tenemos a la negatividad pero sin la positividad… …Si comparamos la diversión de entonces con la de ahora, ¡nos dan ganas de matarnos!... …Todas esas cosas maravillosas están en el pasado y aunque alguien quiera creer que hay cosas equivalentes a las mismas en el presente, se equivoca porque no las hay… …Los grupos que mencioné no existen más, Circus cerró, el Ital Park también, también los locales de comida mencionados, las aguas de Punta Lara están demasiado contaminadas y ya nadie se reúne para ver una película alquilada entre bebidas y comidas tóxicas ya que el (maldito) avance de la disponibilidad de películas a través del cable y posteriormente, de internet, fue resultando en que cada persona las viera sola en su casa haciendo de las reuniones sociales en torno a un video alquilado, cosa del pasado…
   Su joven interlocutor rompió el silencio que hasta el momento había guardado para decir:
   -Algunos de los grupos que mencionaste volvieron a tocar, pero… antes de que me lo digas vos, yo digo que sé que ya no es igual, sin embargo te equivocás en eso de que TODO lo bueno que mencionaste está en el pasado ya que los pícnics todavía existen; la gente se sigue reuniendo en parques y pasa momentos muy agradables entre familiares y amigos tras desplegar un mantel en el pasto y servir en el mismo algún producto de panadería para acompañar al mate;… Sé que todo lo demás que mencionaste es irrecuperable, pero esto tan importante que señalé, todavía existe.
   El melancólico rememorador lo miró y asintió; tras varios segundos en silencio, dijo: 
   -¿Sabés qué, pibe? ¡Tenés razón!... En vez de enfocarme tanto en lo que no tengo, debería enfocarme más en lo que sí tengo y tratar de disfrutarlo al máximo… …¡Me diste una lección!... Me va a costar ya que yo tiendo a la melancolía, pero desde hoy voy a tratar de ser positivista como vos, y… ¡lo voy a lograr!
   Tomó un último trago de su vaso de Fernet y dijo:
   -Bueno; gracias pibe por hacerme ver las cosas de otra manera; chau.
   Lo palmeó en el hombro y salió del bar.
   El joven de dieciocho años pensó que el cuarentón era uno de esos viejos chotos que absurdamente creen que todo tiempo pasado fue mejor, ya que sin duda exageraba cuando hablaba de la felicidad que vivió en los ochenta, además pensaba que la misma es un estado mental que poco (y a veces nada) tiene que ver con el ambiente o tiempo en que uno se encuentra, sin embargo, en gran medida envidiaba que hubiera vivido ese tiempo que él por haber nacido más tarde, no podría conocer más que a través de relatos ajenos.

   Esa noche el joven soñó que estaba en Electric Circus y veía a Los Fabulosos Cadillacs, a GIT, a Soda Stereo y a Sumo; después se encontró bailando y besándose en esa misma discoteca con una chica muy atractiva al ritmo de música electrónica, después se vio a sí mismo en el parque Pereyra, después en Punta Lara, después en el Ital Park, después en Pumper, después en la Lechería Blanca y finalmente se vio junto a un grupo de familiares y amigos camino a un videoclub para alquilar una película que verían en casa de uno de ellos compartiendo gaseosas, cerveza y papas fritas, pero no sólo vio todo eso en el sueño como si le pasara a él, sino que hasta sintió del modo más intenso y profundo la enorme felicidad que dichas actividades causaban y la misma no se parecía ni remotamente al bienestar que él había conocido en estos tiempos (y eso que hasta entonces creía ser feliz).
   El "sueño" fue más bien un viaje astral ya que le permitió asimilar el sentir de las vivencias de los ochenta de las que el tipo del bar le había hablado, y al comparar tal sentir con el de las suyas, se sintió extremadamente desafortunado, tal es así que los días pasaron y se sentía cada vez peor; a diferencia de lo que generalmente le ocurre a alguien traumado, no eran imágenes dolorosas lo que lo atormentaba, sino de felicidad, felicidad que por saberla existente en un tiempo inalcanzable, lo hería en lo más profundo de su alma.
   Pasaron las semanas y el joven seguía rememorando la felicidad de los ochenta que había experimentado durante su viaje astral y sintió que la vida en el presente no tenía razón de ser, por lo que un día buscó el revólver que su padre guardaba en su habitación, lo cargó, lo llevó a su sien y se pegó un tiro.

