miércoles, 15 de febrero de 2017

El dolor no nos sigue… (cuento) - Martín Rabezzana


   -¿No te gustaría ir al Caribe? Yo tengo el sueño de ir… debe estar buenísimo; también sueño con ir a la India, a Japón… ¡bah! Sueño con viajar en realidad, y a muchos lugares… …Para mí que es mentira eso de que el bienestar y el malestar los lleva uno consigo y el lugar en que esté no los determina… yo creo que mi felicidad no puede estar acá, yo siento que está esperándome en uno de esos lugares hermosos lejanos y cuando junte plata, hacia ellos voy a ir y la voy a alcanzar… …¿No te pasa igual?
   Su familiar lo miró con expresión de desacuerdo y dijo:
   -A mí no me interesa ir a ninguna parte más que de turista, y en lo referente a la felicidad… Pensá: una película puede tener un hermoso set de filmación, hermosos intérpretes, pero si bien al principio esas cosas bastan para generar interés, con el pasar de los minutos lo que determina si la película es buena o mala, es el guión; si el guión es malo, ninguna de esas cosas hermosas la salva. Con la vida pasa igual; el lugar en que vivas puede ser hermoso pero es solamente el "set de filmación" en que se desarrolla tu "película" (tu vida). El guión lo componen tus relaciones sentimentales, de amistad, laborales y la relación que tengas con tu propia persona; si ninguna de esas cosas es satisfactoria, tu “película” (tu vida) no puede ser buena por “set de filmación” hermoso en que se desarrolle, y también pasa al revés; si dichas relaciones son buenas, tu “película” va a ser buena aunque el “set de filmación” no sea muy lindo… Si sos buen guionista de tu vida, la misma va a ser buena independientemente de dónde sea que se desarrolle, y si no lo sos, va a ser mala se ambiente donde se ambiente... …La verdad es que se puede ser feliz o infeliz en cualquier parte.
   El aspirante a viajero lo miró con una sonrisa irónica expresando así que no estaba en absoluto convencido de los fundamentos que acababa de escuchar, por lo que dijo:
   -¡Dale, che!... Para mí que querés creer eso porque no tenés un mango para ir a ningún lado, ¡que si lo tuvieras, te rajarías de acá ahora mismo!
   Su familiar lo miró unos segundos en silencio, asintió, y lejos de discutirle, cedió.
  -Puede ser… no soy el dueño de la verdad; tal vez tu felicidad sí esté en un lugar lejano y al concretar tu viaje soñado por el mundo, la encuentres, y tal vez se aplique lo mismo a mí; tal vez nuestro malestar esté acá y al alejarnos el mismo quede atrás… …Ssseeee… por ahí se equivocó el escritor Antonio Porchia cuando sentenció: “El dolor no nos sigue: camina adelante”.
   El aspirante a viajero se sorprendió ya que se esperaba que su familiar le discutiera sus conceptos y no que le terminara dando la razón, sin embargo, esto último ocurrió.

   Pasaron los años y el aspirante a viajero juntó plata (laburando de cualquier cosa) y se fue lejos; dejó de ser un aspirante a viajero y se convirtió en un viajero consumado; tras pocos años su vida trashumante contaba con más viajes que la de un tenista.
   Un día llamó desde un país lejano al familiar con quien tuvo la conversación recién expuesta.
   -¡Hola! Habla “ “.
   -¡Uuhhh! ¿Qué hacé’? (más todo lo que se dice en estos casos) -y tras algunos minutos de conversación alegre en que el viajero parecía ser poseedor de un gran bienestar, su familiar le dijo:
   -¿Sabés qué? ¡Te re envidio, chabón! A mí me encantaría viajar a todas partes como vos; era verdad eso de que por no tener los medios para irme me quería convencer a mí mismo de que el bienestar es independiente del lugar en que se esté, vos con tu experiencia lo confirmás, por eso en cualquier momento agarro la mochila y me voy a buscar la felicidad, y la voy a encontrar como la encontraste vos.
   -¡Naaaa! ¿Me decís en serio?
   -Sí.
   Entonces el viajero se puso serio y tras unos segundos, denotando un gran dolor en su voz, se dispuso a revelar su verdadero estado de ánimo.
   -Si de verdad pensás irte, hay algo que tenés que saber.
   -¿Qué?
   -¿Te acordás de la frase del escritor que citaste ese día que hablamos sobre si el lugar determina tu felicidad o tu infelicidad?
   -Sí. Era una frase de Antonio Porchia. ¿Qué pasa con eso?
   -Y… pasa que;… tenía razón.

sábado, 14 de enero de 2017

Sentir sin tocar (cuento) - Martín Rabezzana

   
   El salir a vagar solo por las calles con la expectativa de que algo bueno ocurra, es generalmente decepcionante ya que ese “algo”, rara vez se presenta, no obstante, como ningún sentir es eterno, la decepción en algún momento se va y las ganas de volver a intentar encontrar algo bueno, regresan.