miércoles, 17 de enero de 2018

Lo sacroprofano (cuento) - Martín Rabezzana


14 años después


   Ella le dijo:
   -Salgo del trabajo a las siete. Esperame en el bar de enfrente de mi local o te espero ahí yo a vos si salgo antes de que llegues.
   Él asintió y ese viernes fue hasta el centro comercial donde ella trabajaba; llegó 15 minutos antes de que la mujer saliera del trabajo y se sentó a la mesa del bar que ella le había indicado; tras salir del centro comercial irían a ver una obra de teatro en la que actuaba una amiga de ella.
   Era la primera vez que él entraba a ese lugar llamado Patio Bullrich; "Está bueno", pensó casi con culpa ya que la conciencia de las injusticias sociales le hace a uno sentir que lo único justo por expresar de un ámbito concheto es desprecio, pero su condición de lugar de acceso público y gratuito (lo cual contrasta totalmente con casi todo otro ámbito acomodado) lo excusaba en su existencia.
   Pidió un café, se lo llevaron y poco después una mujer lo tocó en el hombro, él se dio vuelta y tras levantarse de la silla, sorprendido dijo:
   -Myriam…
   -¡Hola!
   Ella le regaló su mejor sonrisa y le dio un beso; no era más la chica que había conocido, ya era una mujer y estaba más linda que nunca; ella le preguntó:
   -¿Qué hacés acá?
   -Estoy esperando a alguien, ¿y vos?
   -Vine de compras.
   Con mucha alegría él le preguntó:
   -¿Qué fue de tu vida?
   Myriam disminuyó su sonrisa por saber que lo que iba a decirle podría herirlo y le dijo:
   -Me casé y tengo dos hijos.
   Él sonrió levemente exponiendo así sin querer mucha tristeza por la noticia sobre algo que imaginaba dado que ya había llegado a la edad en que la formación de una familia era un hecho consumado entre la mayoría de sus contemporáneos; le dijo:
   -Te felicito; me alegro mucho de verte bien.
   Pero no era verdad que en ese momento sintiera alegría ya que fue un golpe a su corazón el escuchar que ella se había realizado sin él aunque él mismo lo haya honestamente así deseado; le dijo:  
   -Yo sigo soltero… no creo que alguna vez forme una familia.
   -Yo tampoco creí que formaría una familia y lo hice; por ahí a vos también se te da alguna vez.
   La mujer a la que esperaba llegó y al verlo junto a Myriam, sabiendo que nada podía reclamarle por no ser su mujer, su novia ni nada, decidió no interrumpirlos y esperó a que ella se fuera para acercarse a él.
   Siguieron hablando un poco más y Myriam dijo:
   -Bueno… me tengo que ir.
   Él le dio un beso y se abrazaron fuertemente; durante el abrazo él le dijo mentalmente: "Te amo, te-amo-te-amo-te-amo-te-amo-te-amo-te-amo-te-amo-te-amo-te-amo-te-amo-te-amo-te-amo", lo cual no había tenido oportunidad de decirle en su momento dado lo breve de su relación y tanto tiempo después habría sido inadecuado hacerlo por más ganas que tuviera de que ella lo escuchara y supiera que no sólo había amado a la chica que fue, sino que también amaba a la mujer que entonces era; ella nunca sabría lo que él le expresó durante su abrazo ni que seguía imaginando a la medianoche que se acostaba y se dormía sobre ella para después cambiar de posición y dormirse ella sobre él, como alguna vez habían acordado imaginar (tal vez ahora sí lo sepa).
   Se separaron y cuando ella se hubo alejado, la mujer a la que él esperaba se le acercó y lo saludó con un beso, después le preguntó:
   -¿Quién era?
   Él tenía los ojos vidriosos y no pudo responder; ya le había contado de Myriam, por lo que suponiendo correctamente, le preguntó:
   -¿Era Myriam?
   -Sí.
   Entendiendo la importancia para él de lo recién vivido, lejos de mostrar celos, la mujer dijo:
   -Qué linda que es.
   Él, sonriendo asintió.

En el teatro su presencia era ausencia
  
   Fueron al teatro y vieron una obra que él no recordaría ya que su mente volvía una y otra vez al encuentro con Myriam; la mujer a su lado lo miraba cada tanto y se daba cuenta de que no estaba ahí; ni siquiera estaba con Myriam sino detrás de ella aun sabiendo que nunca habría de alcanzarla.

Uno se llena de lo que da

   Él dudó por un tiempo sobre si le había hecho bien volver a ver a Myriam ya que tras su conmovedor encuentro con ella se sintió debilitado, pero después se dio cuenta de que si bien el conmoverse emocionalmente debilita, esa debilidad nada tiene de negativo ya que lo que pierde fuerza es el sentir de ira, maldad y rencor, por eso dicha debilidad se sucede paralelamente al fortalecimiento de todo sentir positivo; esto le había ocurrido al recibir afecto de ella y sobretodo, al dárselo, ya que uno se va llenando de lo que da; habiendo entendido esto, se dio cuenta de que verla le hizo muuuy bien.