   La ropa un tanto desalineada contrastaba con la afeitada de publicidad que lucía y el físico (algo, al menos) atlético, lo cual llevaba a algunos a pensar automáticamente en alguien marginal o de clase media descuidado de su estética, pero mientras ella esperaba sentada en una calle peatonal a que su acompañante llegara, no pensó una cosa ni la otra, pero algo pensó de él, ya que al pasar a su lado lo miró con los ojos muy abiertos exponiendo así una clara sorpresa que él interpretaría como causada por la duda respecto a su edad; nada pasó esa vez, pero la semana siguiente él decidió hacer el mismo recorrido a la misma hora (no por verla, pero…) y ella estaba ahí de nuevo; una persona pedía limosna y él le dio un billete, tras lo cual fue agradecido; la chica estaba a metros delante de él; se le acercó y le dijo:
   -Vos me diste un panfleto hace mucho.
   Él sonrió, asintió y se pusieron a hablar mientras caminaban por las calles alejándose de la peatonal en que ella esperaba a alguien; hablaron de cosas elementales un rato y después ella le contó algo muy personal que ameritaba que él hiciera lo propio, por lo que al ella preguntarle:
   -¿Alguna vez te sentiste en serio cerca de alguien? -Él asintió y le contó lo siguiente:
   -Recién nos habíamos conocido, sin embargo ella me contó cosas muy personales, me habló de su hija, de lo de antes de su hija… me confió cosas muy importantes como si hubiéramos sido amigos íntimos o como si hubiera sido vieja, ya que es propio de los viejos el contarle a un recién conocido cosas muy personales, pero ella tenía veintitrés años, y cuando le hice notar lo importante de sus confidencias, no quiso volver a hablarme, tal vez por haberse dado cuenta de que con las mismas le había abierto imprudentemente la puerta de su intimidad a un extraño, o tal vez por sentir que había sido el dolor acumulado durante años lo que la llevó a necesitar compartirlo con alguien buscando así disminuirlo y no el gusto por mí… al pensar en la falta del mismo decidió alejarse… tal vez haya sido por una cosa, por la otra o por ninguna de ellas; sólo puedo suponer ya que no sé qué la llevó a intimar emocionalmente conmigo y poco después a alejarse de mí sin siquiera despedirse;… primero me enojé por su alejamiento pero después aprecié la atención que me dedicó y lo que conmigo compartió entendiendo ya que nada dura para siempre y que muchas de las mejores cosas de la vida, como el sentirse útil y cerca de alguien como me sentí en mis conversaciones con ella, generalmente duran breves momentos y lejos de ser positivo el resentirse por dichos momentos pasar rápido, hay que aprender a reconocerlos para así apreciarlos, por lo que terminé recordándola con aprecio y sintiéndola parte de mí porque lo que ella me dio no se perdió, ya que quedó guardado en mi corazón.
   Ella no entendió del todo y le preguntó:
   -Pero, ¿estuviste con ella en el sentido de...?
   -No. El no habernos siquiera tocado nos permitió acercarnos emocionalmente mucho más que si hubiéramos intimado físicamente… al pensar en ella y al ella coincidir en su pensamiento hacia mí, logramos estar uno dentro del otro sin necesidad de tocarnos… …Se puede tocar sin sentir y también se puede sentir sin tocar.
   Tras algunos segundos de silencio, él le preguntó:
   -¿Vos estuviste así de cerca de alguien alguna vez?
   -…No (tal vez al recordar la conversación acá expuesta, ella considere que la respuesta debió haber sido “sí”).
   Siguieron caminando y se aproximaron al lugar donde ella tenía que seguir esperando, entonces él se dispuso a irse y ella le dijo:
   -¿Ya te vas?
   -Y sí.
  -¿Por qué?
   -Porque allá viene tu novio… Chau.

El discursista (cuento) - Martín Rabezzana

   -¡Siempre buscándole el error, la falta a los demás para después exponerla y sentirte buena persona!... ¿Te das cuenta de qué es lo que te motiva a criticar? La búsqueda del sentir de inocencia, ya que mientras criticás a otros por lo que para vos son defectos, desviás la atención de tus propias faltas, y en pos de sostener en el tiempo ese sentir de inocencia tenés que criticar continuamente, y cuando criticás continuamente te llenás de una energía negativa que daña no sólo a los demás, sino también a tu propia persona… …¿No entendés que dedicarse a buscar defectos ajenos es un defecto en uno mismo? ¿No entendés, que, como reza el dicho: “por criticar los defectos ajenos no disminuyen los tuyos”? ¿No entendés que la crítica es infelicidad y que cada vez que criticás te hacés más infeliz? ¿No entendés que al criticar exponés tu animosidad y debilidad emocional y que en base a eso se puede llegar a saber si sos alguien realizado o fracasado? Es decir, TODO lo que no querés que se sepa de tu vida personal se puede llegar a saber prestando atención a lo que decís de los demás… ¿No entendés que lo que te hace buena persona es lo positivo que hagas por otros y no lo negativo que en otros remarques? ¿No entendés que cada vez que hablás o pensás mal de alguien aumenta tu propio malestar?... …El que se dedica a hablar o a pensar mal de los demás, ¡está mal él, porque si no lo está, no hace eso! ¿Cómo no lo entendés? ¡Si es algo taaaan obvio!
   El individuo al que le era dirigido el discurso permanecía distante y de espaldas al discursista; su fisonomía no podía apreciarse debido a la semipenumbra en que se encontraba; el discursista se le acercó y lo tocó en el hombro para que se diera vuelta, lo cual hizo, pero cuando tuvo al individuo de frente no pudo ver claramente su rostro por la oscuridad.
   El discursista le preguntó:
   -¿Me entendiste?
   El individuo asintió con la cabeza, entonces se hizo la luz que lo iluminó, pero la misma era tan brillante que deslumbraba, por lo que su rostro tenía un brillo encandilante que impedía que el discursista lo reconociera, pero poco a poco fue disminuyendo hasta que lo pudo reconocer, entonces se sorprendió, se despertó y dijo:
   -Era yo.

martes, 22 de noviembre de 2016

La única crítica loable (cuento) - Martín Rabezzana


   -Si escuchás expresarse a las personas que en serio son buenas, vas a notar algo característico y común en ellas: es muy raro que hablen mal de alguien, y el motivo de esto es claro: parte importante de ser virtuoso moral y conductualmente implica no criticar a nadie, de ahí que sólo del inmoral vengan las lecciones de moral;… …y sí… la gente buena no habla mal de nadie.
   Él miro con orgullo a la mujer a la que le había expresado lo que consideraba una gran verdad; por ella conocerlo y haberlo escuchado hablar mal de otros seguido, sabría que lo dicho era alusivo a sí mismo y que, por consiguiente, constituía una autocrítica, la cual, de las dos formas de crítica existentes, parece ser la única loable dado que criticar a otros es fácil y quien lo hace asiduamente denota debilidad emocional y cobardía, pero la autocrítica da muestras de coraje y voluntad de superarse.
   El orgullo en su expresión se debía a que lo que había dicho lo enaltecía y le permitía iniciar un camino de evolución personal que no es posible iniciar de uno no admitir las propias faltas.
   Mientras él habló y tras concluir lo dicho, la mujer mantuvo una expresión pensativa; su mirada estaba perdida en la distancia como si lo por ella escuchado fuera tan profundo que requería de un tiempo prolongado para ser asimilado intelectual y emocionalmente, sin embargo, cuando él le preguntó:
   -¿Qué te pareció lo que dije?
   Ella dijo:
   -¿Qué?... perdoname, estaba distraída; estaba viendo que la panadería de allá cambió de nombre;… ¿qué me habías dicho?
   -No importa… …bueno. Me voy. Chau.
   Ella se le acercó para recibir un beso de despedida pero él se apartó para no dárselo y se fue caminando rápido cosa que no se notara lo desairado que se sentía (igual se notaba).
   Ella mientras él se iba le dijo:
   -Chau, nos vemos.
   Habiéndose ya alejado de ella casi una cuadra, él en voz baja dijo:
   -¡Qué mina más boluda!